lunes, 18 de mayo de 2020

Las Memorias de Alcalá-Galiano (4)

Alcalá-Galiano, joven
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Estando las cosas en Madrid como es propio de un país en guerra, su madre decidió, a finales de noviembre de 1808, emprender viaje a Andalucía, concretamente a su casa de Cádiz, pero como Galiano estaba casado y le daba pesar dejar a su mujer, dijo a su madre que él no iba, con la disculpa de que le parecía vergonzoso huir del enemigo, pero la madre, no creyendo que esa fuese la verdadera razón de su hijo, le propuso que hiciesen con ellos el viaje la muchacha y su madre. Así hicieron los preparativos y, al día siguiente, “ya mi familia por sangre y por alianza estábamos caminando en compañía, según uso de entonces, en coche de colleras, a jornadas cortas, con grande equipaje a la zaga, y escoltándonos algunos soldados”.

Después de una parada en Aranjuez, donde pasaron noche, siguieron hasta Manzanares, donde se produjo el episodio que Galiano relata: cuando estaban en su cuarto de la posada, “se entró en él un criado de la misma, mocetón alto y fornido, y no de la mejor traza”. El autor contaba diecinueve años, pero aparentaba menos, según él mismo dice, y la cara del que les había ido a visitar “nada bueno prometía”. Se presentó el mocetón diciendo que era el hombre que había matado a más franceses en la Mancha, y siguió relatando con jactancia “hechos de bárbara y repugnante atrocidad”, añadiendo el mocetón: “aquí tienen ustedes al que ha de matar a todos los traidores”, suponiéndolos a ellos como tales, pues venían de Madrid huyendo de la guerra. Se le ocurrió entonces a Galiano decirle que no quedaban franceses en Madrid, pues habían sido vencidos, por lo que el viaje que hacían no era huída, sino regreso a su casa de Cádiz sin más. Contentó esto al bravucón y pasó el apuro para la familia del autor.

Luego llegaron a Córdoba, donde visitaron a unos familiares y días más tarde a Cádiz, donde tuvieron noticias de que los franceses cobraban ventaja en cuanto a victorias en los diversos campos de batalla, pero el autor dice que había dificultad “para saberlas ciertas”. En estas se levantó un motín en Cádiz, mientras la Junta Central huía de Aranjuez y se instalaba en Sevilla. El motín fue motivado por la indignación de la población ante la invasión del país a manos de los franceses, pero con mayor ferocidad que en otras partes. Había sido asesinado, “con increíble número de heridas, el general marqués del Socorro, ilustre víctima”. Otros, en cambio, hacían donativos para los gastos de la guerra, muchos entraron en el ejército formando cuerpos parecidos a los de la Milicia Nacional: casados y viudos con hijos, solteros y personas de bastante edad, mozos, ricos y pobres. Se llamaban cuerpos de voluntarios de Cádiz, y tanto estos como la población reclamaban para la ciudad ciertos privilegios, mientras en febrero de 1809 había llegado a la ciudad el marqués de Villel, uno de los de la Junta Central, trayendo encargos sobre la prosecución de la guerra. Galiano dice que el tal Villel empezó a hacer ostentación de sí mismo, recibiendo a las gentes “con aire de superioridad y despego”. Como además era devoto y despótico, “se metió a reformador de costumbres, averiguando la vida de particulares” y empeñándose en unir por la fuerza a matrimonios separados.

La intención de Villel, además de otras, era que la población de Cádiz contribuyese al reemplazo del ejército activo, como en el resto de España, por medio de una quinta, y esto causó el disgusto que llevó al amotinamiento. Pero Cádiz no podía quedar exenta de una obligación que las demás ciudades y pueblos cumplían, por lo que se hizo correr la voz de que los cuerpos de voluntarios de Cádiz iban a ser sacados a los diversos campos de batalla, y que para defender Cádiz iba a entrar un batallón de polacos, “gente muy devota de Napoleón, aunque aparentase serle contraria”. Comenzó entonces un alboroto cuyos primeros instigadores, como suele suceder –dice Galiano- no dieron la cara, pero el motín ya estaba en marcha hasta que pudo se sofocado.

Entonces el autor ve llegado el momento de informar de su matrimonio a su madre, lo que le hizo prepararse para lo peor. Y efectivamente, el disgusto de esta fue mayúsculo, pues no podía comprender que su hijo la hubiese tenido engañada, y más se hubiese casado con alguien que, por su condición social, ella desaprobaría. La madre, a más de dolorida, dijo a Galiano que, puesto que era menor de edad, debía buscarse el sustento para su mujer y él mismo, cosa que a los pocos días no llevó a cabo, muy al contrario, dejó que tanto la esposa de nuestro autor como su suegra se quedasen en la casa y hacer así vida en común, lo que no fue fácil, pues se trataba de personas de condición distinta y la convivencia tuvo sus problemas.

Se extiende luego el autor en una serie de juicios sobre aquellos días y conoce personalmente a Martínez de la Rosa; nace su primer hijo, que morirá pronto de una enfermedad y, por si ello no fuese poco, los reveses de la guerra siguen. La población de Cádiz se empleó entonces en fortificar la ciudad, terminando justo antes de que los franceses se presentasen ante la plaza. Galiano ve la necesidad de alistarse en los voluntarios y así lo hace, al tiempo que entabla amistad con Pizarro, que llegaría a tener importantes cargos políticos.

El autor leía mucho por estos años y se dio a traducir la Historia de la decadencia del Imperio Romano, de Gibbon, obra de su singular predilección. También leía periódicos ingleses, lo que le llevó a buscar trato con los de esta nacionalidad que vivían en Cádiz, pues llegaban no pocos navíos británicos al puerto. Otros tratos de Galiano eran sus antiguos amigos de la Academia que habían fundado, pero que ahora ya no tenía la vitalidad de antes; celebró la guerra entre Austria y Francia –dice- y da cuenta de las disputas que se produjeron entre la Junta Central y sus contrarios. Al finalizar el año 1809 ya había finalizado la guerra entre franceses y austríacos, mientras que en España seguían las derrotas a manos de los primeros.

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