Sila, Mario, Pompeyo, César y
otros practicaron, según Francisco Pina Polo, un “individualismo competitivo”
en medio de las corrientes ideológicas del final de la república romana (1). El
mismo autor señala que la historia política de la república romana se ha basado
en el estudio de las grandes figuras políticas y militares, donde la nobleza
tenía casi un monopolio. Las diversas facciones no parecen haber implicado una
alianza duradera de familias o individuos, sino una combinación coyuntural.
Salustio (2) habla de facciones peyorativamente, porque estas no tenían
programas definidos, sino que eran plataformas para aspiraciones personales.
Las antiguas gentes, que pervivían en la época que estudiamos, ya no tenían, sin
embargo, la coherencia de antaño y dentro de las gentes había individuos que separaban sus intereses del resto, es
decir, las gentes no actuaban como
unidad. Las alianzas eran generalmente efímeras, como las cotiones, o ententes electorales para eliminar a un adversario,
pero nada más. Así se refiere Asconio (3) a la unión entre Catilina y Cayo
Antonio contra Cicerón. En definitiva, no había partidos políticos ni programas
fijos, pero cada dirigente se procuraba una serie de clientes que fueron la
base permanente para el ascenso, clientes que vinieron del extraordinario
incremento del número de ciudadanos romanos, sobre todo con la concesión de la
ciudadanía plena a todos los itálicos tras la guerra social entre 91 y 88 a. de C. No obstante, su
inclusión masiva en el censo hubo de esperar al año 70 a. de C., aunque solo una
pequeña parte hizo uso habitualmente del voto. Los electores, además,
estuvieron dispuestos a dar su apoyo a quien les ofreciera más beneficios.
Ya durante las últimas décadas
del s. II a. de C. diversas leyes tabelarias (4) habían promovido la
introducción progresiva en los comicios electorales, judiciales y legislativos
el sufragio escrito y secreto, lo cual hizo más difícil controlar a los
clientes y la movilidad social, en el siglo I a. de C., fue mucho mayor que con
anterioridad, lo que posibilitó el acceso a la política de hombres “nuevos”,
sin lustre nobiliario. Arraigó entonces la costumbre de situar las tumbas a lo
largo de las vías de entrada a Roma y luego en toda Italia; al mismo tiempo los
grandes políticos y generales redactaron memorias autobiográficas por sí o por
medio de otros. Lo primero se hizo pensando en el espectador, que podría ir
fijándose en el nombre del que estaba enterrado aquí y allá; lo segundo intentó
trascender la muerte. Catón el viejo, que vivió entre los siglos III y II a. de
C., puede ser considerado un precedente de esto con su Orígenes, donde nos ha dejado datos sobre las ciudades italianas,
que otros autores han recogido antes de que se perdiese.
Lo cierto es que estos actos
autopublicitarios se dan al mismo tiempo que en Roma aumenta hasta límites
desconocidos la competitividad dentro de las clases dirigentes: individualismo
y competencia se unen a las inmensas posibilidades de enriquecimiento debido a
la expansión imperial, lo que en no pocas ocasiones se da mediante la violencia.
Entre los representantes de la
nobleza conservadora está Cicerón, que no veía, o no quería ver –según Pina
Polo- que existían importantes problemas sociales y políticos. Su meta, con
otros, fue mantener a ultranza el orden establecido tradicionalmente y que las
diferencias sociales se mantuvieran incólumes. Aunque las desigualdades
económicas entre los ciudadanos romanos formaban parte de la sociedad como algo
aceptado, la miseria de los más pobres fue lo que provocó no pocos conflictos.
En el lado opuesto a Cicerón estuvieron Clodio y Marco Antonio. El primero fue
tribuno de la plebe desde finales del año 59 a. de C. y gran enemigo político de Cicerón,
a quien consiguió confiscar sus propiedades.
Los tribunos de la plebe no
siempre actuaron a favor de la misma; algunos fueron realmente reformistas pero
otros utilizaron el cargo para acomodarse en él y congraciarse con la nobleza
para ascender social y políticamente. Milón, por ejemplo, estuvo en el
“partido” pompeyano y organizó bandas violentas contra Clodio, llegando luego a
pretor. Incluso cabe decir que en medio de la ambición política, las
principales reformas han sido introducidas por miembros de la aristocracia. Pero
dicho esto, los populares opuestos a
los optimates no aspiraron a llevar
el poder a la plebe, sino a mantener el mismo estado aunque con algunas reformas,
como las asignaciones viritanas de tierras (dación de tierras a todos los
habitantes) o mediante la creación de colonias. Trataron de evitar una
explosión social que el estado romano no pudiese soportar. También tuvieron el
propósito de permitir expresarse mediante el voto a los ciudadanos de las
últimas clases, excluidos de facto de
dicho derecho, pues el sistema primaba a las clases altas. Trataron de integrar
en el estado a esas clases que eran susceptibles de ser arrastradas a la
revuelta.
Pero ni los optimates ni los populares formaron
grupos cerrados, de forma que había una cierta permeabilidad entre ellos. Fue
Salustio (s. I a. de C.) el que se refiere a estos grupos como factio y lo hace peyorativamente, ya que
lo de optimates y populares fueron las denominaciones que
una minoría de individuos se dieron a sí mismos. No hubo, pues revolucionarios
verdaderos, pero frente a los optimates,
los populares intentaron reformas que
fueron frustradas unas tras otras (en su mayoría) a veces mediante recursos
legales como el veto tribunicio, otras, cada vez más frecuentes, haciendo uso,
a través del senatus consultum ultimum,
(5) de la violencia institucionalizada o consentida, como en el caso de las
bandas armadas, una de las cuales la de Milón, (6) que permitían eliminar a
personajes como Clodio.
(1)
“Ideología y práctica política en la Roma tardorrepublicana”,
Universidad de Zaragoza.
(2)
Vive entre el 86 y el 34 a. de C.
(3)
Vivió en el s. I d. de C.
(4)
Debía darse el voto en una tablilla en vez de
oralmente.
(5)
Utilizado por el Senado cuando consideraba que la
república estaba amenazada.
(6)
Agitador que vivió en la primera mitad del s. I a. de
C. Sirvió a los pompeyanos organizando bandas de gladiadores y mercenarios para
actuar violentamente contra todo intento de reformar la república en un sentido
popular.