viernes, 29 de noviembre de 2019

Milcíades según Nepote


Cuando los antiguos atenienses acordaron enviar colonos al Quersoneso[i], lo hicieron valiéndose de Milcíades, dice Cornelio Nepote[ii], nacido en algún punto de la Galia Cisalpina cuando daba comienzo el siglo I a. de C. El personaje del que nos habla en su obra sobre los hombres ilustres vivió entre mediados del siglo VI y el año 488 a. C.

Siendo crecido el número de Colonos, y solicitando muchos tener parte en aquella empresa, nombraron a algunos que fuesen, según el Oráculo de Delfos, a quienes convenía confiar el mando. Según Nepote en el siglo VI a. C. ocupaban aquel territorio los tracios, queriendo emplear los griegos contra ellos las armas. Habiendo hecho su consulta, sigue Nepote, el Oráculo les respondió que eligiesen por general a Milcíades, pues así la empresa sería feliz.

De esta forma partió Milcíades hacia el Quersoneso con un cuerpo de tropas escogido para su armada. Acercándose a la isla de Lemnos[iii] con la intención de ponerla bajo la obediencia de los atenienses, propuso a sus habitantes que se sometieran voluntariamente, a lo que le contestaron con risa, diciendo a continuación que estaban prestos a hacerle frente, porque soplando el viento cierzo desde el norte, era contrario al rumbo de las naves de Milcíades.

No arredrándose, Milcíades siguió adelante y, habiéndose apoderado del Quersoneso, levantó castillos en los sitios ventajosos y estableció en los campos a la multitud que llevaba consigo, que se enriqueció con las correrías que Milcíades hacía frecuentemente en las tierras de los vecinos. Pero no obstante fue prudente, que es su fortuna, dice Nepote, pues después de lograda la victoria arregló todas las cosas con suma equidad. Resolvió quedarse allí, pues aunque no tenía el nombre de rey, podía actuar como tal, y no por eso dejaba de cumplir con su deber, siendo esto la causa de que se mantuviese mandando con gusto de los que había instalado, como de los griegos que llegaron más tarde.

Dejando dispuestas de esta forma las cosas en el Quersoneso, volvió a Lemnos y pidió a los habitantes que se entregasen, de forma que, viendo la fortuna que Milcíades había tenido en la península, no fiándose de poder hacerle frente, abandonaron la isla. Con la misma felicidad puso Milcíades bajo la obediencia de los atenienses las demás islas conocidas bajo el nombre de Cícladas.

Por este tiempo era Darío rey de Persia (el primero de ese nombre). Habiendo pasado con sus tropas a Europa para hacer la guerra a los escitas, levantó un puente en el Danubio para el paso de su ejército, dejó una guardia mientras se ausentaba de Jonia y Eólida (al norte de Jonia), siendo su intención hacerse con todas las ciudades que los griegos tenían en Asia.

Entonces fue advertido Milcíades de este suceso y de la necesidad que tenían los escitas de ayuda, además de las colonias griegas en Anatolia. Milcíades exhortó a sus soldados de no malograr la ocasión para liberar a Grecia y, que siendo derrotado Darío con las tropas que estaban a sus órdenes (las de Milcíades), no solamente quedaría segura la Europa sino que también se verían libres del señorío de Persia, y fuera de peligro, todas las Colonias Griegas en Asia. Milcíades repetía que esto se conseguiría fácilmente, pues con solo cortar el puente, Darío y su ejército habrían de perecer en breves días.

Los demás aprobaron este dictamen, pero Histeo (*), natural de Mileto, se opuso diciendo que no eran iguales los intereses de unos y otros, pues en el caso de dicha ciudad, solo con el poder de Darío los que mandaban estaban seguros, y que desaparecido este, serían despojados del mando y sacrificados al furor de sus ciudadanos, por lo que Histeo estaba muy lejos de pensar como los demás. Ahora es este el que se lleva el apoyo de la mayoría, y Milcíades, sabiendo que esto llegaría a oídos del rey persa, dejó el Quersoneso y regresó a Atenas. Su consejo, aunque fue en vano, es sin embargo digno de los mayores elogios, por haber preferido la libertad de todos los griegos al dominio de los persas, dice Nepote.

Mientras, Darío volvió a Asia y aprestó una armada de quinientas velas, cuyo mando confió a Artafernes, además de doscientos mil soldados a pie y cien mil a caballo (evidentes exageraciones), sembrando la voz de que iba contra los atenienses. Los generales persas arribaron con su armada a la isla de Eubea, donde tomaron en poco tiempo la ciudad de Eretria, embarcaron a sus moradores y se los enviaron a Darío a Asia. Desde allí marcharon hacia Atenas y llegaron con sus tropas al campo de Maratón, que dista diez millas de la ciudad. Asustados los atenienses –sigue Nepote- con tanto ruido, pidieron ayuda a los lacedemonios mediante un correo[iv] que llevó la noticia de que los atenienses tenían necesidad de un pronto socorro, nombrando estos a diez para mandar el ejército, ente los que estuvo Milcíades.

Entre ellos hubo una disputa muy reñida –dice Nepote- queriendo unos defenderse dentro del recinto de las murallas, y otros ir a encontrar a los enemigos y presentarles batalla. Milcíades fue el que más se empeñó en que cuanto antes saliesen a la campaña, pues así cobrarían aliento los ciudadanos, sería mejor, y viendo que se hacía confianza en su valor, así se hizo, mientras la ciudad de Platea socorrió en esta ocasión a los atenienses enviándoles mil soldados, que con los que había en Atenas completaron el número de diez mil.

De esta forma los griegos sacaron sus tropas de la ciudad y sentaron sus reales en un lugar ventajoso, dando batalla al día siguiente con sumo valor. Sigue Nepote narrando esta batalla, a pesar de la distancia en el tiempo, lo que le permite fabular, por ejemplo cuando dice que Darío sacó al campo de batalla cien mil soldados de a pie y diez mil de a caballo; salieron con ventaja los atenienses, que derrotaron a un número de persas diez veces mayor que el suyo, infundiéndoles tal terror que huían en derechura a las naves.

Se premió entonces a Milcíades para que se vea que todas las ciudades son una, en alusión a la conciencia que se iba tomando entre los griegos de su “nacionalidad” o cultura común en comparación con los persas. Después de esta batalla los atenienses dieron a Milcíades el mando de su armada, que se componía de sesenta navíos, dispuestos para hacer la guerra a las ciudades que habían estado a favor de los persas (recuérdese el caso de Mileto). A la isla de Paros, por ejemplo, que tenía fama por sus riquezas, la sitió y cortó el acceso a los víveres, pero una noche se produjo fuego en un bosque que se avistaba desde la isla, y viendo las llamas pensaron los sitiados y los sitiadores que era una señal de la llegada de los persas.

Entonces Milcíades fue acusado de traición, pues pudiendo tomar Paros, se dejó sobornar por el rey (según se dijo) y se había retirado sin haber hecho nada. Herido Milcíades no pudo acudir para defenderse, por lo que lo hizo en su nombre su hermano Tisagoras, que consiguió la absolución de la pena capital, pero tuvo que pagar una multa de cincuenta talentos que se habían gastado. No pudiendo pagar esa cantidad al contado, metieron en la cárcel a Milcíades y allí acabó sus días, pero todo esto no fue sino un pretexto –dice Nepote- por el hecho de que los atenienses acababan de verse tiranizados por Pisístrato, y este vio a Milcíades como alguien que, estando tanto tiempo ausente, podría escapar a su control, siendo acusado también de tirano por el poder que ejercía en el Quersoneso.

Termina Nepote sus apreciaciones sobre Milcíades con una serie de elogios: bondad, cortesía, afabilidad, autoridad, etc. La batalla de Maratón, como es sabido, representa una de las grandes victorias de los griegos sobre los persas, en 490 a. C. según es comúnmente admitido, al nordeste de Atenas.



[i] Península en el sureste de Europa separada por el Helesponto de Anatolia.
[ii] “Vida de Milcíades”.
[iii] Isla del Egeo al suroeste del Quesoneso.
[iv] Filípides es citado por Herodoto como el personaje que llevó la noticia a los espartanos, que decidieron no ayudar a los atenienses en esta ocasión.
(*) Tirano de Mileto.

jueves, 28 de noviembre de 2019

Españoles en Japón

https://portalancestral.com/mapa-del-siglo-xvi-
es-ensamblado-por-primera-vez/

Hideyoshi Toyotomi fue un daimio (señor feudal) japonés que vivió en el siglo XVI, cuando clérigos españoles de varias órdenes religiosas intervenían en aquellas lejanas tierras tanto para extender el cristianismo como para favorecer a los comerciantes españoles. Entre estos clérigos hubo una rivalidad por la división territorial de las rutas entre dos Patronatos, el portugués y el español.

A principios de 1585 el papa Gregorio XIII, a instancias del jesuita Valignano, promulgó una bula por la que los jesuitas debían ser la “única” orden misionera autorizada en el hemisferio japonés. Debe recordarse que en estos momentos las coronas española y portuguesa estaban unidas en la persona de Felipe II, pero Portugal seguía ejerciendo una amplia autonomía de acuerdo con las prerrogativas reconocidas en su momento. Diferentes órdenes religiosas españolas quisieron participar en la evangelización de Japón (y no solo) alentadas por mercaderes que iban a lo suyo en la región Macao-Nagasaki-Manila-Nueva España.

El jesuita Valignano defendía a favor de su orden que era necesaria la “uniformidad” en la evangelización y la adaptación del cristianismo a la cultura japonesa, pero la bula de Gregorio XIII no se publicó en Manila hasta un año y medio después, y el nuevo papa, Sixto V, con otra bula, revocó el “monopolio” misionero de los jesuitas al autorizar a otros religiosos. Así, frailes agustinos, franciscanos y dominicos actuaron en lo religioso y en otras esferas en las lejanas tierras de oriente. Abrieron hospitales y promovieron ciertas liturgias de la cristiandad de la época.

En 1614 se pusieron de manifiesto los diferentes modos entre jesuitas y las otras órdenes: los primeros consideraban que se debía actuar de acuerdo con la elevada cultura existente en Japón y que el cristianismo debía ser “injertado” en dicha cultura. Los frailes de las demás órdenes estaban más preocupados por los pobres y consideraban que esa tierra estaba “vacía”[i].

A partir de los años que siguen a 1580 fue aumentando el número de contactos religiosos, comerciales y políticos entre Japón y Manila, mientras que Hideyoshi iba debilitando su apoyo a los jesuitas cuando había conseguido ejercer una suerte de regencia sobre Japón. Aún así, los jesuitas contaban, en 1614, con 143 sacerdotes, dos colegios, 24 residencias y con la ayuda de 250 catequistas laicos japoneses.

Puede que la comunidad cristiana en Japón llegara a sobrepasar los 300.000 fieles, pues se han contado 50 daimios cristianos, algún familiar de Hideyoshi, su médico, esposas de poderosos señores, camareras palaciegas, nobles, ricos comerciantes, pintores…

Por su parte, la ciudad de Manila era ya española en 1571 y fue Urdaneta[ii] el que encontró la mejor ruta marítima de Manila a Acapulco. Japón se encontraba, no obstante, dentro de la jurisdicción portuguesa de acuerdo con su Patronato, por lo que era territorio vedado a los navegantes y misioneros españoles, pero existía un comercio japonés privado con Filipinas antes de que los españoles llegasen a Manila.

El historiador Antonio Cabezas[iii] señala que Legazpi, después de fundar Manila, dio la bienvenida a los inmigrantes chinos, y tres años después ya eran seis los juncos chinos que navegaban regularmente a Manila repletos de sedas, parte de las cuales se llevaban a México y España y la otra parte la compraban los japoneses, que deseaban romper el monopolio portugués. El Gobernador de Manila abrió sendos barrios, chino y japonés, entre 1580 y 1582, llegando a vivir allí un máximo de mil quinientos japoneses, cuya cristianización fue encomendada a los franciscanos (a los dominicos se les encargó la de los chinos).

En 1584 un galeón español con algunos frailes a bordo (dominicos y franciscanos) desviado por un temporal, llegó a las costas de Hirado (isla de Kyushu), siendo recibidos los pasajeros por las autoridades con entusiasmo. porque deseaban romper el monopolio portugués. Es la época en la que el poderoso Hideyoshi se dirige al Gobernador español en Filipinas hablándole de su intención de extender su poder a esas islas[iv]. El español envió una embajada a Hideyoshi formada por cuatro frailes franciscanos, entre otros, que hicieron al japonés algunos regalos. Este se debió sentir halagado, pues invitó a los españoles a conocer su corte y palacios en varias ciudades. En Kyoto edificaron los frailes una pequeña iglesia en un terreno cedido por Hideyoshi, un convento con leprosería y un hospicio. A partir de este momento comenzó un goteo de frailes que llegaban a Japón desde Filipinas.

Los frailes españoles cada vez se mostraban más desobedientes a las prohibiciones de Hideyoshi contra el cristianismo (contrariamente a la política de los jesuitas) con un claro abuso de su status diplomático. Es cuando en 1596 se produjo el naufragio del galeón español “San Felipe” en las costas de Tosa[v], haciendo la ruta Manila-Acapulco. Siendo auxiliados los náufragos españoles, entre los que había agustinos, franciscanos y un dominico, las autoridades locales se incautaron del cargamento, lo que llevó a las protestas correspondientes, respondiendo Hideyoshi violentamente con redadas persecutorias en Kioto y las ejecuciones de 26 japoneses cristianos, entre ellos franciscanos, jesuitas y seglares.

Más tarde los frailes continuaron llegando de Manila al tiempo que el comercio bilateral entre Japón y Filipinas aumentaba, pero no se evitó un conflicto armado que terminó con la batalla de Sekigahara (al sur de Japón) en 1600: se trató de una lucha civil entre los partidarios de dos banderías japonesas que pugnaban por hacerse con el control de Japón, una de ellas formada por los seguidores de Tokugawa[vi].

En ese mismo año llegó a Japón el marino inglés William Adams, que se convertiría en asesor de Tokugawa, avivando la animadversión contra los misioneros españoles y propiciando las relaciones con ingleses y holandeses, pero ello no impidió que se rehabilitaran las relaciones diplomáticas con Manila. Otro naufragio español en las costas japonesas propició mejores relaciones: en 1609 la nao “San Francisco” chocó contra unos arrecifes en la costa japonesa, estando a bordo Rodrigo Vivero y Velasco, Gobernador de Filipinas, que pasó diez meses en Japón y se relacionó con Leyasu Tokugawa. Ambos llegaron a un acuerdo para el comercio entre Japón y México, con respecto a los misioneros para que actuasen libremente y contra los piratas holandeses. Vivero describió así la ciudad de Yedo (antiguo nombre de Tokio):

Por este río [en realidad son varios] que se divierte y desangra por muchas calles…Luego habla de las casas diciendo que son más pobres por fuera que las españolas, pero el primor de aquellas [las de Kioto] por dentro les hace grandísima ventaja. Los barrios –dice- se especializan por los diversos oficios: sin que se mezcle otro oficio ni persona… zapateros, herreros, sastres, mercaderes y, en suma, por calles y barrios todos los oficios de géneros diferentes que se pueden comprehender… Otro barrio hay que llaman la pescadería… porque se venden en él todos los géneros de pescado de la mar y de los ríos que pueden desearse, secos, salados y frescos y en unas tinas muy grandes llenas de agua mucho pescado vivo… la limpieza con que está puesto causa apetito a los compradores… El barrio y calle de las malas mujeres siempre le tienen en los arrabales…

En cuanto a los productos de Japón, dice Vivero: Es prosperísima la tierra de oro y plata… El arroz es el sustento ordinario, aunque se da trigo… y de caza y de pesca tienen… venados, conejos, perdices, cavacos, y toda caza de volatería… En el Reino de Boju tienen rico de oro, a la punta de él cogen algodón… Los caballeros se visten de seda… tráenla cada año de China…

Vivero estaba familiarizado con la metalurgia de las minas de plata que España explotaba en México y se dio cuenta de que podía ser intercolutor con Leyasu Tokugawa y su hijo, consiguiendo llegar a un acuerdo entre Japón y España. Al mismo tiempo se entrevistó Vivero con el franciscano Luis Sotelo, experto misionero sevillano en Japón, un visionario que se creía responsable de cumplir una elevada misión. Se ofreció al Shogun (*) como embajador ante la corte española pero, enterado Vivero, interfirió en lo que a su parecer era artificioso...



[i] Véase la obra de Lourdes Terrón Barbosa, “Franciscanos en el Japón…”, en la cual se basa el presente resumen.
[ii] Militar, marino, cosmógrafo y agustino español que participó en la exploración del Pacífico.
[iii] “El Siglo Ibérico en Japón…”, que cita la autora de la nota i.
[iv] Así había hecho en Corea y China.
[v] En la isla de Shikoku, al sur de Japón.
[vi] Dinastía que gobernó hasta la revolución Meihi en 1868.
(*) Título que ostentaba el emperador de Japón.

martes, 26 de noviembre de 2019

Criados agrícolas en el norte de Europa



Escania es la provincia más meridional de la Suecia actual, formando parte de Dinamarca hasta la derrota de esta en la guerra de 1657. Escania comprendía, a comienzos del siglo XIX, las zonas costeras llanas y, en el interior, una tierra de “maleza y bosques”[i].

En Suecia, como en el resto de Escandinavia, se combinó durante el siglo XIX el modelo matrimonial existente en Europa occidental con el suyo propio de casamientos tardíos. En las zonas rurales los jóvenes solían abandonar el hogar paterno para trabajar como criados en otros hogares. Al casarse dejaban ese trabajo y formaban su propio hogar, predominando la familia nuclear. Esto, dice Christer Lundh, teniendo en cuenta diferencias regionales.

Las economías en las que predominaba la cría de ganado recurrían en alto grado a la contratación de criados. Donde se daba la vid requerían, sin embargo, jornaleros estacionales. Las regiones productoras de cereal, como Escania estaban entre estos dos extremos. Otra cosa son las diferencias dependiendo del número de dominios y del tamaño y riqueza de las explotaciones: las más grandes tenían más criados. El tipo de tenencia de la tierra es otro factor a considerar: las altas rentas exigidas por los terratenientes a los arrendatarios incrementaron la demanda de criados.

Las ciudades, por su parte, no son los núcleos de la Europa mediterránea: allí se llama ciudad a las que tienen entre 1.000 y 4.000 habitantes, si bien se consideran pequeñas; el 90% de la población, en el siglo XIX, vivía en el campo dedicada a la producción cerealística en las llanuras meridionales, mientras que en el norte se daba una producción mixta ganadera-agrícola con manufacturas.

Las explotaciones de menos de 20 ha. fueron en aumento a lo largo del siglo XIX, desde 11.662 hasta 22.372, cuando a comienzos de la centuria la inmensa mayoría tenía entre 20 y 45 ha. además de algunas grandes propiedades. Los campos de cereal y los prados dominaban, y las explotaciones pequeñas podían ser igualmente ricas en las llanuras, dándose el caso de que a lo largo del siglo XIX creció el número de explotaciones, tanto por las nuevas roturaciones como por la división de aquellas, necesitando en este caso las familias complementar con otros ingresos.

En 1825 cerca de la mitad de la tierra era cultivada por campesinos propietarios o que arrendaban las tierras a la Corona, y la otra mitad era tierra de la nobleza cultivada por arrendatarios o de modo directo. En Escania había 160 grandes dominios y durante el siglo XIX aumentaron las explotaciones satélite bajo control de dicha nobleza. Estas se dedicaban a producir para el mercado, sobre todo a partir de la ganadería para leche, y también creció el número de explotaciones privadas, pues los arrendatarios pudieron comprar las tierras que trabajaban.

Ya en el siglo XVII y hasta principios del XIX se habían dado cercamientos, con lo que la productividad se elevó y la agricultura se hizo más comercial[ii], se introdujeron nuevas técnicas y aparecieron nuevas industrias en el campo, duplicándose la población de Escania a lo largo del siglo XIX.

El proceso de proletarización en el siglo XIX fue un hecho, pues el número de campesinos propietarios creció mucho menos que el de colonos con poca o ninguna tierra , resultado más de una movilidad social descendente que de la distinta fertilidad de las clases sociales. Muchos trabajadores agrícolas fueron reemplazados por jornaleros. 

El autor al que sigo aquí aporta los siguientes datos: a lo largo del siglo XIX aumentaron en Escania los propietarios inactivos por edad, los colonos y la nobleza; los arrendatarios de explotaciones muy pequeñas disminuyeron en número, pero no mucho; aparecieron los jornaleros, que llagaron a ser, en 1900, más de 25.000, mientras que disminuyeron a menos de la mitad los criados y aumentaron los propietarios de una cabaña con o sin parcela. Los criados constituían una categoría de trabajador agrario, representando una quinta parte de la población rural , trabajaban en períodos de un año para campesinos o grandes explotaciones, y en este último caso podía suponer que el criado estaba obligado, también, a prestaciones personales.

Los criados solían ser jóvenes y en su mayoría solteros y no cualificados, cambiaban de amo con frecuencia y por tanto se movían mucho, siendo las criadas encargadas de tareas más bien domésticas. Pero el papel de los criados fue cambiando a lo largo del siglo XIX: con el aumento de los precios de los granos los señores tendieron a incrementar la producción, suprimiéndose, en ocasiones, el trabajo de los arrendatarios por los asalariados. Cuando algunos dominios se especializaron a finales del siglo XIX en la ganadería lechera o en cultivos industriales, lo que necesitaban eran trabajadores cualificados, no criados.

Con la creciente mercantilización del cereal y de la leche, la demanda de trabajo aumentó, y de esta manera un trabajador a contrato sustituía a cinco o seis criados, los cuales, viviendo en las casas de los amos, se adaptaban bien a las necesidades a pequeña escala, pero a gran escala se requería la división del trabajo. Esto contribuyó al declive del sistema de criados agrícolas, y en 1900 aparece una tendencia consistente en que los criados pasen a ser servidores domésticos, una ocupación muy feminizada.

Otra cosa son las condiciones de empleo: desde mediados del siglo XVII habían estado reguladas en la agricultura por las “Servant Acts”, pero esta legislación cambió varias veces hasta 1833, la cual estuvo en vigor hasta 1926. Podía ser amo cualquier persona con una empresa que necesitara contratar criados como mano de obra y tuviera recursos económicos para mantenerlos. La “Servant Act” regulaba los derechos y responsabilidades de amos y criados; estos últimos tenían derecho a comida y alojamiento, si caían enfermos el amo estaba obligado a que fueran atendidos, pero podía deducir del salario los gastos de médico y medicinas.

Si el criado permanecía en la casa del amo mucho tiempo, este quedaba obligado a mantenerlo y cuidarlo hasta su muerte, debiendo ser devotos los criados, diligentes, sobrios y decentes, fieles y obedientes con el amo. La ley también establecía lo que los criados tenían prohibido hacer: desobedecer al amo, mostrar descontento injustificado con la comida, robar, ser descuidados con el fuego y con las propiedades del amo, tampoco debían visitar tabernas un otros lugares donde sirviesen bebidas alcohólicas, ni abandonar la casa del amo sin permiso o pasar la noche fuera…



[i] Christer Lundh, “Criados agrícolas en la Suecia del siglo XIX…”.
[ii] Ver aquí mismo "Los campos ingleses en la Edad Moderna".

América y su maíz

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Guillermo Coma es uno de los primeros navegantes que llegó a América a finales del siglo XV, y de él tenemos un testimonio sobre el conocimiento del maíz ya en 1497: del tamaño de un altramuz y redonda como un garbanzo; al romperla sale flor de harina muy fina; se muele como el trigo y se hace con ella un pan de buen sabor, en tanto que muchos, cuya comida es más pobre mascan sus granos. Pero fue Colón el que nos dejó el primer testimonio sobre el maíz en América desde su primer viaje, designándolo como panizo, que se encontraba en plena explotación en España[i]. En su tercer viaje ya demuestra saber el nombre, maíz, lo que prueba que es diferente al panizo, y lo trajo a la península, lo que más tarde confirma Gómara. “Hay mucho en Castilla”, dejó escrito este cronista, demostrando la pronta adaptación en España.

Moreno Gómez señala que el maíz tiene en América una gran relevancia y es exclusivo de dicho continente, siendo el más importante de los cultivos del Nuevo Mundo. Se pudo cultivar –sigue diciendo- casi en todas las latitudes, desde Canadá hasta Chile y en casi todas las altitudes (excepto en los páramos), desde el nivel del mar hasta los 3.000 metros del lago Titicaca. El maíz hizo posible que el hombre americano habitara donde podría parecer imposible su supervivencia, de forma que maíz y amerindio se presentan indisolublemente unidos, no habiendo sido posible el desarrollo de las culturas precolombinas sin este cereal, pues la planta no tiene la posibilidad de propagar sus semillas sin la ayuda humana[ii].

El maíz se originó en América y solo allí, procediendo el nombre, al parecer, del taíno en las Antillas, siendo su valor nutritivo muy parecido al del trigo. De su uso alimentario por los indígenas de América nos han informado cronistas y naturalistas a lo largo del tiempo. Colón habla de la pluralidad de bebidas que se hacían con el maíz y otros frutos, teniendo la del primero un alto contenido alcohólico.

Hernando Colón, en su “Historia del Almirante”, con ocasión de su cuarto y último viaje (1503), habla que los maizales: “son como los campos de trigo” y que los indígenas tenían para alimentarse mucho maíz, “que es cierto grano que nace como el mijo… de que hacen vino tinto, y blanco, como la cerveza de Inglaterra”.

Núñez Cabeza de Vaca, en su “Naufragios”, cuando habla de la Florida dice que “tomamos cuatro indios, y mostrámosles maíz para ver si lo conocían… Ellos nos dijeron que nos llevarían donde lo había”. Cieza de León, por su parte, cita el maíz muchas veces en su “Crónica del Perú”: “los campos y las vegas sembrados de maíces… En otras partes… hacen en el año dos sementeras”. Mártir de Anglería, que no estuvo en América, conoce el maíz una vez es traído a Europa: “los de la Insumbria[iii] y los granadinos españoles [moriscos] tienen abundancia", y luego dice que el fruto se parece al alberjón o almorta; “a esta clase de trigo le llaman maíz”, añade.

Francisco de Gómara habla de cómo cavaban los indígenas la tierra con palas de madera, “pues no tienen bestias con que arar”. En efecto, los indígenas desconocían la ganadería, que adoptaron con la llegada de los españoles. Transcurrido medio siglo, dice Moreno Gómez, la ganadería se practicó en todas sus especies: porcina, equina, ovina, bovina y caprina, hallándose en pleno rendimiento. Gómara dice que los indígenas americanos comían el maíz crudo en sus mazorcas, cocido y asado, mientras que el grano suelto, seco, crudo y tostado. Para hacer pan no tenían hornos, por lo que asaban el maíz a las brasas, y “otros muelen el grano entre dos piedras… pues no tienen molinos”. También habla Gómara del vino que hacían a partir del maíz.

Fernández de Oviedo, en 1526, dice que “nace el maíz en unas cañas que echan unas espigas o mazorcas” y para la siembra, los indios con un palo de punta daban un golpe en la tierra y removiéndola para que se abra más, en el agujero echaban cuatro o cinco granos de maíz. Otros autores que también nos dan información sobre el maíz en América son fray Bernardino de Sahagún, fray Toribio de Benavente, fray Diego de Landa[iv], Cervantes de Salazar[v], José Acosta[vi] (sostuvo que los americanos habían llegado desde el norte de Asia), y ya entrado el siglo XVII Vázquez de Espinosa[vii], Francisco Carletti[viii], Bernabé Cobo[ix] y otros, en el exhaustivo trabajo del autor al que sigo aquí.



[i] “La naturaleza de Indias en la plástica de la Edad Moderna”, obra de Jesús Moreno Gómez en la que baso el presente resumen.
[ii] No obstante, el autor señala que la existencia de granos de diferentes colores en una misma mazorca pone de manifiesto la polinización desde distintos tipos y colores de maíz.
[iii] Región entre el Po, los Alpes, el Tesino y el Ada.
[iv] Franciscano y obispo de Yucatán, natural de Cifuentes, en el centro de la actual provincia de Guadalajara.
[v] Nacido en México, humanista y canónigo de la catedral de México.
[vi] Jesuita natural de Medina del Campo, naturalista y antropólogo.
[vii] Teólogo carmelita, natural de Castilleja de la Cuesta, Sevilla.
[viii] Escritor y viajero florentino que circunnavegó la Tierra.
[ix] Natural de Lopera, Jaén, fue un cronista, jesuita y científico.

domingo, 24 de noviembre de 2019

Las bóvedas de Juan de Acha

Bóveda de Juan de Acha en la iglesia de San Miguel. Tricio.

El 20 de junio de 1528 se firmó en Tricio el contrato por el que los canteros Martín de Vergara y Juan de Acha debían hacer la capilla mayor en la iglesia de San Miguel de la localidad citada. Asombra la minuciosidad con la que el escribano pone todas las cláusulas, que llegan a ser veinticinco, además de otras consideraciones.

Se constata que Tricio era un barrio de la ciudad de Nájera y que los testigos del contrato que se firmó eran, por una parte, beneficiados de la iglesia de San Miguel, miembros del concejo, un arcediano canónigo de la iglesia de Calahorra, un cura y otros clérigos, un jurado y varios vecinos del pueblo. “Después de haber mucho platicado” -dice el escribano- los beneficiados y el concejo encargaban a los canteros citados la obra, consistente en una capilla nueva que sustituiría a otra anterior, para lo que Martín de Vergara y Juan de Acha debían pagar una fianza. Se concreta que en la parte del evangelio se habría de hacer una sacristía, que los materiales serán “piedra franca de la de Buiçio o Santasensio”; en la capilla debía haber una ventana “a la parte del sol” y la obra debía estar terminada al cabo de siete años desde la fecha de este documento. Los clérigos y el concejo se obligaban a aportar el ripio (ladrillos, piedras y otros materiales de desecho que se empleaban para rellenar huecos), la arena y la cal, si bien más adelante se dice que esta la han de hacer a su costa los contratados. Los clérigos y el concejo habrían de dar licencia a los canteros para sacar la piedra y la leña que fuese necesaria, continuando el contrato con otras consideraciones ciertamente complejas.

El documento, que aporta Aurelio A. Barrón en un trabajo sobre Juan de Acha[i], es una muestra de los pormenores que precedían a una obra relativamente sencilla, pues ni siquiera se trataba de una iglesia completa en este caso, para garantizar las obligaciones de cada parte y otras condiciones.

Juan de Acha nació en 1497 en Ispáster, entonces señorío de Vizcaya[ii], falleciendo en Logroño en 1558, donde se había establecido hacía tiempo. Residió en Baños de Río Tobía[iii] y su infancia la había pasado en el solar de Eguen, cerca de Ispáster[iv], teniendo al menos dos hermanos, Martín y Pedro, también canteros. En 1538 ya se encontraba Juan en Logroño, teniendo relación con Martínez de Mutio, que quizá fue su alumno. La primera gran obra que se le encargó a Juan de Acha fue la iglesia de Entrena, muy próxima a Logroño, la cual le abrió el mercado artístico en dicha ciudad v].

Según el autor al que sigo la edificación del convento de la Piedad en Casalarreina, entre 1514 y 1522, fue un hito en la arquitectura del tardogótico en La Rioja. Luego, la construcción de la iglesia de Entrena, quizá la primera obra de Acha como vecino de Logroño, demostró hasta qué punto nuestro autor había asimilado la técnica de las nervaduras en las bóvedas, con los terceletes y curvaturas. Mutio y Acha puede que colaborasen, por otra parte, en la iglesia del hospital de la Madre de Dios de Nájera, obra sobria en este caso.

Otra obra en la que participó Acha fue la iglesia de San Andrés de Anguiano, con pilares cilíndricos y de nuevo trazos complejos y geométricos con las nervaduras de las bóvedas. En Logroño trabajó para los principales clientes eclesiásticos: los cabildos de la colegiata de la Redonda y de las parroquias de Santa María de Palacio y de Santiago. En Nájera, Mutio y Acha concertaron con el abad de Santa María la Real (1535) la construcción de un coro alto a los pies de la iglesia. Está sostenido por fuertes columnas adosadas a pilares que enmarcan una bóveda casi plana y con nervaduras que forman terceletes, algunos de cuyos detalles decorativos fueron impuestos por el abad. También ofrecieron a Acha (1537) la construcción de la iglesia de Santa Coloma (La Rioja), un edificio sólido y sobrio en el exterior.

Antes de que en 1538 se estableciera en Logroño, Acha pudo colaborar con su hermano Martín en las iglesias de Sorzano y Baños de Río Tobía, la primera con una torre sencilla de planta cuadrada y bóveda sin terceletes, como la de San Pelayo en Baños de Río Tobía. Iglesias de una nave, esta última ha sido transformada en tres naves con mucha posterioridad. y ya instalado Acha en Logroño, cedió a sus hermanos la construcción de unas casas junto al monasterio de la Madre de Dios para un particular, centrándose aquel en la arquitectura religiosa.

Los hermanos Acha debieron prosperar porque Martín tomó en 1539 un aprendiz, y Pedro otros tres, prefiriendo este la arquitectura civil. En pleno Renacimiento, estos arquitectos corresponden aún al gusto gótico en su última fase, la más decorativa y audaz, tanto más interesante en el caso que ha estudiado Aurelio A. Barrón, por cuando se trata de una región periférica del norte de España.



[i] “El arquitecto tardogótico Juan de Acha en La Rioja…”.
[ii] Durante toda la Edad Moderna, por lo menos, tuvieron importancia los canteros vizcaínos.
[iii] Al oeste de la actual Comunidad de La Rioja.
[iv] Hoy al nordeste de la actual provincia de Vizcaya.
[v] Ver nota i.

sábado, 23 de noviembre de 2019

Un palacio antiguo en Córdoba

Torre de la Calahorra en Córdoba (*)

No son pocos los historiadores y arqueólogos que se han ocupado de estudiar los orígenes y evolución del ahora palacio episcopal de Córdoba, la última Rocío Velasco García[i], cuya tesis doctoral sobre este asunto ha sido publicada en 2013.

Dejando atrás la época romana, en los terrenos del antiguo palacio episcopal, la primera construcción es de época visigoda, estando allí la sede de los gobernantes cuando se encontraban en Córdoba, empezando su construcción en los siglos VI o VII. Según algunas fuentes, dicho edificio estuvo frente a la sede episcopal de San Vicente, templo construido en el siglo VI en el lugar donde ahora está la mezquita de Córdoba, y a donde la sede episcopal habría sido trasladada –según Pedro Marfil- desde Cercadilla[ii], aprovechándose materiales de la época romana.

Otros autores hablan de un perímetro para el palacio visigodo de unos 550 metros una vez que el rey Rodrigo lo amplió y reformó. Martín de Roa, en 1772, se refiere a él diciendo que luego fue ocupado para convertirse en alcázar “de los Árabes”, con mayor suntuosidad. Y en 1855 Pedro Madrazo señaló que el palacio visigodo estuvo situado en el lado oeste de la mezquita. Ramírez Arellano, en 1873, dice que estaba enfrente de la basílica de San Vicente y que esta fue tomada por el primer Omeya hispano para “hacer su mezquita”, pero no en toda su extensión, porque en la época de este autor una parte era hospicio de expósitos. Amador de los Ríos, por su parte, se muestra más concreto y ubica el antiguo palacio al oeste de la mezquita.

Las excavaciones se remontan a mediados del siglo XVIII, dando como resultado la aparición de un muro de sillería al sur del actual palacio episcopal, siendo esta la primera constancia arqueológica que se tiene. Alberto León, sin embargo, considera que tuvo lugar un traslado a la zona suroccidental de la ciudad. Algunos historiadores del siglo XIX han hablado de “irregular recinto”, refiriéndose al palacio antiguo, así como que contaba con caballerizas y huertas.

En época islámica subsistió la jerarquía episcopal en Córdoba, pero los emires fijaron su residencia en el palacio: Mugith el primero, como jefe de la invasión musulmana, volviendo a ser ocupado por Abd al-Rahman I en 785, quien mandó levantar el alcázar y construir la mezquita. El primero se construyó frente a la mezquita sobre los restos del palacio visigodo, modificándose por las nuevas necesidades, pero sin perder el carácter defensivo junto al puente o puerta meridional de la ciudad. Algunos autores han considerado que una de sus torres hizo de alminar de la mezquita antes de que Hisahm I, a finales del siglo VIII, construyera otra.

Lo que parece claro es que emires y califas de al-Andalus ocuparon el palacio, aunque Abd al-Rahman III, cuando contruyó Madinat al-Zahra se trasladó allí con su corte, pero sin dejar de habitar el palacio cordobés cuando estaba en la ciudad. En tiempos de al-Mansur se llevaron a cabo varias construcciones, como un baluarte que quedará integrado en lo que luego se ha conocido como “Torre de la Calahorra”. También mandó ampliar la muralla norte del alcázar[iii], posiblemente por la ubicación de los baños califales en época de al-Hakam II.

Tras la “fitna” o guerra civil de 1009, que llevó a la progresiva destrucción de la ciudad palatina, los gobernantes taifas ocuparon el alcázar Omeya, y allí permanecieron los gobernantes de Córdoba hasta la conquista cristiana en 1236, cuando Fernando III de Castilla y León se apropió del alcázar y lo cedió, en parte, al obispo Lope de Fitero, que convirtió en catedral la mezquita.

El máximo esplendor del alcázar se dio entre los siglos IX y XII, extendiéndose en el espacio que hoy ocupa el antiguo palacio episcopal, seminario de San Pelagio[iv], biblioteca pública, Campo Santo y alcázar de los reyes cristianos, con un total de 39.000 m2; tuvo viviendas para la servidumbre y cuarteles de la guardia, necesitando la construcción de un acueducto a mediados del siglo IX.

Comparando un plano actual de Córdoba con el que facilita Rocío Velasco en su obra (p. 57) se puede comprender la gran extensión del recinto amurallado: desde la calle Torrijos frente a la mezquita hasta la ronda de Isasa, la calle Martín de Roa y la avenida del Alcázar. En el interior, una alcazaba, los baños[v], jardines, las residencias palaciegas y administrativas y otros espacios. Pero entre los siglos XII y XIII, época almohade, se llevó a cabo una ampliación y refortificación del recinto amurallado de la ciudad, y cuando se excavó bajo el alcázar de los reyes cristianos, en el Patio de las Mujeres aparecieron “varias fases constructivas califales, destinadas a adaptar” el edificio como residencia: patios pavimentados con losas de mármol, escaleras, letrinas, etc.

Otra edificación que parece corresponderse con dicho programa constructivo es la conocida como “Castillo Viejo de la Judería”, despoblado tras la expulsión de los musulmanes por Fernando III, no volviendo a ser habitado hasta mediados del siglo XIV por los “judíos conversos y cristianos”, momento en que dicha construcción comienza a ser conocida como “Castillo de la Judería”.



[i] “El palacio episcopal de Córdoba: historia y transformaciones”.
[ii] Hoy es un yacimiento arqueológico de época tardorromana y altomedieval. Se encuentra en el centro de la actual provincia de Córdoba.
[iii] Debe tenerse en cuenta que, con motivo de los conflictos de los vecinos del arrabal (818), la muchedumbre llegó a poner cerco al alcázar. En época de al-Mansur, cuando en 978 se produjo la conspiración de Diandhar, el caudillo aumentó las fortificaciones.
[iv] Manuel Nieto, a quien cita la autora, señala que debió existir un alcázar en los terrenos de este seminario desde 1317, y que pervivió hasta mediados del siglo XIV (alcázar viejo). Parece que a la muerte de Abd al-Rahman II en 852, existía ya un palacio entre el alcázar Omeya y la puerta del puente (donde hoy está el Triunfo de San Rafael).
[v] Dice la autora que cuando en 1962 se excavaron los baños califales, se pudo observar el expolio que se había llevado a cabo en ellos.
(*) fotonostra.com/albums/andalucia/calahorra.htm

viernes, 22 de noviembre de 2019

Canteros, pintores, entalladores y pleitos

Túnel de las encerradas (Tui)

En 1821 el maestro cantero Juan Francisco Alonso contrató con el Ayuntamiento de Tui la reedificación de la calle de abajo, lo que hará mancomunadamente con otros, y dos años más tarde remata en pública subasta realizada por el Ayuntamiento la obra de reedificación del muro de la plaza nueva. Pero antes ya se habían dado muchos otros casos de obras de cantería, pintura, tallas para retablos, esculturas simples, etc., sin que faltasen los pleitos por desacuerdos del más variado tipo[i]. Uno de estos pleitos se inició con la demanda por desperfectos de la casa rectoral y capilla mayor de Mouriscados y Meirol[ii].

En 1678, el que luego sería importante escultor, José Domínguez Bugarín, firmó escritura como aprendiz del maestro Esteban de Cendón Buceta, vecino de Pontevedra, convirtiéndose en uno de los mejores entalladores de retablos barrocos de la diócesis de Tui. Años más tarde las monjas le arrendaron la mitad de una casa, “de alto y bajo” por ocho años, y en 1699 su maestro le da poder para que pujase por él en la subasta de la obra de la sillería del coro de la catedral de Tui.

En 1725 el maestro de arquitectura y escultura, Francisco García, contrató con el abad de San Xoán de Fornelos un retablo para la iglesia parroquial. Se le atribuye, por el parecido, el retablo mayor y otros existentes. Un notable pintor de la época, Juan Antonio García de Sotomayor, por su parte, pleiteó con un canónigo prebendado de la catedral de Tui por cuestiones de dinero. Se trataba de la copia de unos cuadros propiedad de la viuda condesa de San Román. En 1788 se vio envuelto en otro pleito relacionado con ciertas obras en el hospital.

El maestro campanero Juan Santos de Peñaranda, por su parte, fue encargado de fundir una campana para una iglesia en 1766 y, al año siguiente, el prior de Santo Domingo de Tui le encargó dos campanas “de hechura romaneada”. El maestro cantero Manuel Antonio Sarrapio García, natural de Cotobade[iii], había terminado en 1737 ciertos trabajos en la iglesia parroquial de Soutomaior, mediando un pleito de los vecinos contra el abad de dicha parroquia.

Benito Antonio Silva Ruibal, maestro pintor, hizo un peritaje de los desperfectos de la casa rectoral y capilla mayor de la iglesia de Mouriscados, en Mondariz, y en 1796 había ajustado el dorado y pintura del retablo y otras obras. En 1798 cobró por pintar un “San José y el Niño” de la catedral de Tui, y en 1803 se le pagó el precio por la pintura del Monumento de Semana Santa. En 1807, por fin, contrató junto con otro la pintura de los retablos de la iglesia parroquial de Chandebrito (Nigrán, Pontevedra). Pero no se vio libre de pleitos, como se puede ver en la documentación que se encuentra en el Archivo Diocesano de Tui[iv].

Benito Solla fue cantero de Cotobade, y en 1804, junto con su hermano, construyó la iglesia de San Salvador de Torneiros (O Porriño, Pontevedra): las paredes fueron de mampostería y la sacristía se cubrió con bóveda de cañón. La piedra de cantería se desbastó en el monte para evita el uso de carros en demasía. Pedro Silva y Ruibal, escultor y pintor de Tui, participó en un pleito con la curia catedral en 1766…

El escultor Antonio de Villar, por su parte, contrató con la villa de Baiona, en 1726, para hacer el retablo mayor de la colegiata, y de un acta de la Congregación de la Escuela de María de Tui, se deduce que en el año 1729 realizó un retablo para dicha congregación, así como otro para la iglesia parroquial de Mos (Pontevedra) y otros retablos con posterioridad.

Domingo Novás y Lemos, maestro cantero, se encargó de construir una casa en 1817 sobre otra arruinada anexa a la capilla de la Escuela de María, dedicada a escuela y “recogimiento de la juventud femenina” (huérfanas). Su hermano, Manuel Francisco Novás y Lemos, maestro arquitecto, ajustó en 1785 la fachada y torre de la iglesia parroquial de Beade (Vigo), y en 1805 presentó los planos de la iglesia de San José y Santa Marta de Ribarteme (As Neves, Pontevedra), cuya obra realizaron unos maestros canteros de Xeve, Pontevedra.

El barroco no es algo exclusivo de las grandes ciudades europeas, sino de las pequeñas villas y aldeas de los lugares más apartados, como vemos en los casos citados, que no son los únicos estudiados por el autor al que sigo aquí. Pleitos, planos, canteros, pintores, entalladores, retablos, cuadros, esculturas religiosas… El cliente era casi siempre la Iglesia, la única que podía dar trabajo a estos hombres, más o menos especializados, que configuran las segundas y terceras líneas después de los grandes artistas de estos siglos.



[i] La fuente para este resumen es la obra de Ernesto Iglesias Almeida, “Arte y artistas en la antigua diócesis de Tui”.
[ii] Ambas localidades en el actual municipio de Mondariz, Pontevedra.
[iii] Tradicional centro de canteros en Galicia, en la comarca de Terra de Montes.
[iv] F. Hospital, núm. 142. 1776, según ha consultado el autor al que sigo aquí.