Ruinas del templo de Hékate de Lagina, en Caria
La profesora Arminda
Lozano ha estudiado el poder de los templos y de los grupos indígenas locales
en el imperio seléucida, heredero de Alejandro Magno[i].
Aquel fue el más extenso de todos los más o menos helenizados desde el siglo
III a. de C. hasta época romana, y en él vivían una gran variedad de pueblos
que escapaban, en muchos casos, al control directo de la autoridad central, en
parte debido a privilegios ancestrales que gozaban.
Los templos figuraban
entre los mayores propietarios de tierras, como nos informa Estrabón para su
época (el cambio de era), pero el diferente grado de helenización de Asia Menor
fue una realdad incluso mucho después. La epigrafía que ha sido estudiada, por
su parte, es de época posterior al imperio seléucida. Junto a los templos
tenían también poder las tribus autóctonas que estaban ligadas al poder central
de forma muy tenue en ocasiones, así como los territorios de las ciudades
griegas antiguas que se encontraban en la costa occidental de Anatolia. Para
estas la conquista macedónica supuso la pérdida de su independencia y
mantuvieron unas relaciones difíciles con el poder central.
Los seléucidas
ejercieron un poder ilimitado, pero los templos también tenían un gran poder
que duró varios siglos gracias a su riqueza. En todo caso cada rey actuó según
las circunstancias, y los templos eran de varios tipos. Arminda Lozano señala
que sobre los dominios sacerdotales hay dos posturas enfrentadas: la de los que
dicen que los principados teocráticos fueron secularizados por los monarcas, y
los que lo niegan. Los primeros dicen que las tierras confiscadas a los templos
habrían sido utilizadas para asentar colonos, sobre todo militares. Otros
señalan que el poder de los sacerdotes solo es comprensible si se tiene en
cuenta la mentalidad asiática, mientras que hay historiadores que niegan la
existencia de templos con grandes propiedades en el Asia menor premacedónica y,
sin embargo, fue en época helenística cuando los templos ampliaron enormemente
sus propiedades.
De las dos clases de
santuarios que cabe diferenciar, los de tipo oriental poseían amplios
territorios que eran explotados por la población que los habitaba, y los de la
parte occidental de Anatolia con un patrimonio territorial mucho más reducido,
siendo estos últimos los que evolucionaron de acuerdo con la tradición griega.
Existió –dice la profesora a la que sigo- una marcada contraposición entre el
litoral, con sus ciudades griegas, y el interior, escasamente afectado por la
helenización, que no se produciría hasta época romana.
Los monarcas
helenísticos, para llevar a cabo la asunción por parte de la población de la cultura
griega fundaron ciudades, labor que fue muy intensa para ordenar
administrativamente el territorio, pero este camino fue muy azaroso. El
interior de Caria estaba habitado por tribus rurales que apenas sabían lo que
era una ciudad, siendo la aldea el eje de la organización social. Algunas de
estas aldeas derivaron luego en ciudades o bien fueron incorporadas al
territorio de una ciudad, pero la lentitud del proceso es evidente, pues la
fortaleza de las tribus autóctonas así lo exigió. Incluso en algunas zonas
rurales se dio la violencia: uno de los casos es el de Aristónico, que llamó a
la rebelión contra el intento centralizador de la monarquía seléucida. El foco
más resistente de dicha revuelta se dio en el interior del país, aunque la
acción de Atistónico pretendió también heredar el trono de Pérgamo, ciudad más
al norte que la región de Caria. En Cime (Eólida), el caudillo fue derrotado y
tuvo que huir al interior, siendo capturado en la ciudad de Estratonicea del
Cauco (Lidia). Con él estuvieron pobladores de Misia, foco de inquietud e
intranquilidad permanente en el reino de Pérgamo, siendo ciudades del interior
de Lidia, como Tiatira, Apolonia y la citada Estratonicea del Caico, las
emblemáticas de la revuelta. Hasta tal punto esta revuelta fue importante que
Aristónico llegó a acuñar moneda con el nombre de Eumenes III, pero estamos ya
hablando de una época muy avanzada del siglo II a. de C. (en 129 fue apresado y
llevado a Roma).
Importancia tuvo la fundación
de Estratonicea[ii],
una de las más tempranas de la época helenística y obra del rey seléucida
Antíoco I, donde había una serie de aldeas carias pobladas por gente autóctona.
Allí se encontraban las sedes de conocidos recintos religiosos, el templo de Hékate[iii]
en Lagina y el de Zeus Chrysaoreus[iv],
santuario común este de la confederación caria, siendo el sistema para la
fundación el sinecismo. El caso era, para los reyes helenísticos, restar fuerza
al elemento autóctono, esto independientemente de que Caria se vio envuelta en
frecuentes cambios de dueño, y ya en el siglo I a de C., la ciudad de
Estratonicea se vio afectada por distintos episodios bélicos, como el derivado
de las aspiraciones de conquista del rey póntico Mitrídates VI en el año 88 a.
de C.
Antes, la ocupación
rodia obligó a los seléucidas a convertir Estratonicea en un enclave militar,
pero las diversas aldeas de la zona no se integraron en la ciudad (o bajo su
protección) sino de manera progresiva. En el año 40 a. de C. el romano Labieno
asedió la ciudad, siendo sus templos saqueados, sobre todo el de Lagina, a
pesar de la oposición de la población local.
Aún con la fundación de
ciudades, siguieron existiendo regiones tenazmente aferradas a sus rasgos
culturales propios, perviviendo formas de organización religiosa antiguas. Uno
de los casos más relevantes es el de Labraunda, cuyo templo dedicado al Zeus
local o Labraundos era propietario
desde antiguo de “tierra sagrada”. La ciudad de Apolonia Salbace estaba rodeada
de aldeas situadas en torno a santuarios indígenas independientes, y la
fundación de la citada ciudad se debió al deseo de controlar e integrar a dichas
aldeas, aunque este objetivo no conllevaría la confiscación de las “propiedades
sagradas”. Todo esto llevó a conflictos duraderos, pues las aldeas indígenas
siempre fueron renuentes a la integración.
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