Localización de Ica, origen de la guerra de 1854 |
Los países iberoamericanos, una vez
consiguieron su independencia, se han visto envueltos en
continuas luchas civiles y militares, como si imitasen la historia de sus
madres patrias, España y Portugal. En muchos casos el pueblo se vio envuelto en
simples ambiciones personales de uno u otro general, de uno u otro hacendado.
Como se había de organizar el estado, luchas entre liberales y conservadores,
revoluciones populares, no pocas veces instrumentalizadas por miembros de la
oligarquía, y muchas veces sin fundamentos sólidos, como no fuese la inmadurez
de los grupos dirigentes para llegar a un pacto y conducir al país hacia la
estabilidad y el reparto de la riqueza: esto sería mucho pedir en unas
sociedades que habían heredado complejísimas situaciones por razones étnicas,
sociales y políticas.
Víctor Peralta Ruiz[1]
ha estudiado los “entresijos” de la guerra civil peruana de 1854 con sus
precedentes y resultado, constatando el papel que jugaron en dicho conflicto
las poblaciones rurales, “que participaron no solo con las armas sino con el
proceso de formación del Estado nacional”. La ruptura del orden constitucional
fue un componente esencial en la cultura política peruana y la herencia
constitucional gaditana favoreció, según Gabriela Chiaramonti, que la
titularidad y el ejercicio de la soberanía no se percibiesen separados, pero es
evidente que amplias capas de la población nada sabían de la Constitución de
Cádiz, por lo que aquella interpretación la llevaron a cabo los grupos
dirigentes, sintiéndose autorizados en todo momento a reapropiársela mediante
pronunciamientos.
El conflicto comenzó en la ciudad de Ica a
finales de 1853 y culminó con la batalla de La Palma en Lima en enero de 1855, habiéndolo
considerado los historiadores como una revolución liberal porque esta ideología
era la de importantes personalidades que participaron, pero cabe preguntarse si
realmente fue una revolución en el sentido genuino de la misma, porque no
parece que cambiara muchas cosas. Ramón Castilla[2],
uno de los levantados, dispuso la abolición del tributo y la supresión de la
esclavitud, pero al autor le interesa más poner de manifiesto la trama de
cooptaciones, negociaciones, aspectos sociopolíticos nacionales e internaciones
de esa revolución. También hubo rivalidades territoriales sobre el modelo de
estado, pero Castilla no solo venció al Presidente Echenique en el campo de
batalla, sino también en las negociaciones para compartir el poder y la
concesión de estatus, bienes y prebendas a los cuerpos y sectores sociales que
lo apoyaron, para ello contó con la movilización de lo que se ha llamado “el
ciudadano armado”.
El ejército, como en España, estuvo presente en
la vida política de Perú, y las guardias nacionales (aquellos ciudadanos
armados) jugaron un papel importante. Como en otros casos de América latina,
estuvo presente el problema del peso que debían tener el ejecutivo y el
legislativo, que a la postre dan resultados institucionales diferentes. El uso
de la violencia ha sido justificado como una reacción a la venalidad de los
gobiernos, en este caso el de Echenique, el problema de la deuda interna y
el enriquecimiento de unos pocos por la exportación del guano. Por otra parte
se acusaba al gobierno de que no hubiese reivindicado los derechos nacionales
ultrajados por Bolivia, lo que correspondería a Ramón Castilla. El conflicto
con Bolivia había estallado en 1853 por el incumplimiento por parte de esta de
un tratado comercial firmado en 1847. Lo cierto es que Echenique había exigido
al boliviano presidente Belzu que admitiese a un representante diplomático en
Potosí para verificar el fin de la emisión de la moneda feble, que había
provocado que las provincias del sur peruano se vieran inundadas de ese
circulante, con el efecto sobre los precios. Desde 1830 Potosí emitió el 70% de
la moneda con dos puntos menos que la pura de cien por cien de plata con el
objeto de evitar la fuga de la moneda de plata[3].
Yendo a la guerra, el levantado Domingo Elías
terminó huyendo a Chile después de que perdieran la vida ciento cuarenta
milicianos, mientras que Castilla se asiló en un navío de guerra francés
apostado en El Callao. Los levantados en Arequipa señalaron tres causas para
justificarse: que la mayor parte de los pueblos del norte había desconocido a
la autoridad limeña; la protesta “popular” contra el ultraje de Bolivia ya
explicado, y que el Gobierno había hostilizado al movimiento rebelde (cosa
perfectamente lógica). Pero, como señala el autor, los rebeldes no hablaron en
este momento de la corrupción reinante, pero sí insistían en que se hiciese la
guerra a Bolivia para exaltar los ánimos de la población, y en cuanto a las
anomalías de las regiones del norte había una clara exageración interesada.
Una prueba de lo que decíamos al principio es
que, al mismo tiempo, se produjo el pronunciamiento del general Fermín del
Castillo[4]
en Junín (febrero de 1854), pero al no tener éxito Castillo huyó hacia el
centro del país donde terminó uniéndose a Castilla. Incluso hubo tal confusión
en todo el proceso que unos y otros no sabían a quien secundar: Manuel Ignacio
Vivanco, que había sido Presidente de Perú en dos ocasiones durante la década
de 1840, propagó por el país que “yo debía ser el presidente”. Nuevos
pronunciamientos se llevaron a cabo en Puno y Moquegua, y esto llevó a Castilla a
extender la “revolución” al conjunto de los departamentos del sur: Castilla
asumiría el supremo mando de la
República con el título de “Libertador” y se comprometía a
convocar una asamblea constituyente, cerrándose así la etapa de pronunciamientos
del inicio de la guerra civil.
Para Castilla era necesario abolir la Constitución de 1839
por la que él mismo había luchado en 1845, pero es que aquella era el principal
impedimento para su reelección presidencial. Habiéndose iniciado el gobierno de
Echenique en 1851 tras al mandato de Castilla, ahora este quería volver a
hacerse con el poder. Lo cierto es que Echenique había resultado vencedor en
aquel año en una contienda marcada por la violencia, estrenando una forma de
gobernar que difería respecto de su antecesor en el cargo: Castilla había
concedido parcelas de poder tanto a sus afines como a sus detractores, mientras
que Echenique fue más sectario. Castilla fue promotor de un congreso americano
celebrado en Lima en 1847, en el que participaron representantes de Bolivia,
Chile, Ecuador y Nueva Granada; mantuvo además una estrecha amistad con el
boliviano Belzu aún antes de que este fuese proclamado y luego elegido
presidente de Bolivia.
Contrariamente a la tranquilidad internacional
alcanzada con Castilla, Echenique entró en conflicto con Ecuador por su tácito
apoyo a la expedición militar planeada por el general Flores contra el gobierno
liberal de Urbina, y en 1853 el conflicto diplomático con Bolivia por la
circulación de la moneda feble en el sur peruano, consiguiendo del Congreso la
declaración de guerra al vecino país. Esto contrastó con la existente
confederación Perú-Bolivia en 1838 y 1839, pero tiene su parecido con la
invasión de este último país en 1841, una conflictividad sin fin y una serie de
contradicciones que confirman la incapacidad de los grupos dirigentes peruanos
(iberoamericanos) para conducir a su país por la tranquilidad institucional.
Queriendo Castilla hacerse con el apoyo de los
mandos militares, estos se mantuvieron, en su mayoría, fieles a Echenique, pero
ciertas promesas irían rompiendo dicha fidelidad. Las deserciones en el bando
gubernamental y la cooptación de las milicias cívicas movilizadas en el sur por
Echenique permitieron, en parte, el fortalecimiento del ejército castillista,
al tiempo que se producía el apoyo del presidente boliviano Belzu. La
participación de la guardia nacional en 1854 tiene sus precedentes en la época
de la colonia con las reformas borbónicas. Ahora cada ciudadano estaba
obligado a contribuir con las armas al sostenimiento de la República, siendo la
intervención más destacada la llamada Semana Magna de 1844, o reacción de
aquellas milicias ante las constantes guerras internas en el país.
En Pocsi, a finales de noviembre de 1854,
tuvieron los insurrectos el primer éxito sonado, y a principios de enero del
año siguiente Echenique tuvo que ser asilado por los británicos. Así Castilla,
que no era liberal, se convirtió en Presidente de una República liberal en
cuanto se aprobó la nueva Constitución (1856), para la cual los peruanos
votaron mediante sufragio directo y universal, anticipándose a otros muchos
países. Pero ello llevó al país a una nueva guerra civil entre 1856 y 1858 y a
aprobar una nueva Constitución en 1860: no sería la última.
[1] “La guerra civil peruana de 1854. Los
entresijos de una revolución”, Madrid.
[2] Nacido en 1797 en Tarapacá, murió en
1867, siendo presidente en dos ocasiones. Fue el segundo presidente en cuanto
al número de años al frente del poder político (12) y ha sido considerado como
un progresista de la época.
[3] Antezana Ergueta, Luis,
“De Túpac Katari a Evo Morales”.
[4] Nacido en Nazca en 1807, murió en
Lima en 1895. En 1856 se rebelaría
contra Ramón Castilla sin éxito.