jueves, 31 de diciembre de 2020

Intentos de Alcalá-Zamora

 


En junio de 1932 escribió Alcalá-Zamora uno de los capítulos de sus “Memorias”[i], donde habla de las primeras noticias que tuvo del golpe de estado que tendría lugar en septiembre de 1923 en España. Se encontraba en Gotemburgo y fueron socialistas suecos los que le hablaron de él, pero “al notar mi sincero asombro” –dice recogieron velas, cortando la conversación en que habían entrado. Más tarde quiso esclarecer don Niceto “la extraña profecía sueca”.

Cuando Alcalá-Zamora recibió las primeras auténticas noticias del golpe de estado se encontraba en su retiro campestre de La Ginesa, en el campo de Priego. Recordó una insinuación que le había hecho García Prieto presintiendo alguna catástrofe, una vez dejó de ser Presidente el citado, y dice Alcalá-Zamora que el rey le había engañado, habiendo estado al habla con las Capitanías Generales ayudando con ello decisivamente al éxito del golpe: “como era su obra y había sido su sueño”.

Tan escasas fuerzas contaba Primo de Rivera –dice Alcalá-Zamora-, que para la probable y total frustración, a más de tener preparado un barco en el puerto, contaba con que le asegurasen la fuga por tierra los somatenes de Cataluña, pues el golpe de estado contó con simpatía y aún complicidad de deseos entre el regionalismo acomodado y temeroso. “Tal vez –dice nuestro informante- para recoger el cable de falaces promesas, y amarrarlo bien, actuaran secretas influencias directas de las derechas catalanas, porque el manifiesto del dictador era de tal tono, que al leerlo hube yo de decir: “Huele a cera, más que a pólvora”.

Durante el paso de Alcalá-Zamora por el ministerio de la Guerra, dice el mismo, el capitán de más afectuosa, íntima y frecuente comunicación con él fue, a gran distancia de los otros, Primo de Rivera. Habló Alcalá con Romanones, el cual le confirmó la preponderante y decisiva participación del rey en el golpe, “cuya absoluta incompatibilidad con las Cortes” le comprometió para siempre.

También dice Alcalá que visitó a una anciana dama aristocrática y palaciega, reaccionaria pero inteligente (son sus palabras), y adicta con la más leal firmeza a la reina madre, de la cual había recibido una carta que le enseñó, “porque nuestra amistad lo permitía”. María Cristina de Habsburgo Lorena no ocultaba su sorpresa y su contrariedad y aún mostraba la inquietud, “el sobresalto por las consecuencias ignotas pero alarmantes de la aventura” de su hijo. La anciana dama dijo a Alcalá que a Victoria Eugenia, esposa del rey, también le repugnaban el sistema ensayado y el hombre que lo encarnaba.

“Desde entonces, noviembre de 1923, emprendí con incansable tenacidad la obra de aunar voluntades para la reconquista a toda costa del régimen constitucional”. La fórmula del régimen nuevo al que se llegase –dice Alcalá- “no la precisaba de un modo inflexible, para ensanchar la coalición y porque en eso el tiempo iba fijando rumbos y etapas muy variados”. Cuatro veces, dice Alcalá, hizo el recorrido tenaz e infructuoso en busca de una coalición constitucional contra la dictadura: primero, en noviembre de 1923; otras dos veces en mayo y octubre del 1924; la última en febrero de 1925. A partir de éste momento se propuso no molestar en vano a más personas con las que se había entrevistado.

Partidos republicanos –dice- apenas si los había organizados, salvo el de Lerroux, a quien Alcalá encontró en buena actitud. Villanueva[ii] jamás regateó su concurso, aunque ya tenía setenta y un años, lo que para la época era lo mismo que anciano. Burgos Mazo, que había sido ministro de la monarquía, también mostró decisión; Francisco Bergamín[iii] le pareció a Alcalá escéptico y voluble, aunque correcto; Viguri, abogado que fue ministro en el período constitucional del rey y luego lo sería con Dámaso Berenguer, le pareció batallador, pero “fueron islotes dentro de la inercia conservadora en general”, desligada de la personalidad de Sánchez-Guerra, que desdeñaba a sus antiguos compañeros y tenía más fe en sí mismo.

También se entrevistó Alcalá con Melquíades Álvarez, que lo fiaba todo a “la infalible panacea reformista”; Alba se encontraba en París, “sin duda soñando también su desquite”. Con Ventosa[iv], regionalista catalán, tuvo alguna aproximación efímera en correspondencia a través de un banco, “pero se notaba el freno, entre escéptico y esperanzado, de Cambó”. Los socialistas, por entonces inabordables, no cuajaban una fórmula de coalición.

Estando en París “lleno de tristeza por la falta de cooperaciones –dice- redacté en mayo de 1924 un manifiesto, para haberlo publicado, llamando al país contra dictador y rey”, pero un amigo suyo le disuadió de que lo hiciese porque “aún no era tiempo”. No obstante el dictador persiguió a Alcalá-Zamora ya desde el otoño de 1923, aunque éste considera las represalias, incesantes pero minúsculas y aun grotescas. “No puedo referir nada grande, ni por los móviles, ni por la dureza en aquellas persecuciones cuya nota constante y destacada fue la pequeñez, siempre en los dominios de la ruindad”.


[i] “Memorias de un ministro de Alfonso XIII”.

[ii] Miguel Villanueva Gómez llegó a conocer la II República española, pues murió en septiembre de 1931. Abogado de profesión, había sido ministro durante la regencia de María Cristina de Habsburgo y con Alfonso XIII.

[iii] Abogado malagueño, ministro con Alfonso XIII.

[iv] Ministro con Alfonso XIII, fue diputado del Parlamento de Cataluña durante la II República pero cuando se produjo el levantamiento militar de 1936 lo apoyó.

Fotografía: Priego de Córdoba (cordobapedia.wikanda.es/wiki/Priego_de_C%C3%B3rdoba)

martes, 29 de diciembre de 2020

Los informes de Gomá

Aparte de la carta “pastoral” de los obispos españoles (no todos) a favor de los sublevados de 1936, el arzobispo Gomá, que lo era de Toledo, dirigió con muy poca distancia en el tiempo dos informes al entonces Secretario de Estado del Vaticano, señor Pacelli (futuro papa Pío XII).

A mediados de agosto de 1936, cuando aún no había transcurrido un mes de la guerra española, Gomá dirigió su primer informe en el que hablaba de “la labor desdichada de la República en el orden religioso, civil y económico, durante el bienio 1931-1933”, y en cuanto a las elecciones de febrero de 1936 dijo que dieron una “mayoría artificial”, aliándose el Frente Popular con “las bandas de malhechores” que llevaron a cabo el asesinato del sr. Calvo Sotelo”.

Se refiere a la República antes del levantamiento militar como “de este último quinquenio, que paso a paso llevaron a España al borde del abismo marxista y comunista”, refiriéndose a la guerra para “la defensa de la Religión”. Hace un breve análisis a continuación sobre los militares españoles; algunos “no se hallarían mal con una República laicizante, pero de orden”, mientras que otros “quisieran una Monarquía con unidad católica, como en los mejores tiempos de los Austrias. 

En cuanto al levantamiento militar, informa a Pacelli que goza de “gran simpatía” por parte de “la inmensa mayoría de los españoles”, refiriéndose a que los verdaderos españoles son los católicos. No tiene inconveniente, sin embargo, en considerar la guerra como una lucha “fraticida”.

 

Gomá informó a Pacelli de la declaración de Cataluña como República independiente (que como sabemos no tuvo ninguna plasmación en la realidad) y, en cuanto a las características de la lucha, habla de “ferocidad inaudita por parte del ejército rojo; observación estricta de las leyes de guerra de los insurgentes”. Impresionado por las noticias que le llegan de la persecución del clero en la retaguardia republicana, dice que “será una mancha en la historia de España”. Aunque con menos saña quizá, el anticlericalismo había sido una práctica común en más de un siglo.

También tuvo noticia de los asesinatos de los obispos de Sigüenza, Ciudad Real y Cuenca, pero cometió el error de dar crédito a la muerte del obispo de Vic, que no fue cierta. En cuanto a la violencia de Falange utiliza una expresión ambigua: “tal vez haya que reprochar al Fascio la excesiva dureza en las represalias”. Para Gomá luchaban “España y la anti-España, la religión y el ateísmo, la civilización cristiana y la barbarie”.

Luego expone que el alzamiento se había convertido de militar en nacional, mostrando su certeza de que la guerra no sería breve, pero “si triunfa, como se espera, el movimiento militar, es indudable que en plazo relativamente breve quedaría asegurado el orden [véase la contradicción con sus previsiones de que la guerra sería larga]… y se iniciaría una era de franca libertad para la Iglesia, al tiempo que muestra su opinión de que “no es de esperar una restauración de la monarquía”.

En el segundo informe que Gomá envía a Pacelli pocas semanas después del anterior, se muestra más optimista. Las noticias que tiene –dice- “son todas favorables” porque los sublevados se habían hecho con las zonas mineras de Andalucía y añade que la conquista de Madrid se produciría “probablemente dentro de éste mes” (septiembre de 1936). “Es general el optimismo –dice- “y nadie duda del éxito final de la contienda”. En cuanto a la intervención extranjera, Gomá informa solo de la ayuda recibida por el Gobierno republicano: “el Frente Popular francés…, el organizador de la resistencia comunista en Madrid es el israelita ruso Newman… [y] en Barcelona hay un fuerte núcleo de judíos…”.

Da cuenta Gomá del restablecimiento de la Compañía de Jesús[i] en la zona controlada por los sublevados y, en cuanto a las fuerzas paramilitares, requetés y falangistas, dice que “van animados de sentimiento religioso”[ii], aspirando a que la Iglesia goce, con el nuevo régimen “de favor y protección”. Se queja luego de “la persecución contra la Iglesia y contra Dios”, señalando que el Gobierno de Madrid “apenas tiene control alguno”.

El papa Pío XI, con motivo de la estancia en Roma de cientos de religiosos españoles, entre ellos varios obispos, se dispuso a pronunciar un discurso que Gomá y otros se prometían favorable a sus intereses, pero casi nada de esto ocurrió. El papa, prudente, reclamó perdón, el restablecimiento de la paz, denunció la persecución religiosa y consideró, respecto de los sublevados, que se comportaban con excesos no plenamente justificables, guiados por “intereses no rectos e intenciones egoístas o de partido…”.

Por ello solo en parte fue publicado en España el discurso del papa, que mantuvo su representante en la España republicana. Gomá fue, quizá, el más reaccionario e integrista jerarca religioso que convenía, como ningún otro, a los intereses del general Franco. Quiso olvidar que durante más de dos años la República española estuvo gobernada por conservadores, incluso católicos, y oculta que antes del asesinato de Calvo-Sotelo había caído por el mismo procedimiento el guardia de asalto Castillo, muertes injustas las dos.

El sentido totalitario de Gomá se pone de manifiesto cuando habla de la Religión, con mayúscula, como si no hubiese otras dignas del mismo respeto, incluso cristianas, ignorando a propósito la actitud de Jesús de Nazaret con los gentiles. Aspirar a que España volviese a la época de los Austrias en materia religiosa es carecer del más mínimo sentido histórico, además de que en los siglos XVI y XVII, aparte de católicos, había moriscos y judíos en España.

No es justo Gomá cuando no tiene en cuenta las devastadoras consecuencias de la crisis mundial de 1929, que provocó el regreso de millones de españoles a su patria, engrosando las listas del paro obrero o el número de braceros en el campo. Juzgar que la “inmensa mayoría” de los españoles estaba con sus ideas es ignorar que una exigua mayoría había dado su voto, hacía unos meses, al Frente Popular, que había ganado las elecciones con la misma ley electoral que las había ganado la derecha en noviembre-diciembre de 1933…

Miente Gomá cuando dice que los insurgentes –contrariamente a los “rojos”- cumplen estrictamente la ley, y sobran las investigaciones que demuestran las atrocidades cometidas por militares sublevados, falangistas, carlistas y fascistas de cualquier condición, con la particularidad de que no hacían otra cosa que seguir las órdenes del general Mola en sus “Instrucciones”. El terror rojo no fue querido ni alentado por el Gobierno republicano, fue obra de anarquistas, comunistas, socialistas (parece que fue obra de algunos de ellos el asesinato de Calvo-Sotelo) y delincuentes comunes.

El optimismo de Gomá quizá pretendía acercar la voluntad de Pacelli y del papa a sus intereses[iii] y los de la Iglesia española, pero no habría motivos para el optimismo, en el plano militar, hasta la caída del norte en manos de los sublevados. Entre los leales a la república hubo muchos católicos como Alcalá-Zamora, partidos como el PNV y el clero vasco, Carrasco Formiguera y los demócrata-cristianos catalanes, así como los seguidores de Luis Lucía en Valencia, y se sabe de algunos sacerdotes que expresamente apoyaron a la República.

Mención aparte merecen sus prejuicios contra los judíos, como si de un prelado del siglo XVII se tratase, sin consideración para el colectivo que basa su historia religiosa en las tradiciones bíblicas.


[i] Suprimida por el papa Clemente XIV en el siglo XVIII.

[ii] Salas Larrazábal y Paul Preston, entre otros, han dado cuenta de las atrocidades cometidas en las dos retaguardias.

[iii] Ignorando supinamente la exasperante cautela de la diplomacia vaticana.

Fotografía: milicianos en una de las puertas de la catedral de Toledo: twitter.com/Toledo_GCE/status

lunes, 28 de diciembre de 2020

Dos militares españoles (2)



Un mes antes de la sublevación militar de 1936, el comandante Manuel Matallana Gómez estaba destinado en Badajoz; desde un año antes había conseguido licenciarse en Derecho, lo que le estaba permitiendo compatibilizar su empleo de militar con el de abogado. En una carta dice encontrarse cada vez más alejado de la política, pues la consideraba la ruina de España. “En los pueblos –dice en dicha carta- son las guardias rojas las que mandan y disponen siendo los comunistas y socialistas los amos… Ahora llevamos más de dos meses con una huelga en Almendralejo en la que se han empleado todas las armas contra los patronos, metiéndolos en la cárcel…”; continúa diciendo que las exigencias de los obreros son imposibles de ser atendidas por dichos patronos. “Y entre tanto –sigue- formaciones y desfiles de milicias socialistas y comunistas uniformadas e instruidas por todos los pueblos y esta Capital… y esperando ya de una vez que explote esto en el sentido que sea…”.

Extremadura era por aquellos días escenario de conflictos agudizados por los intentos del Frente Popular de mejorar las condiciones de los campesinos sin tierra. También era escenario de intensa actividad de las milicias de izquierda, por lo general desarmadas, pero que asustaban a sectores acomodados de la sociedad. Se percibía una quiebra del orden[i].

Matallana hizo la guerra en el bando republicano, pero cabe pensar que quizá fue por encontrarse en una provincia donde el alzamiento no triunfó, y fue uno de los cuatro jefes republicanos que mandaron un grupo de ejércitos. Desde la caída de Cataluña en enero de 1939 fue la máxima autoridad militar en zona republicana después de Miaja, habiendo sido nombrado por Negrín jefe del Estado Mayor Central, cuando Rojo decidió no retornar desde Francia, ya en vísperas de la constitución de la junta de Casado, en la que Matallana participó.

Álvarez-Coque considera que si Matallana permaneció leal a la República se debió a la actitud de su superior jerárquico[ii], que no secundó la sublevación, por tanto hay dudas sobre las intenciones de Matallana. Por otro lado está su complicidad y participación en el golpe del coronel Casado, pero esto tiene fácil explicación, pues en él estaban también Miaja y Besteiro, por poner dos ejemplos nada sospechosos. También se le ha supuesto miembro de la quinta columna, pero se ha descartado porque cuando todo estuvo perdido para la República, aún compareció en Elda (principios de marzo de 1939) en una reunión convocada por Negrín, lo que no hicieron Casado y Miaja, por ejemplo.

Ascendido a general en agosto de 1938, su enturbiada imagen como traidor no le ha abandonado, hablándose de que pudo haber estado en contacto con agentes franquistas. Al finalizar la guerra los vencedores instruyeron una causa contra él, pues no parece haber duda de que fue leal al gobierno republicano hasta el verano de 1938, pero también fue partidario de un final negociado (incluso Prieto dejó de ser ministro de Defensa por derrotista) constituyendo una corriente autónoma de la de Casado, aunque confluyendo con él finalmente.

Matallana había nacido en el seno de una familia cuyo padre era militar y su madre, quizá, de un elevado nivel social, lo que explica su visión negativa del desorden en época republicana. En 1915 tuvo su primer destino en Marruecos y, al año siguiente, vuelve a la península (Badajoz). En una segunda etapa en Marruecos (1922-1923) solicitó ingresar en la Escuela Superior de Guerra, estudios que siguió. En enero de 1929 estaba en Madrid cuando se produjo un movimiento contra Primo de Rivera en Ciudad Real, siendo destinado a esta plaza[iii], pasando luego a Coruña, León y de nuevo Badajoz.

En 1935 llegó a comandante y así hasta el primer año de guerra como ayudante del general Castelló. Ante el avance de los sublevados se temió la caída de Madrid, por lo que no pocos militares planearon ocultarse o refugiarse en embajadas. En la causa contra Matallana, al finalizar la guerra, él argumentó que tenía por segura la entrada en Madrid de las tropas de Franco, por lo que optó por quedarse (hay que tener en cuenta que se está defendiendo), pero lo cierto es que formó parte del Estado Mayor de la defensa de Madrid bajo el mando de Vicente Rojo.

Matallana, como otros muchos militares de la República, tenía recelo de la importancia que había adquirido el Partido Comunista en la dirección de la guerra, habiendo al menos dos focos conspirativos contra Negrín de los que ya hemos hablado: el del coronel Casado y el inspirado por Matallana, partidario éste de que el acuerdo al que se llegase con el general Franco fuese solo entre militares, y hoy se sabe que mantuvo relaciones “oficiales” con los agentes del Servicio de Información y Policía Militar[iv] desde finales de 1938. Por su parte el historiador Ángel Bahamonde, a quien cita nuestro autor, señala una convergencia del antinegrinismo político y militar por parte de Casado en el Ejército del Centro y del Estado Mayor del Grupo de Ejércitos en Valencia.

Se ha señalado también la oposición de Miaja a ceder fuerzas a otros frentes alegando defender Madrid por encima de todo, y cuando esto se constata Casado ya estaba en contacto con los franquistas. Es entonces cuando Rojo jugó su última carta (la propuesta del plan P, que se llevó a cabo solo parcialmente y tarde, fracasando[v]) a la que se opuso también Miaja. Rojo siempre tuvo confianza en Matallana, aunque éste advirtió a Negrín, primero en Los Llanos[vi] y luego en Elda (febrero y marzo de 1939 respectivamente) sobre la imposibilidad de seguir la guerra.

Sospechoso de complicidad con Casado, quedó virtualmente prisionero en Elda pero se le permitió salir hacia Valencia y Madrid, donde se unió a aquel. Se atribuyó ante los franquistas el mérito de derrotar a los comunistas, aunque lo decisivo en esto fue la intervención del IV Cuerpo dirigido por Cipriano Mera. Lo que sí hizo Matallana fue dar las instrucciones para la apertura ordenada de los frentes y la rendición de los ejércitos republicanos.

Ante los franquistas se presentó como promotor del acatamiento total a las condiciones de Franco, pero hay que tener en cuenta que su vida corría serio peligro, pues su elevado rango lo hacía máximo responsable ante los vencedores, además de los méritos que las autoridades republicanas le habían reconocido. Poca credibilidad –dice Álvarez-Coque- tienen sus alegatos de haber participado como espía a favor de los sublevados, y más bien sería un argumento, como otros, de quien se está defendiendo y quiere salvar su vida.

Condenado a 30 años de cárcel, luego Franco le redujo la pena considerablemente, pasando los primeros años del nuevo régimen con privaciones y no se le reconoció graduación militar alguna, muriendo en 1952, a los cincuenta y ocho años.


[i] Álvarez-Coque cita al periódico “Claridad” (18 de mayo de 1936) hablando de los milicianos como “el futuro ejército rojo obrero y campesino”.

[ii] Luis Castelló Pantoja, llamado a Madrid el 19 de julio para un nombramiento militar, aunque cuando llegó se enteró de que había sido nombrado ministro de la Guerra en el Gobierno Giral. Castelló llevó consigo a Matallana.

[iii] Las tropas se lanzaron a la calle estando comprometidos en toda España 21 regimientos de artillería y algunas otras fuerzas, pero lo cierto es que en el resto de España no hubo levantamiento alguno.

[iv] Servicio de inteligencia de los sublevados durante la guerra civil y durante los primeros años de la dictadura subsiguiente.

[v] Una ofensiva republicana hacia Extremadura al tiempo que un desembarco en Motril.

[vi] Provincia de Albacete.

Fotografía: Asalto de la puerta de la Trinidad (bellumartishistoriamilitar.blogspot.com)

Dos militares españoles (1)

 


En su tesis doctoral sobre los militares de Estado Mayor, Arturo García Álvarez-Coque considera oportuno detenerse en dos de ellos que ejercieron como tales en la primera mitad del siglo XX, con diversas actitudes ante el levantamiento de 1936 y con diversa suerte también.

Uno de ellos es el golpista Manuel Goded Llopis, que ni se mantuvo expectante ante los acontecimientos ni permaneció fiel al régimen legítimo, la II República española. Hoy sabemos que éste régimen se caracterizó por el desorden público y la explosión de libertad que había estado reprimida en los años anteriores, pero los desórdenes públicos venían de lejos; solo recordar los últimos años de la Restauración serían suficientes, pero también podríamos citar la “semana trágica” de Barcelona y casi todo el siglo XIX, con sus manifestaciones de anticlericalismo, movimiento sindical, represión patronal y conflictos civiles.

Álvarez-Coque indica que, en el caso de los generales, el sector leal a la República fue mayoritario entre los que detentaban mando de tropas, rebelándose solo uno que pasaba por republicano, Miguel Cabanellas. Por su parte, los generales del cuerpo de diplomados en Estado Mayor encabezaron todas las conspiraciones contra los gobiernos republicanos. El general Emilio Barrera sirvió trece años en Marruecos y, a finales de 1931, constituyó una junta militar golpista, manteniendo al año siguiente contactos con el gobierno fascista italiano. Fue delegado del general Sanjurjo en la preparación del golpe de 1932 y, en una reunión tenida en su domicilio, en 1936, se puso en marcha la trama conspirativa, aún antes de las elecciones que darían el triunfo al Frente Popular. El movimiento estaba previsto para unos días después de las elecciones, pero fue suspendido por el que estaba al frente, el general Goded.

En marzo, tas las elecciones, tuvo lugar otra reunión en la que participaron militares de paso por Madrid para sus destinos[i]: se constituyó una Junta de Generales, nominalmente con Sanjurjo a la cabeza, para un golpe que debía tener lugar el 30 de abril. Por último, en julio de 1936, entre los seis generales de división que se alzaron en armas, tres eran del cuerpo de Estado Mayor: Goded, Fanjul y Saliquet, quienes encabezarían el levantamiento, respectivamente, en Barcelona, Madrid y Valladolid.

Goded fue un general de elite por un doble motivo: por haber alcanzado el generalato y por pertenecer al cuerpo de Estado Mayor, habiendo sido el oficial más joven en ingresar en la Escuela Superior de Guerra, con 15 años. Cuando se proclamó la República y Azaña ocupó la cartera de Guerra, Goded era jefe del Estado Mayor Central, cargo en el que continuó colaborando con Azaña hasta su cese en 1932 por el incidente de Carabanchel[ii]. En su “Diario”, Azaña dice que Goded podría ser “peligroso” por su rencor y ambición, pues le había dicho que “muchos han venido a proponerme locuras, pero gracias a Sanjurjo y a mí, no ha ocurrido ya una barbaridad en el ejército”. Añade Azaña que “el estado de ánimo del general es mucho peor de lo que había sospechado… Que llegue a ser peligroso depende de que rompa su habitual cautela…”.

Desde su cese en el Estado Mayor Central, Goded participó en todas las conspiraciones antirrepublicanas, pero sus actividades en éste sentido se remontan a 1930 cuando, siendo gobernador militar de Cádiz, entró en contacto con militares opuestos a Primo de Rivera, pero era partidario de un movimiento exclusivamente militar, no revolucionario, como pretendían otros[iii].

Cuando triunfó el Frente Popular Goded fue destituido del cargo de inspector general del Ejército y nombrado comandante militar de Baleares. Según el autor al que sigo, al día siguiente de ser destinado acudió al cuartel de la Montaña con ánimo de sacar las tropas a la calle, pero desistió ante la oposición de los coroneles al mando de dicha guarnición[iv]. Goded era uno de los principales aspirantes a erigirse en cabeza del poder militar en un levantamiento triunfante, llevándole su ambición a la dirección del movimiento en Barcelona, cuando inicialmente estaba destinado por Mola a Valencia. Entonces fue destinado a esta plaza el general González Carrasco. Este cambio de última hora (16 de julio de 1936) lo consideran algunos decisivo para el fracaso del levantamiento en Cataluña, permaneciendo Valencia leal al Gobierno.

Los conspiradores de Barcelona pidieron ese cambio a Mola y éste, a regañadientes, aceptó. El citado coronel Carlos Lázaro dijo “que se estaba informando equivocadamente al general Goded con noticias ilusorias; que dicho general no debería ir a Valencia, porque en cuanto llegase sería detenido, ya que el Gobernador Civil y el jefe de la División, Martínez Monje, tenían montado un servicio para vigilar su llegada…”. El propio Lázaro quiso entrevistarse con el coronel de caballería “quien no se atrevió a recibirle”, y el general de la Guardia Civil, Grijalvo, le dijo que estaba con los golpistas, pero no se sumaría hasta que estuviese al frente en Valencia el general Goded.

Goded consideró que dirigir el movimiento en Barcelona le daba más posibilidades de erigirse en determinante, pero ya en su momento hubo quien consideró que ese cambio de planes perjudicó a los alzados: “En el plan primitivo, en el que tuve parte principal y directa [dice Bartolomé Barba]… creo que si esto no se hubiera hecho la guerra no hubiera alcanzado las proporciones que ha tenido…”. El ayudante de Mola, comandante Fernández Cordón, relató que se reunieron enlaces de la guarnición barcelonesa con el “director” en Pamplona solicitando que Goded fuera a Barcelona. También el coronel Mut había dicho que la guarnición había exigido la presencia de Goded “por necesitar Barcelona un general de prestigio”. Y el propio Goded dijo de sí mismo “es que alguien se ha olvidado de lo que pesa el nombre del general Goded”.

Una vez triunfador en Barcelona, Goded marcharía sobre Madrid y cuando el 19 de julio se enteró de que Zaragoza se había sublevado exclamó: “me han abierto el camino de Madrid”. Lo cierto es que en Valencia causó desconcierto el nombramiento de González Carrasco.

Como es sabido, a la llegada de Goded a Barcelona fue detenido por los leales a la República, juzgado y sentenciado a muerte, siendo fusilado en agosto de 1936 cuando no había cumplido los cincuenta y cuatro años.


[i] La reunión tuvo lugar en la casa del diputado cedista José Delgado, estando en ella Fanjul, Franco, Kindelán, Mola, Orgaz, Ponte, Saliquet y Varela, entre otros.

[ii] Ver aquí mismo “Incidente en Carabanchel”. Se trató del enfrentamiento del teniente coronel Mangada con los generales Goded y Villegas.

[iii] Tuñón de Lara dice que en esta conspiración estaban Martínez Barrio, Miguel Maura, Carlos de Borbón y quizá el propio rey.

[iv] Las fuentes citadas son el ayudante de Goded, coronel Carlos Lázaro, y el comandante Arsenio Fernández Serrano.

Fotografía tomada de memoriabcn.cat/sants/index (Castillo de Montjuïc).

domingo, 27 de diciembre de 2020

Negocios por mar

 

                                             antiguedadestecnicas.com/productos/C-027.php

En la segunda mitad del siglo XVII los puertos cantábricos reciben pescado salado, bacalao y salmón en salmuera que vienen de Inglaterra e Irlanda. Según ha estudiado Cueto-Felgueroso, desde los puertos asturianos se reenviaban parte de esas mercancías a Medina de Rioseco y León. La primera de las citadas había vivido su momento de máximo esplendor económico en el siglo XVI, pero no solo como herencia de sus ferias medievales, sino por los capitales repatriados desde América de sus naturales.

La sal era importada de las salinas francesas de La Rochelle para los alfolís de Castropol, Luarca, Avilés, Gijón y Llanes. El tabaco se compraba en Bilbao, en polvo o importado en hojas del Brasil para abastecer el estanco del tabaco del Principado. Después de la guerra con Portugal (1668) los mercaderes ingleses exportaron a Gijón tabaco del Brasil y de Virginia.

Las “mercancías lícitas” eran géneros textiles y todo tipo de manufacturas de uso doméstico; la mayor parte llegaba al Principado desde Bilbao mediante el transporte de cabotaje. Otro producto es el hierro, del que hay testimonios como el de la pinaza “La Concepción”, de un vecino de Avilés, que lo trae desde Bilbao haciendo escala en Santander, calderas de cobre, sempiterna y bayeta[i] de Inglaterra, hilos y cintas de Flandes, medias para hombre de Inglaterra, cordellate[ii] de Aragón, pelo de camello de Holanda y otros productos como grasa de arder (aceite de ballena) utilizada para el alumbrado.

Desde la Edad Media el comercio de la sal era común en todo el Cantábrico por su utilización en el tratamiento del pescado, siendo una de las regalías del rey. Asturias contó con alfolís para la sal en Castropol, Luarca, Avilés, Gijón y Llanes, siendo éste comercio el que reportó más beneficios. A pesar de la situación de guerra con Portugal hasta 1668 y con Francia durante casi toda la segunda mitad del siglo XVII, el comercio de la sal se mantuvo mediante permisos de importación, siendo la distribución monopolio de la Corona.

A finales de 1641 el Consejo de la Sal informó al Principado que se autorizaba a los arrendadores a traer de Francia hasta 50.000 fanegas de sal (3.500 toneladas) en cualquier barco de países amigos de la Corona, y en los de aquel reino siempre que no trajesen armas, con los permisos para el Reino de Galicia y Principado de Asturias, y solo por los puertos de Vigo, Pontevedra, Muros, Corcubión, Coruña, Betanzos, Viveiro, Ribadeo, Luarca, Avilés, Gijón y Villaviciosa. También llegaba vino desde Ribadavia.

En cuanto a los productos exportados por los puertos asturianos eran avellana verde y tostada (turrada), limones, naranjas y nueces (90% del total). Cueto-Felgueroso señala que la disminución de las cantidades exportadas no dependió de la coyuntura económica del Principado, sino de la evolución del tráfico internacional de mercancías de Castila con el norte de Europa, estrechamente ligado al devenir de la política. Pero no es éste el caso de las exportaciones de grano, importantes entre 1652 y 1656, que se corresponden con las hambrunas en Levante y Andalucía.

No obstante, el suministro a estas regiones se canalizó a través de San Sebastián junto al trigo importado del Báltico. La gran peste de mediados del siglo XVII (1647 a 1652) que asoló Levante y Andalucía provocó, según se ha calculado, que Sevilla perdiese el 25% de su población, a lo que se unieron las malas cosechas, la hambruna y la falta de recursos en las ciudades para la importación de trigo de Sicilia o del Báltico. Así, unos vecinos de Gijón aprovecharon para llevar a Sevilla avellanas, castañas, naranjas y otros frutos, pero como no disponían de los barcos apropiados recurrieron a Santander y Portugalete para poder cargar sus mercancías en Gijón y seguir viaje a Sevilla. Hay otro ejemplo de 12.000 fanegas de trigo (850 toneladas) para llevar a Sevilla desde Gijón, trigo que había sido cultivado en la villa de Fuentes de Ropel[iii], lo que pone de manifiesto que era más rápido el transporte por mar que por tierra, además de que existiesen comerciantes que se ofreciesen a ello. Otros centros de producción cerealera fueron las villas de Mayorga[iv], Villagonta[v] y Toral de los Guzmanes[vi].

En cuanto a la lucha contra el contrabando, a mediados del siglo XVII seguía la misma estrategia que cincuenta años antes (Cédula de 1604 contra los holandeses), pero desde 1648 (tratado de Münster)[vii], los holandeses eran aliados de los españoles, por lo que buena parte de la canela y otras especias traídas por aquellos eran consumidas en España.

Para la lucha contra el contrabando hubo veedores que tenían como misión inspeccionar la introducción de las mercancías al objeto de que se pagase por ellas el impuesto correspondiente. Existieron, no obstante, redes de contrabando, pues se trataba de burlar a la administración de los Estados, en éste caso la Monarquía española, dándose también un contrabando de cabotaje, consistente en no descargar las mercancías en un puerto importante, y sí en otro que estuviese menos vigilado por los agentes reales.


[i] La sempiterna es una planta herbácea y la bayeta un tejido.

[ii] Tejido basto de lana cuya trama forma un cordoncillo.

[iii] Nordeste de la actual provincia de Zamora.

[iv] Al norte de la actual provincia de Valladolid.

[v] Hoy despoblado en el municipio de Villaveza del Agua, al nordeste de la actual provincia de Zamora.

[vi] Al sureste de la actual provincia de León.

[vii] Se reconoció la independencia de las Provincias Unidas por la monarquía española.

"Brutalización de la política"

 


En un ensayo sobre la brutalización de la política Eduardo González Calleja habla sobre la paramilitarización de las formaciones políticas en España[i]. Señala que la movilización de los jóvenes favoreció la transformación de los partidos en organizaciones de combate, contribuyendo a la violencia política que venía de antes de la II República española.

En España se dieron todos los rasgos –dice- del paramilitarismo europeo en el período de entreguerras, aunque los casos más destacados fuesen Alemania e Italia. Surgió la milicia bajo el control más o menos estricto de los partidos, persiguiendo el golpe de estado o una insurrección. La propaganda fue un elemento acompañante y no se desdeñaba la lucha electoral y parlamentaria.

Los grupos militarizados eran muy pequeños y estaban organizados de forma piramidal, aumentando la violencia a medida que se sucedían los fracasos en la acción callejera como consecuencia de la represión, pero no se dio una preparación técnica de los paramilitares, aunque hubiese instructores como Castillo, Faraudo[ii] o Galán[iii] entre los grupos obreros; Rada[iv], Arredondo o Ansaldo[v] para los falangistas; Varela, Redondo o Sanz de Lerín para los carlistas. La preparación técnica resultó anecdótica excepto para los últimos citados, que venían de estar organizados en el Requeté y algunos de sus jefes se adiestraron en Italia[vi].

No obstante, si algunos de los dirigentes de la violencia destacaron, luego formaron parte de los grupos de oficiales y suboficiales durante la guerra. Antes de esta se acudió a pistoleros profesionales sin ideología, a cuadrillas de matones contratadas sobre todo por la patronal, por la CNT y por los grupos fascistas y parecidos. Legionarios licenciados del Tercio fueron reclutados por Albiñana[vii] o por Primo de Rivera.

Los primeros ejemplos de paramilitarismo se producen durante la Restauración, incluso antes en el caso del carlismo, y luego por cierto catalanismo[viii], pero durante la II República se mostró de forma más completa y a la vez más confusa[ix]. El origen de estas formaciones paramilitares solía estar en grupos deportivos o excursionistas, mendigoizales o “alpinistas por patriotismo”, o en células conspiratorias como los escamots[x] de “Estat Català”, las escuadras falangistas, el Requeté, etc.

La República –dice González Calleja- solo suponía un valor absoluto para los minoritarios partidos republicanos que, precisamente por ello, no crearon grupos armados ni se mostraron partidarios de su formación por parte de otros partidos. La violencia, por otra parte, era aceptada por amplias capas de la población y se alentó desde las alturas, pues suplía la falta de doctrina de la acción política correspondiente, siendo la elaboración teórica más bien tomada del extranjero.

En España, con algunas excepciones relacionadas con la guerra de Cuba y las operaciones punitivas en Marruecos, la violencia de guerra se ha estudiado en el contexto casi exclusivo del conflicto civil de 1936, viendo en él una extrema violencia[xi]. La historiografía franquista estableció la violencia política, sobre todo desde los sucesos de octubre de 1934, como la principal circunstancia desencadenante de la guerra, por lo que esta fue el colofón de una violencia que ya existía.

La historiografía académica insiste en los factores estructurales de larga duración, como el régimen de propiedad agraria, los desequilibrios campo-ciudad, el modelo de Estado, el clericalismo o el militarismo, con las resistencias al cambio por parte de los más conservadores. Se ha estudiado, no obstante, que una situación de conflicto o injusticia no explota necesariamente en violencia[xii] . Para estos historiadores la guerra de 1936 no fue la consecuencia de las confrontaciones armadas anteriores, sino una radical ruptura con las mismas. La violencia a gran escala la desencadenaron los sublevados provocando la división de la seguridad estatal y el vacío de poder, lo que se tradujo en una pérdida del monopolio de la coerción por parte del Estado[xiii]. La violencia habría sido no la causa, sino la consecuencia del golpe de estado que, al fracasar, degeneró en guerra civil.

Entonces se dio una crisis de poder en el seno del Estado, condición “sine qua non” sobre la que se superpusieron los conflictos sociales previos y las resistencias a la revolución, con el significativo tránsito del sindicalismo católico al “fascismo agrario”. Algunos autores han tratado de vincular la violencia de la guerra civil a otras experiencias: España no se había visto involucrada en ningún conflicto internacional salvo en 1898 (breve), pero existía la experiencia de Marruecos, donde se dieron atrocidades derivadas de ver a todos los marroquíes (por los legionarios) como enemigos, de ahí las masacres de ancianos, mujeres y niños y la exhibición de cuerpos mutilados. Balfour, a quien cita el autor al que sigo, recogió el testimonio de que “había que destruir al máximo número de ellos [marroquíes] para aterrorizarlos mejor”.

Las brutalidades en Asturias (1934) ganaron la admiración de la derecha para el ejército actuante allí, pero hasta noviembre de 1936 (*) no hubo en la guerra de España enfrentamiento regularizado, sino escaramuzas, peleas callejeras, operaciones policiales y purgas emprendidas por el ejército rebelde con apoyo de las milicias, con expediciones violentas de saqueo y pillaje bajo la tradicional denominación de razzias.

Otros autores han hablado de que la brutalización de la guerra civil se debe a la experiencia de la guerra africana, donde se inventó al enemigo, el “moro”, en lo que ven una deshumanización extrema. Los oficiales coloniales que participaron en la guerra de 1936 trajeron aquella experiencia a la península, y esto se ve en el estudio que se ha hecho sobre el léxico de la muerte: se manifestó mayor prudencia oficial en las alusiones a la violencia y la muerte, pero los combatientes de ambos bandos proliferaron fórmulas que connotaban odio, terror o desprecio frente al enemigo, complaciéndose en la descripción de la muerte.

El “estilo” falangista se tradujo en la adopción de una amplia retórica necrófila de tono lírico: la ausencia física se contraponía al “¡Presente!”; para las izquierdas la muerte violenta encerraba un componente lírico mucho menor y los ejemplos son más diversos. Los militares africanistas estaban imbuidos de autoritarismo, visión conspirativa de la historia, obsesión imperial, exaltación de la violencia, la camaradería y una particular concepción de la disciplina que ponía por delante al jefe que a la ordenanza, y fue éste grupo el que trasladó la brutalidad en la colonia a Asturias en 1934: se trataba de aniquilamiento, escarmientos colectivos y se describió la rebelión asturiana como un nuevo Rif, llegando Franco a comparar la campaña sobre los mineros con una “guerra fronteriza”.

Si a todo ello añadimos las instrucciones de Mola en junio de 1936, que hablaban de “eliminar”, se ve el contraste con el golpe de Sanjurjo de cuatro años antes, inocuo en su ritual decimonónico[xiv]. Las operaciones de limpieza destinadas a imponer el terror, convirtieron la guerra de 1936 en un conflicto de liquidación y de exterminio similar al de Europa del este en ambos conflictos mundiales. Los sublevados vieron la guerra como una lucha entre el bien y el mal, pero en ambos bandos se implicó la población civil en el terror.

La frustración por el fracaso del golpe pudo haber contribuido a convertir el estallido inicial en una guerra de exterminio, lo que fue común a ambos bandos, que quizá vieron la violencia como un valor en sí mismo. Por parte sublevada se yuxtapusieron las necesidades militares, el oportunismo de Falange y los intereses de la Iglesia católica, que legitimó el alzamiento y, con ello, el terror institucionalizado (aunque esto último implícitamente). Durante la guerra se emplearon las tropas marroquíes, expertas en la destrucción de la población civil, mientras los jefes rebeldes calcularon el riesgo de dejar amplias bolsas de población insumisa a retaguardia. Y después de la guerra se produjo una calculada institucionalización de la inclemencia. La brutalización aquí resumida explica el arraigo de una cultura de la represión en la guerra y la postguerra.


[i] “Brutalización de la política…”.

[ii] Nacido en 1901, era de familia rica. Militar, en 1931 entró en el Partido Socialista, siendo instructor de los jóvenes milicianos socialistas. Fue asesinado por falangistas.

[iii] Francisco Galán fue instructor de las milicias antifascistas formadas por el Partido Comunista.

[iv] Ricardo de Rada había nacido en Málaga en 1885, siendo militar en África y de ideas carlistas.

[v] Juan Antonio Ansaldo era de familia aristocrática y militar.

[vi] Por medio de un acuerdo secreto con Mussolini firmado por los partidos monárquicos en 1934.

[vii] Ver aquí mismo “Más sobre enemigos de la democracia”.

[viii] Por ejemplo, Estat Català, fundado en 1922 por Francesc Macià.

[ix] Eduardo González Calleja en su trabajo citado en la nota i.

[x] Formaron parte del “Ejército catalán” creado por Estat Català.

[xi] Ver “El holocausto español” de Paul Preston.

[xii] El autor cita a José Luis Ledesma, Antonio Elorza y a Elena H. Sandioca.

[xiii] Por lo que el autor no considera coerción las acciones violentas de unos y otros durante la II República y otros regímenes anteriores.

[xiv] E. González Calleja en la obra citada en nota i.

(*) La matanza de Paracuellos se dio entre noviembre y diciembre de 1936.