sábado, 29 de mayo de 2021

Pensador, activista, escritor y crítico

 

El parisino François-Marie Arouet, más conocido por Voltaire, recibió las influencias intelectuales y políticas de los pensadores del Renacimiento y del racionalismo. Una de sus obsesiones fue la tolerancia que debía presidir todas las relaciones humanas, estando tan lejos de conseguirse en su época como en la posteridad. La libertad de conciencia nace de la convicción de que ninguna religión puede erigirse como verdadera y absoluta. Voltaire ha sido considerado como un precursor de las libertades democráticas, del pluralismo y de la diversidad[i].

En relación a su defensa de la tolerancia incluso tuvo algunas polémicas con Diderot y agradeció a los jesuitas la formación que recibió de ellos, escribiendo a uno de sus profesores: “le debo algo más que un homenaje: fue usted quien me enseñó a pensar”. A lo largo de su vida Voltaire escribió prolíficamente novela, teatro, ensayos, mientras criticaba acerbamente a la aristocracia de su época; se mostró moralista cuando criticó las prácticas incestuosas del regente Felipe II, lo que le llevó a ser encarcelado durante casi un año a pesar del apoyo que recibía del marqués de Pompadour[ii]. De todas formas siguió defendiendo la tolerancia religiosa y tuvo de las religiones una opinión negativa, pero más por los abusos que las Iglesias cometían, pues Voltaire no era ateo. Esto puede parecer contradictorio con su ferviente racionalismo pero el hombre no puede escapar a su tiempo y a la formación recibida por los jesuitas.

En no pocas ocasiones atacó a las instituciones políticas de Francia, sobre todo durante la regencia de Felipe II y durante el reinado de Luis XV[iii], lo que le llevó a abandonar Francia y afincarse en Inglaterra, de la que admiraba la convivencia entre los diversos credos religiosos, anglicanos, cuáqueros, presbiterianos y antitrinitarios, quizá por los logros de la revolución política de los años 1688-1689. En medio de toda su obra también encontramos gran cantidad de sátiras y poemas.

En 1752 escribió una obra que ha sido considerada como la primera de ciencia ficción, “Micromegas”, nombre de un alienígena que visita la Tierra en compañía de otro pero de distinto origen. Esta obra da a Voltaire ocasión para las críticas mientras se va a vivir (permanecerá durante dos décadas) a la pequeña población de Ferney, en la frontera con Suiza. Desde aquí denunció el poder de los clérigos, estudió el progreso humano y se manifestó contra el providencialismo a partir de la razón. También estudió las grandes civilizaciones asiáticas: China, Persia, Iraq, Arabia, el Islam, el imperio mongol, Japón, India, Abisinia y Marruecos.

Quizá haya sido el humanista más satírico, siendo continuador –según Isidro H. Cisneros- de Erasmo de Rotterdam y de Pierre Bayle, el gran crítico del siglo XVII. Como ellos luchó contra la superstición (también en su misma época Benito J. Feijóo), la crueldad (Beccaría fue continuador) y el dogmatismo. El autor citado considera que a Voltaire le debemos las aportaciones a favor de la libertad individual como a Rousseau en favor de la igualdad.

No hay duda de que los enciclopedistas del siglo XVIII se inspiraron en Voltaire para su magna obra y nuestro autor, al escrutar tan terca y minuciosamente la sociedad y política de su época, dejo escrito que “todo cuanto veo echa las semillas de una Revolución que no dejará de llegar y de la que no tendré el placer de ser testigo”.

Habiendo nacido a finales del siglo XVII murió once años antes del estallido revolucionario pero de haber vivido durante el terror, la división de los revolucionarios, las persecuciones y guerras en las que se vio envuelta Francia, quizá habría agradecido haber muerto antes.

(Fotografía tomada de http://www.chateau-ferney-voltaire.fr/es/).


[i] Isidro H. Cisneros, “Tolerancia: Voltaire entre nosotros”.

[ii] Comuna y población situada en la región de Lemosin, en el centro-sur del país.

[iii] Vivió también bajo los reinados de Luis XIV y Luis XVI.

viernes, 28 de mayo de 2021

Dos tragedias y un drama

 

Intentar matar al noble francés Gaspard de Colingy, líder de los hugonotes franceses, provocó una matanza. Ante la protesta de los hugonotes la población temió lo peor y el rey francés ordenó eliminar a los dirigentes protestantes, siendo rematado Coligny y defenestrado: era el mes de agosto de 1572 pero los asesinatos siguieron durante varios meses. Se trata de uno de los ejemplos más notables de intransigencia religiosa contra una minoría en un país mayoritariamente católico, Francia.

Casi un siglo después, en la ciudad de Toulousse, el hijo de Juan Calas se suicidó, lo que sirvió para que los enemigos de este protestante francés consiguieran que fuese torturado hasta matarlo. Sus restantes hijos fueron desterrados y a su mujer le quitaron sus bienes[i]. Contra estas monstruosidades se posicionó François-Marie Arouet, conocido como Voltaire, que escribió entonces su “Tratado sobre la Tolerancia” (1763). Según Isidro H. Cisneros aquel hecho conmovió a buena parte de Europa, pues Calas no era un delincuente, sino solo un hombre que había tenido la mala suerte de que un hijo suyo se suicidara y ser miembro de una minoría religiosa, la protestante.

A finales del siglo XIX un capitán del ejército francés, Alfred Dreyfus, fue acusado falsamente de traición, juzgado y desterrado a la Guayana francesa. El delito de traición siempre se ha juzgado, incluso por la opinión pública, muy grave, por lo que Dreyfus tuvo la enemiga de amplios sectores de la población.

Es conocida la actitud del escritor Émile Zola contra el encausamiento y condena de un militar en el que concurría la condición de ser judío pero, como se demostró, no tenía nada que ver con la traición de que se le acusaba, descubriéndose posteriormente al culpable.

Tres ejemplos en el mismo país de intolerancia contra miembros de una minoría religiosa, en este caso, como podríamos encontrar otros en la historia de cualquier país por razones étnicas, nacionales o de cualquier otro tipo.

La matanza de hugonotes en el siglo XVI se inscribe en las guerras de religión que atenazaron a Francia durante mucho tiempo, aunque también había motivaciones políticas en el conflicto. Hugonotes y católicos se disputaban la influencia en el gobierno de Francia durante el reinado del católico Carlos IX.

Toulousse, en el siglo XVII, vivía con ardor que un edicto estableciese alguna tolerancia religiosa entre católicos y protestantes calvinistas. La ciudad había sufrido, pocos años antes del asesinato de Calas, serias dificultades por epidemias, caldo de cultivo para volcar la ira en alguien que se presenta como disidente religioso, máxime si tenemos en cuenta que existía también una organización fanática católica.

En la Francia de finales del siglo XIX y principios del XX se encontraba avanzado el régimen de la III República pero no sin intentonas, por parte de los monárquicos, de reinstaurar un rey. El régimen republicano dio impulso al laicismo derivado de un anticlericalismo que había sido cultivado desde, por los menos, dos siglos atrás y los cambios sociales derivados de la industrialización, la urbanización, el auge de la burguesía y la organización del movimiento obrero, hacían del país un hervidero de entusiasmos pero, como vemos, también de odios recíprocos. El militar Dreyfus no fue sino el chivo expiatorio de las contradicciones y de la intolerancia latente de una sociedad en transformación.

De los tres casos aquí expuestos solo el de Dreyfus se saldó con la justicia, siendo los otros dos exponentes de la crueldad más despiadada contra las minorías, sean responsables estas o no de algunas situaciones (los hugonotes franceses, en el siglo XVI, eran una fuerza considerable). Las ideas de la Ilustración y de la Enciclopedia, con sus tributos a la razón, el liberalismo y los códigos legales que se desprendieron de él, la aspiración a la justicia y la igualdad, con no materializarse, consiguieron que este último caso escapase a la barbarie de los dos anteriores.

(En la fotografía el monumento a los caídos durante las dos guerras mundiales, Toulousse).


[i] Isidro H. Cisneros, “”Tolerancia: Voltaire entre nosotros”.

La dignidad de lo humilde

 


Esta “Casa en ruinas” es obra del pintor italiano Domenico Bresolin, nacido en Padua en torno a 1815 y fallecido en Venecia cuando el siglo XIX tocaba a su fin. Es un óleo sobre papel y este sobre lienzo de 36 por 53 cm.; la obra fue pintada a mediados del siglo, por lo tanto en un momento de madurez artística[i].

Se ha dicho de Bresolin que fue un artista comprometido con la realidad física, concediendo dignidad y mérito incluso a edificios abandonados. Prestó una minuciosa atención a los detalles menudos, ya influido por el conocimiento de la fotografía a la que se dedicó con fruición. Véase el pobre tejado hundido en parte, la luz sobre las paredes desgajadas, las sombras en el muro interior y en el suelo, los ladrillos o adobes sobre las ventanas o en el zócalo, las maderas apoyadas, la pobre vegetación que no anima a optimismo alguno.

Sin embargo la luz lo envuelve todo, como quisieron los impresionistas de los que nuestro pintor fue contemporáneo. La luz está no solo en los objetos sino en la atmósfera toda y en las casa del fondo.

Bresolin pintó también paisajes y estuvo en Florencia, Roma y Venecia. Fue menos impresionista en otras obras donde representa escenas al aire libre, como en la que pinta a unos hombres construyendo un barco, y la luz clara vuelve a aparecen en “Sobre el Arno en Florencia”.


[i] Se encuentra en el Museo de Arte Moderno, Ca ‘Pesaro, Venecia. El edificio es un antiguo palacio conteniendo frescos de tema mitológico.

jueves, 27 de mayo de 2021

El marquesado y su túnel

 

En el suroeste de Saboya se encontraba el marquesado de Saluzzo, un territorio montañoso en los Alpes entre Francia e Italia. Cerca nace el río Po y sus valles estuvieron ocupados por glaciares.

Los habitantes, antiguamente, hablaban francés, provenzal y un dialecto local según los casos, teniendo mejores relaciones con Francia que con Saboya, en la que terminarían integrándose.

Durante la baja Edad Media y el Renacimiento se dieron en el marquesado de Saluzzo relaciones comerciales a un lado y otro del monte Viso, bajo el que se construyó en el siglo XV un túnel de más de 70 m. de longitud con una relativa pendiente, siendo la cota más baja la que asoma al territorio italiano. Por dicho túnel, además de comerciantes con sus mulas, pasó –según algunas fuentes- el rey Francisco I de Francia con varios miles de soldados.

Entre Francia y Saboya los marqueses de Saluzzo mandaron construir numerosas fortificaciones en el territorio, algunas de las cuales aún se conservan, pero no solo. Los más importantes edificios, quizá, son la nueva catedral, construida en el solar de otra anterior, y el monasterio cisterciense de Staffarda. Este monasterio se construyó en un terreno boscoso, anegado e inculto que los cistercienses tuvieron que desecar. En el siglo XIII los templarios también contribuyeron a la consolidación del marquesado de Saluzzo.

La catedral fue construida en estilo gótico tardío con una fachada de ladrillo y, como es habitual en Italia, conserva frescos en el interior pero también en el exterior. El altar barroco delata las transformaciones decorativas que tuvieron lugar en el templo.

El marqués Tomás III fue uno de los más notables, habiendo cultivado la poesía y la guerra. Se educó cuando joven en Francia y ello quizá influyó en el acercamiento a dicho país, que propició, pero también sufrió penalidades: estuvo preso en Turín a finales del siglo XIV. Ludovico II, en el siglo XV, fue derrotado militarmente en 1478 por el rey saboyano, habiendo incurrido en algunos desafueros en forma de crímenes e invasiones; no obstante el marquesado gozó de esplendor durante su mandato y de su esposa Margarita de Foix. El marquesado aguantaría hasta el siglo XVII en que se incorporó a Saboya.

Desde el punto de vista de la cultura tiene la mayor importancia el artista Hans Clemer, un pintor de origen picardo que trabajó la mayor parte de su vida en Piamonte. A finales del siglo XV estuvo al servicio de los marqueses de Saluzzo pintando frescos en iglesias con escenas de la virgen María, pero también pintó escenas mitológicas e históricas. Luego se afincó en Aix-en Provence.

También en el siglo XV una familia de apellido Cavassa, al servicio del marquesado, se hizo construir una casa que hoy es orgullo para propios y admiración de viajeros. Fue construida con ventanas ojivales, probablemente aprovechando un edificio anterior. Francesco Cavassa dio al edificio un gusto renacentista conteniendo bodegas, cocinas, habitaciones para unos y otros, vestíbulos, etc. en un terreno inclinado. Pasó a manos de otra familia a finales del siglo XIX, conservando objetos de arte, antigüedades y otros de interés.

(Fotografía tomada de ar.pinterest.com/pin/494762709043503797/),

martes, 25 de mayo de 2021

Don Mariano de la familia de Osuna

 

                              Lo que queda del palacio de los duques de Osuna en Aranjuez (*)

Antonio Sánchez-González, en un interesante artículo[i], refleja el carácter y andanzas de Mariano Téllez-Girón, XII duque de Osuna, que vivió entre 1814 y 1882, desarrollando varias funciones en su vida.

El ennoblecimiento de esta familia comenzó en el siglo XI  y se fue engrandeciendo con la agregación de numerosos “estados” y títulos hasta el siglo XIX. Todo el inmenso patrimonio de la familia lo heredó don Mariano a costa de perder a su hermano, que es a quien estaba destinado el enorme patrimonio hasta su muerte. Don Mariano heredó la fortuna más grande de España y además se vio beneficiado con las medidas que permitieron liberalizar los mayorazgos, por lo que pudo vender dichas propiedades cuando antes estaban vinculadas.

Durante su vida don Mariano consumió todos sus bienes, de forma que, según el autor citado, dejó una deuda a sus herederos del 700% del valor de aquellos en un primer momento. Derrochó en fiestas lo indecible hasta el punto de hacerse famosas dentro y fuera de España, pero también tuvo generosidad con quien consideró y con el Estado, pues nunca percibió, al parecer, estipendio alguno por los muchos servicios militares y diplomáticos que prestó.

En el siglo XI una rama desgajada de la familia Acuña desciendia de los reyes de León: el infante Pelayo Fruela poseyó grandes heredamientos en Galicia y en tierras de Carrión; uno de sus descendientes participó en la conquista de Toledo, siendo rico-hombre de Alfonso VI y participó en la batalla de Sagrajas en 1086 salvando la vida al rey. Así se llega a otro descendiente, este ya del siglo XIV, que participó en el sitio de Algeciras con Alfonso XI.

En dicho siglo se extinguió la línea masculina de la familia y heredó doña Teresa Téllez-Girón. Luego siguieron el marqués de Villena, valido de Enrique IV, y uno de nombre Pedro que destacó en la lucha contra los musulmanes en Andalucía ostentando, entre otros señoríos, el de la villa de Osuna que había permutado con la Orden de Calatrava, de la que formaba parte, por las de Belmez y Fuenteovejuna. Fue dueño también de las villas de Gumiel de Izán, Santibáñez[ii], Ureña[iii] (debe de tratarse de Urueña), Peñafiel, Briones[iv], Frechilla[v], Villafrechós[vi], Ortegícar[vii], Villamayor, Morón, Arahal, Gelves, Olvera y Archidona, más la fortaleza de Cazalla.

Un descendiente recibiría el título ducal de Osuna de Felipe II y otro de ellos, Juan, fundó la iglesia mayor de Osuna, la Universidad de la misma población y dieciséis conventos, además de numerosas obras pías. Otro fue virrey de Sicilia y Nápoles (el protector de Quevedo) aunque terminó sus días en la cárcel acusado de dilapidar el tesoro real y tratar con los turcos. Otro, ya en el siglo XVIII, representó al rey Felipe V en los tratados de Utrecht.

Luego esta familia entroncó con los condes de Benavente y, en el siglo XIX, aparece Pedro de Alcántara Téllez-Girón, aficionado a las letras y las artes, esgrimidor y jinete pero, sobre todo, hombre muy rico. Al parecer estuvo enamorado de una mujer casada, también noble y prima suya, lo que pudo haber acelerado la hora de su muerte a los treinta y cuatro años.

Todo lo contrario, el segundón Mariano del que hemos comenzado hablando, sufrió la orfandad cuando joven y quedó bajo la rígida tutela de su abuela paterna. Ingresó a los diecinueve años en la carrera de las armas (1833) y pronto fue destinado en el norte de España al servicio de la futura reina Isabel, siendo ayudante de don Luis Fernández de Córdova[viii]. Don Mariano luchó en Murguía, el valle de Lodosa, Guevara, Arlabán, Adana, San Adrián, Zubiri y otras plazas. Luego de una tregua volvió al norte a las órdenes de Espartero participando en Zornoza, Durango, Elorrio e Irún.

Su vida duró sesenta y ocho años, para la época no poco, desarrollando muchas labores siempre al servicio de la monarquía y del Estado. Se retiró a un castillo en Beauraing (sur de Bélgica) pareciendo la causa principal el tener en España empeñado casi todo su patrimonio, aunque don Mariano no quiso ver la realidad –según A. Sánchez-González- pretendiendo que su “honor” quedase a salvo de apoderados y acreedores.

(*) investigart.com/2018/10/02/cronica-de-una-muerte-anunciada-el-palacio-de-los-duques-de-osuna-en-aranjuez/


[i] “Mariano Osuna, entre la realidad y la leyenda”.

[ii] Gumiel y Santibáñez al sur de la actual provincia de Burgos.

[iii] Al oeste de la actual provincia de Valladolid.

[iv] Noroeste de La Rioja.

[v] Suroeste de la actual provincia de Palencia.

[vi] Noroeste de la actual provincia de Valladolid.

[vii] En el interior de la provincia de Málaga.

[viii] Nacido en San Fernando en 1798, murió en Lisboa en 1840 habiendo ejercido también como diplomático. Absolutista a machamartillo huyó a Francia durante el trienio liberal pero cuando murió Fernando VII se unió a las tropas isabelinas.

Tribulaciones del señor Quijana

 

                                           Paisaje del Campo de Montiel (fotografía de ABC)

Así es como debía llamarse don Quijote cuando estaba cuerdo, dice Miguel de Cervantes en una de las primeras páginas de su inmortal obra. Es cuando un labrador lo encuentra tumbado en el suelo, con las armas rotas, Rocinante a la espera y el hidalgo maltrecho.

El señor Quijana, viéndose ayudado, imaginó que estaba ante el alcaide de Antequera, Rodrigo de Narváez, cuando hizo preso al moro Abindarráez, de manera que cuando el labrador le preguntó cómo se sentía, el señor Quijana le respondió con las mismas palabras que recordaba del moro en “La Diada” de Jorge de Montemayor.

Por mucho que el labrador le insistió que él no era Rodrigo de Narváez, el hidalgo siguió diciendo “que esta hermosa Jarifa que he dicho es ahora la linda Dulcinea del Toboso…” y así sucesivamente. Vuelve el labrador a decirle que él no es Narváez, sino Pedro Alonso, su vecino, y le recuerda que el maltrecho era el honrado hidalgo Quijana, a lo que este contestó que él sabía quién era, pero con tal sarta de necedades que el labrador optó por llevarle a su casa como pudo. Y allí se dio el episodio de los libros de caballerías y poemas que el cura del lugar, el barbero, el ama y la sobrina del señor Quijana se dispusieron a enviar al fuego o preservarlos, pero no en manos de su dueño.

Después de varios días de cierto sosiego el señor Quijana departió con el cura y el barbero del lugar sobre la necesidad que tenía el mundo de caballeros andantes, y poco después convenció a un labrador vecino, llamado Sancho, para que le acompañase como escudero a nuevas andanzas. El rústico parece que concibió poder hacerse –según le dijo Quijana- con alguna isla de la cual fuese gobernador, gozando de influencia y riquezas.

Como en un episodio anterior donde Quijana había estado en una venta que creía castillo, y el ventero (que él creía alcaide) le había dicho que debía disponer de dinero y ropa si quería dedicarse a deshacer entuertos, el hidalgo vendió algunas cosas y avisó a Sancho que se preparase tal día para partir juntos. Era importante –dijo Quijana- que su escudero llevase alforjas, y este le contestó que también llevaría un asno, lo que no gustó mucho al hidalgo aunque luego aceptó. Acopió algunas camisas y otras ropas mientras que Sancho ni siquiera se despidió de su familia y así mismo hizo el señor Quijana, pues nada dijo a su ama y su sobrina.

Dice Cervantes que “iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca, con sus alforjas y su bota, y con mucho deseo de verse ya gobernador de la ínsula que su amo le había prometido”. El señor Quijana, por su parte, siguió el mismo camino que en su primera salida, cuando llegó a la venta donde fue objeto de mofas y se entregó a ciertas violencias. Mientras hablaban los dos personajes sobre todo de lo que les deparaba el futuro, llegó el suceso de los molinos que es tan conocido.

A Sancho le empezaba a parecer que su amo estaba como loco, pero la promesa de la isla le podía, y al señor Quijana le parecía simple el carácter del escudero. Llegó una noche que pasaron entre unos árboles, “y de uno de ellos desgajó don Quijote un ramo seco que casi le podía servir de lanza y puso en él el hierro que quitó de la que se le había quebrado [en el lance de los molinos de viento]. Toda aquella noche no durmió don Quijote, pensando en su señora Dulcinea…”.

Al día siguiente, cuando los dos personajes habían emprendido ya juntos sus aventuras, asomaron por el camino dos frailes benedictinos sobre sendas mulas. Tras ellos venía un coche “con cuatro o cinco de a caballo que le acompañaban y dos mozos de mulas a pie”. En el coche venía una señora vizcaína que iba a Sevilla, pero los frailes no venían con ella. Cuando don Quijote divisó a estos personajes dijo a su escudero: “O yo me engaño, o esta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto; porque aquellos bultos negros que allí parecen deben de ser, y son sin duda, algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderío”.

Sancho se temió que aquello podría resultar peor que lo de los molinos de viento, pidiendo a su amo que se fijase bien y que no se dejase engañar por el diablo. Don Quijote no le hizo caso y se adelantó poniéndose en mitad del camino por donde venían los frailes, diciéndoles en alta voz que eran gente endiablada y exigiéndoles que dejasen a las princesas que, según él, llevaban en el coche. Les amenazó de muerte si no se atenían a sus órdenes.

Los frailes se detuvieron admirados diciendo a don Quijote: “señor caballero, nosotros no somos endiablados… sino dos religiosos de San Benito… y no sabemos si en este coche vienen, o no, ningunas forzadas princesas”. Don Quijote no les creyó y, sin esperar respuesta, picó a Rocinante y con la lanza arremetió contra uno de los frailes, aunque este se apeó de la mula a tiempo para no recibir el impacto. El otro fraile, viendo esto, escapó lo más rápidamente que pudo.

Sancho creyó que debía participar en los hechos y empezó a despojar al primer fraile sus hábitos, llegando entonces dos mozos que le preguntaron por qué hacía aquello. Como Sancho les dijese que le correspondía, los mozos arremetieron contra él aprovechando que don Quijote estaba ya algo alejado del lugar. Empujado Sancho por los mozos le molieron a palos y coces –dice Cervantes- dejándole tendido en el suelo. Entre tanto don Quijote estaba hablando con la señora del coche, diciéndole aquel que su hermosura le permitía hacer lo que su voluntad le mandase, acusó a los frailes que él creía secuestradores de soberbios y pidió a la señora que en el Toboso se presentase ante Dulcinea y le dijese lo que por ella había hecho.

Un escudero vizcaíno de los del coche escuchaba esto y, viendo que el esforzado hidalgo no permitía seguir el coche adelante, se dirigió a él y, cogiéndole de la lanza, le amenazó, a lo que don Quijote respondió que si fuera caballero ya le habría dado su merecido. Siendo vizcaíno, donde todos se tienen por hidalgos, hizo decir a aquel que mentía, añadiendo que era vizcaíno “por tierra, hidalgo por mar…”, etc.

Don Quijote arremetió contra el vizcaíno entonces, sacando este su espada para defenderse. El resto de la gente que allí había quería que se hiciese la paz, pero no pudo, mostrando el vizcaíno no estar mejor que Don Quijote porque dijo que si no le dejaban seguir la lucha, aún mataría a su ama y a los demás. La señora hizo que el coche donde estaba se alejase algo y así pudo observar el lance en el que el vizcaíno alcanzó al señor Quijana con una cuchillada en un hombro, encomendándose entonces el hidalgo a su Dulcinea y arremetiendo contra el vizcaíno, dejando Cervantes para el siguiente capítulo el desenlace de la batalla entre el “gallardo vizcaíno y el valiente manchego”.

Juan Barceló Jiménez[i] ha estudiado el sentido humano en el Quijote apoyándose en las consideraciones que diversos autores rusos han dejado escritas: uno de ellos dice que el libro de Cervantes es misterioso; otro que el protagonista es emblema de la fe en algo eterno e inmutable, don Quijote tiene una abnegación casi infinita, y otro autor considera que hay una gran humanidad en el hecho de que los personajes aparecen y desaparecen, van y vienen, dándose en ellos la fantasía, la ilusión, la ironía y la violencia. Refiriéndose a Cervantes otro autor dice que el primero en embriagarse con los libros de caballerías fue el propio autor, que luego traspasó a su protagonista; no de otra manera podría poner el gran escritor tantos datos sobre obras, personajes, encantadores, expresiones, etc. de la literatura de su tiempo.


[i] “Consideraciones sobre el sentido humano en el Quijote”.

viernes, 21 de mayo de 2021

Un crimen en Villanueva del Fresno

 

                                                     pinterest.es/pin/90635011236297034/

Aunque durante mucho tiempo se ha considerado al militar Humberto Delgado un representante de la lucha contra el salazarismo portugués, lo cierto es que no solamente colaboró con él desde puestos de alta responsabilidad sino que fue partidario del régimen nazi. Solo el aislamiento de los puestos que ambicionaba por parte del todopoderoso Salazar le llevaron a oponerse a la dictadura, pero no como resultado de un convencimiento ideológico, sino por despecho.

Ya con veinte años participó en el golpe de estado que convirtió a Portugal en una dictadura camino del “Estado Novo”. Como en las elecciones presidenciales de 1958 fue preterido por el régimen a favor de Américo Tomás, hizo un llamamiento para que los militares se levantasen en armas: todo lo contrario a un demócrata. Entonces sí, se convirtió en un acérrimo antisalazarista pero fue traicionado y asesinado en la localidad española de Villanueva del Fresno, al sudoeste de la provincia de Badajoz.

Desde que entra en vigor la Constitución portuguesa de 1933[i], un año después de que Oliveira Salazar fuese nombrado primer ministro, el sistema, sin embargo, es pseudoconstitucional, muy parecido a los fascismos europeos del momento; la sociedad quedaba organizada corporativamente y el Estado no reconocía tanto libertades individuales sino que respondía a grupos de intereses. El primer ministro era nombrado por el Presidente de la República pero este no tenía poder real al ser “irresponsable” por sus actos políticos, por lo que quien verdaderamente detentaba el poder era el primer ministro (hasta 1968 Oliveira Salazar).

Ya en las elecciones de 1951, con la elección de Craveiro Lópes como Presidente de la República, se inicia un distanciamiento entre este y Salazar, pues Craveiro no aceptaba ser una comparsa del régimen. Esto llevará a que en el año 1958, cuando haya que elegir de nuevo a un Jefe del Estado, Craveiro no sea ya el elegido por las instancias del poder real, sino Américo Tomás, que terminará sus días políticos con el triunfo de la “revolución de los claveles” en abril de 1974.

Lo cierto es que Portugal mantenia una guerra colonial que sufrían, en distinto grado, los soldados metropolitanos, los jefes y oficiales del ejército, los nativos de las colonias, principalmente Angola, Mozambique y Guinea Bissau y otro personal funcionario. Salazar defendía la permanencia del estado colonial pues era consciente de que sin las posesiones de ultramar Portugal quedaba reducido a un pequeño país sin relevancia en el mundo (ignoraba las posibilidades que le daría la integración en la Unión Europea).

En 1958, además del candidato del régimen, dos personajes más compiten por la Presidencia de la República: Humberto Delgado y Arlindo Pires Vicente, este sí verdadero antifascista que fue animado por grupos socialistas y comunistas. A la postre se retiraría para favorecer la candidatura de Delgado, que obtuvo el 25% de los votos desafiando por primera vez al poder de Salazar. Pero al comenzar el año 1959 Delgado tuvo que exiliarse en Brasil, desde donde participó en varios intentos infructuosos, como el fracasado de Beja en 1962[ii].

Los destinos internacionales que tuvo Delgado, particularmente en Estados Unidos, quizá le llevaron a considerar que una dictadura no tenía sentido y era injusta, pero su dilatado pasado de colaboracionista no era el mejor pasaporte para ser creíble por los demócratas. Fernando Cortés señala que el régimen salazarista determinó su condena a muerte; a principios de 1965 Delgado fue engañado por miembros de la PIDE, la policía política del régimen portugués y, junto a su secretaria, la brasileña Arajaryr Campos, fueron asesinados entre Olivenza y Villanueva del Fresno (Badajoz).

Sus cuerpos, para mayor escarnio, fueron llevados a las proximidades de esta última localidad y enterrados malamente con cal viva. Otros autores han estudiado este asesinato y el juicio que mereció en España[iii], además de la conexión italiana en el crimen[iv]. Pero Fernando Cortés no se detiene en el caso Delgado, citando otros crímenes de la dictadura portuguesa entre los que destaca la tortura y muerte de Germano Vidigal (Montemor-o-Novo) en 1945, el asesinato de José António Patuleia (Vila Viçosa) en 1947, el de Alfredo Lima  (Alpiarça) en 1950, el de la campesina Catarina Eufémia en 1954 (Baleizâo, Bajo Alentejo), el de José Adelino dos Santos, jornalero de Montemor-o-Novo en 1958, los de António Dângio y Francisco Madeira, de Aljustrel, en 1962…


[i] Fernando Cortés, “Congreso Internacional sobre el asesinato del general Humberto Delgado”.

[ii] lidadornoticias.pt/es/beja-assalto-ao-quartel-foi-ha-58-anos-intentona-de-beja-o-25-de-abril-adiado/

[iii] Juan Carlos Jiménez Redondo.

[iv] Umberto Berlenghini.

Búfalos y ferrocarril

 


Tras la guerra civil, el presidente Lincoln ordenó la construcción del ferrocarril transcontinental, que permitiría unir el Este con el Oeste en unas cuantas horas, cuando antes se precisaba medio año aproximadamente. Empezó entonces la colonización de anchas llanuras por parte de los blancos, pues ya existían allí comunidades indígenas que nos han llegado con el nombre de indios.

Fue necesario producir mucho acero y llevar a los lugares de trabajo inmigrantes irlandeses, chinos y de otras nacionalidades; también veteranos de la guerra de secesión terminada recientemente. Hubo que vencer múltiples obstáculos, sobre todo en las Montañas Rocosas y en Sierra Nevada, para lo que los ingenieros jugaron un papel fundamental. Dos empresas se encargaron de financiar y construir el ferrocarril, la Unión Pacific y la Central Pacific, que recibieron en pago terrenos del Estado.

La obra contó con otras dificultades, como los ventisqueros invernales, que provocaron muchas muertes y situaciones desesperadas, llegándose a practicar el canibalismo: se trataba de sobrevivir. Se usó nitroglicerina para construir túneles en las zonas montañosas, mucho más potente aquella que la pólvora, pero también muy inestable, por lo que las explosiones se cobraron también no pocas víctimas. Unas y otras fuentes hablan de 1.500 chinos muertos por las explosiones, los derrumbes, el trabajo extenuante u otras causas.

Pronto comenzaron las migraciones hacia las llanuras, construyéndose poblados; en un año 40.000 colonos en Nebraska, muchos de ellos mujeres solteras y antiguos esclavos. El calor del verano se hizo sofocante, pero también provocó incendios que hubo que combatir. La escasez de lluvia contribuyó a ello, pero también provocó las plagas de insectos y otros animales, como la de langostas en las Rocosas en 1874, que devoraban la vegetación.

La hostilidad de los indígenas se puso de manifiesto, pues se concedían sus tierras a las compañías constructoras del ferrocarril, así como lotes de tierra a los colonos. La falta de vegetación arbórea dificultó la construcción de casas, teniendo los colonos que conformarse con chozas muy elementales, lo que provocó que en 1892, desde Nebraska, muchos regresasen al Este, pero ya las llanuras se habían convertido en el granero de Estados Unidos.

Aquellos pioneros eran, por lo general, devotos, pero también los había pendencieros, aventureros, bandidos, como en cualquier sociedad, máxime en enormes espacios donde la acción individual primaba sobre todo. Por las llanuras galopaban y pacían miles de búfalos, que pronto fueron objetivo de los cazadores para hacerse con el cuero, vendido a industriales para la fabricación de zapatos y otros objetos. De vez en cuando los vientos azotaban y se producían tornados, provocando la ruina de las chozas y modestas casas que se habían ido construyendo.

En Minnesota, leñadores noruegos y naturales proporcionaron enormes cantidades de madera que se trasladaba en forma de troncos por los ríos, provocando en ocasiones atascos que eran combatidos por la experiencia de los que en España llamamos gancheros[i]. Nuevas talas se produjeron en Wisconsin en 1892.

Mientras tanto, cazadores adiestrados en el manejo de las armas durante la guerra civil se dedicaban a la caza del búfalo, proliferando entonces los rifles que han llevado a tener en la actualidad sus “amantes”. Las pieles se vendían en Kansas y otros estados, pero los indígenas dependían también de los búfalos para aprovechar sus tendones, piel y huesos, sobre todo cuando pudieron recorrer grandes distancias tras la domesticación del caballo en las llanuras.

Los trenes recogían huesos de búfalo para venderlos a las fábricas de botones, loza y piensos. En Texas se desarrolló una ganadería estante de vacuno que no evitó una manifiesta pobreza en los medios rurales. Estas manadas de ganado español y vacas inglesas eran cuidadas por esclavos liberados.

(Fotografía de dreamstime.com/photos-images/paisaje-de-nebraska.html).


[i] Particularmente en el río Tajo los gancheros conseguían hacer llegar desde el curso alto del río hasta las diversas poblaciones grandes cantidades de troncos.

miércoles, 19 de mayo de 2021

Tumbas arameas de Palmira

 

                               Imagen tomada de elretohistorico.com/palmira-perdida-y-recuerdo/

Casi en el centro de la actual Siria se encuentran los restos de la antigua Palmira. La reciente guerra que se libró en el citado país y en otros próximos ha destruido mucho de su rico patrimonio, sobre todo de época romana, a cuya cultura se unió Palmira al dar comienzo el siglo I de nuestra era.

Aunque la ciudad se encuentra en medio del desierto no por ello carecía de agua, que se captaba por medio de pozos controlados por grupos nómadas organizados. A medio camino entre el Mediterráneo y el rio Éufrates, a la ciudad llegaban caravanas de comerciantes desde China, India y otros países. Los habitantes antiguos eran arameos, que desarrollaron una lengua y una escritura descifrada, esta última, en el siglo XVIII por el provenzal Jean-Jacques Barthélemy, que destacó en varias disciplinas.

Palmira se aprovechó del enorme mercado romano una vez formó parte de su órbita, encumbrándose familias ricas de mercaderes que se hicieron “inmortalizar” mediantes tumbas excavadas y estudiadas alrededor de la ciudad. Las más importantes cuentan con torres de planta cuadrada, algo más anchas en la parte inferior y, en ocasiones, situadas sobre una colina o promontorio, como dándose a ver por la notoriedad que pretendieron sus moradores. Construcciones a las que se ingresaba bajo arcos de medio punto, albergaban pequeños templos e imágenes esculpidas en piedra, algunas recostadas, donde los artistas de la época representaron peinados, barbas, actitudes, plegados en los ropajes, tocados, adornos, inscripciones (en arameo), estando los interiores de algunas tumbas decoradas con pinturas.

Los que no alcanzaron riquezas se conformaron con modestos hipogeos, pero lo más llamativo es la adopción que se hizo del retrato romano, realista y sin concesiones a la idealización, aunque algunos muestran la jerarquía o riqueza de los representados. También estos arameos de Palmira heredaron los ritos funerarios romanos, conservándose actualmente edificios columnarios que delatan la influencia del imperio.

Pero hubo una Palmira anterior a la romana, siendo con esta influencia cuando se construyeron baños públicos, calles nuevas y edificios notables. También había recibido Palmira la influencia mesopotámica, sobre todo en los dioses, teniendo los habitantes credos distintos según las influencias culturales que habían ido llegando a la ciudad.

No podríamos saber tanto sobre Palmira sin la labor pionera e importantísima del arqueólogo danés Kai Harald Ingholt que, nacido en 1896, falleció en 1985. Era buen conocedor de las religiones y en los años veinte del siglo pasado excavó la antigua ciudad. Sus numerosas anotaciones se conservan en Dinamarca, siendo objeto de estudio por investigadores posteriores y actuales.

 

 

Pueblos blancos extremeños

 


Desde Villafranca de los Barros, en el centro de la provincia de Badajoz, se llega, en dirección sur, a Los Santos de Maimona, y muy cerca se encuentra Zafra. Más al sur está el pueblo natal de Zurbarán, Fuente de Cantos, y siguiendo en la misma dirección encontramos Montemolín y Monesterio. El dominio es de relieves ondulados y planicies, aunque nos encontramos con dos sierras, en el interior de la provincia la de Hornachos y en el límite con la de Córdoba, la del Pedroche. Al sur la Sierra Morena, que separa a Extremadura de Andalucía

Hornachos habrá dado su nombre a la sierra central de la provincia de Badajoz, levantándose sobre la planicie circundante por donde corren los ríos Matachel y Guadámez, que nacen en las estribaciones de Sierra Morena y discurren hasta el Guadiana en dirección norte, dejando entre ambos la citada sierra de Hornachos. El paisaje es mediterráneo, con matorrales predominantes.

Por Villafranca de los Barros discurren los ríos Pendelías y Valdequemao, convergiendo entre ellos. Parece que es ciudad desde 1877, y tiene una iglesia con una fachada gótica y, en ella, un arco carpanel. En el interior destaca un abigarrado retablo de esos que han tapado tantas cabeceras de las iglesias. Villafranca cuenta con un Museo histórico y etnográfico aprovechando un edificio señorial del siglo XVIII, con una portada clasicista. Dentro vemos cerámica romana, miliarios, alguna escultura en bronce de la misma época, la recreación de una villa romana, monedas y así hasta objetos del siglo XX. También cuenta con fondos de la prehistoria, habiendo sido el solar de Villafranca lugar de una mansio romana.

Hacia el sur llegamos a Los Santos de Maimona, donde se puede ver un molino de aceitunas, y en Zafra destaca el palacio de los Duques de Feria, hoy convertido en Parador para turistas. Siempre hacia el sur está Fuente de Cantos y Montemolín. En esta población hay dos calles que, siendo paralelas, convergen a las afueras del pueblo camino de Fuente de Cantos. Otra calle, al norte, es casi recta, separando el caserío de los campos circundantes. Montemolín cuenta con una alta iglesia donde se ha empleado el ladrillo para alguna de sus partes, con doble espadaña y gárgolas de piedra. Alrededor se extienden los campos de trigo y dentro del pueblo encontramos una famosa corrala de comedias.

Monesterio tiene un Museo del jamón, honor que le hace el tener una de las cabañas porcinas más afamadas. Son cerdos negros que pelan las bellotas al comerlas, dejando fuera la cáscara y distinguiendo las amargas de las dulces. El paisaje es de dehesas con bosques claros, y en ellas se da la ganadería extensiva de la que se obtienen jamones de calidad superior. Las casas de estos pueblos están encaladas para combatir el calor de no pocos meses al año. 

(Arriba, dehesa extremeña: fotografía de elmundo.es/viajes/espana).

sábado, 15 de mayo de 2021

Pelea por la piedra

 

                                           ciencias-sociales/what-is-the-rosetta-stone-172571

Rosetta es una localidad en el extremo norte de Egipto, a orillas del Mediterráneo y no lejos de Alejandría. A finales del siglo XVIII aún existía allí una fortaleza árabe que el ejército francés quiso ocupar, para lo que necesitó hacer algunas obras. Entre los escombros y la arena un soldado encontró una piedra que luego se sabría medía 144 cm. de alto por 91 cm. de ancho y pesaba casi 700 kg. (*) Aquel soldado debió de ser curioso o culto, no lo sabemos, pues valoró el hallazgo y, lejos de abandonarlo o emplearlo en la restauración de la fortaleza árabe, avisó a sus superiores.

Los que acudieron para verla valoraron que era una monumental pieza, rota por varias partes, de basalto negro que tenía tres tipos de escritura, una conocida, el griego, pero otras dos no, pues no se utilizaban desde hacía muchos siglos, los jeroglíficos egipcios y una escritura popular que, por ello, los griegos le dieron el nombre de demótica. Los tres textos informaban de lo mismo, un decreto en honor del rey griego Ptolomeo V que vivió entre finales del siglo III antes de Cristo y principios del II.

Volviendo atrás, los antiguos griegos y romanos supieron poco sobre Egipto (la mayor información la tenemos del griego Heródoto), de forma que cuando las tropas napoleónicas llegaron al país para enfrentarse con las inglesas (se trataba de controlar los mercados) quedaba casi todo por conocer. La piedra, que pronto se llamó de Rosetta, se encontró en 1799 y Napoleón mandó que pasase a estudio de un Instituto que había mandado establecer en El Cairo.

Aquel general corso tenía tan solo 29 años (tantos como los que vivió el citado rey Ptolomeo V) pero además de osado y cruel era culto, una suerte de ilustrado joven, por lo que envió a miles de soldados a ocupar Egipto y a muchos científicos que debían estudiar todo lo que encontrasen de interés, que ya sabemos no fue poco. Se trataba de contribuir a lo que ya venía haciendo el Instituto Francés de Egiptología. Los dibujantes, arqueólogos, eruditos, ayudantes, etc. se adentraron en unos y otros territorios levantando informes que se enviaban al general que, pocos meses después, sería Primer Cónsul de Francia.

Pero no todo le salió bien a los franceses y al ambicioso y culto general: la marina británica destruyó los barcos franceses y Napoleón tuvo que huir a Francia, aunque sus científicos seguían enfebrecidamente con su labor. El ejército francés, a pesar del fracaso militar, seguía en posesión de la piedra, sobre la cual se habían iniciado ya algunos estudios, pero los ingleses la exigieron en el tratado de paz que se llevó a cabo. Muchos esfuerzos se hicieron por parte de las autoridades francesas para que la piedra no fuese entregada al ejército inglés, pero al final no quedó más remedio y empezó una labor ímproba de desciframiento tanto en Inglaterra como en Francia. Este país había hecho copias de la piedra para poder trabajar sobre ellas.

Al traducir el texto en griego pareció que sería fácil deducir lo que decían los textos en demótico y jeroglífico, pero hubo que salvar ciertas dificultades de envergadura: el número de líneas no era el mismo en los tres caracteres, además de que las partes de la piedra que faltaban entorpecían la transcripción y traducción. Nadie podía dar por cierto que los tres textos informaban de lo mismo; esto se supo con posterioridad.

En aquella campaña de Egipto, que para Francia y Napoleón fue un fracaso militar, murieron entre nueve y diez mil soldados franceses, pero la labor científica llevada a cabo fue extraordinaria. La piedra fue entregada a Inglaterra como botín de guerra, algo a lo que los ingleses estaban muy acostumbrados, se llevó a Inglaterra en 1802 y ahora se encuentra en el Museo Británico. El resto ya es conocido por muchos.

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(*) Hay variaciones en estos datos según las diversas fuentes.