En la antigüedad se
creyó que la fundación de Cartago se había producido antes de la caída de Troya.
Uno de los que han inducido al error fue el historiador griego Filisto de
Siracusa, que vivió entre los siglos V y IV a. de C., lo que recoge mucho más tarde
san Jerónimo, que la data a finales del siglo XIII a. de C., también varias
décadas antes de la caída de Troya. Otro historiador griego del siglo IV a. de
C., Eudoxio de Cnido, incurrió en el mismo error. En el siglo II de nuestra
era, Apiano insistió en que los fenicios habían fundado Cartago cincuenta años
antes de la caída de Troya.
Los antiguos habían
llegado a creer que los griegos de la época de la guerra de Troya conocían el
occidente mediterráneo, como sabían que Cartago ya existía cuando los griegos
fundaron sus colonias en el Mediterráneo, por ejemplo Siracusa.
Más realistas son los
que sitúan la fundación de Cartago a finales del siglo IX a. C., basándose en
que la ciudad de Tiro llevaba al día crónicas que incluían sobre todo listas de
reyes, donde se hacían constar los acontecimientos más notables[i]. Un
griego de Sicilia, Timeo de Taormina, estuvo en contacto con los púnicos a
principios del siglo III a. C., y según él Cartago fue fundada 38 años antes de
la primera Olimpíada, es decir en 814-813 a. de C. Así lo recoge Cicerón posteriormente,
y en el siglo I d. C., Flavio Josefo.
La fundación está
envuelta en el mito, según el cual en Tiro tuvo lugar un drama cuando el rey
Pigmalión mató al marido de su hermana Elisa. Esta huyó con algunos fieles,
haciendo escala en Chipre después de varios peregrinajes que le valieron el
nombre de Dido entre los indígenas, llegando luego a Libia. Cuando Dido hubo
fundado Cartago, el rey de los libios, Hiarbas, pretendió desposarla, pero
ella, antes de ser infiel a su esposo, fingió llevar a cabo una ceremonia
expiatoria y se arrojó a la hoguera que ella misma había encendido. Así –dice
Lancel- se muestra el autosacrificio que el rey o la reina debían realizar, en
caso de crisis grave, para perpetuar la fundación frente a la amenaza indígena.
Posiblemente los sacrificios de niños, inmolados en el fuego del tofet, son
continuación de aquello (ver aquí mismo “Túnez cartaginés" y “Un mito cartaginés”).
Dido hizo levantar la
hoguera en el extremo de la ciudad, y se ve que el área de sacrificio del tofet
se extendió hacia la orilla sur de Cartago. En 146 a. de C., cuando Asdrúbal fue
vencido por Escipión Emiliano, aquel se lanzó a las llamas con sus hijos desde
lo alto del último bastión de resistencia de la ciudad, en la cima de la colina
de Byrsa, según cuenta Apiano.
El nombre de Byrsa dado
a la ciudadela fue empleado por Virgilio haciendo alusión a que los tirios “compraron…
cuanta tierra –llamada por ello Byrsa- pudieron abarcar con el lomo de un toro”,
o lo que es lo mismo, Dido adquirió tanta tierra como pudo “cubrir” la piel de
un buey hecha tiras muy finas, que quizá fueron 22 estadios, unos 4 km. de
perímetro.
En 1859, el arqueólogo
Beulé[ii] ocupó
el altiplano de Byrsa, descubriendo el famoso recinto de Cartago, pero solo
puso al descubierto un segmento del poderoso muro de sustentación con el que
los romanos, en época de Augusto, habían rodeado la colina. Quedaba por
descubrir la primera Cartago, siendo los primeros trabajos arqueológicos en las necrópolis de Byrsa, Juno, Douimés y Dermech, al oeste y norte de la
superficie teórica de la ciudad. Más al sur se descubrió el barrio de Salambó
con los puertos, al este del tofet, todo ello desde las últimas décadas del
siglo XIX.
A A. L. Delattre se
debe la mayor parte de los descubrimientos, de forma que, a principios del
siglo XX, ya se conocía la situación de las necrópolis más antiguas de la
ciudad púnica. Los ajuares funerarios constituyen, si no la única, una de las
mejores fuentes de conocimiento del arte y artesanado púnicos, sobre todo de la
época arcaica; se trata de amuletos, colgantes, joyas, máscaras y navajas de
afeitar, pero sobre todo vasos de terracota, y cerámica importada
del mundo griego, mientras que la cerámica protoática es rara en contraste con
el extremo occidente suribérico y marroquí. Los materiales originarios de
Corinto son abundantes en las tumbas arcaicas de Cartago, pero muy pocos
objetos de esta procedencia son anteriores a principios del siglo VII a. C.
(aríbalos panzudos protocorintios[iii]).
En las laderas orientales de la colina de Juno se han excavado algunas tumbas
que pueden fecharse a finales del siglo VIII a. C.
Las cerámicas de
tradición fenicia son lo esencial de los ajuares funerarios: a mediados del
siglo XX, Cintas[iv]
trabajó sobre esto, presentando el tofet acumulación, a lo largo de los siglos,
de depósitos votivos formados por una estela o un cipo (pedestal) dispuestos
sobre una o dos urnas cinerarias. La cerámica griega se caracteriza por cuencos
con asas, vasos o jarras con cuellos más bien largos y, al menos, un askos en forma de pájaro para contener
vino.
En el nivel que pudo
ser la playa lagunar, a donde llegaron los primeros navegantes fenicios, Cintas
descubrió una especie de santuario. Se había acondicionado una cavidad natural
en la roca para formar un pequeño recinto que contenía dos conjuntos distintos
de objetos: en lo más profundo, vasos griegos (protocorintios), y encima, sobre
un nivel de sedimentación, un depósito posterior formado por un ánfora fenicia
y una lucerna de dos mechas. El askos
se corresponde a los modelos chipriotas propios del siglo IX a. C. Cintas
también ha descubierto una lucerna de una sola mecha (indicio de cronología
alta) y lucernas-escudillas de dos mechas fechables en el siglo VII a. C.
Además un ánfora con asas retorcidas que su descubridor calificó de “submicénica”, datada a finales del siglo X a. C.; también un vaso con decoración geométrica
tardía relacionado con los de origen griego. Otras decoraciones cerámicas son estrígilos,
zigzags o trazos horizontales y verticales.
La primera Cartago se
construyó ex nihilo sobre una península cercana a la isla que luego quedó unida al
continente por los aluviones del río Medjerda. De los restos más antiguos
tenemos muestras muy pobres; no debe olvidarse lo que puede haber ocurrido en
un lugar que ha conocido el paso de quince siglos de transformaciones, hasta
casi su último momento a finales del siglo VII d. C. Las excavaciones recientes
de los años setenta y ochenta pasados, dieron resultados sobre las necrópolis
de la colina de Byrsa desde principios del siglo VI a. C. Las primeras
sepulturas se situaron al norte de la llanura litoral, en los lugares llamados
Dermech y Douimés, y por otro en las laderas de la colina de Juno. Algunos
enseres funerarios nos hablan de finales del siglo VIII a. C. Al sur de estas
necrópolis, en el extremo occidental de lo que mucho más tarde será el puerto
mercante, se encontró el área de sacrificio del tofet, descubierto en 1922.
Se sabe que en las
civilizaciones del mundo clásico las necrópolis se desplazaban hacia la
periferia del hábitat, pero nada avala –dice Serge Lancel- que esta separación
entre vivos y muertos se observara rigurosamente en medios semitas (sí en
cambio entre los griegos, con excepción de la Atenas del siglo VI a. C.). A
finales de los años setenta pasados, una excavación al borde del paseo
marítimo, descubrió en las tierras de relleno un hábitat púnico de finales
del siglo V a. C., pero con materiales fechables a finales del siglo VIII a. C.
La orilla actual del mar no está en la misma línea que antiguamente, donde se
descubrió un hábitat arcaico subsistiendo dos tramos de muros del siglo VII a.
C., y en una excavación realizada en 1983, se descubrió el zócalo de una pared
de adobes sin cocer con material cerámico que permite remontarnos a finales del
siglo VIII a. C.
En la parte central de
la llanura litoral se han descubierto restos de paredes y de suelos fechados a
finales del siglo VIII a. C. y principios del VII, y cerca de la actual orilla
del mar, una sucesión de once niveles diferentes de pavimento, los más antiguos
del siglo VIII a. C. con evidentes restos de actividad industrial: metalurgia
(escorias de hierro, toberas para los hornos bajos) y talleres de tinte (murex[v]
triturado). Aquí parece haber existido un barrio artesanal periférico, entre la
orilla del mar y el hábitat propiamente dicho. Se han encontrado, sobre todo,
fragmentos de copas de la isla de Eubea que confirman importaciones desde el
mar Egeo a mediados del siglo VIII a. C.
[i] Serge Lancel, “Cartago”. En un capítulo de
esta obra se basa el presente resumen.
[ii]
Francés, vivió entre 1826 y 1874.
[iii] El
cuello puede ser más o menos largo, pero el recipiente propiamente dicho es
ancho.
[iv] Nacido
en Túnez pero de nacionalidad francesa.
[v] Molusco
con el que se podía hacer púrpura.