Según Gustav Henningsen[1],
mientras que en la mitad norte de España se daba tanto la brujería como la
hechicería, en el sur solo se daba esta última. El autor citado ha estudiado
“las miles de causas contra ‘supersticiosos’, como los llamaban los mismos
inquisidores”, además de los casos contra judaizantes, moriscos, ‘luteranos’,
alumbrados, proposiciones y blasfemias, bigamia, […] solicitantes, actos contra
el Santo Oficio… y ‘varias’”. La tierra de las brujas españolas es el Norte, dice
el autor citado. Si se traza una línea imaginaria que desde Valencia pase por Toledo y entre en Extremadura, aquella es la divisoria entre el mundo del norte y el del sur en esta materia.
También el autor ha investigado los casos de
homosexuales, abundantes, pero en los territorios de Castilla, incluida
Galicia, no se castigaba la homosexualidad, contrariamente a la actitud de la Inquisición en la
corona de Aragón. Distingue entre brujería y hechicería, esta última magia
maligna. La brujería es una ofensa imaginaria, puesto que es imposible. Un
brujo, en cuanto tal, no tiene capacidad para hacer el mal, pero el hechicero
puede hacer magia con la intención de matar a sus vecinos. La magia no matará a
las víctimas, pero el hechicero puede, y sin duda, a menudo, practica la magia
con dicho fin. Los inquisidores españoles de los siglos XVI y XVII ya
distinguieron entre brujería y hechicería, y lo mismo hizo el historiador Lea
cuando publicó su obra en 1888.
Henningsen ha estudiado el caso de la Inquisición contra una
morisca de 1584, vecina de Villanueva del Fresno, al sur de la actual provincia
de Badajoz. Fue testificada de “cosas de brujas, chupar criaturas y andar de noche
con torteras en la cabeza”, lo que el autor identifica con velas encendidas
como señala la tradición popular en Galicia con la Santa Compaña. La mayoría de
los casos son de mujeres; de hombres solo ha estudiado el autor un par de
“encomendadores del ganado”, pero no hay saludadores, hombres nacidos con el
don para curar la rabia y otras enfermedades. Tampoco ha encontrado magos
eruditos, como astrólogos, exorcistas, nigromantes, quirománticos, que abundaban
en otras partes de la península.
Henningsen dice que en el siglo XVII vivía la
mayoría de la gente según dos idearios: uno cristiano y otro mágico. Eran
“biculturales”. Uno de los ritos era la “suerte de las habas”, descrito en el
proceso contra una mujer de Jerez de los Caballeros, al suroeste de la actual
provincia de Badajoz: la adivina tomaba dieciocho habas diciendo que la mitad
eran machos y la otra mitad hembras. Dos de las habas las metía en la boca y
las restantes, con otros elementos (alumbre, un paño colorado, un paño azul,
una piedra de azufre, un poco de carbón…) las esparcía sobre la falta de su
basquiña y, según caían las habas, así sería una suerte o la otra.
Otras maneras eran la suerte del uso, la del
rosario, la del cedazo y las tijeras[2]
o la de las gotas. Esta pretendía adivinar si un hombre y una mujer se querían
o no. En Jerez de los Caballeros hubo una hechicera en torno a 1620 que
practicaba la “oración de San Erasmo” para atraer a una persona aunque
estuviese “en el cabo del mundo”. Muchas hechicerías estaban relacionadas con
la vida amorosa; había una fórmula por la que la esposa conjura a su marido
para que desprecie a todas las demás mujeres…