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Roldán y Ferragut |
La obra de Jacques le Goff, “Una Edad Media en
imágenes” tiene un interés extraordinario por su originalidad y por el
tratamiento que da el autor a los diversos ejemplos de la pintura y la
escultura medievales. El autor comienza por estudiar los espacios, centrales y
periféricos, del arte cristiano medieval, se centra en las herencias bárbaras y
arcaicas, sigue con un capítulo donde trata de la iconografía del hombre y de
Dios, además de otros personajes religiosos.
La obra se completa con el tratamiento que los
artistas medievales han dado a la muerte y al más allá, a los animales, a los
objetos y, en pleno esplendor, la representación de niños, la mujer, el
retrato, la cultura popular reflejada en las obras que nos ha legado la
Edad Media, las fiestas con grandes comidas
y juegos, las iniciales iluminadas, la música y la danza.
No faltan en la obra ilustraciones sobre
ángeles trompeteros anunciando el Apocalipsis, crismones, caballeros,
crucificados, orantes, peregrinos, clérigos y reyes, alegorías, maternidades,
incluso mapas y ciudades amuralladas, paisajes y castillos. Un ejemplo es el
“Cristo en su barca con sus compañeros”, miniatura del evangeliario de Odón
III, obra de finales del siglo X que se encuentra en la catedral de Aquisgrán.
Se suceden los monstruos y los objetos
decorativos, los relieves de animales, como la piedra esculpida en la pila
norte del arco de Gerlannus, en la iglesia abacial de San Filiberto (Tournus,
siglo XI). Siguen sarcófagos decorados, personajes apretados entre sí y con una
expresividad casi ilimitada; la cruz de Lotario, obra de finales del siglo X
que se encuentra en la catedral de Aquisgrán; mosaicos del mausoleo de Gala
Placidia en Rávena (siglo V); visiones, capiteles, vidrieras…
Llama la atención un “Adán” de influencias
clásicas, aunque de anatomía más espigada, esculpido en piedra que luego se ha
policromado. De mediados del siglo XIII, se encuentra en el Mueso del Louvre,
pero procede del brazo sur del crucero de la catedral de París.
Los artistas de la
Edad Media nos deparan sorpresas
continuamente: ¿Qué decir del relieve que representa a la Eva bíblica, obra del siglo
XII, de Autun? Adaptada al marco, casi recostada y rodeada de frutales de los
que, inadvertidamente, coge la manzana prohibida. Sus cabellos están peinados
delicadamente en finísimos trazos, su anatomía alargada es singularísima, su
rostro expresivo y poco natural (se encuentra en el Museo Rolin, un edificio
acastillado en la ciudad citada).
Pilas bautismales decoradas profusamente y
representando, entre otras escenas, el pecado original. El autor de “Adán y Eva
expulsados del paraíso” ha esculpido un ángel contrahecho con las alas muy
desplegadas, los personajes estáticos, las anatomías apenas insinuadas y la
vegetación en derredor se distribuye por todos lados, pero sin perspectiva
alguna. Contrasta la desnudez de los expulsados con la túnica del ángel en esta
obra en bronce que decora una puerta de la basílica de San Zenón de Verona (siglo
XI).
Una bellísima iluminación es la del trabajo en
el campo, obra del siglo XV, que se encuentra en la Biblioteca Nacional
de Florencia, y que contrasta con la escultura de Hugo I, conde de Vaudémont
(Lorena), recibido por su esposa al volver de la segunda cruzada. Los
personajes se unen en una sola pieza, solamente distinguibles por la menor
altura de la mujer, el cuerpo más desarrollado del conde, que lleva en su mano
derecha un bastón de mando, los ropajes de ambos labrados toscamente pero con
cierto detalle. Es obra del siglo XII y se encuentra en el Museo Histórico
Lorrain de Nancy. El artista barroco francés ¿pudo imaginar que un museo con su
nombre albergaría obra tan antigua?
Y lo que generalmente no se tiene en cuenta de la
Edad Media son las representaciones de
objetos como el aguamanil del siglo XIII en bronce con incrustaciones de
esmalte negro y de plata que se encuentra en el Museo Victoria y Alberto de
Londres, aunque es obra alemana. Una llave bellísima de la iglesia de Santa
Isabel de finales del siglo XII (Marburgo), libros decorados, instrumentos
musicales labrados en las portadas de las iglesias entre otros lugares.
La obra de le Goff es sencilla en apariencia,
pero de una densidad de contenidos extraordinaria, una joya para entender la
vasta época, misteriosa todavía en muchos aspectos, donde lo obscuro parece
prevalecer, pero las luces de las miniaturas, de las vidrieras y de las más
refinadas esculturas y pinturas se abren paso con todo su esplendor.