domingo, 15 de febrero de 2015

"Apuntes para una reforma de España"

Al norte del virreinato de La Plata, la Audiencia de Charcas
Esta es una de las obras de uno de los ilustrados españoles que, además de profesor en Aragón, su patria de origen, fue fiscal en Charcas, primero del virreinato del Perú y luego de La Plata. A principios del siglo XVII se creó una archidiócesis en la ciudad con amplia jurisdicción (en lo que ahora es Sucre). El ilustrado a que nos referimos es Victorián de Villava, que fue fiscal de Charcas entre 1791 y 1802, año este de su muerte. José M. Portillo Valdés (1) lo incluye entre unos de los reformadores de la monarquía hispana, aunque muchas de sus propuestas no fueron llevadas a cabo sino -tardíamente- por las Cortes de Cádiz. 

Siguiendo al autor citado, Villava es un representante de los intentos de conciliación entre modernidad y cultura católica: "A través de sus numerosos escritos... fomentó una nueva moral imperial, en que la colonización comercial [sería prioritaria] frente a la pura conquista militar". Sus "Apuntes para una reforma de España", redactados en 1797, concebían la reforma necesaria de la monarquía contando con América, lo que contrasta con los intentos de otros de tener a las colonias como meros apéndices de la metrópoli.

Uno de los objetivos de Villava fue la abolición de la mita, odioso trabajo por el que la población indígena había de emplearse en obras de construcción en favor del imperio español, o bien ejercer como transportistas por la accidentada geografía andina, solo obligatoria para los hombres. Cuando en las Cortes de Cádiz se proponga "proteger por leyes sabias y justas la libertad civil de los españoles", se dirá así mismo que deben abolirse las mitas en sus diversas formas, por lo que Villava fue un adelantado en su tiempo. Decían así mismo los miembros de una de las comisiones de las Cortes de Cádiz que "la primera obligación que... hemos contraído de conservar y proteger la libertad civil... ¿Permitiremos que hombres que llevan el nombre español, y que están revestidos del alto carácter de nuestra ciudadanía, permitiremos que sean oprimidos, vejados, humillados hasta el último grado de servidumbre ?...: o abolir la mita de los indios o quitarles ahora mismo la ciudadanía que gozan justamente..." (2). 

Pero encontró oposición la eliminación de la mita: el diputado peruano Blas de Ostolaza propuso todo lo contrario, que se generalizase el trabajo forzoso, siendo combatido por el costarricense Florencio Castillo y por el ecuatoriano José Joaquín Olmedo. Ostolaza era clérigo y luego confesor de Fernando VII en Valençay; ejemplo de reaccionario de la época, pasará por una serie de vicisitudes, felices unas para él, otras no, aún durante el reinado de Fernando VII (3). Castillo y Olmedo representaron a Costa Rica y Guayaquil respectivamente, el segundo prolífico y activísimo político antes y después de la independencia de la Gran Colombia y Perú.

La historia de la mita es la de una miserable y horrible práctica que forzó al indio a realizar trabajos inhumanos de forma practicamente gratuita, pretendiendo algunos explotadores que se considerase tal práctica como un beneficio para el Estado, pero cierta legislación de Cádiz ordenó "a las autoridades americanas cortar los abusos 'reprobados por la Religión, la sana razón [y] la justicia'" (cita José M. Portillo). Pero Villaba había leido a los ilustrados italianos profusamente, entre los que se encontraban Gaetano Filangieri, Antonio Genovesi y Ciarinaldo Carli, habiendose preocupado el primero, entre otros, de "nuevas perspectivas sobre cultura política constitucional". Por parte española también conoció Villava la obra de León de Arroyal, uno de los que quiso compatibilizar, como Villava, catolicismo y razón.

Lo que interesó a Villaba de Genovesi -dice Portillo Valdés- fueron "las posibilidades que ofrecía para incorporar a una cultura católica algunos de los elementos determinantes de la modernidad de las sociedades comerciales". Romper con la fiscalidad que solo exigía a los más pobres o trabajadores, favorecer la distinción social por el mérito individual y suprimir las formas caducas de propiedad. También una crítica a la Inquisición, lo que hizo de Villava un ejemplo de católico ilustrado donde Dios es legislador supremo pero los seres humanos interpretan su voluntad " a través de la razón".

Villaba, como otros ilustrados españoles, fue contrario a la esclavitud, pero él mismo tuvo esclavos a su servicio, comparándolos "como costal de huesos con los ojos abiertos". En cuanto a la mita, sus defensores por beneficiarse económicamente de ella, argumentaron que había sido un elemento civilizador en el Alto Perú; por otra parte -decían- la explotación minera solo era rentable con la mita, de lo contrario debían abandonarse las minas. Esto es lo que Villaba rechazó de plano -dice Portillo Valdés- "alterando así el juego de poderes respecto de la situación que se había creado en los años de la gran rebelión de 1780", la que tuvo por protagonista a Tupac Amaru II contra las reformas bornónicas, consistentes en la obligación de pagar alcabalas por la compraventa de granos, la de que todos los artesanos se agremiasen para garantizar el cobro de dichas alcabalas. Cuando se intentó censar a la población indígena y se obligó a los cholos (mestizos) a tributar, los mulatos y otros mestizos se alarmaron.
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(1) "Vitorián de Villava, fiscal de Charcas: "Reforma de España" y nueva moral imperial", Universidad de Santiago de Compostela, 2009.
(2) Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados de 12 de agosto de 1812. Citado por José M. Portillo Valdés.
(3) Ver Blas de Ostolaza, un apasionado de la fidelidad", Fernán Altuve-Febres, Universidad de Lima.




martes, 3 de febrero de 2015

Gutiérrez de Cos y la independencia de Perú

Catedral y plaza de Huamanga



Pedro Gutiérrez de Cos nació en Piura (Perú) en 1750, en el extremo noroeste del país, y fue un ferviente defensor de la permanencia de Perú como colonia de España. Según Elizabeth Hernández (1) fue de ideas conservadoras, lo que no es extraño en un obispo, y se reafirmó una y otra vez en su monarquismo. Según la misma autora, cuando se proclamó la independencia de Perú en 1821, varios miembros de la jerarquía católica la rechazazon y abandonaron el país, uno de ellos Gutiérrez de Cos, que "simboliza la constante búsqueda de beneficios del clero peruano".

Gutiérrez de Cos procedía de una familia de "mediana posición" que le procuró los estudios eclesiásticos. Fue capellán de coro en la catedral de Trujillo y luego siguió un "cursus honorum" hasta alcanzar el obispado de Huamanga y más tarde de Puerto Rico. Incluso estuvo cerca de convertirse en diputado de las Cortes de Cádiz, lo que no pudo ser porque se le adelantó Sánchez Navarrete (2), que sí fue partidario de la independencia peruana.

Gutiérrez de Cos, durante la guerra de independencia peruana, se ocupó de "evitar que circulasen papeles subversivos en su jurisdicción", según Real Orden de 1818 en la que "se instaba a los obispos a impedir la introducción de los periódicos" partidarios de la independencia. Cuando el ejército de José Álvarez de Arenales, argentino aunque de origen peruano, llegó a la sierra central al mando de sus tropas en 1820, Gutiérrez de Cos se había refugiado en Lima abandonando su obispado en Huamanga. La capital, junto con Cusco, eran los dos centros de la resistencia española contra los independentistas.

Nuestro personaje -dice Elisabeth Hernández- es un claro ejemplo de la sociedad peruana que, hasta el último momento, hizo lo que pudo por mantenerse fiel a la corona de la que dependía. A ella debía de Cos haber formado parte del alto clero peruano, ello sin perjuicio de que "la formación intelectual recibida en los centros superiores de enseñanza vierreinales fomentaba esa profunda convicción monárquica". Los estudios eclesiásticos formaban en los principios jurídico-políticos, de forma que cuando la independencia de América hace su aparición, dichos principios se vieron amenazados.

"La mayoría de los obispos de Hispanoamérica rechazó la independencia porque la identificó como herejía o rebeldía frente a una autoridad política consagrada por la divinidad. Así se entiende que en la homilía de 1826 y en el informe de 1829, Gutiérrez de Cos sentenciase a los independentistas con muy crudas expresiones". Cabe imaginar hasta que punto los privilegios acumulados pesaron en la formación de un pensamiento que fue incapaz -al contrario que en otros casos- de comprender que la independencia, tarde o temprano, era inevitable.
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(1) "'Una columna fortísima del altar y del trono': Pedro Gutiérrez de Cos, obispo de Huamanga y de Puerto Rico (1750-1833)", Universidad de Piura, Perú, Hispania Sacra, 122, 2008.
(2) Elizabeth Hernández, "Peregrinación y desconcierto: El diputado peruano en Cádiz, José Antonio Sánchez Navarrete...", 2012.

domingo, 1 de febrero de 2015

La Iglesia en Cuba (en torno a 1900)

Félix Varela Morales, precursor de la indepdencia cubana

Carlos Manuel de Céspedes (1) dice que la Iglesia en Cuba, en el siglo XIX, fue "tironeada", es decir vapuleada de un lado a otro, mientras que la identidad nacional de Cuba se empieza a perfilar, a su juicio, a finales del siglo XVIII aunque no de forma rectilínea. En la independencia de Cuba respecto de España y en el papel de la Iglesia tras la misma jugaron un papel importante los intereses económicos en un país que, según el mismo autor, ha sido y es poco "practicante". Ello puede deberse al "sincretismo de religiones" existente, desde las de origen africano hasta las de los indígenas nunca evangelizados del todo. 

Para Céspedes, entre España y Cuba hubo un vínculo "peculiar" y de la misma manera entre la Iglesia cubana y española, que se vuelve -en este caso- más notable después de la independencia de las otras repúblicas hispano-americanas. "Se trata de un vínculo casi inefable e inasible", consecuencia de relaciones personales a partir de los emigrantes españoles a Cuba durante el siglo XIX y aún después. "En ningún otro país hispano-americano ocurrió una emigración proporcionalmente tan numerosa", lo que determinó vínculos económicos y políticos de gran importancia, de tal manera que Moreno Fraginals -citado por Céspedes- "ha podido demostrar... que si bien no se puede entender la historia de Cuba en ese siglo [XIX] sin apelar a España, tampoco se puede entender la de España sin apelar a la de Cuba", pues este país vivió todo el siglo XIX como parte de España y "casi siempre mal gobernada".

La intromisión de Estados Unidos, que venía de lejos, en el conflicto cubano-español, se manifestó con la enmienda Platt, añadiendo la la Constitución de Cuba una serie de preceptos en favor de los Estados Unidos (sobre la Isla de los Pinos, arrendamiento de servicios en favor de Estados Unidos, intervención militar de esta potencia en la isla y otras). Por su parte, las autoridades católicas de Cuba no hacían buenas migas con los masones protestantes y anglicanos de Estados Unidos. Cuba se vio invadida por misioneros norteamericanos para contrarrestar el peso de la tradición católica española. Pero entre los partidarios de la independencia de Cuba no primaba el ser sacerdote católico o escéptico laico, sino aquel deseo de independencia, que tenían una excelente referencia en el sacerdote Félix Varela Morales, nacido en 1788 y condenado a muerte por la monarquía hispana, aunque no moriría hasta 1853. A contrario, también hubo sacerdotes y obispos cubanos que no estuvieron a favor de la independencia.

Pero que hubiese clérigos contrarios a la emancipación cubana no les arredró para ser críticos con la administración española de la isla, sobre todo con los malos tratos a los esclavos. Cuando la independencia era irreversible, una ola de anticlericalismo recorrío Cuba, lo que hace responder al obispo Santander, ultraconservador y contradictorio, de la siguiente manera: diez y ocho iglesias parroquiales han sido quemadas por los insurrectos y si alguna imagen se ha salvado de las llamas la han destruido con los machetes. Cuando no se han podido sacar las vestiduras sagradas se las han puesto por irrisión, blasfemando la mismo tiempo de todo lo más sagrado. Se han atrevido a publicar que ellos, los insurrectos, estaban autorizados para hacer matrimonios (2).

Y también el obispo Santander, dirigiéndose al nuncio en Madrid, Nava di Bontifé, dice de los patriotas cubanos que demuestran en todos sus actos que al mismo tiempo que la separación de la patria común alimentan un odio satánico contra la Religión... Era y es muy común confundir "religión" con Iglesia católica, tan acostumbrada como estaban sus jerarquías que fuese la única permitida, la única amparada. Tampoco se puede decir que los patriotas cubanos fuesen anticatólicos; eran anticlericales en la medida en que la Iglesia se había comprometido con los poderosos, con la metrópoli y contra la independencia, al menos entre sus más notables jerarquías.

Pero el obispo Santander se pronunciará más tarde en sentido contario o con cierta ambigüedad según las circunstancias vengan dadas. Bien atento estuvo, sin embargo, a adivinar las intenciones de las autoridades estadounidenses, pues en 1898 decía no sabemos aún, de una manera cierta, si se formará un Gobierno Cubano o si los Estados Unidos, por más o menos tiempo, regirán los destinos de esta Isla. Pero en cualquiera de los dos casos la Iglesia no tiene por que temer. No tememos a los cubanos, que no vienen a hacer una revolución religiosa, sino política... ¿En sus programas de gobierno, en sus proclamas han dicho alguna vez que venían a hacer guerra al catolicismo? Nunca. Al contrario, durante la sangrienta lucha que ha terminado ya, gracias a Dios, no ha habido que lamentar ataque alguno a los ministros de la religión; lejos de eso se les ha tratado con respeto por las fuerzas rebeldes... Ya no hablaba Santander de los incendios de iglesias, que fueron una constante en la España del siglo XIX y se preparaba con sus palabras para avenirse con los nuevos "amos".

¡Que accidentalista Santander, que oportuno poniéndose a buen recaudo! 
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(1) "La emancipación antillana y sus consecuencias para la Iglesia Católica", 1998.
(2) Carlos Manuel de Céspedes en la obra citada.

El clero de Mérida-Maracaibo

En torno al lago de Maracaibo se encontraba la Gobernación de Mérida-Maracaibo, la primera una ciudad al sur, separada de las riberas, y al noroeste Maracaibo, cerca del estrecho que comunica el lago con el golfo de Venezuela. Algunas de estas regiones están afectadas por la cordillera Andina, como es el cado de Mérida, encajada en un valle, así como las regiones más occidentales, que forman la frontera con Colombia. El resto del territorio es una pendiente que desciende hacia el lago. 

A finales del siglo XVIII fue destinado como obispo de Mérida-Maracaibo el franciscano Juan Ramos Lora, que tenía entonces ya una avanzada edad. Si se ha dicho en varias ocasiones que no hay obispo que se precie que no haya tenido unos cuantos pleitos con su cabildo, en este caso el obispo Ramos Lora tuvo que vérselas con el relajado clero de la región, que no estaba para labores pastorales precisamente. 

Según María Dolores Fuentes Bajo (1) se trataba de una Gobernación "relativamente consolidada" a finales del XVIII, siendo Maracaibo el centro político y administrativo más importante. Las comunicaciones eran difíciles en la época, por lo que la vida en las diversas regiones se hacía de forma muy independiente del centro. La población autóctona, los motilones, "no podía considerarse que estuviera plenamente hispanizada" y prueba de ello fueron sus levantamientos. Allí se hablaba un dialecto del castellano, el marabino, lo que era otro factor de diferenciación.

El obispo Ramos Lora fue el que inauguró el obispado, llegando con unas intenciones muy reformadoras, como correspondía a la orden religiosa a la que pertenecía y al siglo, pero enseguida se encontró con la oposición de un clero que estaba acostumbrado a vivir a su manera, con una bajísima instrucción, entregado a los negocios y apartado en zonas rurales. Parece ser que el obispo no actuó con tacto, sino que quiso conseguir resutados cuanto antes, provocando una serie de conflictos con algunos curas. 

Uno de los más sonados fue el que tuvo como protagonista a Fernando Sanjust, que "se negó a trasladarse a su curato... lo que le acarreó que fuera confinado en el hospital de Mérida". Pero el díscolo cura conseguía del carcelero que le dajase salir al tiempo que insultaba al obispo. Otro es el caso de Baltasar Rodríguez, que "se negó rotundamente a ejercer su labor apostólica en un lugar perdido (el pueblo de Ziruma)". Francisco Villamil fue procesado por el obispo, pero escapando fue perseguido "por desertor". Otro ejemplo citado por Fuentes Bajo fue Gabriel Salón.

En efecto, el obispo no disponía de muchos medios para hacer valer su jurisdicción en la práctica, por lo que muy pronto se empeñó en la fundación de un seminario para la formación del clero. En realidad el caso venezolano, para la región más occidental del país caribeño, no es una excepción. En España y en toda la cristiandad la formación del clero, a pesar del concilio de Trento hacía siglos, era deficiente, su moral relajada y las funciones a él encomedadas abandonadas muchas veces. 
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(1) "La justicia de un Obispo. Los difíciles comienzos de la Diócesis de Mérida-Maracaibo, 1784-1790", Universidad de Cádiz.