Tetradracma de Filipo V de Macedonia (221-179 a. C.)
Enterado Tito –dice Plutarco[i]–
de que los generales que le habían precedido en Macedonia, Sulpicio y Publio,
habían llevado la guerra con flojedad, se propuso no imitarles sino dedicar con
empeño a la guerra todo el tiempo en el que ejerciese su autoridad, no
importándole los honores y prerrogativas que en la ciudad de Roma le
correspondían. Pidió, pues, al Senado, que permitiera a su hermano Lucio para
que, a sus órdenes, mandase la armada, y tomando de las tropas que con Escipión
habían vencido a Asdrúbal en España, y en África al mismo Aníbal (unos tres mil
hombres), “dio vela al Epiro con la mayor confianza”.
Hacía tiempo que Publio
guardaba los desfiladeros y gargantas del río Apso[ii],
frente a las tropas de Filipo, pero la situación se encontraba estática por lo
inexpugnable del terreno, por eso se dedicó Tito a recorrerlo y observarlo,
llegando a la conclusión de que “son aquellos lugares no menos fuertes que los
del valle de Tempe[iii],
pero no presentan aquella belleza de árboles, aquella frescura de los bosques,
ni aquellos prados y sitios amenos”. Los grandes y elevados montes de una y
otra parte van a parar a un barranco profundo por el que discurre el río Apso, “que
en su aspecto y rapidez se parece al Penco”.
Hubo quien propuso a
Tito que fuese a dar la vuelta por otra región donde el camino era más transitable,
pero temió que, no habiendo cosechas, a su ejército le faltasen los víveres,
por lo que decidió marchar con su ejército por las montañas y “abrirse paso a
viva fuerza”. Ocupaba Filipo las montañas, donde se dieron reñidos combates,
habiendo muertos de unos y otros. Pero en esta situación se presentaron unos
pastores diciendo que había cierto rodeo que los de Filipo no conocían,
ofreciéndose a conducir al ejército de Tito contando con un personaje principal
entre los epirotas, afecto a los romanos.
Tito creyó a los
pastores, ordenando a un tribuno que, con cuatro mil infantes y trescientos
caballos, yendo de guías los pastores atados, reposasen por el día procurando
ocultarse entre rocas y matorrales, haciendo el camino de noche a la luz de la
luna, “que estaba en su lleno”. Mientras, el ejército de Tito trepó
denodadamente por los desfiladeros, cuando un humo en forma de neblina de los
montes impidió que le viera el enemigo. Pero cuando el humo o neblina tomó más
cuerpo se oscureció el aire, lo que a duras penas permitió a los de Tito ver
que los de arriba (los que estaban en la cumbre de la montaña) era el ejército
mandado por su tribuno.
Empezó entonces una
lucha contra los de Filipo, aunque no pocos se entregaron a una precipitada
fuga, muriendo dos mil o menos, porque los malos pasos impidieron que se les
persiguiese, tomando los romanos mucha riqueza, tiendas y esclavos,
discurriendo los de Tito por el Epiro con sosiego, aunque sus soldados no
habían recibido las raciones mensuales por falta de acopios.
Cuando Tito supo que
Filipo atravesaba la Tesalia como un fugitivo, incendiando ciudades, entregando
a sus tropas al saqueo y al pillaje, como si hiciera cesión del país a los
romanos, Tito encargó a sus soldados que fuesen tras él, comprendiendo muy
pronto que las ciudades se pasaban a los romanos, mientras que los griegos de
las Termópilas[iv]
“suspiraban por Tito”. Los aqueos, separándose de la obediencia a Filipo, le
hicieron la guerra en compañía de los romanos.
Plutarco escribió, en
sus “Vidas paralelas”, que Pirro[v] se
había asombrado al ver a un ejército romano desde una atalaya, así como que a
Tito Quincio Flaminio le aceptaban las ciudades y que incluso Filipo quiso
negociar con él ofreciéndole la paz con la condición de dejar independientes a
los griegos, a lo que Tito se negó, viendo entonces los griegos que no eran
ellos a los que el general romano venía a hacer la guerra, sino a los
macedonios. Se pasaban a Tito todos los pueblos –según Plutarco- y habiendo
entrado en la Beocia sin aparato de guerra se le presentaron los primeros
ciudadanos de Tebas, aunque su ánimo estaba con el rey de Macedonia, pero
agasajando al romano como si tuviesen amistad con ambos. Tito les recibió, pero
continuó su camino y llegó a la capital juntamente con los tebanos, aunque
aquella no era de su partido, procurando entonces atraérsela con la ayuda del
rey Atalo[vi],
que en ese trance “cayó sin sentido” y fue llevado a Asia (Pérgamo), muriendo a
los pocos días. Es el momento en que los tebanos abrazaron la causa de Roma.
Filipo envió entonces
embajadores a Roma, y Tito también consultó al Senado si podía seguir la guerra
prorrogándole el mando. Cuando recibió el permiso se encaminó hacia la Tesalia
teniendo a sus órdenes “sobre veintiseis mil hombres, para cuyo número habían
dado los etolios seis mil infantes y cuatrocientos caballos”. Partieron en
busca unos de otros, y habiendo llegado a Escotusa (ciudad de Tesalia), allí
pensaron que se produciría la batalla. Los macedonios con el recuerdo de
Alejandro, cuyo nombre iba acompañado de la idea del valor, y los romanos por
querer aventajar a los persas que habían sido vencidos por el rey macedonio.
Entonces –dice Plutarco- Grecia era “el más brillante teatro” para la guerra.
Filipo, en cambio, como
observara el vuelo de unas aves, creyó que no era el momento de la batalla,
pero al día siguiente, después de una noche húmeda y lluviosa, “degenerando las
nubes en niebla, ocupó toda la llanura una oscuridad profunda”. Los enviados de
una y otra parte en guerrillas y en descubierta, trababan pelea en las llamadas
Cinocéfalas[vii],
lugar de cumbres agudas y collados espesos. Se alternaban las situaciones de
perseguir y ser perseguidos hasta que, despejado ya el aire, los ejércitos se
acometieron con todas sus fuerzas, con la dificultad de la aspereza del
terreno.
Cuando los romanos
consiguieron desbaratar a una parte del ejército macedonio, persiguieron a los
que huían, hiriendo y acosando a los que eran alcanzados, pero en breve también
los romanos se desordenaron y empezaron a huir arrojando las armas, muriendo
por lo menos ocho mil, y unos cinco mil quedaron cautivos. Si Filipo pudo
salvarse, la culpa fue de los etolios (según Plutarco), que se entregaron al
pillaje y saqueo… La paz de esta segunda guerra macedónica llevada a cabo por
el belicoso Senado romano, no llegaría hasta 196 a. C.
Tito Quincio Flaminio
es retratado por Plutarco como “pronto para la ira y para los favores”, pero
con ventaja para esto último. Queriendo ascender en el mando con rapidez, tuvo
dificultades, pues hubo quien se opuso a que, sin haber seguido el “cursus
honorum” que era habitual, fue elegido cónsul en 198 a. C., a la edad de
treinta años. Fue educado en las costumbres militares por haber tenido Roma, en
su época, muchas guerras (en realidad siempre) y “ser este el arte que aprendían
los jóvenes”. Primero fue tribuno en la guerra contra Aníbal a las órdenes de
Marcelo[viii],
entonces cónsul, pero al morir este, Tito fue nombrado prefecto de la región
tarentina y luego del mismo Tarento, después de ser recobrado.
[i] Vivió
entre mediados del siglo I y el año 120 d. C.
[ii] Al
oeste de la actual Albania, desemboca en el mar Adriático. Es el actual Seman.
[iii] En Tesalia
[v] Vivió entre finales del siglo IV y 272 a. C. Rey de Epiro en dos ocasiones y de Macedonia.
[vi] El primero con ese nombre de los que fueron reyes de Pérgamo.
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