Exconvento de San Nicolás (Tolentino) en 1940 (*) |
Tolentino es una
pequeña ciudad del este de Italia donde, a finales del siglo XVIII, se firmó un
tratado entre Francia y el papa Pío VI por el que el poder temporal de la
Iglesia empieza a decaer antes de que se produzca la unidad política y
territorial italiana a mediados del siglo siguiente.
Aunque los
historiadores no se ponen de acuerdo en la interpretación de éste tratado, lo
cierto es que la Francia de Bonaparte, cuyo régimen en ese momento era el
Directorio, se encontraba en un momento en que el poder del militar estaba
creciendo de tal forma que se permitió condicionar al papa al margen de las
autoridades centrales francesas. El papa no es privado de su condición de guía
espiritual de la cristiandad, pero las relaciones del Estado y la Iglesia
católica serán, a partir de este momento, distintas a como lo habían sido.
El papa encargó al
historiador Gaetano Marini[i]
que se hiciese cargo de la documentación que contenía el tratado, lo que así hizo. El documento depositado en el Vaticano consta de
ocho folios de 355 por 245 mm., con sellos de lacre del papa y Francia.
Éste tratado se
inscribe en la política expansiva de Bonaparte, figura militar ascendente,
contra las potencias absolutistas, Gran Bretaña y los estados italianos que
estaban bajo la mirada, si no la intervención, del Imperio Austríaco. Bonaparte
estaba interesado en tres cosas: su ascenso personal, el engrandecimiento de
Francia y la expansión de las ideas ilustradas y liberales moderadas por
Europa.
Así los ejércitos
bonapartistas ocuparon Módena, Forli, Bolonia y otras ciudades bajo la “protección”
pontificia. Entonces el papa envió a Bonaparte una legación para llegar a
ciertos acuerdos que evitasen un desastre mayor (quizá la ocupación militar de
Roma) para el director de la Iglesia, y en Tolentino se reunieron las dos
partes.
El texto del tratado es
un ejemplo del lenguaje eufemístico de la diplomacia de todos los tiempos,
hablándose de “amistad y buena inteligencia”, cuando en realidad había sido una
imposición de Francia al papa, pero es importante que el éste se obligaba a no
hacer reclamación alguna sobre Avignon y el condado de Venaissin (sureste de
Francia) que en el siglo XIII había sido propiedad de los condes de Poitiers,
los cuales lo donaron a la Iglesia. Por ello los habitantes de este territorio,
cuyo centro ocupaba la villa de Carpentras, no estaban obligados al pago de
impuestos ni al servicio militar. Esto no era admisible para los republicanos y
jacobinos franceses ya desde los primeros momentos de la Revolución, aunque hay
precedentes de que la monarquía absoluta francesa también había intentado
anexionarse el condado.
El tratado hace
referencia a una buena cantidad de dinero que el papa debía pagar a Francia,
quizá para comprar una paz que nunca estaría segura o para compensar el tiempo
de exención fiscal de que habían gozado los habitante de ese enclave papal en
Francia. También había alguna cláusula alusiva a la entrega a Francia de
algunas obras de arte, además de que el papa tuvo que liberar a presos
políticos que la república francesa no admitía.
Quizá Bonaparte y sus
colaboradores conocían el pensamiento de Mme. de Lambert[ii]
de que “filosofar es devolver a la razón toda su dignidad”, así como a Voltaire
cuando escribió en 1765: “el verdadero filósofo labra los campos incultos,
aumenta el número de carretas y, por consiguiente, de habitantes, da trabajo al
pobre y le enriquece, fomenta los matrimonios, da al huérfano instituciones, no
murmura contra los impuestos necesarios y pone al campesino en situación de
pagarlos con alegría. No espera nada de los hombres y les hace todo el bien de
que es capaz”.
(*) https://www.pinterest.es/pin/412642384590512136/
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