miércoles, 31 de octubre de 2012

Romanos en el valle del Odra

Puentecillo medieval cerca de Sasamón, en el valle del Odra
El río Odra nace en las alturas de Peña Amaya, al noroeste de la provincia de Burgos, viéndose abajo la pequeña población de Amaya, del municipio de Sotresgudo. El río sigue en dirección este para luego torcer hacia el sur y recorrer el valle de Humada, los roquedos de Piscárdanos y los campos cultivados de cereal cuyo centro podría ser Villanueva de Odra. El río desemboca en el Pisuerga (Pedrosa del Príncipe) en el límite con la provincia de Palencia. 

La comarca es importante por sus muestras de arquitectura románica, aunque la sobriedad es la norma. No obstante las arcadas con sus arquivoltas están muy bien trabajadas y conservadas, con motivos muy variados, como es el caso de la ermita de Nuetra Señora del Torreón, en Padilla de Abajo. Los sillares están bien labrados y dan esa sensación de solidez tan característica del románico.

En esta comarca castellana del norte, a caballo entre la cordillera Cantábrica y los campos góticos, se está llevando a cabo una campaña arqueológica dependiente de la Universidad de Cantabria. Los objetos que se han encontrado parecen demostrar la existencia de haciendas dedicadas a la explotación agropecuaria, y la datación inicial sería entre los siglos III y V después de Cristo. La campaña se ha centrado en los municipios de Sasamón y Villadiego, cuya riqueza cerealera explica que los hacendados romanos se asentasen aquí y construyesen sus villas rurales. Si así fuese habría que relacionar estos yacimientos con la villa de La Olmeda, en Palencia y otras en la misma provincia y en la de Valladolid.

Los objetos que han sido encontrados están relacionados con la vida doméstica, con la agricultura, el almacenaje y la cocina: ostras, teselas de mosaico, cerámica de mesa (quizá importada de talleres del norte de África), restos de hipocaustos, cerámica de cocina y almacenaje y fragmentos de pavimentos (opus spicatum, opus signinum). 

Existe el proyecto de fotografíar desde el aire la zona para poder seguir con los trabajos, en los que, hasta el momento, han participado estudiantes de las Universidades de Burgos, el País Vasco y la Autónoma de Madrid.

martes, 30 de octubre de 2012

Calakmul

Al sureste de México y al sur de Campeche se encuentra uno de los centros más importantes -y mejor conservados- de la cultura maya. Se trata de Calakmul, cerca de la frontera con Guatemala. El sitio fue estudiado en la década de los treinta del pasado siglo, pero es en la década de los ochenta cuando se llevan a cabo excavaciones sistemáticas por parte de especialistas de la Universidad Autónoma de Campeche. 

El centro urbano de Calakmul estuvo habitado durante un milenio y medio aproximadamente, siendo su momento de máximo esplendor en el período llamado clásico (entre el siglo III y el X de nuestra era). La escritura maya, estudiada cada vez con más interés, ha constituido una fuente inapreciable para saber más sobre los mayas y sobre Calakmul, ciudad que se enfrentó varias veces a la otra importante, Tikal (hoy en el Petén guatemalteco).

Calakmul está formada por varios espacios construídos y, en medio, una gran plaza que servía de centro político, observatorio astronómico y símbolo sagrado. Una serie de canales y un gran número de estelas han arrojado luz sobre esta ciudad y civilización. "Antigua y Medieval" ha informado que el arqueólogo Ramón Carrasco, director de un proyecto arqueológico en Calakmul, ha dado cuenta de un conjunto de pinturas descubiertas hace unos sesis años. Ahora estas pinturas se encuentran a 23º centígrados y a 93% de humedad para su conservación. Las pinturas representan una pirámide y un paisaje que podría aludir a un festejo.

El edificio más notable de Calakmul



sábado, 27 de octubre de 2012

"Latifundios, perdición de Italia..."

"Angelus" de Millet
El título se refiere a una frase muy conocida de Plinio "el viejo" que, ya en siglo I de nuestra era, constató la nefasta repercusión de la concentración de la propiedad: Latifundia, perdidere Italia, iam vero et provintias. Gaspar de Jovellanos, diecisiete siglos más tarde, utiliza esta frase para hacerla suya al estudiar la situación de la agricultura en España. El canonista, jurista y fisiócrata Jovellanos presentó al rey sus pareceres sobre el proyecto de ley agraria que llevaba muchos años a la espera de ser aprobada. En primer lugar demuestra el ilustrado una gran capacidad crítica, pues reconoce que la prosperidad de la agricultura en época romana se debió sobre todo al trabajo esclavo. Como era también un gran conocedor de la historia supo que los impuestos excesivos, los vicios de la aristocracia y otros males, fueron la ruina del imperio.

Ya en la Edad Media valora el papel de los musulmanes con las innovaciones agrarias que introdujeron en la península Ibérica, y más tarde reitera la importancia que para la prosperidad económica de los reinos medievales tuvieron las minorías judía y morisca. En su "Informe sobre la Ley Agraria", que comento aquí, se considera heredero de la España cristiana y no es extraño por razones culturales. 

Luego habla de su siglo, el XVIII, analizando los "estorbos" que hacen la agricultura española no esté a la altura que interesa. Partidario del liberalismo económico que leyera de Adam Smith, considera que las leyes -es decir, el Estado- no deben intervenir para dirigir, sino para estimular la actividad económica. Sin intervención de las leyes -dice- puede llegar, y efectivamente ha llegado en algunos pueblos, a la mayor perfección el arte de cultivar la tierra. Es una lástima que Jovellanos no indique a que país se refiere cuando utiliza estas palabras, pero cabe pensar que fuese Inglaterra, ya que en el siglo XVIII estaba experimentando una verdadera revolución agraria que trajo consido un gran crecimiento de su población y luego de su industria. Pero si es Inglaterra el país en el que está pensando Jovellanos, el Estado sí intervino con sus "enclosures act", privatizaciones de tierras comunales que consiguieron un capitalismo agrario, una concentración de la propiedad en manos de ricos propietarios capaces de invertir sus capitales en la mejora de las explotaciones... pero ello dejó en la miseria a muchos miles de campesinos. 

Cuando habla de la necesidad de proteger la propiedad de la tierra (y del trabajo, dice) se referirá a las tierras que no estaban sujetas a las leyes del mercado, es decir, utiliza el término propiedad en un sentido capitalista, y es curioso que constata aquella contínua lucha de intereses que agita a los hombres entre sí, un interesante anticipo de la "lucha de clases" enunciada medio siglo más tarde por otros. Se refiere también al equilibrio que el libre mercado procura, la "mano invisible" de Smith, que la posteridad ha demostrado no existe y menos aún el "equilibrio". Pero Jovellanos no pudo conocer las tendencias monopolísticas de la Europa del siglo XIX, y mucho menos las del XX, por lo que a sus ojos garantizar la propiedad era la mejor manera de que prosperase la agricultura. Sin duda Jovellanos se estaba refiriendo a las "manos muertas", a los mayorazgos, a los baldíos, a las tierras comunales, que debian pasar, según él, a manos privadas para ser explotadas de acuerdo con el capitalismo agrario (aunque él no lo expresase así).

El interés individual -no se cansa de repetirlo Jovellanos- es el primer instrumento de la prosperidad de la agricultura, de forma que la existencia de bienes y tierras vinculados han contribuido a la falta de ese interés, disminuyendo la cantidad de propiedad individual. A esto llama desidia política y ello ha llevado a que una parte de las tierras cultivables de España no estén trabajadas, por lo que deben ser colonizadas. Esta situación -dice- viene no menos que del tiempo de los visigodos, que prefiriendo la ganadería a la agricultura, han dejado muchos campos vacantes, es decir, baldíos. Luego vendría la Edad Media con sus batallas, lo que haría insegura la dedicación a la agricultura y más segura la ganadería, pues los animales se podían trasladar de un lugar a otro. Así se destinaron muchas tierras al pasto común, de lo que hay muestras en el Fuero Juzgo.

Obviamente, los terrenos comunales son más adecuados para el aprovechamiento ganadero que para el agrícola y a continuación insiste Jovellanos en la necesidad de que aumente la población, lo que solo es posible si la agricultura es próspera, idea fisiocrática muy en boga en la época. Funesto sistema de legislación pecuaria llama a los privilegios de que gozó la Mesta, lo que llevó a los baldíos a ser una propiedad exclusiva de los ganados. Dichos baldíos fueron también -dice el ilustrado- patrimonio de los pobres, cuando era más natural que los disfrutasen los ricos que los pobres, pues aquellos disponen de los recursos para poner las tierras en valor, para lo que necesitarían los brazos de los pobres. Puede parecer que Jovellanos quiere hacer de España un país de grandes propietarios, pero ya veremos más adelante que también se ocupa de aquellas tierras incultas que podrían ser repartidas entre campesinos pobres.


Los baldíos deben, pues, pasar a ser propiedad particular, y si la disminución de ganado eleva el precio de la carne los ganaderos se ocuparán de surtir más al mercado, con lo que su precio bajaría: es la clásica receta, infalible hasta que aparezcan las prácticas monopolísticas, de la oferta y la demanda. Constata luego que los países más ricos en baldíos son al mismo tiempo los más despoblados, por lo que deben venderse a dinero o a renta, es decir, mediante el pago de una vez o periódicamente hasta la consecución de la propiedad. Contempla la propiedad de la enfiteusis y el foro enajenados los baldíos, según las regiones de España, en grandes o en pequeñas porciones. Los que adquieran una porción, por el interés que tienen en su inversión, intentarán sacar el mayor provecho de la misma. 

Si se siguiera el método de depositar las tierras en personas pobres e incapaces de hacer en ellas mejoras, no se conseguiría gran cosa, mientras que si las tierras caen en manos de los ricos favorecen la acumulación de la propiedad, lo que tampoco ve bien. En Andalucía -dice- para poblar las zonas vacías, convendría empezar vendiendo a censo reservativo, es decir, aquel en que la finca se cede al pagador del censo, puesto que esta medida va dirigida a vecinos pobres, a quienes se darían pequeñas porciones de tierra, pero suficientes para poder mantener a una familia, con una renta moderada y con facultad de redimir el capital por partes para adquirir la propiedad absoluta. Una renta mayor se exigiría a los que hiciesen casa y poblasen su suerte, pero de tal forma que la renta mayor nunca excediese del dos ni el menor [se refiere a la renta] bajase del uno por ciento del capital; porque si la renta fuese grande se haría gravosa, y si muy pequeña no serviría de estímulo para desear la redención de la tierra. Las restantes tierras -dice Jovellanos- se podrán vender en suertes de diferentes cabidas...; primero a dinero contante o a plazo con fianzas, y las que no se pudiesen vender así, a censo reservativo. No faltarían compradores -dice- en una región donde fluye el dinero como indican las ciudades de Málaga, Cádiz, Sevilla y otras.

En las dos Castillas se podrían vender pequeñas porciones a dinero o a fiado con la obligación de pagar anualmente una parte del precio... con buenas fianzas. Aquí dice que no hay comercio e industria, pues ya había comenzado el despoblamiento del interior en favor de la periferia, por lo tanto también hay falta de capitales suficientes. Es por tanto necesario que se repartan las tierras a familias pobres para que puedan subsistir, por medio de censos reservativos; y otro tanto se podría hacer en Extremadura y la Mancha. En las provincias septentrionales, donde por una parte hay poco numerario y mucha población, y por otra son pocas y de mala calidad las tierras baldías, los foros otorgados a estilo del país... en lo que Jovellanos parece no valorar que dichos contratos forales han sido un freno a la prosperidad de la agricultura, porque no convierten en propietario a ninguna de las dos partes interesadas, el dominio eminente y el útil. 

Termina esta parte nuestro autor diciendo que una norma general para todas las regiones de España no es acertada, y que para llevar a cabo cada caso debe darse participación a unas juntas provinciales y a los ayuntamientos.

En cuanto a las tierras concejiles también es Jovellanos partidario de entregarlas a la propiedad individual para ponerlas en cultivo, cuando hasta el momento se encontraban sirviendo para pastos ganaderos y que los concejos recibiesen las rentas necesarias para atender a ciertos servicios públicos: la desecación de un lago, la navegación de un río, la construcción de un puerto, un canal, un camino, un puente... Reconoce que las rentas recibidas por los concejos de permitir el aprovechamiento al común, está destinada a la conservación del estado civil y establecimientos municipales, pero dice también que puestas dichas tierras en la propiedad individual podrían ofrecer establecimiento a un gran número de familias. Ya en 1768 y 1770 la Corona había repartido tierras concejiles a los pelentrines y pegujareros (agricultores pobres y ganaderos con poco ganado respectivamente). Ahora propone Jovellanos que se extienda a todas partes dicha medida pero no por arrendamientos temporales, aunque indefinidos, sino con la posibilidad de adquirir la plena propiedad mediante enfiteusis o censo preservativo. Reconoce el ilustrado que si los campos concejiles destinados a pasto para el ganado, se vendiesen para la agricultura, se perjudicaría a la ganadería en un primer momento, pero no si el agricultor destina parte de su propiedad al pastizal, al ver que el mercado demanda de animales como bueyes y potros. 

El más funesto de todos los sistemas agrarios debe caer al golpe de luz y convicción... Esto es lo que desea Jovellanos para la Mesta. ¿Por ventura podrán sostenerse a su vista los monstruosos privilegios de la ganadería trashumante? Aquellas ventajas de que gozara la Mesta por las ventajas que a su vez reportaba a las arcas reales por la exportación de lana, además de por los titulares de los rebaños merinos, monasterios y nobleza, seguían en pie. Aunque dice que no se trata ni de condenar a la ganadería mesteña ni de defenderla, lo cierto es que con la Mesta nosotros nos ocupamos de hacer la guerra a nuestras lanas, pues se venden al extranjero que las introduce transformadas en España con el valor añadido de la industria. La lana, para Jovellanos, ha de servir para fomentar la industria textil, pero más importante que la ganadería trashumante le parece la estante, pues contribuye a asociar agricultura y ganadería.

Las leyes que prohiben el rompimiento de las dehesas han sido arrancadas por los artificios de los mesteños, es decir, de los monasterios y de la nobleza, mientras que los ganados trashumantes son los que menos contribuyen al cultivo de la tierra. Las leyes que prohiben los cercamientos de las dehesas (es decir, su privatización) violan y menoscaban el derecho de propiedad, que un protoliberal como Jovellanos considera sagrado. Por eso es también contrario a tasar los precios, considerando esta práctica antieconómica y antipolítica por su esencia. La tasa -dice- se ha inventado para alejar el equilibrio de los precios... ¿Por que ha de ser fijo el precio de las hierbas, siendo alterable el de las lanas? (compara la libertad de comercio de que gozan los mesteños para vender sus lanas mientras que la tasa que pagan por los pastos está tasado). Critica a la Mesta porque reune el poder y la riqueza de pocos contra el desamparo y la necesidad de muchos, que sostiene un cuerpo capaz de hacer frente a los representantes de las provincias y aún a los de todo el reino, y aboga por el ganado estante frente al trashumante, ya que sabe que este se encuentra en manos de señores y monjes convertidos en pastores...

Solo una cosa salva Jovellanos de la Mesta, y es el uso de las cañadas, que considera exige la franqueza y amplitud de los caminos pastoriles, y cita a Cicerón cuando escribió que esta servidumbre pública era respetada en Italia con el nombre de 'calles pastorum'; cita también a Varrón cuando habla de las ovejas de Apulia [que] trashumaban en su tiempo a los Samnites. Pero dice no conocer pueblo alguno que, habiendo protegido las cañadas, haya conservado privilegios para ninguna organización ganadera.

Por último hace una crítica severa a los bienes amortizados, sobre todo la tierra, que no permiten el desarrollo de la economía: ¿que hacen miles de hectáreas en manos de monasterios, nobles, concejos, sin producir lo que el país necesita? ¿Por que no se pueden verder esas tierras y bienes vinculados? Procédase a una desamortización de esa masa de bienes, base de la riqueza de la nación, y vendrán los que inviertan en ellos, los campesinos (pensó Jovellanos) que sacarán el mejor fruto de sus tierras, aumentando con ello el comercio. 


miércoles, 24 de octubre de 2012

sábado, 20 de octubre de 2012

La Loma de Ichanga

Valle de Hualfín

Al noroeste de Argentina, en las estribaciones de los Andes, discurren los ríos Hualfín y Loconte; al este se encuentra la sierra de Hualfín, en medio el valle y al oeste la gran mole andina de la que es prólogo el cordón Durazno. Bárbara Balesta y Federico Wynveldt (1) han publicado un breve ensayo, en el que se basa este artículo, donde presentan los trabajos arqueológicos en la Loma de Ichanga, Catamarca. La cronología de los restos encontrados va desde el siglo XI al XV de nuestra era, constatándose se trató de un espacio donde se produjeron enfrentamientos guerreros entre diversas comunidades, obviamente antes de la llegada de los europeos, particularmente españoles. Los autores parecen demostrar que el abandono del lugar se dio con el incendio de algunas casas a modo de ritual y coincidiendo con la conquista incaica.

Que las comunidades indígenas de América se enfrentaron en guerras antes de la llegada de los españoles es una obviedad, por lo que el mito del "buen salvaje" no deja de ser eso. Los arqueólogos citados demuestran que en la zona estudiada -como en otras- hubo organizaciones políticas complejas y una creciente situación de beligerancia entre ellas. Los antiguos habitanes de la Loma de Ichanga, así como otros de la zona, pertenecen a la llamada cultura Belén, de los territorios correspondientes a Tinogasta y Belén, caracterizada por la práctica de la agricultura y por la elaboración de una cerámica en la que los motivos decorativos se pintaban en negro sobre fondo rojo.

La mayor parte de los lugares donde se han encontrado construcciones para viviendas están sobre lomas de difícil acceso, protegidas muchas de ellas por murallas defensivas. En la localidad de La Ciénaga es donde fue descubierta la Loma de Ichanga, a unos 50 metros de altura sobre los terrenos circundantes, pero en su conjunto la región está a algo más de 1.500 m. sobre el nivel del mar, por lo que -dada su latitud, unos 27º sur- el clima es templado-cálido, con lluvias solo en verano, algo continentalizado, lo que hace que los inviernos sean fríos y los cauces fluviales no tengan agua salvo en la época de lluvias (en verano). Los autores señalan que estas sequías podrían no darse en la época estudiada (ss. XI-XV), pues lo razonable es pensar que los grupos indígenas se instalasen allí donde había agua.

La particularidad de la Loma de Ichanga es que no presenta arquitectura defensiva como en los demás casos de la región, aunque los especialistas se han puesto de acuerdo en considerar que el estado de guerra era endémico en la época, y muy concretamente en la etapa anterior a la conquista inca. Las razones de las hostilidades pudieron ser un cambio climático que dejó sin recursos a sus habitantes, necesidades de aprovisionarse con los bienes de otros; también la presión demográfica sobre los oasis puneños y valles fluviales cercanos a la puna; incursiones de grupos nómadas o seminómadas provenientes del este de los Andes y, en época incaica, la recluta de grupos de mitimaes, familias que fueron separadas de sus comunidades y trasladadas de pueblos ya sometidos a otros que todavía no lo estaban o al revés: el caso es que cumpliesen las misiones que las autoridades incas les encomendaban. La guerra, en fin, pudo haberse producido por las diferencias sociales que se fueron generando o por el control de los recursos, y los enfrentamientos se producirían entre grupos de familias o entre organizaciones políticas más complejas. 

La guerra llevó a construcciones de elementos defensivos en la región : murallas de gran altura, torres, torreones, troneras, parapetos y fosas, además de aprovechar la topografía para visionar un amplio territorio por donde podían amenazar los enemigos. En todo caso hay múltiples indicadores de guerra y diferentes tipos de conflicto: el estudio de la zona demuestra la existencia de entradas diseñadas defensivamente y se identifican puestos de observación; se han encontrado armas y armaduras o restos de ellas, pero la defensa no debió organizarse solo en cada poblado, sino de forma global en un conjunto de ellos. Los incendios se han interpretado como señal de encuentros violentos y se han encontrado esqueletos no enterrados; los incendios de techos se asocian a la intención de retorno y, como se ha dicho, con una finalidad ritual. 

Al este del río Hualfín se han estudiado los casos de Cerrito Colorado de la Ciénaga de Arriba y Cerrito Colorado de La Ciénaga de Abajo, en ambos casos sobre las terrazas del río. La Loma de Ichanga se encuentra en la confluencia entre los cauces de los ríos Ichanga y La Calera, y consta de 15 recintos de piedra cuya planta es rectangular. La superficie de estos recintos oscila entre 42 y 6 m2, pero hay varios entre 10,2 y 18,3. Están cerrados con muro simple en unos casos y con muro doble en otros, y las puertas fueron hechas con una anchura media de 0,5 metros, mientras que su longitud oscila entre 0,5 y 1,8 metros. Los materiales constructivos son bloques irregulares de granito y lajas y, para acceder al interior, se construyeron largos y estrechos pasillos. A excepción de un recinto (el llamado 7) que tiene dimensiones excepcionales, la mayoría de ellos tiene unas dimensiones entre 6 y 19 m2, con paredes de entre 3 y 4,7 metros de largo. En el recinto 6 se ha encontrado una tinaja decorada de acuerdo con la cultura de Belén, huesos, otras figuras, hoyos para postes, troncos pequeños, restos de enramada, restos de martos y una vasija tiznada, entre otros materiales. El recinto 7 tiene un piso construido de pedregullo y las vasijas encontradas en el conjunto de la Loma presentan dos tipos dominantes: las abiertas o cuencos y las cerradas u ollas.
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(1) Universidad Nacional de La Plata. 

El trabajo en la pintura

Orfanato de muchachas en Ámsterdam (1881)
El retrato, el paisaje, las escenas sociales, el trabajo y otros muchos temas fueron pintados por Max Liebermann, artista alemán que realizó buena parte de su obra en los Países Bajos, pero que también trabajó en París y en Italia. Su impresionismo se diferencia claramente de la técnica de los más famosos impresionistas franceses y también fue litógrafo, dibujante y aguafuertista. Representó escenas realistas y fue evolucionando a medida que conocía la obra de otros artistas y por medio de su trabajo en Barbizon.

La obra de arriba es un ejemplo de la preferencia que tenía Liebermann por las escenas de trabajo; perteneciente a la Colección Dr. Rau en Colonia (45 por 72 cm.). Otro ejemplo es "Taller de un zapatero", obra de 1881-82; o "Recolectora de patatas". "Fabricantes" es una obra de 1879 al óleo (49 por 65 cm.) que se encuentra en el Museum der bildenden Künste (Leipzig). Otro ejemplo de esta temática es su obra "La pastora" (óleo).

"La pastora"
En estas obras hay reflejada una admiración por el mundo del trabajo, por las personas de condición humilde que, anónimas, están representadas en los cuadros. En ocasiones los colores son fríos (cuando se trata de reflejar una fría mañana, predominando los colores verdes y grises: "La pastora"), mientras que en otros casos los colores son cálidos, predominando los rojos, como en "Fabricantes".

El impresionismo es más acusado cuando trata de reflejar paisajes más o menos indefinidos, con el personaje en primer plano, representado como una masa ("Recolectora de patatas").

"Fabricantes"
Liebermann está claramente entre dos siglos, pues vivió durante toda la segunda mitad del XIX y llegó a conocer los primeros efectos del nazismo en Alemania. Su formación fue muy intelectual, no solo porque conoció varios países y la obra de muchos autores, en quienes se inspiró, sino porque tuvo una formación académica. De lo que no cabe duda es que en muchas de sus obras tuvo una intencionalidad social, probablemente porque vivió en plena segunda revolución industrial y en países adelantados con respecto al resto del mundo. Pero no renunció a la inspiración en el campo, a la sencillez de las personas que pintó, en muchas ocasiones clases sociales en su conjunto.

"Recolectora de patatas"
La afición de Liebermann al dibujo fue temprano, sus padres la incentivaron y, al parecer, pudo haberse refugiado en los temas poéticos de algunas de sus obras por el desprecio que sufrió durante sus años escolares (era judío, lo que quizá no influyó mucho, porque su familia tenía recursos económicos, pero también muy distraido y víctima de algunas burlas). De joven consiguió que Wilhelm Bode (1) le ayudase para dedicarse a la pintura y para darse a conocer.

En su obra "Mujeres desplumando gansos" se mostró como un pintor realista, movimiento que estaba en pleno auge poco antes de que hiciesen su aparición los impresionistas y su estancia en varias ciudades de los Países Bajos le puso en contacto con la pintura de Rembrandt, por quien se sintió influido. En Barbizon conoció a varios impresionistas, pero Liebermann nunca llegó a descomponer tanto la forma como algunos de ellos. En Alemania, su propio país, tuvo algunos problemas de acuerdo con el clima antijudío que se estaba fraguando en los últimos años del siglo, de igual manera que en Francia, Rusia y otros países. Con el ascenso de los nazis al poder fue condenado a no poder exponer pues se consideró su arte "degenerado": no se correspondían sus temas con los de la Alemania oficial. Moirá en 1935.
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(1) Historiador y director de varios museos en Berlín.

Corinto en la guerra

La isla de Corfú, al noroeste de la actual Grecia
Parece que los corcirenses tomaron el nombre para su isla de la hija de un río y de una ninfa: así nació Córcira, la cual fue raptada por Poseidón llevándola a la isla que ahora es Corfú. Pero la realidad es muy otra y menos poética: Córcira fue una colonia de corintios hasta que los corcireneses, aliados con algunas tribus bárbaras de las costas occidentales de las actuales Grecia y Albania, quisieron independizarse de Corinto. Así empezaron las hostilidades entre metrópoli y colonia. 

Aún no había comenzado la guerra del Peloponeso que ensangrentará Grecia durante las tres últimas décadas del siglo V a. de C. y ya Esparta estaba interesada en que Atenas no reconstruyese sus murallas, destruidas durante la guerra contra los persas décadas atrás, pero el conflicto entre las dos ciudades no pasó de ahí. Cuando los atenienses, que formaban parte de una liga panhelénica donde también estaba Esparta, dirigieron sus naves hacia las costas de Laconia para ayudar a los espartanos en su lucha contra los ilotas, aquellos, temerosos de que las intenciones de Atenas fuesen otras, repelieron a sus naves. Por lo tanto ya existía una desconfianza clara entre unas ciudades y otras, y en este contexto se produce el gran enfrentamiento naval entre corcirenses y corintios que Tucídides nos narra en su "Gerra del Peloponeso", aunque la misma no había empezado todavía. 

La victoria fue para los corintios, que deseaban retener bajo su dominio a los corcireneses, mientras estos deseaban la independencia de su metrópoli. La batalla naval fue de tal amplitud -la mayor hasta ese momento en el mar de los griegos, dice Tucídides- que se dio una gran confusión, hasta el extremo de que los corintios atacaron naves propias al confundirlas con las de los enemigos. Los cautivos y los muertos fueron numerosos. Los corintios llevaron a los cautivos corcirenses al puerto de Sibota (hoy Sivota, frente a la costa sur de Córcira) cerca de donde estaban los bárbaros que habían venido en ayuda de los corcirenses. Tucídides dice de este puerto que era "desierto", en la región de Tesprátide. 

Una vez esto, los corintios se dirigen a Córcira, pero los corcirenses que había quedado les siguen, ayudados ya por algunas naves atenienses. Se trataba de evitar que los corintios desembarcaran en la isla, al tiempo que los atenienses comenzaron a cantar el Peán, canto a Apolo, que Homero cita en la Ilíada como dios que cura las heridas, pero también se entonaban estos cánticos antes del comienzo de una batalla previsible. Es el momento en que las naves corintias dan la vuelta y comienzan a embestir a las atenienses, dirigidas por Glaucón, hijo de Leagro, y Andócides, hijo de Leogoras. Los corcirenses, por su parte, tenían un punto de apoyo en Leucimna, a donde llegaron confundiendo a los corcirenses de tierra, pues había llegado la noche y les parecían naves corintias. Luego continúa Tucídides:

Al día siguiente... salieron de este puerto de Leucimna, y vinieron a velas desplegadas al puerto de Sibota, donde estaban los Corintios para ver si querían volver a la batalla. Mas los Corintios, cuando los vieron venir, levantaron áncoras y alzaron velas, salieron del puerto en orden, fueron a alta mar y allí estuvieron quedos sin querer trabar pelea, viendo las naves que habían venido de refresco de los Atenienses, sanas y enteras; que las suyas estaban maltratadas y empeoradas de la batalla del día anterior; que tenían bien en que entender, en guardar los prisioneros que llevaban cautivos en las naves, y que no podían encontrar lo necesario para rehacer sus naves en el puerto de Sibota... por ser lugar estéril y desierto. En definitiva, querían volver a su tierra. Parecioles buen consejo -continúa Tucídides- enviar algunos de los suyos en un barco mercante sin faraute (1) ni trompeta a los Atenienses para que espiasen y tentasen lo que determinaban hacer. Entonces comenzó un parlamento entre los enviados de los corintios y los que mandaban las naves atenienses:

Grande injuria y sin razón nos haceis -empezaron los corintios- varones Atenienses, en comenzar contra nosotros la guerra, rompiendo la paz y alianza que teníamos [ambas ciudades formaban parte de la liga panhelénica], queriendo estorbar que castiguemos a los nuestros, y para ello tomando las armas contra nosotros. Si os parece bien todavía impedirnos que naveguemos hacia Corcira o hacia otra parte donde nos pluguiere y quebrantar la confederación y alianza declarándoos enemigos nuestros, comenzad primero en nosotros, y prendednos, y usad de nosotros como de enemigos. Los corcirenses, que estaban oyendo estas palabras, comenzaron a dar voces diciendo que los prendiesen y matasen, pero los atenienses contestaron de esta manera: Ni nosotros comenzamos la guerra, varones Corintios, ni menos rompimos la paz y alianza que teníamos con vosotros; antes venimos aquí por ayudar y socorrer a estos Corcirenses, que son nuestros amigos y compañeros: por tanto, si quereis navegar para otra cualquier parte, navegad mucho en buena hora; mas si navegais hacia Corcira, o hacia otro cualquier lugar de su tierra para hacerles mal y daño, sabed que os lo hemos de estorbar con todas nuestras fuerzas y poder.

De sobra sabían los atenienses que Córcira era colonia corintia, pero lo que querían era impedir que lo continuase siendo, es decir, que continuase creciendo en el conjunto de la Hélade, pues ya estaba en marcha desde hacía tiempo la lucha por la hegemonía en aquel espacio. Atenta a los acontecimientos estaba Esparta, que tampoco quería el engrandecimiento de Atenas, por lo que esta batalla es uno de los prólogos a la gran guerra del Peloponeso. 
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(1) Puede tratarse del encargado de llevar y traer mensajes después de hacer una pesquisa. 

viernes, 19 de octubre de 2012

Los lacedemonios expulsan a los tiranos

Monumento al espartano Leónidas
El ateniense Tucídides reconoce que fueron los espartanos los que libraron a las ciudades griegas, entre los siglos VI y V antes de Cristo, de los tiranos, que se caracterizaron por gobernar bien o mal según los casos y las circunstancias. 

Pasado este tiempo -dice en "Guerra del Peloponeso"-, ocurrió que los Tiranos fueron expulsados y lanzados de Atenas y de todas las otras ciudades de Grecia por los Lacedemonios, excepto aquellos que mandaban en Sicilia, porque la ciudad de Lacedemonia, después que fue aumentada y enriquecida por los Dorios, que al presente la habitan [habla en la segunda mitad del siglo V a. de C.], aunque estuvo mucho tiempo intranquila con sediciones y discordias civiles según hemos oído, siempre vivió y se conservó en sus buenas leyes y costumbres, y se preservó de tiranía y mantuvo su libertad. 

A un ateniense de la segunda mitad del siglo V, que había conocido la democracia de su época, le parecía que las leyes espartanas eran buenas y valoraba que dichos griegos supieron evitar la tiranía -tal y como se entendía en la época- en todo momento, prueba de que, aunque hubo tiranos justos, Tucídides no considera este régimen como bueno, sino el que Atenas tuvo en época de Pericles. 

Porque, según tenemos por cierto -dice-, por más de cuatrocientos años hasta el fin de esta guerra que escribimos, los Lacedemonios siempre tuvieron la misma manera de vivir y gobernar su república que al presente tienen, y por esta causa la pueden también dar a las otras ciudades.

Se remonta, pues, Tucídides, a los siglos IX y VIII antes de Cristo cuando habla de Esparta. Luego empieza a describir las guerras que los griegos tuvieron con los que él llama medos, que en realidad estaban gobernados por la dinastía persa de los Aqueménidas, y al fin los vencieron en los campos de Maratón, refiriéndose a las guerras de liberación contra el gran imperio oriental.
 

Para resistir a tan grande poder como traía [el rey Jerjes de Persia], los Lacedeomonios, por ser los más poderosos, fueron nombrados caudillos de los Griegos para esta guerra, mientras que de los atenienses dice que abandonaron su ciudad y decidieron meterse en la mar, en la armada que ellos habían aparejado para este fin. 

Pero más tarde -sigue diciendo Tucídides- los que lucharon juntos se dividieron en dos bandos y parcialidades, los unos favoreciendo la parte de los Lacedemonios y los otros siguiendo al partido de los Atenienses. Y así empezó la guerra entre estas dos ciudades poderosas, guerra que conocemos como del Peloponeso y que llenó la historia de Grecia en las tres últimas décadas del siglo V a. de C. 

El maestro de los románticos

"La noche en Coalbrookdale" (1801)
Cuando en 1767 Loutherbourgh "el joven" entró en la Academia Francesa tenía solo ventisiete años. Había nacido en Estrasburgo aunque la mayor parte de su vida la pasó en Inglaterra. Si bien aquella institutición, creada en París más de un siglo antes, tenía por finalidad velar por el prestigio de la lengua francesa, era lugar de encuentro para intelectuales y artistas, máxime en un siglo en que Francia influía con tanta fuerza en el conjunto de Europa. Ya con 41 años sería admitido en la Royal Academy of Arts de Londres, en plena madurez como pintor. También en Londres fue empleado de David Garrick, un actor y dramaturgo que le encargó pinturas para decorar escenarios teatrales. 

La obra de Philip James de Loutherbourg, aunque está realizada en su mayor parte durante el siglo XVIII, anuncia lo que va a ser el romanticismo de la siguiente centuria, sobre todo por sus visiones nocturnas, las costas azotadas por un mar siempre movido, las atmósferas tormentosas y la inspiración violenta. Pero no siempre fue así: en su juventud había pintado cuadros pintorescos, con escenas amables y donde la paleta es mucho más clara que en el futuro. Estas obras corresponden a la década de 1760.

El padre de Loutherbourgh también fue artista, pero no alcanzó la notoriedad de su hijo, que gozó de un cosmopolitismo como pocos, aún tratándose el siglo XVIII de una época de grandes influjos entre unos países y otros. Quizá nuestro artista sea ejemplo singular de esto. Estuvo en Italia, en Alemania y en Suiza, además de en Francia e Inglaterra. Se formó con Charles André van Loo en París aunque luego emprendió su propio estilo, sobre todo en la temática: además de lo dicho Loutherbourg fue un paisajista al que gustaba representar batallas y tormentas, lejos por lo tanto del academicismo de su época, aunque no escapa del todo al gusto del siglo cuando pinta personas. 

"Naufragio"
La obra de arriba (1) es un ejemplo del gusto por las escenas violentas, pues representa a la población cuna de la revolución industrial inglesa: el autor ha querido reflejar que durante la noche no cesa la actividad en las fábricas. Es una localidad que se encuentra en el oeste de Inglaterra. Allí se fundó una herrería aprovechando la importancia de las minas de carbón cercanas; luego sería un importante centro siderúrgico y en sus proximidades se construiría un puente de hierro, al parecer el primero con este material. Podría parecer que la moderna industria inglesa del siglo XVIII (el cuadro es de 1801) no es un tema propio del romanticismo, pero sí el tratamiento que le da este pintor. 

Otra obra suya es "Claro de luna" (1777): óleo de 57 por 72 cm. que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Estrasburgo. En el "Naufragio" muestra su preferencia por las escenas oscuras (en una época en la que todavía pintaba temas amables): es un óleo de 58 por 81 cm. que se encuentra en la Akademie der bildenden de Viena.
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(1) Óleo de 68 por 107 cm. que se encuentra en el Science Museum de Londres.

martes, 16 de octubre de 2012

Las "Causas de la guerra de España"


El hombre que encarnó mejor que nadie a la II República española, pues durante sus mandatos se llevaron a cabo las reformas más audaces -y errores graves- de dicho régimen, tuvo una visión clarividente sobre las causas que llevaron a España a la guerra de 1936. Obviamente, si una importante parte del ejército y de la jerarquía eclesiástica, de la alta burguesía y de las clases medias católicas, de sectores del campesinado propietario, y sobre todo los terratenientes, no hubiesen querido, no habría habido guerra, por muchos errores que hubiese cometido la II República, que durante más de dos años estuvo gobernada por partidos conservadores. Pero tras la conspiración militar, que es continuación de las que se produjeron en el siglo XIX, en 1923 y en 1932, se sumaron gustosos todos los grupos que encarnaban el tradicionalismo, el monarquismo y el catolicismo conservador, jugando los intereses económicos también un importante papel.

Azaña empieza su pequeño ensayo constatando que las causas de la guerra de España son de política interior y de política internacional. "Ambas series se sostienen mutuamente -dice-, de suerte que faltando la una, la otra no habría sido bastante para desencadenar tanta calamidad". Desde julio de 1936, la propaganda, arma de guerra equivalente a los gases tóxicos, hizo saber al mundo que el alzamiento militar tenía por objeto reprimir la anarquía, salir al paso de una inminente revolución comunista y librar a España del dominio de Moscú, defender la civilización cristiana en el occidente de Europa, restaurar la religión y consolidar la unidad nacional (son palabras del autor). "Los complots contra la Repúbica son casi coetáneos de la instauración del régimen... Los asaltos a viva fuerza contra el nuevo régimen no empezaron antes, porque sus enemigos necesitaron algún tiempo para reponerse del estupor y organizarse". 

"La clase media no había realizado a fondo -dice-, durante el siglo XIX, la revolución liberal" y el primer Parlamento y los primeros gobiernos republicanos tuvieron que contemporizar entre fuerzas heterogéneas. Las dificultades más graves -indica- provenían de la crisis mundial que también afectó a España: bastantes explotaciones mineras se cerraron, el carbón vivía en la quiebra, la industria del hierro y del acero se habían equipado bien durante la guerra europea, pero ya no tenían apenas otro cliente que el Estado. Los ferrocarriles, en déficit crónico, vinieron a peor, no solo por la competencia del transporte del automóvil, sino por la decadencia general del tráfico, la industria de la construcción, la más importante de Madrid, llegó a una paralización casi total.

"Cuantos conocen algo de economía española -señala- saben que la explotación lucrativa de las grandes propiedades rurales se basaba en los jornales mínimos y en el paro periódico durante cuatro o cinco meses del año, en los cuales el bracero campesino no trabaja ni come". Por su parte las repúblicas americanas no admitieron más inmigrantes españoles; al contrario, regresaron a España muchos que estaban en la emigración y "la República no aceptó la implantación del subsidio del paro forzoso, entre otras razones, porque el Tesoro no habría podido soportarlo. Fue combatida la fundación de millares de escuelas porque la instrucción era neutra en lo religioso. Había amenazas de un golpe de Estado, dado desde el poder por las derechas, y amenazas de insurreccción de las masas proletarias (se refiere sobre todo al año 1934). Azaña considera gravísima la insurrección obrera en Asturias y la insurrección del gobierno catalán: errores "irreparables", dice. 

Una vez que estalla la guerra en 1936, al no hacerse los militares golpistas con el poder en las primeras semanas, la política de no-intervención de los países europeos que firmaron las propuestas iniciales de Francia, presionada por Gran Bretaña, contribuyeron al fracaso de la República. Máxime si tenemos en cuenta que firmantes de dicho pacto, como Alemania, Portugal, Italia y la Unión Soviética lo violaron paticipando de una forma u otra en la guerra. En el caso de Alemania e Italia incluso invadiendo España con ejércitos de las tres armas, pues invasión es al fin la intervención de una potencia contra el gobierno legítimo del país invadido. La intervención de la URSS en la guerra, por medio del Partido Comunista español, además de alimentar las posibilidades militares de la República, sirvió de propaganda en contra: al fin podían decir los enemigos, ¡veis, la España roja se vende a Moscú!. Pero es que la República española, dirigida en sus comienzos por un gobierno de coalición republicano-socialista, tardó dos años en reconocer de jure a la URSS, y cuando se produjo el reconocimiento no se nombró embajador. Pero -dice Azaña- "los dirigentes soviéticos estaban convencidos de que el comunismo en España era imposible, por motivos nacionales e internacionales". 

La Sociedad de Naciones, que no tenía medios para hacer cumplir sus decisiones, no podría evitar la guerra de España, ni la II guerra mundial subisiguiente de la que la española fue un prólogo. Tampoco había conseguido evitar las agresiones de la Alemania nazi, ni la invasión de Etiopía por la Italia musoliniana. ¿Que esperar entonces de aquel organismo internacional? Se violó la legalidad internacional y la institución que tenía que ser garante de restituirla no lo hizo, cavando su propia tumba y dando un ejemplo pésimo a las nuevas generaciones. El gobierno español presentó el primer recurso ante la Sociedad de Naciones en diciembre de 1936, diciendo que la guerra de España era una grave amenaza para la paz mundial. Así sería, pero mientras tanto un comité de redacción, designado por la Comisión sexta, elaboró trabajosamente un proyecto de resolución. En el proyecto, la asamblea... lamenta que... no solamente el Comité de No-Intervención no haya conseguido la retirada de los combatientes no españoles que participan en la guerra de España..., lo que constituye una intervención extranjera en España... (el subrayado es mío). Pero la Asamblea no aprobó este texto porque no pudo lograrse la unanimidad exigida. 

El ejércto de la República, una vez la traición de la mayor parte de los oficiales del arma de Tierra, se improvisó con las milicias, ineficaces por lo menos hasta que se integraron en el ejército regular. El gobierno republicano dio armas al pueblo para defender los accesos a la capital. Se repartieron algunos miles de fusiles -dice Azaña-, pero en Madrid mismo, y sobre todo en Barcelona, Valencia y otros puntos, las masas asaltaron los cuarteles y se llevaron las armas. En Barcelona ocuparon todos los establecimientos militares. El material, ya escaso, desapareció. Quemaron los registros de movilización, quemaron las monturas... Para estimular la recluta el gobierno tuvo que elevar la paga cinco veces a la habitual hasta entonces, lo que representó para el Tesoro público una carga exorbitante. Las milicias populares no tenían conexión entre unas y otras, no había fusiles para todos; la fábrica de Murcia y la de Toledo producían menos de una tonelada de pólvora y trescientos mil cartuchos de fusil cada venticuatro horas. Una brigada de la FAI abandonó, por enojos con el jefe del sector, los embalses de agua que abastecían a la capital. Por suerte -dice Azaña- el enemigo no se enteró. 

El Estado republicano tuvo que hacer reformas, repartir la riqueza de que disponía la nación, atender a los servicios básicos de la población -cuando pudo- y al mismo tiempo soportar una revolución que en Cataluña, en parte de Aragón, en Andalucía, los anarquistas estaban llevando a cabo. En agosto de 1936 -sigue diciendo Azaña- los más pesimitas no creían que la guerra se prolongase hasta el año nuevo, y así mismo creían los enemigos. La facilidad relativa con que el movimiento insurgente fue sofocado en la capital hizo pensar de tal manera. Cuando en torno a septiembre de 1937 cae el norte en manos de los insurgentes, las cosas se verán de muy otra manera. Para entonces parte de la economía estaba ya en manos de los sindicatos, asumiendo la dirección administrativa de los grandes servicios públicos; creando cada sindical servicios propios; sustituyéndose a los patronos en las empresas privadas. Pero antes de perderse el norte para la República el caos ya estaba dado: además del gobierno vasco, un gobierno en Santander, que contaba incluso con un ministro de Relaciones Exteriores; y en Asturias, estando la provincia a punto de perderse, los dirigentes políticos erigieron un "gobierno soberano", nada menos, que desató una campaña terrible contra el gobierno de la República, del que se suponía amigo. 

En 1935, preparando una campaña electoral, había escrito Azaña: En nuestros conflictos políticos, la República tiene que ser una solución de término medio, transaccional... Nada duradero se funda sobre la desesperación y la violencia. La República no puede fundarse sobre ningún extremismo. Por el solo hecho de ser extremismo, tendría en contra a las cuatro quintas partes del país. Estas palabras demuestran hasta que punto Azaña había aprendido de los años anteriores a 1935, pero también demuestran su personalidad. Se equivocó sin embargo porque no contó con la enorme coalición de fuerzas que se estaba fraguando contra la República, la coalición de fuerzas que gobernaría España, desde 1939, durante casi cuatro décadas. 

(Incompleto)

Neandertales y sapiens

La cueva de Feldhof (Neandertal) al oeste de Alemania y expansión de este homo
La especie de hombres neandertales existió durante más de 200.000 años (entre 230.000 ó antes hasta hace unos 30.000 años, cuando comenzó su extinción). Ese largo período de tiempo llevó a distintas manifestaciones culturales que los paleontólogos y arqueólogos han advertido en el continente europeo al estudiar los fósiles y los enterramientos, además de los materiales (útiles). Desde los primeros fósiles de esta especie, descubiertos en la primera mitad del siglo XIX en Engil (Bélgica) y más tarde en Gibraltar, hasta los fósiles encontrados en Feldhof (Neandertal), cabe distinguir una evolución y una expansión (esta última se muestra en el mapa y los colores corresponden a características comunes cada uno de ellos. Por ejemplo, un cadáver neandertal aparecido en una cueva de Dordoña (Francia) contenía un cuerpo enterrado en posición fetal con herramientas y alimentos, un cráneo de oso en el borde de la tumba y polen de flores, quizá concebidas como plantas medicinales.

Como el homo actual existe desde hace, por lo menos, 120.000 años, parece evidente que neandertal y sapiens existieron al mismo tiempo; otra cosa es que se conocieran y menos que tuviesen descendencia conjuntamente, antes de que neandertal se estinguiese. 

Recientemente se ha avivado la discusión sobre este asunto, hasta el punto de que hay expertos que aseguran dichas especies "convivieron pacíficamente en el norte de Israel". Hachas de piedra y puntas de flecha de sílex han sido encontradas en cuevas donde parece estar acreditada la convivencia de las dos especies. De ello se ha hecho eco, entre otros, la publiación The Times, informando que las dos ramas vivieron al mismo tiempo en una cordillera de la costa (cueva River, en Nahal Me'arot; en realidad varias cuevas: Tabun, Jamal, el-Wad y Skhul). Ninguno de los huesos encontrados en estas cuevas tenían heridas mortales, según el arqueólogo Daniel Kaufman, que acredita también rituales funerarios de los neandertales y facilidad para fabricar herramientas. El citado ha dicho que "si ese mestizaje tuvo lugar, debió haber sido aquí". Por otra parte ciertos estudios genéticos indican que los europeos modernos tienen entre un 1 y un 4 por ciento de sus genes procedentes de los neandertales.

Pero otros expertos niegan que hubiese contacto entre neandertales y sapiens; menos aún que tuviesen descendientes comunes. Parce que la desaparición del hombre neandertal en la península Ibérica está relacionada con la llegada de sapiens, pero David Santamaría, de la Universidad de Oviedo, sostiene que tal cosa no es cierta. Aquí ambos linajes no llegaron a coincidir en el tiempo -dice- tras una larga investigación en la que intenta demostrar que los que sostienen lo contrario se basan en datos de estratigrafía erróneos y en dataciones poco precisas. Otros consideran que la desaparición de neandertales se debe a la superioridad numérica de sapiens, pero esto podría deberse a que una lenta extención había comenzado entre neandertales. Cambios climáticos a los que esta especie no se adaptó pudieron contribuir a su extinción.

Los que han hecho coindicir a neanderetales y sapiens en la península Ibérica se basan en investigaciones realizadas en la cueva del Castillo, Cantabria. David Santamaría dice que ha habido, a lo largo del tiempo, una alteración de los niveles estratigráficos, con la mezcla de materiales que dificulta llegar a aquellas conclusiones de "convivencia". Su investigación parte del abrigo de la Viña (La Manzaneda, Oviedo) y la cueva de Sidrón (Borines, Piloña). De la estratigrafía de estos yacimientos proceden los datos que más tarde contrastó en otros yacimientos de Cantabria y Gibraltar, lo que le ha permitido decir que "la especie que nos precedió no resistió en las cuevas del sur hasta hace 25.000 años, sino que su rastro se perdió para siempre más de una decena de miles de años antes, y por lo tanto antes de la llega de sapiens a la península". Las espadas, pues, están en alto.

lunes, 15 de octubre de 2012

La justicia en la antigua Roma

Restos de la basílica de Majencio (s. IV)
Les atienden oyentes parecidos a estos actores, comprados y sobornados. Se busca un jefe de claque; se ofrecen dádivas en plena sala de juicio. Por esto han sido llamados no sin gracia 'sofocleos, porque claman sofós' [¡bravo!]; a estos mismos se les aplica el nombre latino 'laudicenos' [aquellas personas que alaban a cambio de algo]; sin embargo, esta infamia, designada en las dos lenguas, se acrecienta cada día más.

Así habla Plino a su amigo Máximo, hombre de letras que puede entender perfectamente los cultismos que utiliza aquel. Y así expresa su opinión Plinio sobre el funcionamiento de la justicia ordinaria en la ciudad de Roma, por lo que cabe pensar que también en otras partes del imperio o, al menos, en Italia.

Ayer -continúa- dos esclavos míos (tienen realmente la edad de los que hace poco han tomado la toga) fueron incitados a mostrarse elogiosos por tres denarios cada uno. Tanto vale ser muy elocuente. Con esta paga se abarrotan los escaños aunque sean numerosos; con ella se concita una enorme asamblea; con ella se provocan aplausos sin cuento cuando el jefe de coro da la señal. En efecto, se necesita una señal para los no entendidos y ni siquiera oyentes, pues la mayor parte no oye ni elogia a nadie más. Si alguna vez pasas por la sala de juicios y quieres saber de que manera habla cada uno, no tienes que entrar al juicio ni que prestar atención; es sencillo adivinarlo: sabrás que quien habla peor es el más elogiado.

Un gran escritor Plinio, una gran civilización la romana, autora de una lengua de cultura, de un derecho positivo que ha atravesado los siglos, de una ingeniería y una arquitectura admirables, pero una sociedad corrompida en muchos aspectos, y el de la justicia es solo un ejemplo. Continúa Plinio:

Larcio Licinio (1) presentó el primero este tipo de audiencia, que reunía a sus oyentes solo con muchas súplicas. Recuerdo haberlo escuchado ciertamente así de Quintiliano, mi maestro [el rétor originario de Calahorra]. Contaba él: Acompañaba yo a Domicio Afer [orador de Nimes]. Al estar hablando ante los centunviros severa y lentamente (pues este era su tipo de discurso), escuchó en sus cercanías un griterío desmesurado y desacostumbrado. Calló sorprendido; cuando se hizo el silencio, prosiguió lo que había interrumpido. De nuevo el griterío; de nuevo calló, y, después que hubo silencio, comenzó a hablar. Y así una tercera vez. Finalmente preguntó que quien hablaba. Se le respondió: Licinio. Entonces, abandonando el proceso, dijo: centunviros, este arte ha muerto. Por lo demás -continúa Plinio- comenzaba a morir cuando le parecía a Afer que había muerto, pero ahora está completamente aniquilado y destruído. Me avergüenza... y sigue diciendo que esos juicios le parecen vergonzosos, proponiéndose dejar de asistir a ellos, lo cual supone el comienzo de una retirada paulatina.

Estaba Plinio en un momento en que se ocupaba de los procesos centunvirales (2) y confiesa que la mayor parte de ellos son insignificantes y mezquinos, aunque de vez en cuando se presentaba alguno más interesante tanto por la celebridad de los implicados como por la importancia del asunto. Habla de los jóvenes centunviros con desprecio, porque son desconocidos, y recuerda que antes los jóvenes, incluso los de más rango, debían ser presentados por algún excónsul para poder ejercer. Ahora -dice- todo está abierto a todos y no son presentados, sino que irrumpen por sí mismos. Clasista Plinio, tradicionalista, pagado de sí mismo, fue un buen ejemplo de gran escritor y de funcionario sin escrúpulos, y la política en Asia a favor del emperador Trajano así lo demuestra.
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(1) Abogado y legado en la Tarraconense, donde morirá. Escribió "Ciceromastix". De él dice Plinio que había querido comprar las obras de su tío (Plinio el viejo) por 40.000 sestercios.
(2) En época imperial el tribunal de los centunviros estaba compuesto por 180 jueces que celebraban sus sesiones en la basílica Julia. Entendía sobre asuntos de propiedad, tutela, parentesco y herencia.

domingo, 14 de octubre de 2012

Los reaccionarios españoles

Donoso Cortés
En un ensayo de Julio Aróstegui (1) sostiene que "hay una tradición liberal española que va de los 'doceañistas' a Blasco Ibáñez, de los demócratas y republicanos como Fernando Garrido al republicanismo de los años veinte y treinta del siglo XX".

Pero esa tradición liberal, como en otros países, ha chocado con procesos de resistencia, y se queja el historiador citado de que hay una gran indigencia historiográfica en relación a dichos procesos de resistencia, como no sean los estudios que sobre el carlismo se han hecho (él uno de ellos). Lo que en Europa se ha llamado legitimismo se ha traducido en España por carlismo, de acuerdo con el profundo antiliberalismo que entraña. Donoso Cortés, Menéndez Pelayo y Maeztu se han preocupado del tradicionalismo español, pero no es suficiente, sobre todo porque se trata de estudiosos de épocas que ya resultan remotas. 

Por otra parte, los agentes de la reacción a los cambios del liberalismo no han sido solamente elementos de la aristocracia, sino también del clero, del campesinado, del artesanado y de cierta burguesía conservadora que, siendo capaz de asumir algunos presupuestos del progreso, se amedrenta a la primera de cambio. Además, Aróstegui no plantea la dialéctica entre revolución liberal y reacción antiliberal como si esta última no aportase nada; muy al contrario, señala que tiene su propia lógica e hizo sus propuestas, que deben ser estudiadas y tenidas en cuenta. 

Contrariamente a lo que G. Lefevbre señaló sobre la revolución francesa, que no había sido una, sino tres, en España, como en el transcurso de otras transiciones revolucionarias, no se da. En la Francia de finales del siglo XVIII, a la burguesía que quería cambios políticos (junto a cierta aristocracia culta y algunos miembros del clero) se unió un campesinado (no todo) que quiso espacar del sistema feudal, y un bajo pueblo que quiso librarse de los oprobios sufridos durante siglos. Pero mientras en el caso de Francia, Alemania o Gran Bretaña, la historiografía que se ha ocupado de la contrarrevolución es abundante o suficiente, en España no ocurre lo mismo. Cuando Talleyrand o Metternich -dice Aróstegui- pretenden la restauración legitimista, "contemplan poco una mera vuelta atrás... arcaísmo es una cosa y contrarrevolución otra". Los contrarrevolucionarios, ante la avalancha de ideas liberales, dan alternativas. Los reaccionarios "pueden objetivamente oponerse al progreso pero en modo alguno ideologizan de esa forma su actitud... Lo que debe reputarse erróneo es el pensamiento de que todos los movimientos que no representan el futuro en perspectiva histórica no tienen, a su vez, una determinada eficacia histórica, un sentido y un papel". 

Hace tiempo que leí a Gil Pacharromán la idea de que el Imperio Austro-húngaro, antes de sus pretensiones sobre Bosnia en 1908, jugó un papel estabilizador en su área de influencia, por muy reaccionario que pueda haber parecido a la historiografía. Aquel imperio tenía su lógica, y permitió que se desarrollasen económicasmente muchas regiones de él dependientes, particularmente lo que hoy conocemos como Chequia. Hay que considerar que los reaccionarios cuentan como aliados de sus ideas "los profundos problemas de la destrucción del mundo campesino tradicional".

(Incompleto).
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(1) "La contrarrevolución española en el contexto de la contrarrevolución en Europa".

Los que se comieron Galicia

Fortaleza de los Andrade en Pontedeume
Tras la gran crisis del siglo XIV, que Galicia sufrió como otras muchas partes de Europa, muchos campos se quedaron sin cultivar porque muchos campesinos perecieron ante las embestidas de la peste negra. Los señores quisieron mantener el mismo nivel de rentas que con anterioridad y ello motivó una serie de conflictos sociales que, aunque ya se habían conocido con anterioridad, se agudizaron y reiteraron ahora si cabe con más violencia. 

Aquellos cuerpos desnutridos por dietas insuficientes fueron víctimas, con facilidad, de las pandemias, y muchos concejos acudían a los señores y al propio rey para que aflojasen en sus exigencias de impuestos o prestaciones, pues las economías domésticas no lo soportaban. Un ejemplo de ello lo tenemos en Baiona: Gonçalvo Fernández, notario público, levanta acta de como dos vecinos tenían arrendado al convento del monasterio de Oia la mitad de un horno, además de una casa tras el castillo y heredades y heredamientos... (enero de 1349). En definitiva, los vecinos pedían una moratoria o disminución de la renta que debían pagar al monasterio.

Otro es el caso de Chantada, de fecha 13 de septiembre de 1350: la iglesia de San Xoán de Cabreiros, en Chantada (Lugo) había quedado vacante y no se podía cubrir con un sustituto, por lo que el abad del monasterio de San Salvador de Chantada pide al obispo de Lugo que dicha parroquia se una a la de Santa María de Camporramiro. Un cura que se ha de contentar con las rentas de una sola parroquia cuando ha de regir dos.

Los nobles de Galicia no se van a quedar quietos: si pierden por un lado han de resarcirse por el otro, de manera que se hacen abades de los monasterios (mediante el sistema de encomiendas forzosas) con el único objeto de percibir sus rentas. Un caso se pone de manifiesto en la carta real de Juan I ordenando a Vasco Gómez das Seixas para que deje la encomienda del convento de San Esteban de Chouzán (Chantada). Situaciones como esta llevaban aparejada la violencia, ejemplo de lo cual tenemos en el caballero Álvaro Sánchez desde su fortaleza de Felpós (Palas de Rei, Lugo): 

En este tiempo [1320] un cierto caballero llamado Alvaro Sánchez de Ulloa, que moraba en territorio realengo, mató a algunos de los vasallos de la Iglesia [de Santiago], hirió a otros y encarceló a otros más en su fortaleza llamada de Felpós; después les extorsionó gran cantidad de dinero, no sin haberlos sometido previamente a graves tormentos y penas. Cuando el santo varón [el arzobispo Berenguel deLandoira] oyó esto, lo llevó muy mal, y juzgó como propia la ofensa inferida a aquellos. Envió al mencionado caballero sus nuncios con cartas suyas, y lo requirió más de una vez y lo amonestó para que se cuidase de reparar cuanto antes las injurias inferidas a él y a sus vasallos; en caso contrario, él mismo le exigiría una condigna reparación y corrección, a pesar de habitar fuera del dominio de la tierra de su Iglesia. El caballero, tomándolo a chacota, endurecido en su malicia, añadió palabras malas e injuriosas a sus malas obras...

Pero el arzobispo Berenguel, citado en el documento anterior, no se libró de la oposición vecinal: los de Compostela, capitaneados por el hidalgo Alonso Suárez de Deza, rechazaron el señorío arzobispal y declararon la ciudad de realengo, hartos de pagar tributos y servicios al arzobispo. En 1418 contamos con nuevos levantamientos de los vecinos de Santiago contra el arzobispo Lope de Mendoza, acusado de no impartir justicia, extendiéndose las revueltas a Ourense, Tui y Lugo, ciudades obispales también.

Algunos nobles se alían con otros; en otras ocasiones guerrean entre sí por un territorio, unos vasallos o unas rentas. A veces aparecen aliados al propio rey, como en el caso de Fernando de Castro, que recibe de Pedro I los condados gallegos de Sarria, Lemos y Trastámara, que pertenecían al hermado del rey, Enrique, en lucha con aquel. Los nobles, como es sabido, sufren la crueldad de los reyes en ocasiones, pues está en juego la supremacía monárquica u oligárquica; por su parte también Enrique II recompensó a sus aliados, uno de ellos Fernán Pérez de Andrade, recibiendo el señorío sobre las villas de Ferrol y Pontedeume. 

La invasión portuguesa de Galicia en 1369 es motivo para nuevas alianzas y violencias, pues la hija del rey Pedro de Castilla era la esposa del inglés duque de Lancáster (aliado de la monarquía portuguesa), prolongándose la guerra civil castellana en Galicia hasta 1370, pues el duque de Lancáster, a su vez, invadirá Galicia en dicho año.

Pero los grandes conflictos sociales del siglo XV en Galicia superarán a los anteriores: la primera guerra irmandiña da comienzo en 1429 contra Nuño Freire de Andrade, dirigiendo a los irmandiños Roi Xordo. En 1433 se ha de producir un pacto entre el concejo de Pontevedra y Suero Gomez de Sotomayor para que este defienda a la villa de su mismo padre, Pay Gómez de Sotomayor. La Xunta de Melide reunió, en 1466, a varios dirigentes de la hermandad, concejos de Galicia y miembros de la nobleza gallega (Pérez de Andrade, Gómez Pérez das Mariñas, Sancho Sánchez de Ulloa) para luchar contra otros nobles a los que se acusa de abusos sin cuento y se pacta derribar sus fortalezas, donde daban cobijo a malhechores que actuaban a su dictado.

Una nueva guerra irmandiña unirá a clérigos, concejos, artesanos y campesinos contra la más alta y ambiciosa nobleza por sus abusos contínuos, verdadero hito de la conflictividad social en Galicia. El movimiento antiseñorial se dividirá entre los moderados y los radicales: será su ruina, y un pleito posterior dejará constancia de las casas fuertes, torres y castillos que los irmandiños habían derribado. Pero mientras tanto los señores de Maceda en Ourense, los de Monterrei en la tierra de Verín, los de Lemos en Monforte (sur de Lugo), los Sotomayor en la raya galaico-portuguesa, los Sarmiento en Ribadavia y los Andrade en Pontedeume, entre otros, se habían comido Galicia.

Los campesinos y vecinos de las villas y ciudades no fueron los únicos que sufrieron aquella violencia y exacciones: también la Iglesia, hasta el punto de que los papas Calixto III (1455) y luego Paulo II, excomulgaron a varios nobles usurpadores. Poco les importó: sabían bien distinguir las penas temporales de las espirituales, y en cuanto a estas suponían había tiempo para remediar sus males. De igual manera que Sánchez de Ulloa se burló del obispo de Lugo, la más alta nobleza gallega (la que cayó más bajo) se burló de sendos papas (no ignoraban que los arzobispos de Santiago, obispos y monasterios, también tenían sus culpas).

La marcha de la revolución

Iglesia de los bernardos donde se reunían los feuillants

Desde 1789 hasta, por lo menos, diez años más tarde, los revolucionarios franceses y los partidarios del absolutismo se matan entre sí; pero también los revolucionarios se devoran a sí mismos. El individualismo de las principales figuras fue un obstáculo para evitar tanta destrucción y muertes, pero las ideas estaban maduras y triunfaron al fin, aunque a un coste enorme. En realidad Francia estuvo en guerra civil no declarada durante todo ese tiempo.

Allí cada uno tenía una idea de por donde debía ir el país y se comportaba de forma excluyente con respecto a los demás. Era un liberalismo muy teórico que, al llevarse a la práctica, adolecía de muchísimos defectos (traiciones, conspiraciones, ejecuciones, abusos, verdaderos crímenes). No parece que la Revolución Francesa haya sido más violenta que otros movimientos sociales y políticos a lo largo de la historia, pero el hecho de que se haya hablado del "terror" la hace parecer especialmente violenta, y en realidad lo fue.

Lo primero fue excluir a los feuillants acusados de monárquicos, lo que ellos no ocultaban, pero estaban dispuestos a aceptar una Constitución, seguramente muy moderada. Logicamente se opusieron al derrocamiento del rey una vez que este huyó a Varennes al comenzar el verano de 1791. Es curioso que fueron una escisión de los jacobinos, que todavía no habían adquirido el carácter radical que luego tendrían. A los feuillants se les veía cerca del palacio de las Tullerías, temiéndose lo peor y conspirando continuamente. Barnave, su lider más evidente, será ejecutado. ¿Como excluir a los monárquicos si probablemente la mayor parte de los franceses lo eran?

Los diputados girondinos, así llamados posteriormente y sobre todo desde que Lamartine publicó una obra con este nombre, se oponían a los jacobinos porque estos, que procedían en su mayor parte del departamento del Sena, eran partidarios de una república democrática y centralista, mientras que aquellos aspiraban a la autonomía de las regiones del sur, de donde procedían la mayoría. Los girondinos defendían los intereses de la gran burguesía francesa, sobre todo la dedicada al comercio ultramarino. Su momento estuvo entre 1792 y 1793, pero en este último año sus dirigentes fueron guillotinados. Se habían opuesto a la condena del rey y también a la creación de un Tribunal revolucionario. A ellos se debe la detención de Marat, aunque resultaría absuelto antes de la conspiración contra él y de su muerte. También se opusieron al Comité de Salvación Pública y a la Comuna de París, que organizó varios motines en la capital entre mayo y junio de 1793. Siguen los arrestos de los girondinos y Brissot es guillotinado. Había sido uno de los principales alentadores de las guerras de Francia contra las monarquías absolutas europeas: ¿como concebir una Francia liberal rodeada de absolutistas?

En 1795 vino la eliminación de los montañeses, una facción de los jacobinos que eran radicalmente republicanos. Marat, Danton y Robespierre (este guillotinado en 1794) fueron sus dirigentes más notables, representantes de la pequeña burguesía culta y relacionados con la punta de lanza de la revolución en las calles: los sans-culottes. La influencia de estos llevó a los jacobinos a practicar el terror, que ellos mismos padecerían a partir de la reacción termidoriana. La influencia de los sans-culottes llevó también a Roberspierre a comprender que la revolución no podía quedarse en reformas políticas, sino que había que atender a las necesidades sociales del pueblo bajo. La revolución se anchea, sobre todo con la participación del campesinado, tanto el que apoya al tradiconalismo como por el que quiere librarse de la opresión feudal.

Una excrecencia de los jacobinos fueron los enragés (rabiosos a falta de mejor traducción), entre los que quizá haya que considerar a Hebert, arrestado y ejecutado en 1794 junto a Danton y Desmoulins, que sin embargo encarnaban una versión moderada dentro de la familia jacobina (indulgentes), partidarios de evitar el terror y la guerra con los países europeos. Es el momento en que triunfa la reacción termidoriana: la Convención sigue existiendo pero Francia estará ahora en manos de la burguesía conservadora. Se persigue a los jacobinos por parte de los monárquicos, se aprueba la Constitución de 1795 y se elimina el sufragio universal masculino, volviéndose al censitario de 1791. La guerra con Europa continúa mientras las revueltas de abril y mayo de 1795 llevan a nuevas detenciones y ejecuciones: el terror seguía pero practicado por otros.

Los revolucionarios franceses no tenían un proyecto, sino muchos, casi tantos como cabezas pensantes, casi tantos como grupos sociales se incoporaron a la revolución. Los sans-culottes querían vengarse de tantos siglos de oprobios y burlas, abusos y crímenes contra ellos. Los campesinos podían estar dominados por uno u otro líder según las regiones de Francia, pero muchos abrazaron con gusto el fin del feudalismo. No hubo una cabeza que aglutinase a todas las facciones; no hubo un grupo que estuviese imbuido de ideas realmente democráticas como más tarde se concibieron (y capaz de arrastrar a los demás por la fuerza de la razón). Jugaron mucho los intereses económicos que unos y otros representaban, jugaron mucho las visiones estratégicas en el conjunto de Europa, una Europa que tampoco estaba dispuesta a dejar vivir a la revolución. Quizá no fue posible una revolución muy diferente a la que se vivió y que hemos heredado.

sábado, 13 de octubre de 2012

El antiguo paisaje de los Países Bajos

Vista de Naarden (Ruysdael, 1647)
En el siglo XVII las Provincias Unidas eran un emporio económico por su relación con las provincias del sur (la actual Bélgica), el norte de Francia e Inglaterra, además de por la prosperidad de su comercio ultramarino. En el pequeño país que se asoma al mar del Norte, en el centro de la línea costera, está Naarden, ciudad donde nación Jacob I. Ruysdael, uno de los paisajistas más notables del siglo y de todos los tiempos. Debió conocer bien su país de turberas y arenales en el norte, bosques de árboles caducifolios como los abedules, los robles, los fresnos y los sauces; las landas con sus matorrales, las marismas y los cielos turbulentos buena parte del año. País llano y bajo, las influencias atmosféricas del Atlántico norte no encuentran obstáculo para penetrar hasta el límite este y aún seguir por la gran llanura europea. 

Ruysdael, que vivió buena parte de su vida en la pobreza, pues su obra se reconoció más tarde, debió visitar las regiones de Overijssel y Brabante, llanas como la mayoría del país, la meseta de Limburgo al sureste y los terrenos aluviales del litoral, como en Zelanda y Holanda. Pudo ver ya los canales y los molinos característicos de las zonas rurales, pero también en las afueras de las ciudades. El clima lluvioso y frío, pero no en exceso, configuró ese paisaje que Ruysdael, junto con Hobbema, supo plasmar tan bien, pero el primero con el matiz poético que inspiran las soledades. No pinta figuras humanas, no pinta animales; las ciudades se intuyen en la lejanía, y lo que predomina es la vegetación y los cielos brumosos.

No vivió muchos años, apenas cincuenta y cuatro, teniendo que ser atentido al final de su vida en un hospicio para pobres por intercesión de los menonitas, grupo reformado desde la centuria anterior cuya característica principal es el pacifismo. Conoció el artista las riberas y la desembocadura del río Spaarne; aprendió el arte de la pintura de su padre y de un tío suyo; con toda seguridad conoció a Hobbema y a Rembrandt. También gustó Ruysdael de los paisajes costeros y marinos, y cuando pinta montañas -muy pocas veces- se habrá inspirado en las que pudo conocer en otros países, o bien de las obras de otros artistas más cosmopolitas que él. 

Sus verdes y sus grises convienen al paisaje y la atmósfera de su país, al clima dominante, a las soledades y frialdad de los espacios. Quizá no haya ejemplo mejor donde se dé la simbiosis entre un artista y el paisaje de su tierra.

El ejército liberal en Galicia

Juan Díaz Porlier
La tesis del profesor José Ramón Barreiro es que el factor determinante que permitió extender las ideas liberales en Galicia fue el ejército. La pequeñez de las ciudades gallegas, y por lo tanto la escasa relevancia económica e influencia de su burguesía, hizo que el ejército, entreverado de elementos populares a partir de la guerra de independencia, fuese el elemento liberal por excelencia, aunque hubo, logicamente, militares absolutistas. 

Vigo tenía, en 1877, 13.416 habitantes, y en 1900, 23.259. Todavía no se habían unido a dicha ciudad las poblaciones de Bouzas (1904) y Lavadores (1941) que tenían, en el último año citado, 7.569 y 15.085 habitantes respectivamente. Santiago tenía, en 1857, algo menos de 27.000 habitantes; A Coruña algo más de 27.000; Ourense 6.872; Lugo 8.054 y Ferrol 17.404. 

Durante la guerra de la independencia, y luego durante la primera guerra carlista, pueblo y ejército se relacionan muy estrechamente. El oficial del ejército, que ha dejado de ser aristócrata aunque algunos todavía lo eran, ve las necesidades y abusos que sufre la población y conviene en que la liberetad es una conquista necesaria. Por otra parte muchos elementos populares alcanzan grados en el ejército por sus actos heroicos, cuyo ejemplo más notable es Espoz y Mina. "Nunca el ejército fue tan popular. Nunca el pueblo sntió tan suyo al ejército español", dice el autor citado. El concepto de patria cobra ahora carta de naturaleza y el espíritu romántico, que ensalza al héroe, al que se arriesga, al que lucha por un ideal o desinteresadamente, hace el resto. 

La conspiración, inherente al romanticismo más puro, se hace dueña del ejército al no estar arraigado el sufragio, o al falsearse en numerosas ocasiones. Pero los conspiradores actúan muchas veces de forma impreparada, como es el caso de Espoz y Mina en Pamplona solo restablecerse el absolutismo en 1814, o de Díaz Porlier en A Coruña al año siguiente. El masón Lacy se levanta en Valencia con Miláns del Bosch en 1817, pero, fracasados, mientras el segundo logra escapar, el primero es fusilado en Mallorca. 

El ejército se hace profesional, y no solo los cuadros superiores, y se mezcla con la sociedad civil participando en tertulias, conferencias, actos sociales y festivos. Participa también activamente en la política: hubo legislaturas -dice Barreiro- en las que la presencia militar de Galicia en el Parlamento alcanzó más del 30%. Espoz y Mina, el general Quiroga, Manuel Llorente, Santos Allende, Iriarte, Ramon Pardiñas, Rodil, Armero Millares, Facundo Infante, Seoane, Antonio M. Montenegro, Ramón Losada, Vázquez Moscoso, García Camba, Juan José Moure, Lasaña, Arce, Rubín, Caramés, Pedro Cuenca y los marinos Méndez Núñez, Martínez Viñalet, Olegario Cuetos, Pumarejo, Gutiérrez de Rubalcaba, Antonio Doral, Roca de Togores, García Flórez, Núñez Falcón... No todos estarían convencidos de igual manera sobre el liberalismo, pero el mero hecho de participar en un foro liberal les haría ir adaptándose a la jerga, a los usos, a la práctica de la libertad. 

Algunos periódicos también jugaron un papel divulgador de las ideas liberales, todos impresos en Santiago y en A Coruña. Esta última fue elegida por las Cortes como capital administrativa de Galicia y aquí se constituye el gobierno político y la Diputación única de toda Galicia. En A Coruña residen, igualmente, la Hacienda, la Real Audiencia y la Capitanía General. 

"Consta documentalmente la intensa relación existente entre los liberales de Cádiz y los liberales coruñeses, dirigidos políticamente y a distancia por aquellos". De esta forma se va introduciendo el ideario liberal en los cuarteles. En la prensa liberal colabora el comisario de guerra Lorenzo Perabeles y el auditor de guerra García Sala; contra los absolutistas se esfuerza el comisario de guerra Suárez del Villar, y el teniente coronel Rivera y Gil publica El Filósofo Cristiano, que en 1815 apareció en el "Índice" de obras prohibidas. El capitán de Fragata José O'Connock, con destino en Ferrol, actuó de espía para el Gobierno durante la ocupación francesa, internándose en los ejércitos napoleónicos "vestido de harapos de peregrino". Como el liberalismo de la época tenía que imponerse al absolutismo, se entiende un practica que hoy nos choca: formando parte O'Connock de la Junta de Censura de Galicia, perseguirá a las publicaciones absolutistas, e igual hace Gonzalo Mosquera cuando ocupa un puesto en aquel organismo. Antonio Pacheco colabora, por su parte, en el periódico liberal gallego, El Ciudadano por la Constitución.

Otros militares que pagaron su colaboración con el liberalismo fueron León de Palacios, Menéndez (comisario de guerra), Mateo Fernández y Juan A. Varela (comisario de guerra). Cuando Lacy sea nombrado Capitán General de Galicia, en colaboración con los miembros del club La Esperanza, se esforzó en que toda la tropa jurase la Constitución "con la condición de no obedecer al Rey mientras no la jurase". En 1817, mientras Lacy se pronuncia en Valencia, se descubre una conspiración en Santiago con participación civil y militar y en la que probablemente estuvo el director de la Escuela Militar, Pascual Basadre.
Cuando se produce el levantamiento de Riego en 1820 es secundado en Galicia por Pedro Argar y Bustillo, Álvarez de Acevedo, Carlos Espinosa, Manuel Latre y el capitán de navío Joaquín Freire. Parece que desde A Coruña actuó el americano José M. Michelena. Entonces es nombrado Capitán General de Galicia Espoz y Mina, que combate las partidas realistas en el país, pero en 1823 el ejército se divide y una parte decide apoyar a los invasores franceses del duque de Angulema. Quiroga y Méndez Vigo se mantienen fieles al liberalismo y tienen que partir para el exilio.

En Inglaterra se concentran Espoz, Quiroga, Espinosa, Vigo, Romay, Palarea, Novella, Miláns, O'Donnell, Pita da Veiga, Van Halen, Llorente, López Baños, Villalba, Álava, los almirantes Valdés y Chacón y el capitán de navío Pumarejo; también Torrijos. Allí están junto con los civiles Mendizábal, Argüelles, Toreno, Istúriz y Alcalá Galiano. Según José R. Barreiro allí viven con una cierta altivez, consecuencia de que tienen a gala ser liberales. Álava recibe ayuda de Wellington y todos reciben ayuda económica del gobierno inglés. Alcalá Galiano escribe, como también lo hacen Urcullu y Villanueva; otros dan clases particulares, frabrican chocolate (Oliván, Iriarte, Vicuña), zapatos, velos, collares y otros adornos, polvos dentríficos... Cuando se produzca la amanistía de 1832 estarán listos, muchos de ellos, para el otro gran combate: la primera guerra carlista que desangrará a media España.