Catedral románica de Urgel (posterior al adopcionismo) |
La situación de la
Iglesia en España durante las últimas décadas del siglo VIII presenta unas
características que explican la cuestión adopcionista: Jesús tenía naturaleza
humana, pero fue elevado a la divina al ser “adoptado” por Dios. La estructura
eclesiástica era la heredada de época visigoda, siendo los obispos elegidos
canónicamente, se reunían en concilios y la sede metropolitana de Toledo, en
poder de los musulmanes de al-Andalus, defendía celosamente su superioridad
jerárquica. Este proceso por el que Toledo se había encumbrado fue tan
notable –dice José Orlandis[i]-
que, a partir del XII concilio de Toledo (681), en tiempo de Ervigio, la
institución del Primado había quedado completamente configurada, con tal cúmulo
de derechos y facultades que esa potestad ha sido comparada con la que tenía en
el Imperio oriental el patriarca de Constantinopla. J. Mac William considera
que la larga cohabitación de cristianos con judíos y musulmanes habría inducido
a los primeros a intentar salvaguardar sus creencias cristianas conciliando en
una doctrina sincretista de diversas creencias religiosas, buscando un
acercamiento al monoteísmo coránico y a prácticas culturales mosaicas.
El obispo Julián jugó
un importante papel en la promoción de la primacía toledana sobre la Iglesia
española, y un siglo más tarde el obispo Elipando (783-808), al frente también
de la sede toledana, sufrió que porciones territoriales importantes de la
antigua Iglesia visigoda iban quedando al margen de su autoridad: la Septimania
o Galia narbonense, incorporada ésta a la Iglesia franca desde los comienzos
del reinado de Carlomagno. Ocurrió esto con varias diócesis de la
Tarraconense, como Gerona y Urgel, también bajo hegemonía carolingia. En el
noroeste de la Península, la autoridad religiosa toledana se debilitó también
(Asturias y Galicia). Por otro lado, cuando surgió el problema adopcionista, la
Iglesia, en la España musulmana, había sufrido la defección de una parte
considerable de sus fieles. La prolongada cohabitación de los mozárabes con
musulmanes y judíos, con las consiguientes disputas religiosas entre clérigos,
alfaquíes y rabinos, favorecía un cierto irenismo que llevó al sincretismo
doctrinal.
Hoy se admite que el
preámbulo de la crisis fue un intento de la captación de la Iglesia hispana por
parte de la Iglesia franca. Se había producido el envío, hacia el año 782, de
un clérigo visigodo, Egila, consagrado obispo en las Galias, el cual tendría la
misión de predicar el cristianismo en territorio hispanomusulmán, enmendando
ciertas doctrinas, o así se creyó entre los mozárabes. La desviación más
llamativa era la doctrina trinitaria profesada en la Bética por Migecio, un
heresiarca influyente, pero fue la jerarquía eclesiástica mozárabe, con
Elipando a la cabeza, la que salió al paso contra Migecio. En el año 784 se reunió
en Sevilla un concilio presidido por Elipando que condenó a Migecio y
estableció una profesión de fe en la que se declaró que Jesucristo “es a la vez
hizo de Dios e hijo del hombre: hijo adoptivo por la humanidad, hijo no
adoptivo por la divinidad”. Y esto fue lo que desencadenó la cuestión
adopcionista.
La controversia se mantuvo
dentro de ciertos límites en un primer momento, pero la primera reacción contra
Elipando vino de la Asturias de Mauregato: un monje, Beato de Liébana, y
Heterio, el obispo exiliado de Osma, compusieron en el año 785 un “Tratado
apologético” contra Elipando, en el que se declaraba herético el adopcionismo,
lo que motivó la reacción del primado: “Jamás se oyó decir que los lebaniegos
adoctrinasen a los toledanos”. Las diferencias teológicas estaban entreveradas
del temor a perder la primacía de Toledo: “Esta sede ha brillado desde los
orígenes de la fe por la santidad de sus doctrinas…”. A partir de entonces el
conflicto alcanzaría dimensiones europeas.
El obispo Félix de
Urgel se encargó de que el adopcionismo se extendiese hacia el norte de los
Pirineos, valiéndose del prestigio que tenía, que además había discutido con
musulmanes y judíos. Muchos fieles de la Marca Hispánica y de la Septimania le
siguieron. La toma por los francos de Gerona en 785 y de la propia Urgel las
integraron en el Imperio carolingio, llegando el adopcionismo a ser un problema
para la ortodoxia oficial en el Occidente europeo.
Elipando se dirigió a
Félix solicitando su ayuda contra el de Liébana y Heterio, lo que se supo en la
corte carolingia y en 789, el principal consejero de Carlomagno, Alcuino de
York, escribió a Félix tratando de atraérselo y que no hiciese caso a las
demandas de Elipando, lo que no resultó, pues el de Urgel escribió varios
libros mostrándose adopcionista. Las consecuencias serán muchas.
Félix hizo valer la
autoridad del primado toledano, en lo que demostraba su vínculo con la
tradición visigoda y no la franca, convirtiéndose en el principal referente del
adopcionismo en Europa occidental. Entonces Carlomagno, en el concilio de
Ratisbona (792), se erigió en defensor de la ortodoxia católica, coantando con la colaboración del papa Adriano, mientras que Elipando estaba al
margen de la autoridad franca. Félix fue llevado a Ratisbona para asistir al
concilio, donde abjuró de su doctrina; luego fue enviado a Roma para
presentarse ante el papa Adriano, donde confirmó su arrepentimiento, lo que le
valió la libertad, pero parece ser que no volvió a Urgel, sino a tierras bajo
dominio musulmán, bajo Elipando, con el que volvió a reafirmarse en el
adopcionismo.
El obispo de Toledo,
por su parte, respondió a las resoluciones del concilio de Ratisbona, aunque no
todos los clérigos cristianos de al-Andalus compartieron las ideas del primado.
Por otro lado, desde 791 ocupaba el trono de Asturias Alfonso II, cuya aproximación
a Carlomagno –dice Orlandis- está bien documentada. Pero hay más que poco tiene
que ver con la religión y la teología: el concilio de Nicea (787), que condenó
la iconoclastia, abrió las puertas a un posible acercamiento entre Roma y
Bizancio, lo que no sería bien visto por Carlomagno: su imperio era el que él
consideraba interlocutor con Roma.
En 798 se intentó el
último e infructuoso intento de lograr un arreglo pacífico con los
adopcionistas. Alcuino de York, de nuevo, escribió a Félix en términos
amistosos y conciliadores, pero el de Urgel no aceptó, moviendo esto a Alcuino
a dirigirse a Elipando, que respondió de forma agresiva y no podemos saber si
el de Toledo vería con muy malos ojos la interferencia de los francos en los
asuntos de la Iglesia hispana (de ser así, otro factor que no tiene que ver ni
con la religión ni con la teología).
Tal fue la importancia
de esta discordia entre adopcionistas y ortodoxos, que a largo plazo la
consecuencia más negativa –según Abadal[ii]- fue
la difusión por el Occidente cristiano de un sentimiento de desconfianza hacia
la religiosidad hispánica, y de un modo particular ante su liturgia
visigótico-mozárabe. “Toda España está infectada por el error adopcionista”,
escribió Alcuino de York… y no fue el único caso.