domingo, 31 de enero de 2021

El señor marqués no trabaja

Al sur de la provincia de Alicante se encuentra Orihuela, a orillas del río Segura. Río abajo, en el lado norte está la villa de Rafal, que dio nombre a una casa señorial, la de Rafal/Via-Manuel. Varias familias de la pequeña nobleza propietaria habían adquirido el marquesado de dicho nombre a comienzos del siglo XVII, según han estudiado Jesús Millán y Rafael Zurita[i]. Desde entonces, y aun habiendo tomado partido por el archiduque Carlos en la guerra de sucesión a la corona de España, un siglo más tarde, la familia se integró en el círculo de la aristocracia española desempeñando cargos cortesanos.

Los Rafal, sin embargo, no eran poderosos señores de vasallos sino, ante todo, grandes propietarios de tierra en el bajo Segura. Aunque contaban con algunos pequeños señoríos, gran parte de su fortuna se localizaba en tierras de realengo, por lo que su patrimonio estuvo a salvo de la problemática señorial cuando se produjo la legislación sobre la materia en el siglo XIX. A finales de éste siglo la actuación de éste linaje en la política le confirmó en la cúspide social.

A mediados del siglo XVIII el marquesado de Rafal obtenía en el bajo Segura unas 13.000 libras de renta a partir de los señoríos que, además de jurisdicción, incluían monopolios comerciales, y una superficie como dominio directo de la que el señor percibía censos fijos en metálico. En Rafal y Granja de Rocamora (algo más al norte esta localidad) el señor participaba en el diezmo, y en Benferri (algo más al oeste) el señor explotaba tierras en secano y, en un determinado momento, el señor llevó a cabo contratos enfitéuticos. Entre 1736 y 1770 (aproximadamente) las rentas obtenidas en Rafal fueron en aumento para disminuir luego; en Granja de Rocamora también fueron en aumento las rentas (aunque con algunas oscilaciones) entre 1762 y 1794 para descender después; en Benferri el aumento de las rentas fue moderado entre 1752 y diez años más tarde. Pero en el primer tercio del siglo XIX dichas rentas sufrieron un desplome, bastante común –dicen los autores citados- en los señoríos valencianos.

Pero esto no es todo: un señorío en propiedad plena (Puebla de Rocamora, al este de Rafal), que abarcaba 240 Ha. de huerta, estaba destinado a arriendos a corto plazo, representando en 1777 por éste concepto el 12% de la casa de Rafal, siendo importantes pagos en especie[ii]). Las fincas arrendadas en tierras de realengo, a mediados del XVIII, suponían al menos 28 de huertas (unas 699 Ha.) que rentaban 5.500 libras al año, mientras que 865 Ha. de secano (7 fincas) rendían solo 200 libras. Todo ello significaba un 44% de los ingresos, a los que hay que añadir propiedades urbanas en realengo y censos sobre municipios (Orihuela y Almoradi[iii]).

Los Rafal, así, formaron parte de un escalón superior al de otros influyentes propietarios ennoblecidos de la zona, máxime cuando enlazaron con los Vía-Manuel. En 1808, según la administración francesa, la casa de Rafal percibía 40.000 libras al año, el triple de lo que constituían sus ingresos medio siglo atrás, lo que no evitó que la familia, como otras nobles, sufriese un fuerte endeudamiento[iv]: en el mismo año, más de 13.000 libras sin incluir otras “de consideración” con ciertos comerciantes de la Corte.

En los señoríos los ingresos dependían, sobre todo, de las regalías y, en las áreas de enfiteusis, de los luismos (pagados al señor cuando enajenaba tierras u otras posesiones dadas en enfiteusis). Eran ingresos muy vulnerables por las oscilaciones demográficas, llevando a cabo la casa una política “poblacionista” en Benferri, al restringir la facultad del arrendatario para prescindir de la multitud de modestos “terrajeros” que cultivaban las tierras. Pero el declive demográfico afectó sobre todo a Rafal, que perdió casi un tercio de su población entre 1787 y 1857; La Granja (al norte de Rafal) perdió el 6,6% de sus vecinos, pero en Benferri se registró un amento del 21% debido a un cambio sustancial de la propiedad. Las regalías y los luismos fueron cuestionados con la legislación de Cádiz, lo que se tradujo en largas épocas sin percibirse o entraron en un declive definitivo.

La casa de Rafal fue incapaz de contener la crisis del ciclo agrario cuando se sufrieron epidemias, entraron en competencia otros productos y vinieron malas cosechas, además de la presión fiscal a lo largo del siglo XIX. Con todo, durante el régimen de la Restauración, seguían los miembros de la familia codeándose en la Corte con la alta política española.


[i] “Élites terratenientes y tipos de caciquismo…”.

[ii] En especial 100 cahíces de trigo cuyo valor podía rondar las 1.300 libras. El cahíz es una medida de capacidad equivalente a 690 kg., pero con la misma denominación se daban equivalencias distintas en otras partes.

[iii] Al este y muy cerca de Orihuela.

[iv] Jesús Millán y Rafael Zurita aportan una “Nota de los descubiertos en que se hallaba la Casa de la Excma. Sra. Marquesa de Rafal… al tiempo de su fallecimiento [febrero de 1808]”.

Mapa tomado de Wikipedia.

sábado, 30 de enero de 2021

Alpargatas, harinas y batanes

 


El Corregimiento de Ágreda y Cervera del Río Alhama abarcaba en el siglo XVIII un territorio que hoy corresponde, respectivamente, a una pequeña porción de las provincias de Soria y La Rioja (*), el elegido por José Luis Martínez Jiménez para su tesis doctoral[iii]. Uno de sus capítulos se refiere a la industria, dependiente en la mayor parte de los casos del cáñamo producido en dicho territorio, los cereales, la vid y las aceitunas; por lo que respecta a la ganadería la principal materia prima es la lana para la fabricación de paños.

En el siglo XVIII, aunque en diferentes momentos, hubo fábricas o talleres para la transformación del cáñamo, de harinas, vino, aceite, batanes, una fábrica de jabón, lino, márraga, lonas, vitres, hilazas, alpargatas, alfarería, cordelería, tenerías[iv], lienzos, sayales, tintorerías y una tejera. La diversidad es indicativa de la atomización de estos talleres, algunos de los cuales tuvieron una vida larga, pero otros más bien corta. Los datos suministrados por Martínez Jiménez permiten, no obstante, valorar el papel de la industria a pequeña escala en una región apartada de los grandes centros productores (Barcelona, Madrid, Bilbao, Sevilla, Valencia, etc.).

La atomización se pone de manifiesto, también, en los numerosos lugares donde se encuentran los talleres: Cervera del Río Alhama, Ágreda, Aguilar de Río Alhama, Aldehuela de Ágreda, Cornago-Igea, Cigudosa, Beratón, Débanos, La Cueva de Ágreda, Montenegro, Añamaza, Barnueba, Valverde, etc. Los talleres daban trabajo a una gran cantidad de especialidades artesanas: hiladores, trenzadoras, capelladoras, teloneros, urdidores, tintoreros, curtidores, alfareros, molineros, etc., sin olvidar a los que suministraban la materia prima (agricultores que sembraban, regaban, soleaban, empilaban…), así como los que permitían la comercialización de los productos elaborados llevándolos por los caminos en burros y carros.

Algunos de los productos citados eran llevados a otros lugares de Castilla y Navarra, Francia, Portugal, Sevilla, Cataluña y la costa mediterránea, así como a los puertos de A Coruña, Santander y Bilbao, ya que las lonas se fabricaban para consumo de la Real Armada y para la de Correos Marítimos de A Coruña.

La fábrica de jabón se encontraba en Cervera, produciendo al año 3.450 kg. de jabón, producto que se venía usando en España, como en otros países, desde el siglo XVI, pero se generalizó en el XVIII. También en Cervera había 18 telares de lino-cáñamo para la fabricación de alpargatas, empleando, por término medio, a 9 personas por telar. Se fabricaban también márragas, en la misma localidad, de diversas calidades: recia, de 80 varas, delgada, padilla (para sacos que contendrían lana), costales para trigo, harina y otros productos. El autor habla de 25 telares para márragas, dando trabajo a 23 urdidores.

Una fábrica de lonas en Cervera fue propiedad de una familia de cosecheros de cáñamo, que aprovecharon la abundancia de agua para los blanqueos[v]. Por medio de una Real Cédula se concedió a la familia propietaria de esta fábrica (1798) franquicia para producir lonas, vitres e hilazas, escriturándose el establecimiento en 1790 con un capital de mil reales, pero la fábrica se cerró en 1808 a causa, quizá, de la guerra contra la invasión napoleónica.

En Ágreda, en 1784, había doce telares de lino-cáñamo, dando trabajo a 540 personas (45 por telar), pero hasta 1760 habían existido 33 “telares corrientes”. Los tintoreros, por su parte, teñían la lana con añil en orines, y los paños finos de dicho producto se teñían en negro, siendo la lana, de los ganados que pastaban en Soria y La Rioja.

La manufactura alfarera  se limitaba a un taller en Ágreda, donde se fabricaban productos vidriados y barnizados, usando alcohol que se adquiría en los Reales estancos. Se abastecía a la villa, su jurisdicción y muchos pueblos de Navarra.

En Ágreda había 24 maestros tejedores, pero solo trabajaban medio año porque no tenían suficiente materia primara para hacerlo al completo, habiendo también dos fábricas de márragas y cordelería para hacer sacos y llenarlos de lanas finas que se llevaban a Inglaterra, Holanda, Francia y otras partes.

Había diez u once maestros en algunas tenerías, donde se procedía al curtido y zurrado de los cueros, fabricando al año 2.200 cordobanes, 500 cueros para zapatos y 1.400 badanas[vi], siendo la fábrica que las elaboraba antiquísima. Doce maestros, once oficiales y treinta mujeres y muchachos, por su parte, fabricaban alpargatas, haciendo 5.100 pares al año.

Había batanes en Ágreda, Vozmediano y Débanos para tupir los paños y, según el Catastro de Ensenada, 11 molinos harineros, un lavadero para lana churra y siete tenerías (también en Ágreda).

En Aguilar de Río Alhama se fabricaban lienzos, puro y de estopa, empleando lino como materia prima. En esta localidad había un molino harinero, otro en Inestrillas y otro más en Aldehuela de Ágreda.

¿Cuál fue el problema para que estas industrias no prosperasen más allá de su nivel artesanal? La falta de capitales, la inexistencia de maquinaria (elemento definidor de la moderna industria) y los cambios producidos en el consumo a lo largo del siglo XIX, si bien algunas de estas industrias artesanas perduraron durante parte del mismo.

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(*) Ágreda se encuentra al nordeste de la actual provincia de Soria y Cervera del Río Alhama al sureste de La Rioja.

[iii] Lamentablemente hay muchas incorrecciones y errores de redacción, independientemente del interés y mérito que tienen sus datos.

[iv] Los batanes eran máquinas para tupir los tejidos. Estaban situados donde había una corriente de agua que hacía mover una rueda, la cual activaba los mazos. Márraga es la tela que se fabrica para sacos. Vitres hace referencia a objetos vidriados de variada calidad (suponemos que en relación con la alfarería). En las tenerías se curtían las pieles.

[v] El autor señala que los ríos de la zona, Alhama en primer lugar, tenían un caudal más copioso que en la actualidad.

[vi] Piel curtida de oveja o carnero.

Fotografía: Cervera del Río Alhama (centros2.pntic.mec.es/cra.de.alhama/Cervera/Cervera).


El "tesoro real"

 

En 1321 tres cristianos entraron en la morería de Elche y atacaron a mano armada a una mujer mudéjar de nombre Fátima, que estaba en su casa, y le cortaron un dedo… En el siglo XIV Francesc Eiximenis escribió refiriéndose a los cristianos del reino de Valencia que estaban “mezclados con diversos infieles”, que era necesario perseguir a los bandidos que abundaban en el sur de dicho reino y “que si los moros se mueven, los de la tierra tomarán su parte en ellos”, refiriéndose a la amenaza del reino granadino y la connivencia de los mudéjares con él.

En 1419 ocurrió un caso en la villa de Cocentaina (norte de la actual provincia de Alicante) que se ha conservado en una fuente: un moro de dicha villa “ocultamente yació con un muchachito cristiano”, cuando estaba prohibido que hubiese relaciones sexuales entre individuos de diferente religión. Los jurados de Valencia, en 1451, se dirigieron al rey Alfonso V diciendo “que los moros de éste reino, viendo tan a menudo entradas de los moros de Granada… se atreven, presumen, y tienen las orejas altas y lanzan muchas bravuconerías insólitas…”, añadiendo que “tenemos los enemigos en nuestra casa muy favorecidos”.

El viajero alemán Jerónimo Münzer, en el siglo XV, cuando visitó Arcos de Jalón[i], dijo de los mudéjares que es gente que vivía con sobriedad y gozaba  de excelente salud; y cuando se refiere a los mudéjares de Zaragoza dice que son de fuerte complexión, sufridos en el trabajo, diestros en muchos trabajos y sobre todo labradores, aunque pagan un “crecidísimo tributo”; añadiendo que hay pueblos habitados solo por “sarracenos”, que tienen mucho ingenio para la agricultura de regadío. Un señor de Borriol[ii], que tenía vasallos mudéjares, se refería a ellos como “perros de moros, que no valen nada”… aunque eran la fuente de sus ingresos, añade Hinojosa Montalvo[iii].

Sirvan estos pocos ejemplos para mostrar la conflictividad entre la minoría mudéjar (que en el reino de Valencia fue mayoría por lo menos en el siglo XIII) y la mayoría cristiana. Los mudéjares vivían bajo la “protección” de un contrato o pacto de capitulación entre los reyes cristianos y las aljamas, por los que se les reconocía la práctica de su religión, sus autoridades, lengua, derecho y costumbres, pero dependían de la voluntad real, que podía reconocerles ciertos derechos al margen de las disposiciones de la Iglesia, una de las grandes enemigas de las minorías religiosas en la Edad Media. Lo importante para los reyes cristianos, la nobleza y los grupos que vivían del trabajo mudéjar, eran las riquezas que les proporcionaban, considerados los moros como el “tesoro real”.

Donde más casos de conflictividad se dieron, ya desde la segunda mitad del siglo XIII, fue en el reino de Valencia, no siendo comparable la convivencia de los mudéjares con los cristianos en Aragón y Castilla. Algunos historiadores han sugerido la idea de que los mudéjares valencianos, minoría fuerte, no habrían perdido la esperanza de que, con ayuda del reino granadino y la piratería en el Mediterráneo, pudiesen revertir la situación de sometimiento en la que estaban, esperanza que se habría ido disipando a medida que avanzaba el siglo XIV. Cuando durante el reinado de los Reyes Católicos se fuerce la conversión de los mudéjares al cristianismo, pasarán a ser moriscos y, así Cervantes en su “Quijote”, por ejemplo, habla del morisco Ricote, no de mudéjar.

Los mudéjares vivían, como los judíos, en barrios segregados en cada ciudad o villa, aunque seguramente habría algunas excepciones, siendo discriminados por los cristianos y considerados de inferior calidad, pero lo que prevaleció entre mudéjares y cristianos fue una paz en la que aquellos estuvieron sometidos, si bien algunos alcanzaron riquezas y fueron prósperos artesanos o comerciantes. La excepción –aunque hay muchas- son los conflictos en el sur del reino de Valencia. Algunos historiadores han estudiado casos concretos, como Ernesto García para los mudéjares de la Ribera del Ebro en Navarra; Serafín Tapia para los de la Extremadura castellano-leonesa; Torres Fontes para los murcianos en el siglo XIII; María Luisa Ledesma estudió el caso de los mudéjares aragoneses; el citado Hinojosa Montalvo ha publicado “La morería de Elche en la Edad Media” y no son los únicos.

La palabra mudéjar significa “sometido” (“mudayyan”), pero no se empleó en la época, sino sarraceno, y estos constituyeron focos de conflictividad pero solo en determinados momentos y regiones. Ello se debió a su propia condición de musulmanes, a los que se consideró infieles, como infieles eran considerados los cristianos por los musulmanes, y es un fenómeno que afectó a toda minoría a lo largo de la historia: mozárabes y judíos fueron discriminados en al-Andalus. Pero es evidente que, desde la segunda mitad del siglo XIII, el mudéjar sufrió una condición social, política y jurídica inferior a la del cristiano, de lo que era consciente, además de que tenía que pagar por poder ejercer su religión.

A finales de la Edad Media se han calculado, para Castilla, unos 20.000 mudéjares, lo que es una insignificancia en relación al total de la población, mientras que en Valencia y Aragón fueron muchos más. En el primer caso, a finales del siglo XV se contaron 5.674 fuegos (28.370 habitantes), con una población total muy inferior a la de Castilla. En Valencia, por la misma fecha, eran un tercio de la población, por lo que no es extraño que hubiese mudéjares que participasen en el comercio internacional, sobre todo con el reino de Granada hasta finales del siglo XV. La morería de Valencia, reducida tras el asalto que sufrió en 1455[iv], sufrió la pérdida de unos ochenta y seis mercaderes mudéjares, quedando solo treinta y dos en las últimas décadas del siglo. Fueron destruidas casas, atacadas personas y ocupados bienes[v], contando con mezquita, carnicerías, horno, molino, cárcel, baños, etc. A mediados de 1455 fue asaltada la morería pero, al parecer, no solo por valencianos, sino por extranjeros y delincuentes, provocando que muchos mudéjares se marchasen a otros sitios: Xátiva, Manises o el reino de Granada.

En el reino de Valencia había más alfaquíes que en Aragón y, por supuesto, que en Castilla, a los que correspondió velar por la ortodoxia que no era seguida en muchos casos en estos dos últimos territorios. En Aragón, por ejemplo, el esoterismo impregnó el Islam, y el grado de integración en la sociedad cristiana fue mayor en Castilla que en Aragón y Valencia. Hinojosa Montalvo habla de represión, temor, intransigencia, odio, en las relaciones con los mudéjares por parte de los cristianos, lo que se daría recíprocamente pero en condiciones de inferioridad por parte de los mudéjares. Abusos y graves delitos contra los mudéjares eran castigados benévolamente por las autoridades, al revés que si eran cometidos por los mudéjares. Los protectores de estos fueron los nobles que vivían de ellos y la Corona, a la que reportaron buenos ingresos; la oposición al mudéjar vino del bajo pueblo, dándose tanto en la ciudad como en el campo, mientras que los conflictos con los judíos fueron más bien urbanos.

La Iglesia, desde el IV concilio de Letrán (1215), dictó muchas medidas contra las minorías no cristianas, derivando ello en que se prohibiese a los mudéjares vestir como los cristianos, se les obligase a vivir en barrios específicos, se prohibió a los cristianos echar mano de médicos, criados o amas de cría mudéjares, cayendo durísimas penas a los transgresores. A pesar de la tolerancia religiosa teórica, se llegó a prohibir, en el siglo XIV, a los mudéjares la llamada a la oración por el muecín y se buscó la conversión forzosa a través de predicaciones. Ello provocó la huída al reino de Granada de algunos, aunque estuvo prohibida en la mayor parte de los casos. Se llegó incluso a profanar cementerios mudéjares y, en cuanto a la promiscuidad entre cristianos y musulmanes, se dio sobre todo en las tabernas y los burdeles, sin que las repetidas prohibiciones diesen resultados sino parciales.

Vicente Ferrer[vi] calentó el ambiente social antes de que, a finales del siglo XV, se estableciese la Inquisición española, mientras que los señores trataron de forma humillante a los mudéjares, sus vasallos, por lo que algunos cambiaban de señorío o se marchaban a tierras de realengo, huída que fue duramente combatida en las Cortes de Zaragoza de 1442. En cuanto al reino de Valencia, la conflictividad desde la segunda mitad del siglo XIII fue –dice Hinojosa Montalvo- “casi como una continuación de la lucha contra el Islam” y un siglo más tarde (1386) los cristianos asaltaron la morería de Xátiva. En el lejano Haro, en 1453, las autoridades prohibieron a los moros y judíos adquirir bienes raíces…

Pero cuando el rey Alfonso V de Aragón quiso, en 1456, convertir por la fuerza a los mudéjares, se le pidió por los poderosos que no lo hiciese, temerosos de que provocasen desórdenes o huyesen, afectando negativamente a sus intereses económicos, los cuales estaban por encima de todo. 


[i] Al sureste de la actual provincia de Soria.

[ii] Al sureste de la actual provincia de Castellón.

[iii] “Cristianos contra musulmanes…”.

[iv] Manuel Ardit Lucas, “El asalto a la morería de Valencia…”.

[v] Hay un plano de la morería hecho a principios del siglo XVIII por Tomás Vicente Toscá, arquitecto, matemático y teólogo valenciano (fue un “novator”)

[vi] Dominico valenciano del siglo XIV (murió en 1419).

Fotografía: calle y casas del Haro histórico (gomezurdanez.com/haro/arte.pdf)

viernes, 29 de enero de 2021

La Ciénaga y Sierra Nevada precolombinas

 

Al norte de Colombia hay un área geográfica, junto al mar Caribe, que está dominada por las ciudades de Ciénaga y Santa Marta. El nombre de la primera deriva de las ciénagas que existieron y aún existen, la gran ciénaga al suroeste de dicha ciudad, cerca de la cual desembocan pequeños ríos que proceden de las estribaciones de la Sierra Nevada en el interior: Toribio, Córdoba, Aguja, Frío y Sevilla, más largos estos dos últimos. Entre la vertiente de la sierra y la costa hay una estrecha franja llana y casi a la misma altura que el nivel del mar, siendo más ancha a medida que nos dirigimos hacia el sur.

Los especialistas han excavado yacimientos de los antiguos tairona, la mayor parte de los cuales en los cursos bajos de los ríos citados y cerca de la ciudad de Ciénaga. La Sierra Nevada y sus estribaciones ocupan un espacio parecido a un triángulo, con uno de los vértices hacia el sur y un claro contraste entre el centro elevado[i] y la moderación topográfica del resto.

Pero “área tairona” hace referencia a una serie de comunidades que presentan analogías entre sí y también diferencias. Entre ellas hubo intercambios, remontándose a los siglos VII u VIII el origen de una cerámica que los arqueólogos han llamado tairona, aunque fuesen diversas las comunidades que la fabricasen. Conocieron la agricultura y sus características se mantenían en el siglo XVI, cuando los pobladores del litoral fueron repartidos entre encomenderos, mientras que la sierra fue refugio de indígenas que, aún hoy, no están integrados en la sociedad criolla.

Langebaeck[ii] dice que al sur de Ciénaga predomina el manglar, con su potencial pesquero y de fibras vegetales, mientras que el mar ofrece recursos pesqueros y sal. Adentrándonos hasta las estribaciones de la sierra hay recursos madereros en relación con el régimen de lluvias de la región, que presenta dos estaciones, una seca (más prolongada) y otra húmeda, siendo una zona apta para la producción de varios productos irrigados gracias a los cursos de los ríos Córdoba y Toribio. A medida que se asciende la sierra, esta presenta características erosivas y también son pobres los suelos al este de Santa Marta (unos treinta kilómetros al norte de Ciénaga).

El autor citado habla de sociedades agroalfareras en torno al siglo XI a. de C., que culminarían en torno al cambio de era; es el período conocido como malamboide por su estrecha relación con la tradición Malambo del bajo Magdalena[iii], cuyos habitantes cultivaban yuca[iv]. Las excavaciones arqueológicas han dado budares, planchas circulares de arcilla para tostar. Otros recursos fueron la caza, la pesca y los moluscos.

El poblamiento se basaba en unas pocas y pequeñas viviendas que formaban aldeas cerca de la desembocadura de los ríos Córdoba y Toribio, apareciendo con el cambio de era una nueva población denominada neguanje (por la bahía de dicho nombre), que ocupó los alrededores de Ciénaga y se extendió por el resto del litoral. Es entonces cuando se introduce el cultivo del maíz y se desarrolló la artesanía, se poblaron las estribaciones de la sierra y se mantuvieron intercambios entre los diversos grupos humanos (vasijas de cerámica del río Ranchería[v]).

El interés del artículo de Langebaeck radica, entre otras virtudes, en poner de manifiesto la enorme variedad de situaciones en un espacio relativamente reducido, lo que habla de formas de vida muy locales, preservando lo propio contra las influencias exteriores. Al sur de la Ciénaga Grande, los hallazgos arqueológicos arrojaron una cerámica similar a la tairona, pero con algunas diferencias en las formas y la decoración. Al occidente de la isla Salamanca, a la entrada de la bahía que se sitúa al este de la desembocadura del Magdalena, está documentada la influencia tairona desde el siglo X hasta el momento de la conquista. En estas dos culturas, la de la isla Salamanca y la del borde de la Ciénaga Grande, las condiciones poco aptas para la agricultura volcaron a los habitantes hacia la recolección de moluscos, la pesca y la caza.

En la costa casi no hay arquitectura en piedra, contrariamente a la sierra, especialmente en los cursos altos de los ríos Córdoba, Toribio y Frío, con restos de enormes aldeas con basamentos para vivienda, caminos y áreas públicas de piedra. En el área de la Ciénaga son muy escasos los hallazgos de objetos ceremoniales, cuentas de collar líticas, bastones de mando, estatuaria y petroglifos, comunes en otros sitios tairona. De hecho, los españoles no describieron ningún centro político de importancia en los alrededores de la Ciénaga, mientras hablaron de la importancia que tuvieron algunos caciques en comunidades de la Sierra, en la cabecera del río Toribio.

Algunos restos arqueológicos que ha señalado Langebaeck en su artículo son una estatua de unos 50 cm. procedente del alto río Frío, simulando la cabeza de un animal con grandes dientes; vasijas de cerámica originarias del río Sevilla; cuentas de collar procedentes del alto río Frío y otras encontradas en el alto río La Aguja, pero todas ellas en manos de coleccionistas privados.


[i] La máxima altura es de unos 5.700 m. sobre el nivel del mar.

[ii] Carl Henrik Langebaeck es investigador del Museo del Oro, propiedad del Banco de la República de Colombia, Bogotá.

[iii] Desagua en el Caribe, Barranquilla, frente a Ciénaga.

[iv] Un tubérculo de forma alargada.

[v] Nace en la Sierra Nevada y desemboca al nordeste de esta.

Mapa: Al oeste La Ciénaga y los ríos que descienden desde Sierra Nevada. (prosierra.org/index.php/la-sierra-nevada/la-sierra-parte-1/geografia)

jueves, 28 de enero de 2021

Agua y agricultura (2)

 

                                 Presa de Tibi (Alicante): iagua.es/data/infraestructuras/presas/tibi

Dice Gil Olcina[i] que la idea de los trasvases de agua de una cuenca a otra precedió a la construcción de pantanos en el sureste ibérico. En la Edad Media aún se encontraba el espacio citado dividido entre las coronas de Castilla, Aragón y Granada cuando, en 1370, la plaza fronteriza de Lorca planteó al rey Enrique II la necesidad de transferir a sus regadíos agua de las fuentes de Archivel[ii] o Caravaca, a más de 50 km. de distancia. Medio siglo después (1420), la villa de Elche decidió gestionar el trasvase de una porción de las aguas del Júcar, consiguiendo que Villena y Chinchilla, de la corona de Castilla, por donde habría de discurrir la conducción, concediesen su permiso. Las dificultades, sin embargo, serían enormes.

Los siglos XVI y XVII, dice Gil Olcina, es una época destacada en la historia hidráulica española, principalmente por la construcción de embalses para riego en los reinos de Valencia y Murcia. Los de Almansa y Tibi fueron los primeros, si bien el segundo, pantano modélico hasta muy avanzado el siglo XVIII, fue muy superior, pero los dos están en funcionamiento. Almansa y Tibi, presas de gravedad-arco[iii], supusieron una gran novedad técnica, habiendo sido imitada la de Tibi durante tres siglos; esta presa carece de parangón –dice Gil Olcina- en la historia de la hidráulica española, haciendo más de cuatrocientos años, con algún paréntesis, que regula las aguas del Monnegre.

El Consell General de Alicante decidió construir la presa en 1579 y los trabajos dieron comienzo mediante el diseño de Pere Izquierdo, natural de Muchamiel (al este de la provincia actual de Alicante). Luego intervinieron otros que tenían título de ingenieros, con una capacidad de 3,7 hm3, y con posterioridad se incorporaron innovaciones que lo mejoraron.  

Durante el siglo XVII se construyeron los de Elche, Elda, Onteniente y, probablemente, Petrel y Alcora, además de un intento fallido en Lorca. La oposición a estos reservorios fueron los dueños de las aguas, entre otras cosas porque el aumento de disponibilidad de agua reducía los precios de la subasta y del arriendo de agua. Las vicisitudes de las tres primeras presas de Puentes[iv] son muestras de la cerrada defensa de sus intereses por parte de los señores de aguas. No obstante, las presas no dieron solución a las necesidades de riego, pensándose entonces en trasvases desde las Fuentes de Archivel y de los ríos Castril y Guardal[v], al tiempo que fue tomando cuerpo la idea de cerrar el estrecho de Puentes, donde se da la confluencia de los ríos Vélez y Luchena[vi] para dar lugar al Guadalentín. A pesar de la tenaz oposición de los dueños de las aguas, en 1612 se acordó la construcción de un embalse por un valor de 50.000 ducados, pero financiar esta obra resultó imposible, sobre todo porque no se encontró roca firme. Se ideó entonces (Pedro Guillén) un tipo de cimentación pero en 1648, apenas iniciado el dique, una riada arrasó la obra cuando ya se llevaban gastados 10.000 ducados…

En el siglo XVIII la Compañía del Canal de Murcia pretendió construir un “Canal de Riego y Navegación, con las Aguas de los Ríos Castril, Guardal y otros…” para regar los campos de Lorca, Totana, etc. (1774). La obra empezaría en el nacimiento del Castril y se uniría al Guardal por una mina de diez kilómetros perforada en Sierra Seca[vii]; en ambas cabeceras se construirían sendas presas. Guardal abajo se estableció el punto de partida del canal de riego y navegación que, con anchura de 5,57 m. y 2,33 de profundidad, debía recorrer 287 km. hasta Cartagena, en cuyo campo se bifurcaría con un ramal solo para riego que terminaría en el Mar Menor y otro, navegable, hasta el Cabo de Palos. El gigantesco sistema proyectado –dice el autor al que sigo- constaría de 620 km. en una red de canales con esclusas, acueductos y túneles, el mayor de los cuales en Sierra de Topares[viii], con 13,4 km. de longitud. Se necesitaban embalses en Valdeinfierno[ix], Puentes y algún otro. Se trataba de una obra de colonización propia del reformismo borbónico con una superficie de 84.000 hectáreas. Como vía navegable permitiría el transporte de madera y productos agrícolas a Granada y el Mediterráneo.

Aún hoy impresionan las excavaciones y obras realizadas entre 1776 y 1780, pero en 1778 ya se había desechado el canal navegable y dos años más tarde se vio que había obstáculos insuperables. En 1785 se disolvió la Compañía del Real Canal de Murcia. Floridablanca estaba de por medio y, para hacer olvidar el fracaso, se emprendieron obras de envergadura a cargo de Lemaur[x] y Marínez de Lara, siendo éste último el autor del proyecto de los gigantescos reservorios de Valdeinfierno y Puentes. Luego se hizo el proyecto del Canal de Guadarrama debido a Lemaur y se redactó un informe para Carlos III sobre el desagüe de la laguna de Villena (salobre, en el extremo oeste de la actual provincia de Alicante).

Los embalses de Puentes y Valdeinfierno marcaron un hito en la historia hidráulica europea, produciéndose un importante cambio de orientación, con grandes presas de gestión plenamente estatal. La capacidad de Puentes fue de 52 hm3 (catorce veces superior a la de Tibi), no siendo superado hasta 1912 por el pantano de Guadalcacín (Cádiz). También hubo que vencer la oposición de los dueños de aguas, y esto mismo ocurrió en la presa de El Gasco[xi], en Guadarrama. Más tarde Valdeinfierno se llenó de escombros y Puentes se arruinó[xii], por lo que de nuevo se levantaron grandes presas en estos dos lugares, las mayores realizadas en Europa hasta entonces.


[i] “El déficit de agua en el Sureste Ibérico…”.

[ii] Al suroeste de Caravaca y muy próximas a ella.

[iii] No solamente están arqueadas sino que su base es muy ancha y pesada (gravedad).

[iv] Suroeste de la actual provincia de Murcia.

[v] Castril y Guardal son ríos de la cuenta del Guadalquivir, discurriendo por el nordeste de la actual provincia de Granada.

[vi] El primero no puede ser el que discurre por la provincia de Málaga. El segundo discurre por la provincia de Murcia.

[vii] En el extremo nordeste de la provincia de Granada.

[viii] En el extremo norte de la provincia de Almería.

[ix] En el río Luchena, a 47 km. de Lorca y construido en 1791, hoy arruinado.

[x] Natural de la Champaña pero de origen español, falleció en 1785. Participó en proyectos como el canal de Castilla y el de Guadarrama. Fue también arquitecto.

[xi] Inacabada y sobre el río Guadarrama, entre Torrelodones, Galapagar y Las Rozas.

[xii] Una riada en 1802 provocó la rotura de la presa y la muerte de más de 600 personas. La creación de la Escuela de Ingenieros de Caminos y Canales de Madrid, en 1802, no fue ajena a aquellos sucesos.

miércoles, 27 de enero de 2021

Agua y agricultura (1)

 

                                     Boqueras (fotografía de José Luis Gálvez y Alberto Losada)

Es sabido que los riegos para la agricultura se practicaron ya en época romana y luego se intensificaron con los musulmanes en la península Ibérica. Antonio Gil Olcina[i], en un excelente trabajo, distingue entre la escasez de lluvias y la de agua, siendo aquella la que afecta a algunas regiones españolas, particularmente el sudeste.

La más antigua medida para atenuar la escasez de lluvias –dice- fue la selección de cultivos al régimen pluviométrico, eligiendo estos por sus reducidas exigencias hídricas: vid, olivo y algarrobo. En ocasiones, además de requerir poca agua, su ciclo resultaba acorde con el ritmo estacional de precipitaciones, como ocurre con los cereales de invierno, pues la preocupación básica era el logro de la cosecha cerealista, base de la alimentación. Otro recurso fueron las aguas turbias para el riego, generalmente en escorrentías intermitentes siguiendo la sabia y secular adaptación a los aguaceros de fuerte intensidad.

Pero son las boqueras las obras que han permitido desviar parte del agua de los ríos a los terrenos cultivados: una presa interrumpe parcialmente el curso del río, lo que permite que el agua siga por un cauce lateral al mismo que se ha hecho en la dirección deseada. Estas boqueras pueden estar muy próximas entre sí, aprovechando la pendiente que salva el caudal del río. Este sistema permite el aprovechamiento del agua allí donde se necesita, máxime si, como en la arboricultura, son escasas las exigencias hídricas.

Cavanilles[ii] explicó estas necesidades de riego señalando que, a veces, uno solo basta para asegurar y aumentar las cosechas de olivas, higos, almendras, vino y algarrobas, continuando el ilustrado que “el suelo entero se mejora con el cieno que traen las aguas”. Los riegos de boquera se emplearon en el sureste ibérico desde muy antiguo, consolidándose con los musulmanes que lo aplicaron a gran escala, por ejemplo en el río Guadalentín[iii]. Secularmente también se han aterrazado las tierras para regarlas si la topografía así lo exigía, siendo el aspecto de las terrazas variado, en ocasiones por los muretes que las cierran.

También las agüeras con cauces perimetrales que concentran la escorrentía de los relieves circundados para llevar el agua a los terrenos cultivados, y menos frecuentes son las presas de ladera, hechas con muros de tierra en las laderas de los ríos para que se almacene el agua de lluvia que ha de ser llevada a los campos cultivados.

Los regadíos de turbias se extendieron mucho en las grandes roturaciones del siglo XVIII, manteniéndose hasta que, desde mediados del siglo XX, se experimentó un éxodo rural notable.

Los azudes son muros más pequeños que los que forman una presa, que permiten conducir el agua de un río hacia una acequia, siendo los dispositivos básicos en los grandes regadíos del sureste ibérico, existiendo ya en época romana pero mucho más con los musulmanes en la vega de Lorca. De ello ha escrito al-Himyari[iv]: “Éste río [Guadalentín] posee… dos lechos diferentes, uno más elevado que el otro… [cuando se necesita] se eleva el nivel del río por medio de esclusas hasta que alcanza su lecho superior…”, utilizándose entonces sus aguas para regar. Los azudes pueden tener forma de ruedas con palas en el curso de un río que, movidas por la corriente de agua, saca esta para el riego. Los azudes permiten el riego de las tierras situadas en el llano de inundación del río, pero no las de sus terrazas, que precisan elevación por medio de norias.

Es famoso el azud de la Contraparada[v], que ha sido arruinado varias veces por las avenidas del Segura y otras tantas rehecho. Puede afirmarse que las ruedas de corriente fueron patrimonio de los hispanorromanos tanto en la Bética como en la Cartaginense, correspondiendo la mayor densidad a la cuenca del Segura. Tomando agua de acequias mayores y brazales, sus diámetros oscilan entre 9 y 13 metros, siendo cantadas estas norias por los poetas y también citadas en las “Etimologías” (Isidoro de Sevilla) del siglo VII. Para parcelas por encima de los cauces de riego fue empleado el cigoñal, una pértiga sostenida por una horquilla que en el extremo hacia el agua pende un recipiente y en el opuesto un peso. 

Cuando se produjo el repartimiento de Murcia (a partir de la segunda mitad del siglo XIII) se usó mucho éste término, consiguiéndose así elevar el agua a razón de unos quince metros cúbicos por hora. También se usaron aguas subterráneas, aunque en menor cantidad, que eran captadas por medio de “foggaras”, presas subálveas[vi], cimbres y norias de sangre[vii]. Los primeros son similares a los “qanats”[viii] iraníes, restando algún ejemplo como la “Font Antiga” de Crevillente, al sur de la actual provincia de Alicante. Dichas norias de sangre permiten sacar agua de mantos freáticos someros. Una presa subálvea famosa, de origen árabe, fue construida bajo el lecho del río Guadalentín a la altura de Lorca. Los cimbres también captaban el agua de los acuíferos poco profundos y la conducían a la superficie.

Con la conquista cristiana del sureste peninsular se produjo una paulatina separación entre agua y tierra, consecuencia de los repartimientos que supeditaron la primera a la segunda. Desde entonces se puso en marcha un sistema de tandas o turnos para el uso del agua de forma proporcional a la superficie, siguiendo las cesiones onerosas de turnos de uso del agua mediante venta o subasta. Esta separación entre agua y tierra –dice Gil Olcina- fue máxima en la vega de Lorca, de forma que la única manera de acceder al agua fue la subasta. Las tandas, instituidas para establecer el turno de riego, dieron ocasión a las subastas diarias o, en algún caso, al arrendamiento del agua en la medida en que los tandistas renunciaban a hacer uso de la misma para venderla, convirtiéndose en rentistas. Los pleitos que esto generó fueron numerosos.

Con la revolución liberal las cosas cambiaron, sobre todo a partir de 1863 en relación a los registros de propiedad, pero ya desde el siglo XVI el patriciado urbano había ido acumulando los derechos sobre el agua, reduciéndose mucho su mercado en la medida en que aumentaba el número de vinculaciones y mayorazgos. El proceso de acaparamiento fue muy activo desde el siglo citado hasta el XVIII, de forma que al finalizar éste, las porciones de aguas libres eran contadísimas. Cuando en el siglo XIX se suprimieron mayorazgos y se llevaron a cabo grandes desamortizaciones, en el caso de los primeros no implicó la transformación de los bienes amayorazgados en nacionales ni se impuso su venta.

La resistencia a los cambios fue intensa entre los privilegiados, pues representaba una pérdida de prestigio social y de ingresos económicos. Los descendientes de los mayorazgos a finales del Antiguo Régimen en las zonas de los ríos Guadalentín, Vinalopó y Monnegre[ix], mantuvieron sus posiciones hasta comienzos del siglo XX[x]. Pero en el primer tercio del siglo citado las aguas de particulares pierden su condición y pasan a depender de organismos públicos, llevándose entonces una política de elevación de aguas muertas[xi], bombeo de las freáticas y trasvase de epigeas (superficiales), avances técnicos que permitieron la extracción a gran escala de caudales subterráneos.


[i] “El déficit de agua en el Sureste Ibérico: una visión histórica”.

[ii] “Observaciones sobre la Historia Natural…”. Citado por Antonio Gil Olcina.

[iii] Afluente del Segura por su margen derecho.

[iv] Es autor de una obra titulada “El libro del jardín fragante”, donde se nos habla de muchos lugares de la Península. Hay dudas sobre el siglo que le corresponde.

[v] Construido ente los siglos IX y X en Murcia.

[vi] Ver amigosdelmuseoarqueologicodelorca.com/alberca/pdf/alberca3/articulo1.pdf. Los cimbres son galerías subterráneas.

[vii] Dos ruedas, la horizontal movida por un animal, transmite su fuerza a la vertical instalada sobre la boca de un pozo, la cual, mediante una cuerda con vasijas, permite sacar el agua de dicho pozo.

[viii] Se succiona el agua al exterior por una o varias galerías de drenaje ligeramente inclinadas dotadas de pozos verticales para aireación. Ver animalderuta.wordpress.com/2012/08/29/foggaras-el-milagro-en-los-desiertos/

[ix] El Guadalentín riega el sur de la provincia de Alicante, el Vinalopó la región de Murcia y el Monnegre la huerta alicantina.

[x] Los condes de San Julián y los condes de Torrellano y Casa Rojas, estos en el Vinalopó y Monnegre.

[xi] Las ya empleadas para el riego.

Ver aquí mismo "El agua en Galicia".