domingo, 31 de marzo de 2019

Cosas de reyes



La monarquía es una institución antigua que se ha ido adaptando a lo largo del tiempo y que ha aportado fórmulas muy pragmáticas para garantizar el poder en manos de un linaje. En el reino astur-leonés se han dado usos sucesorios diversos que ha estudiado, entre otros, Marco V. García Quintela[i]. Ya Sánchez-Albornoz había intuido la idea de los asociados al rey en la monarquía astur-leonesa, pero siempre se ajustó a la idea de que dicha monarquía era electiva, como había ocurrido en época visigoda, asentándose el principio hereditario solo tardíamente.

García Quintela, sin embargo, señala que el famoso historiador no tuvo en cuenta las relaciones de parentesco entre todos los ocupantes de la realeza. El prestigio de los primeros reyes –defiende Albornoz- se hizo extensivo a sus familias haciendo de sus miembros candidatos “naturales” a la elección. Además, los electores eran los miembros de la corte “hechura de la estirpe Alfonsina”. Esto es lo que se puede llamar tesis goticista a la que se opone la tesis autoctonista defendida por A. Barbero y M. Vigil[ii]. Las fuentes que estos autores han consultado parecen demostrar la importancia del elemento local en la sucesión, que puede explicarse por los intereses y tradiciones puramente locales, y hacen hincapié en el papel jugado por una serie de mujeres en ello.

Ermesinda, hija de Pelayo, Audosinda, hija de Alfonso I, y una hija anónima de Fruela, parecen determinar el ascenso al trono de sus respectivos maridos –Alfonso I, Silo y Nepociano, respectivamente-. Se trataría de una sucesión matrilineal indirecta que iría desapareciendo hasta imponerse la línea patrilineal que coexistió alternándose con la matrilineal. La raíz de esto estaría en usos prerromanos, donde destaca la filiación matrilineal o de formas de avunculado[iii] en las dedicatorias funerarias latinas con rasgos de indigenismo.

La elegibilidad de tradición gótica (o germánica) y el papel de las mujeres en la sucesión derivan de una tradición autóctona. De todas formas, tanto la elegibilidad como el carácter hereditario de los reyes han convivido en momentos distintos, como por ejemplo en el caso de Irlanda. De igual forma coexistieron en la Roma de los reyes antes del régimen republicano. Por su parte, Sánchez-Albornoz señala que la realeza, para la época astur-leonesa, circuló siempre entre los integrantes de un determinado linaje, hasta que relativamente tarde se impuso el principio hereditario. Por lo que respecta a la herencia por vía femenina, Barbero y Vigil (solo hasta el reinado de Alfonso III) señalan que solo se da en tres[iv] de los trece casos que estudian, considerándolos restos de un sistema en retroceso antes de que se imponga el régimen patrilineal.

En cuanto a la asociación (junto al rey efectivo) se da en el caso de Alfonso I y Nepociano. La elección se dio en los casos de Pelayo, Alfonso I, Bermudo I, Ramiro I, Ordoño IV, Ramiro III y Bermudo II. Los casos de herencia de la realeza directamente de los padres son Favila, Fruela I, Ordoño I, Alfonso III, Ordoño II, Ordoño III y Alfonso V. Vemos, pues, que la variedad es la norma. La realeza pasa –dice García Quintela- por todos los miembros disponibles de cada una de las generaciones dentro del linaje, contando parientes colaterales y por alianza (este es el papel de las mujeres). El cómo se forma un grupo de aspirantes a la realeza ya lo encontramos en la antigua Tesalia, donde se conoce una “clase” de reyes, basileeis, de donde salen los reyes efectivos.

Destaca el retraso en el ascenso al trono de Alfonso II, asociado por Audosinda y Silo con la función de comes palatinum, relegado por sus tíos Mauregato y Bermundo I, que lo asoció por segunda vez. Con Alfonso II se impone el principio hereditario durante más de medio siglo, para volver al sistema antiguo. A Ordoño II le sucede su hermano, a quien sucede su sobrino Alfonso IV, sucedido por su hermano Ramiro II.

La asociación al trono solo aparece de forma expresa las dos veces que hemos visto con Alfonso II, y cuando el que lo asocia es Bermundo I, lo hace con preferencia sobre su propio hijo. Parece evidente, por otra parte, que el título de comes palatinum fue un trampolín para el acceso a la realeza: Aldroito y Piniolo se la disputaron a Ramiro I, y así se ve que el sistema generaba conflictos porque de por medio estuvieron las ambiciones, las diferencias de edad, las capacidades militares o intelectuales… Vimara fue asesinado por su hermano, Mauregato fue presentado como un tirano por obligar a su sobrino Alfonso II a entrar en un monasterio, Nepociano termina cegado[v] por orden de Ramiro I, los hijos de Ordoño II se enfrentan por el trono con los de Fruela II. La conflictividad es un elemento estructural de esta monarquía.

En el caso de Pamplona nos encontramos con algo parecido: la segunda dinastía de reyes, formada por los Jimeno, dominó todo el siglo X y accedieron al poder cuando tres de los hijos de García Jiménez se unieron en matrimonio con otras tantas mujeres de la familia Arista, linaje que ocupaba la realeza hasta entonces, y su hija Sancha Garcés también se casa con un varón Arista. La reiteración de esta alianza –dice García Quintela- indica una especie de dumping por los Jimeno sobre los Arista y esto se ve de nuevo con los hijos de Íñigo Garcés, hermano de Sancho Garcés, que se casan con mujeres del linaje muladí de los Ibn Qusa[vi]. Sabemos de enfrentamientos  entre los hermanos de Íñigo y Sancho, y que este (y sobre todo su mujer, Toda, a la que las fuentes atribuyen un gran protagonismo) casó a sus hijas con varones de la dinastía astur-leonesa.

Los reyes de Viguera[vii] tuvieron un papel especial, pues Sancho Garcés II y Ramiro de Viguera recibieron el tículo de rex al mismo tiempo, aunque la primacía la tuvo Sancho, y este título lo recibieron cuatro miembros de la familia real pamplonesa, llegasen a ser reyes o no.


[i] “Parejas de reyes hispanos en la Antigüedad y la Alta Edad Media”.
[ii] El presente resumen se ha hecho teniendo en cuenta la obra citada en la nota i.
[iii] Avunculus es el tío materno. El hermano de la madre ocupaba un lugar de privilegio en el sistema de parentesco.
[iv] Son los citados de Alfonso I, Silo y Nepociano.
[v] El cegamiento fue frecuente entre los aspirantes a la realeza en Irlanda.
[vi] Creo que es Ibn Musa, de la familia de los Banu Qasi.
[vii] En el centro de la actual comunidad de La Rioja, en el valle del río Iregua.

sábado, 30 de marzo de 2019

África, India, oro y pimienta

La costa de Malabar en el sudoeste de India

La leyenda del Preste Juan llevó a los portugueses, y seguramente no solo a ellos pero con menor fortuna, a una serie de viajes que serían muy provechosos para los que controlaron las rutas, el oro y las naves. Durante la década de 1460, según John Darwin, los portugueses llegaban cada vez más al sur siguiendo las costas atlánticas de África, en busca de la ruta que los llevara hasta la India. Sin embargo, hizo falta más que la pericia náutica para llevar el poder marítimo portugués hasta e océano Índico. Dos factores africanos decisivos –dice el autor citado- hicieron posible su empresa marítima en Asia. El primero fue la existencia del comercio de oro en África occidental, que fluía hacia el norte desde la zona del bosque tropical hacia el Mediterráneo y hacia Oriente Próximo.

En la década de 1470 los portugueses habían conseguido ya desviar parte de este comercio hacia su nueva ruta atlántica. En 1482-1484 transportaron la piedra para construir el gran fuerte de San Jorge de Mina (la actual Elmina, en Ghana), “factoría” del comercio de oro. “Fue una jugada decisiva”, pues los beneficios de Mina fueron enormes. Entre 1480 y 1500, supusieron casi el doble de los ingresos de la monarquía portuguesa. Durante las décadas de 1470 y 1480, aportaron los medios para los costosos y peligrosos viajes más al sur, al cabo de las Tormentas (luego llamado de Buena Esperanza). El segundo gran factor fue la ausencia de resistencia local en parte alguna del Atlántico africano. Al sur de Marruecos, ningún Estado importante tenía la voluntad o los medios de disputarle a Portugal el uso de sus aguas costeras. La mayoría de los Estados africanos miraban al interior, consideraban el océano como “un desierto acuático” y (en África occidental) al árido desierto del Sahara como “la verdadera autopista” que conducía hacia mercados lejanos.

En tales condiciones favorables, los portugueses surcaron mares vacíos y continuaron hacia el norte por el océano Índico, para dar con el término meridional de la ruta comercial indo-africana, cerca de la desembocadura del Zambeze. Allí podían valerse de los conocimientos locales, y de un piloto del lugar (como Colón con respecto al Atlántico) para decirles cómo llegar a la India. Una vez al norte del Zambeze Vasco da Gama regresó al seno del mundo conocido, “como si emergiera de un largo desvío”. Al llegar a Calicut, en la costa india de Malabar, volvió a establecer contacto con Europa a través de la conocida ruta de Oriente Próximo empleada por viajeros y comerciantes. Fue una proeza de navegación –dice Darwin-, pero en otros aspectos su visita no fue del todo feliz. Los mercaderes musulmanes del puerto se mostraron hostiles y, tras una escaramuza, Vasco se decidió por una retirada y zarpar de vuelta a Portugal.

Aun considerando los menores costes del transporte marítimo, no era probables que unos cuantos barcos portugueses en el Índico desviaran gran parte del tráfico de este hacia la larga y vacía vía marítima que rodeaba África. Pero los portugueses no tardaron en darse cuenta del papel que podrían jugar los pequeños rajás de la costa de Malabar, y su dependencia del comercio (la principal ruta entre el sudeste asiático y Oriente Próximo pasaba por sus costas). Antes de que pasaran cuatro años del viaje de Vasco a Calicut, habían vuelto con una flota de carabelas fuertemente armadas. Mandados por Afonso de Albuquerque, comenzaron a establecer una red de bases fortificadas desde las cuales controlar los movimientos del tráfico marítimo en el océano Índico, comenzando por Cochín (1503), Cananor (1505) y Goa (1510). En 1511 tomaron Malaca, el primer Estado comercial del sudeste asiático. En la década de 1550 disponían de unos cincuenta fuertes, desde Sofala en Mozambique a Macao en el sur de China, y la “Goa dorada” se había convertido en su “Estado da India”[i].

Los portugueses intentaron hacerse con el monopolio de la pimienta, la especia más lucrativa que se exportaba a Europa, pero no tenían poder suficiente para ello, y gran parte del comercio de especias siguió fuera de su control. El “Estado da India” se convirtió, en palabras de John Darwin, en un sistema de extorsión que cobraba por proteger al comercio marítimo entre el sudeste asiático, la India occidental, el golfo Pérsico y el mar Rojo. Los mercaderes asiáticos tenían que adquirir un cartaz o salvoconducto en una de las “factorías” portuguesas, Goa, Diu u Ormuz, o arriesgarse a ser atacados por los capitanes portugueses[ii].



[i] Ver aquí mismo El “Estado da India”.
[ii] El presente resumen se ha hecho a partir de la obra de John Darwin, “El sueño del imperio”.

jueves, 28 de marzo de 2019

Heredar y pelearse (Aragón en el s. XVIII)

Plaza del mercado de Uncastillo
jesus.pueyo.pagesperso-orange.fr/fotos%201.htm


Como señalan Encarna Jarque y José Alfaro, los conflictos familiares han existido siempre y han revestido múltiples formas. En un trabajo del que son autores[i] ponen de manifiesto las diversas violencias y conflictos familiares en el Aragón del siglo XVIII. En los primeros momentos –dicen- la atención estuvo centrada en las estrategias de reproducción, pero hoy sabemos de los distintos tipos de violencias y coerciones sobre la mujer.

En general, los conflictos familiares siguieron derroteros distintos: en ocasiones mediante la violencia más irracional[ii], otras veces mediante el arbitraje de terceros y, en tercer lugar, recurriendo a los tribunales, tanto civiles como religiosos. Los autores citados señalan que la viudedad de la mujer estuvo amparada, en Aragón y Navarra, por una mayor protección que en otras partes gracias a las legislaciones forales de dichos territorios, pero también se observan diferencias entre el mundo rural y el urbano, donde las más de las veces la viudedad femenina iba unida a la estrechez económica. En todo caso el papel secundario de la mujer ya había sido establecido por los tratadistas de la familia cristiana, como es el caso de A. Arbiol[iii].

El estudio de Jarque y Alfaro señala que, durante la guerra de sucesión a la Corona de España, Aragón perdió en 1711 sus instituciones particulares, pero recuperaría más tarde su derecho privado, que apenas había experimentado modificaciones desde la baja Edad Media. En esta legislación había algunas discriminaciones positivas para la mujer, como tener compasión “del linaje femenil” y que no pudiese ser detenida. Otro fuero dispensaba a las mujeres llamadas a declarar como testigos en los juicios sin la obligación de decir la verdad, pero en ocasiones la mujer era maltratada en el seno familiar. El citado Arbiol señaló en su obra que el hombre debía comportarse con dignidad ante la “natural imbecilidad y flaqueza” de la mujer, llegando a justificar los malos tratos. Esta actitud fue compartida por las autoridades, que eran cómplices, y muestra de ello es la instrucción dada a los corregidores en 1788 para que no actuaran en situaciones que se dieran puertas adentro de las familias. Las mujeres, en el caso de Castilla, llegaron a protestar por la situación que padecían[iv].

Las tensiones solían aflorar en dos ocasiones: en lo tocante a la autoridad de los padres sobre los hijos y en la transmisión de bienes. En relación a esto último, los padres aragoneses, al igual que los navarros, disponían con total libertad de sus bienes, mientras que en el resto de los territorios peninsulares los padres tenían que reservar una parte significativa de su patrimonio para repartirla igualitariamente entre todos sus hijos. En Aragón las áreas de predominio de heredero único eran los valles pirenaicos, Somontano, Monegros y valle del Cinca, así como las comarcas de Matarraña y Guadalope. En el resto del territorio predominaba el reparto igualitario, aunque se daban múltiples variantes, una de las cuales dejar la herencia al cónyuge supérstite, que era el encargado de repartir la herencia; en ocasiones esta se destinaba a la salvación del alma.

La desigualdad de trato que recibían los hermanos a la hora de heredar fue el origen de muchos conflictos, así como la ausencia de testamento, y en ocasiones los padres dejaban el reparto de los bienes en manos de terceros (con frecuencia un clérigo), como es el caso del Somontano oscense, dándose también el pacto amistoso entre los hermanos.

En capitulaciones matrimoniales también hubo desavenencias entre los padres, el hijo y la nuera, resultando en ocasiones que la convivencia bajo un mismo techo resultara imposible. En este caso se recurría a “quatro hombres parientes más cercanos”, eligiendo cada una de las partes en litigio a dos, “y estar a todo” lo que dichos cuatro hombres decidieran “y no a otra cosa”. El número de pleitos es muy superior en la ciudad de Zaragoza por razón de su mayor número de habitantes, seguida de Huesca, pero los datos que aportan los historiadores citados muestran un reparto por casi todo el territorio aragonés.

La causa más frecuente de conflicto entre esposos fueron los malos tratos que denunciaba la esposa, “haciendo caso omiso a los consejos de la iglesia (sic) o a las recomendaciones del Consejo de Castilla de dejar las diferencias familiares (…) dentro de casa”. Las mujeres en esta situación solicitaban la separación a los tribunales eclesiásticos y civiles. En una ocasión citada por los autores a quienes sigo, se convenció a la mujer para que volviese con su marido, pero en otras el tribunal eclesiástico debió de ver tan grave el maltrato que aprobó la separación. En Zaragoza se dio un caso de dilapidación del patrimonio familiar por la afición al juego del esposo, lo que llevó a esta a solicitar la separación, sufriendo por ello amenazas de ser “arrojada por las escaleras”. La decisión del tribunal eclesiástico fue conminar al marido a mantener el respeto a su mujer e instar a esta a continuar en el domicilio conyugal. En otro caso las autoridades eclesiásticas, en cambio, permitieron a la mujer volver a casa de sus padres. También existieron casos en los que es el marido el que denuncia, pero son los menos.

Los casos en los que la pareja viviese separada fueron denunciados incluso por quienes nada tenían que ver en el asunto, considerándolo impropio. En Daroca unos cónyuges que vivían separadamente fueron amenazados de excomunión, aunque en algún caso la esposa llegó a amenazar con suicidarse antes que volver a vivir con su marido, “aunque se la lleven los demonios”.

Otros conflictos fueron entre padres e hijos, también entre hermanos: una cuestión aducida era la defensa del honor, pues se trataba de impedir un matrimonio que se consideraba deshonroso. Una Real Pragmática de Carlos III, en 1776, estableció que todo matrimonio debía contar con el consentimiento paterno y, a falta de estos, los abuelos o de familiares cercanos. En Sariñena el padre de la novia se opuso a que contrajese matrimonio con uno cuyo abuelo había ejercido la profesión de cortante (debe de ser tablajero carnicero), pues se consideraba infamante. Pero cierta legislación aragonesa permitía separar a la mujer maltratada del marido y custodiarla en tanto no se decidía lo más apropiado: era la manifestación. En un caso la mujer destinada a casarse, sin poder vencer la resistencia de los suyos, se manifestó dándole la justicia la razón.

Otros casos de conflicto son el reparto de herencias, cláusulas testamentarias incumplidas, deudas insatisfechas, alzamiento de bienes, diferencias a la hora de repartir el patrimonio paterno, dotes insuficientes, testamentos inválidos y otros. Los autores registran los casos de hermanos adultos que abusaron de los menores de edad, también las del hermano que aprovechaba su mejor conocimiento del valor de los bienes familiares, la entrega insuficiente de alimentos (como se había acordado o decía el testamento o la capitulación), las reclamaciones por incumplimiento del pago estipulado en el testamento, el irregular pago de la dote…



[i] “Herencia, honor y conflictos familiares en el Aragón del siglo XVIII”.
[ii] Los autores citan la obra de Mantecón Movellán, “Hogares infernales: una visión retrospectiva sobre la violencia doméstica en el mundo moderno”, 2009.
[iii] “La familia regulada”, Zaragoza, 1715.
[iv] “Protestas de las mujeres castellanas contra el orden patriarcal privado durante el siglo XVIII”, Ortega López, M.

miércoles, 27 de marzo de 2019

Templos y ciudades de Caria

Ruinas del templo de Hékate de Lagina, en Caria

La profesora Arminda Lozano ha estudiado el poder de los templos y de los grupos indígenas locales en el imperio seléucida, heredero de Alejandro Magno[i]. Aquel fue el más extenso de todos los más o menos helenizados desde el siglo III a. de C. hasta época romana, y en él vivían una gran variedad de pueblos que escapaban, en muchos casos, al control directo de la autoridad central, en parte debido a privilegios ancestrales que gozaban.

Los templos figuraban entre los mayores propietarios de tierras, como nos informa Estrabón para su época (el cambio de era), pero el diferente grado de helenización de Asia Menor fue una realdad incluso mucho después. La epigrafía que ha sido estudiada, por su parte, es de época posterior al imperio seléucida. Junto a los templos tenían también poder las tribus autóctonas que estaban ligadas al poder central de forma muy tenue en ocasiones, así como los territorios de las ciudades griegas antiguas que se encontraban en la costa occidental de Anatolia. Para estas la conquista macedónica supuso la pérdida de su independencia y mantuvieron unas relaciones difíciles con el poder central.

Los seléucidas ejercieron un poder ilimitado, pero los templos también tenían un gran poder que duró varios siglos gracias a su riqueza. En todo caso cada rey actuó según las circunstancias, y los templos eran de varios tipos. Arminda Lozano señala que sobre los dominios sacerdotales hay dos posturas enfrentadas: la de los que dicen que los principados teocráticos fueron secularizados por los monarcas, y los que lo niegan. Los primeros dicen que las tierras confiscadas a los templos habrían sido utilizadas para asentar colonos, sobre todo militares. Otros señalan que el poder de los sacerdotes solo es comprensible si se tiene en cuenta la mentalidad asiática, mientras que hay historiadores que niegan la existencia de templos con grandes propiedades en el Asia menor premacedónica y, sin embargo, fue en época helenística cuando los templos ampliaron enormemente sus propiedades.

De las dos clases de santuarios que cabe diferenciar, los de tipo oriental poseían amplios territorios que eran explotados por la población que los habitaba, y los de la parte occidental de Anatolia con un patrimonio territorial mucho más reducido, siendo estos últimos los que evolucionaron de acuerdo con la tradición griega. Existió –dice la profesora a la que sigo- una marcada contraposición entre el litoral, con sus ciudades griegas, y el interior, escasamente afectado por la helenización, que no se produciría hasta época romana.

Los monarcas helenísticos, para llevar a cabo la asunción por parte de la población de la cultura griega fundaron ciudades, labor que fue muy intensa para ordenar administrativamente el territorio, pero este camino fue muy azaroso. El interior de Caria estaba habitado por tribus rurales que apenas sabían lo que era una ciudad, siendo la aldea el eje de la organización social. Algunas de estas aldeas derivaron luego en ciudades o bien fueron incorporadas al territorio de una ciudad, pero la lentitud del proceso es evidente, pues la fortaleza de las tribus autóctonas así lo exigió. Incluso en algunas zonas rurales se dio la violencia: uno de los casos es el de Aristónico, que llamó a la rebelión contra el intento centralizador de la monarquía seléucida. El foco más resistente de dicha revuelta se dio en el interior del país, aunque la acción de Atistónico pretendió también heredar el trono de Pérgamo, ciudad más al norte que la región de Caria. En Cime (Eólida), el caudillo fue derrotado y tuvo que huir al interior, siendo capturado en la ciudad de Estratonicea del Cauco (Lidia). Con él estuvieron pobladores de Misia, foco de inquietud e intranquilidad permanente en el reino de Pérgamo, siendo ciudades del interior de Lidia, como Tiatira, Apolonia y la citada Estratonicea del Caico, las emblemáticas de la revuelta. Hasta tal punto esta revuelta fue importante que Aristónico llegó a acuñar moneda con el nombre de Eumenes III, pero estamos ya hablando de una época muy avanzada del siglo II a. de C. (en 129 fue apresado y llevado a Roma).

Importancia tuvo la fundación de Estratonicea[ii], una de las más tempranas de la época helenística y obra del rey seléucida Antíoco I, donde había una serie de aldeas carias pobladas por gente autóctona. Allí se encontraban las sedes de conocidos recintos religiosos, el templo de Hékate[iii] en Lagina y el de Zeus Chrysaoreus[iv], santuario común este de la confederación caria, siendo el sistema para la fundación el sinecismo. El caso era, para los reyes helenísticos, restar fuerza al elemento autóctono, esto independientemente de que Caria se vio envuelta en frecuentes cambios de dueño, y ya en el siglo I a de C., la ciudad de Estratonicea se vio afectada por distintos episodios bélicos, como el derivado de las aspiraciones de conquista del rey póntico Mitrídates VI en el año 88 a. de C.

Antes, la ocupación rodia obligó a los seléucidas a convertir Estratonicea en un enclave militar, pero las diversas aldeas de la zona no se integraron en la ciudad (o bajo su protección) sino de manera progresiva. En el año 40 a. de C. el romano Labieno asedió la ciudad, siendo sus templos saqueados, sobre todo el de Lagina, a pesar de la oposición de la población local.

Aún con la fundación de ciudades, siguieron existiendo regiones tenazmente aferradas a sus rasgos culturales propios, perviviendo formas de organización religiosa antiguas. Uno de los casos más relevantes es el de Labraunda, cuyo templo dedicado al Zeus local o Labraundos era propietario desde antiguo de “tierra sagrada”. La ciudad de Apolonia Salbace estaba rodeada de aldeas situadas en torno a santuarios indígenas independientes, y la fundación de la citada ciudad se debió al deseo de controlar e integrar a dichas aldeas, aunque este objetivo no conllevaría la confiscación de las “propiedades sagradas”. Todo esto llevó a conflictos duraderos, pues las aldeas indígenas siempre fueron renuentes a la integración.



[i] “Los Seléucidas y sus sistemas de control territorial”.
[ii] El nombre se debe a la mujer de Antíoco, Estratónice.
[iii] Diosa antigua de las tierras salvajes y los partos.
[iv] De la espada de oro.

martes, 26 de marzo de 2019

Las villas gallegas en el siglo XVIII



A finales del siglo XVIII había en Galicia quince villas o ciudades que superaban los 2.000 habitantes: ocho de ellas costeras (Viveiro, A Graña, Ferrol, A Coruña, Muros, Pontevedra, Vigo y A Garda), cinco interiores (Tui, Allariz, Ourense, Santiago y Lugo) y dos muy próximas a la costa (Betanzos y Padrón).

El profesor Isidro Dubert, en un trabajo sobre el mundo urbano gallego en el siglo XVIII[i], dice que, en 1787, solo un 7% de la población de Galicia vivía en estas villas[ii], lo que permite decir que estamos ante un ámbito débilmente urbanizado, “más aún que el constituido por aquellas otras áreas regionales europeas que en su día obtuvieron una consideración semejante. Y esto se podría decir de todo el norte de España, en donde por las mismas fechas, un 7,6% de habitantes vivía en enclaves con más de 2.000 habitantes. Pero estos enclaves –dice el citado profesor- articularon y formaron uno o más sistemas urbanos, los cuales jugaron un papel capital en el desarrollo socioeconómico de las comarcas más septentrionales de la península.

Esta situación llegará casi intacta hasta el siglo XX, pero Isidro Dubert establece una diferencia: la región vasco-cantábrica estaba aislada de la asturiana por grandes espacios vacíos; en Galicia aparecían las pequeñas villas de Ribadeo, Viveiro y Mondoñedo, además de los puertos de Ferrol y A Coruña. Más al sur se encontraban otras villas que no tuvieron la complejidad de las vasco-cantábricas.

El mundo rural –y las villas que aquí se estudian participaban en buena medida de él- estaba formado por los núcleos situados a más de 500 m. sobre el nivel del mar, estaba muy fragmentado y tenía dificultades de comunicación entre sí y con la costa. La economía, aquí, se basaba en el cultivo del centeno, el aprovechamiento del monte y la ganadería, además de las zonas de viñedo en las riberas orensanas y lucenses de los ríos Miño y Sil: era la Galicia menos urbanizada. Los rendimientos agrarios eran bajos, el poblamiento era disperso y, no obstante, aparecieron “fórmulas protoindustriales” vinculadas al textil tras 1770. Así, la densidad de población no llegaba a 30 habitantes por km2.

Otro era el caso de las villas que estudia Isidro Dubert, dedicadas a actividades comerciales y pesqueras si se encontraban en la costa, pero a finales del siglo XVIII eran de inferior nivel que dos centurias atrás. Estas villas se beneficiaron de la introducción del maíz en el siglo XVII y la agricultura era más evolucionada, apareciendo una temprana ganadería estabulada. La mayor parte de estas villas estaba en la fachada atlántica y la densidad de población de las comarcas donde se encuentran superaba, a mediados del siglo XVIII, los 80 habitantes por km2. Solo A Coruña, Ferrol y Santiago, en 1787, superaban los 5.000 habitantes, aunque por razones distintas: capitalidad, puerto y universidad respectivamente.

Los puertos gallegos, al comenzar el siglo XVIII, habían quedado reducidos a funciones secundarias y a ser descarga de la pesca de bajura. Se ve, por tanto, una acusada dualidad costa-interior, pero la primera era netamente dependiente del su entorno rural, lo que impidió a las villas periféricas desarrollar una diversidad de funciones con respecto a sus alfoces.

En las décadas de 1750-1760, ciertas decisiones políticas favorecieron a las villas de A Coruña, Ferrol y Vigo, que junto con las que no disfrutaron de esas ventajas, siguieron jugando un papel jurídico-administrativo que permitió formar una trama urbana gallega[iii].



[i] “Las dinámicas demográficas de las pequeñas villas gallegas a finales del Antiguo Régimen”.
[ii] Cita al profesor Eiras Roel.
[iii] El presente resumen está hecho a partir de la obra citada en la nota i.

sábado, 23 de marzo de 2019

¿Cómo se enterraban los visigodos de Hispania?

celtiberia.net/es/poblamientos/?id=604

Conocemos algunas obras de los visigodos: iglesias, asentamientos y cementerios, entre otras. Por ejemplo Santa Comba de Bande, San Fructuoso de Montelios, San Pedro de la Nave, San Juan de Baños, Santa María de Quintanilla, Santa María de Melque, etc. Pero es mucho más difícil sacar algunas conclusiones válidas sobre los enterramientos visigodos en Hispania.

Roger Collins ha señalado que entre los siglos IV y VI los visigodos se desplazaron varios miles de kilómetros en distintas etapas y en circunstancias diferentes, cambiaron completamente su nombre y su identidad étnica al menos una vez, absorbieron y abandonaron numerosos elementos de poblaciones diferentes, se casaron con personas de otras etnias, cambiaron su organización política, perdieron una dinastía de reyes supuestamente ancestral, modificaron su lenguaje, cambiaron de religión dos veces y fueron testigos de numerosas transformaciones en su cultura artística y artesanal.

Lo que llama más la atención con respecto a las prácticas funerarias en Hispania –dice Collins- es la diversidad que presentan. Hay enterramientos con objetos y sin ellos, los hay con armas y sin ellas, y también con cerámicas y sin ellas. Algunos cuerpos están enterrados en cistas, espacios funerarios rectangulares cerrados por líneas de piedras en posición vertical y cubiertas por losas de mayor tamaño[i]. Otros individuos están enterrados bajo tejas inclinadas unas contra otras; también hay numerosos enterramientos en sarcófagos. Probablemente en todos estos tipos de enterramientos se terminaría la tumba cubriéndola con un montón de tierra.

La mayoría de estos tipos de enterramiento parecen haber sido practicados en los mismos períodos, pero quedan muchos puntos oscuros, y esto da pie a nuestro autor para criticar algunas “conclusiones” a las que se ha llegado, a su parecer erróneamente.

Un gran número de cementerios de época visigoda se conocen desde finales del siglo XIX, habiendo sido excavados muchos de ellos en las décadas de 1920 y 1930. A principios del siglo XX se prestó atención a un grupo de cementerios relativamente grandes situados en zonas rurales, muy particularmente en la Meseta norte, que presentan similitudes con los excavados en Renania (“tumbas en hilera”). Un caso especial, por el trabajo realizado en él, es el del cementerio de El Carpió de Tajo, al oeste y no lejos de Toledo, pues de él se han obtenido muchos datos.

De 285 tumbas registradas en dicho yacimiento, en 195 (casi el 70%) no se encontraron objetos de tipo alguno, por lo que cabe decir que colocar junto al cuerpo objetos funerarios fue más bien una excepción y no la regla. En una minoría de casos se encontraron joyas y los cuerpos estaban cubiertos con vestidos. La cronología de estos cementerios se ha establecido a partir de los estilos de los diversos objetos hallados en los enterramientos, teniendo en cuenta que las armas están ausentes, pues los pequeños cuchillos no tendrían uso militar. Los objetos a los que se refiere el autor son hebillas de cinturón y broches.

En la última etapa visigoda se produjo una diferencia muy marcada en el estilo de los objetos con respecto a todo el período anterior, y el bizantinismo y otros estilos del Mediterráneo oriental no influyeron en Hispania hasta principios del siglo VII. La ausencia de oro y plata en las tumbas ha llevado a considerar que los enterramientos pertenecían a población germánica pobre, a la que se había impedido adquirir tierras en las ricas zonas del sur y este del reino. Siendo así podría darse el caso de que esta población pobre fuese el campesinado visigodo libre que no estaba al servicio de los reyes o de la nobleza, y su situación les llevó a recibir menos influencias del mundo romano, permaneciendo fieles al arrianismo y al derecho consuetudinario godo. Esta población explicaría algunos de los problemas políticos a los que se tuvo que enfrentar la monarquía visigoda en los siglos VI y VII.

Algo parecido han dicho algunos historiadores sobre los ostrogodos de Italia en la primera mitad del siglo VI: el romanismo que quisieron imprimir el rey Teodorico (493-526) y su hija Amalasunta contó con la oposición de la mayoría de los godos, contrarios a la civilización romana. La imposibilidad de educar a Atalarico (526-534), según el estilo godo, parece que fue causa directa de la reacción que se desencadenó tras la muerte de este rey, la intervención bizantina, durísima para la población, llevó al fin del reino ostrogodo.

Collins se refiere a la historiografía que sostiene que las sociedades influidas por el poder romano estuvieron llamadas al desastre, mientras que las que permanecieron más al margen (francos) tuvieron su continuidad y brillantez. Constata, no obstante, que dicha interpretación fue consecuencia del nacionalismo fuertemente romántico de la Alemania del siglo XIX, nacionalismo que –de otro tipo- se dio también en el siglo XX. Hoy, los historiadores “han dicho adiós” a la idea de grandes grupos de campesinos germánicos libres que habrían formado un elemento importante, a veces dominante, en las sociedades que emergieron tras el imperio romano.

Volviendo a los enterramientos en Hispania, parece engañosa la idea de que las necrópolis son grandes: en el caso de El Carpió de Tajo, teniendo en cuenta que fue utilizadoa ininterrumpidamente durante dos siglos, el número total de tumbas descubiertas ha sido 285, con personas de todas las edades y de ambos sexos, lo que lleva a concluir que esta necrópolis no es grande. Por último se dice que las dos culturas centroeuropeas que han sido consideradas como ancestros de los godos, los theruingi y los greuthungi, practicaban las inhumaciones sin armas, siendo los casos con ellas raros, pero se han encontrado en algunos enterramientos. En cambio los francos, anglos, sajones, lombardos y otros sí enterraban a los muertos junto a sus armas, por lo que el caso de los godos sería distintivo de los pueblos anteriormente citados.



[i] Por ejemplo, los sepulcros excavados en roca de la provincia de Cáceres que ha estudiado Antonio González Cordero. También la necrópolis de la Dehesa de la Cocosa en la provincia de Cuenca, estudiada por Mercedes López Requena y Rafael Barroso Cabrera.

Otón "recostó el pecho contra el hierro"


El emperador Otón procedía del municipio de Ferento, muy cerca de Viterbo, en el centro de Italia. Su estirpe –dice Tácito- no carecía de dignidad, pues su padre había sido cónsul y su abuelo, pretor. La tradición relata que, el día de la batalla de Bedríaco[i], un pájaro de cuya especie nada se sabía, se posó en un paraje de Reggio Emilia y, a pesar de la mucha gente que se congregó para verlo, allí permaneció el ave hasta que Otón se suicidó…

Antes, Otón había esperado noticias del combate entre los partidarios de Vitelio y los suyos, llegando fugitivos del campo de batalla que le advirtieron de que todo estaba perdido para él. Tácito dice que los seguidores de Otón querían resistir y le animaban a dar batalla hasta el triunfo final, pero el emperador les animó a que no lo hicieran. Plocio Firmo, que era prefecto del pretorio, era uno de los que más le animaban a resistir, pues le caracterizó la disciplina con la que trató a sus tropas en ocasiones, confiaba en ellas. Los demás “clamaban o gemían según el semblante de Otón se abatía o se crispaba”. Los mensajeros de Mesia[ii], por su parte, animaban también a resistir, pues el ejército de Otón había entrado ya en Aquileya (nordeste de Italia).

Pero Otón, “haciendo oídos sordos”, dijo que cuantas más confianzas mostrasen sus fieles en él más hermosa sería su muerte y que “entretenerse hablando de la muerte es una forma de cobardía”, añadiendo que culpar a los dioses o a los hombres solo demuestra apego a la vida, dando con ello una muestra de estoicismo muy en boga. Empezó entonces a repartir dinero “sin derroche”, como si no se aprestase a morir y se dispuso a descansar un rato. Verginio[iii] fue muy criticado en esos momentos por algunos, pues junto con otros se preparaba para marcharse, dando todo por perdido.

“A la caída del día –dice Tácito- aplacó [Otón] la sed con unos sorbos de agua helada. A continuación el trajeron dos puñales y, tras probarlos, guardó uno de ellos bajo la almohada… pasó una noche tranquila y, según se afirma, no en vela. De madrugada, recostó el pecho contra el hierro. A oír gemir al moribundo, entraron sus libertos y esclavos junto al prefecto del pretorio Plocio Firmo, quienes encontraron una única herida”[iv]. El funeral fue rápido para evitar que le cortasen la cabeza sus enemigos y algunos soldados se inmolaron junto a la pira “por devoción al príncipe”. Cuando se supo el suicidio de Otón otro tanto hicieron algunos en Bedríaco, Piacenza y otros campamentos.

Pero durante el funeral hubo motines y algunos pidieron a Verginio que asumiese el poder imperial o bien que encabezase una delegación ante los seguidores de Vitelio, pero aquel se escapó “a escondidas por la parte trasera de la casa justo cuando irrumpían en ella” y mientras esto ocurría, las tropas de Flavio Sabino “se pasaron al vencedor con la mediación de su general”. Cuando cesaron los enfrentamientos un grupo de senadores que se encontraba en Módena, intentó recabar información de los acontecimientos, seguramente para inclinarse al mejor postor, pues nadie se atrevía a dar el primer paso considerando que “la culpa colectiva es más segura”.

Licinio Cécina, por ejemplo, se enfrentó a Marcelo Eprio acusándolo de ambigüedad, aunque los demás también dudaban sobre el partido a tomar. Estos senadores se retiraron entonces a Bolonia, donde suponían tendrían más información de la situación. En Roma, donde ya se sabía, todo, los juegos Ceriales (en honor a Ceres, días centrales del mes de abril), se celebraron como de costumbre, la tropa de la capital aplaudió a Vitelio y la población paseó por los templos las efigies de Galba, adornadas con laurel y flores, y se elevó una especie de túmulo con coronas junto al lago Curcio[v], precisamente donde Galba había muerto[vi]. En toda Italia se desencadenó una orgía de pillaje…



[i] Debe tratarse de la primera de las dos que tuvieron lugar aquí, durante el conflicto que se desencadenó a la muerte de Nerón. Los seguidores de Otón en el ejército se enfrentaron al de Germania, que había proclamado emperador a Vitelio. Al norte de Italia, cerca de Cremona.
[ii] En el Danubio, entre Serbia y Bulgaria actuales.
[iii] General romano famoso por su victoria sobre Vindex, a pesar de haber sido proclamado emperador por sus tropas, se negó a aceptarlo, seguramente porque sabía la suerte que esperaba, en aquellos tiempos, a los que sí lo hacían.
[iv] Otón tenía entonces 37 años.
[v] Estaba en el antiguo foro.
[vi] Otros dicen que Galba murió en el foro. Puede que Otón traicionase a Galba al no ver satisfechas sus aspiraciones de sucederle.
La fotografía está en https://stanzadellasegnatura.wordpress.com/2017/10/23/batalla-de-bedriacum-24-de-octubre-del-69-d-c/

viernes, 22 de marzo de 2019

Tejidos y estaño entre Asiria y Anatolia

historiaeweb.com/2015/07/31/el-comercio-paleoasirio/

Los habitantes de Anatolia, en época hitita, adquirían “miles de costosos tejidos y podían utilizar considerables cantidades de estaño en una importante industria del bronce”, según Trevor Bryce[i], y eran los palacios los principales clientes de los productos asirios, los cuales habían establecido colonias donde se dirimían disputas comerciales de acuerdo con las normas emanadas de la capital, Assur, pues era el estado quien controlaba el comercio. El palacio también tenía el monopolio sobre artículos raros de lujo, como el hierro meteorítico[ii]. Tal fue la intensidad del comercio entre Asiria y Anatolia que no pocos comerciantes se afincaron aquí llevando a sus familias para vivir permanentemente o casándose con nativas.

Los kassaru eran transportistas que los comerciantes contrataban junto con sus caravanas para llevar las mercancías de Asiria a Anatolia y viceversa y su trabajo se llevaba a cabo a lo largo del año, excepto los cuatro meses de invierno. Estas caravanas estaban formadas por asnos negros de Capadocia, probablemente “criados y entrenados en Asiria”. Una caravana de tamaño medio constaba de unos 200 o 250 animales y cada asno cargaba unas 130 minas (65 kg. aproximadamente) de estaño o unas 60 minas de tejidos, con una media de 25-26 piezas, o una mezcla de ambas cosas[iii]. Peajes e impuestos eran exigidos en cada ciudad de cierta categoría en Mesopotamia, norte de Siria y Anatolia.

Los mercaderes, por su parte, estaban sometidos a otros impuestos que debían pagar a los pueblos a los que pertenecían: uno a la exportación al salir de Assur, por ejemplo, pero también en las colonias donde se almacenaban las mercancías. Parece que el estaño era lo más fácil de vender, debiendo ser descargado en los centros metalúrgicos, pero el beneficio obtenido por la venta de tejidos era el doble que el del estaño.

Se debió tener la idea de que no había actividad comercial que fuese lucrativa si no se evadian ciertos impuestos, por lo que en la época hitita (segundo milenio a. de C.) toda una serie de artimañas se pusieron en práctica para tal fin, y ello explica que los beneficios de las actividades comerciales fuesen altos, aproximadamente el ciento por cien en el estaño y el doscientos por cien en los tejidos, pero también es cierto que estos márgenes de beneficio podían quedar muy mermados por los gastos básicos de viajes largos, difíciles y azarosos entre Asiria y Anatolia.

Había muchos incentivos para intentar eludir gastos, y una forma de hacerlo era sortear las ciudades que imponían los peajes, abandonando la ruta principal y viajando por lo que se llamaba “la pista estrecha”, caminos secundarios y con mayor dificultad para la marcha. Además estos caminos podían estar infestados de bandidos, había que dar largos rodeos y ello implicaba llevar más alimentos y prever el suministro de agua. Una carta de un comerciante de nombre Buzazu a su asociado de nombre Puzur-Assur, decía: déjales viajar hasta Timilkia para alcanzar mi mercancía y si la “pista estrecha” es segura, mi estaño y mis tejidos de buena calidad… llegarán hasta mí… Si, no obstante, la “pista estrecha” no es apropiada, déjales llevar el estaño a Hurrama y entonces dejas que, o bien los habitantes nativos de Hurrama llevan dodo el estaño en cantidades de un talento cada uno dentro de la ciudad, o bien, que se hagan paquetes de 10 o 15 minas cada uno y deja que el personal [de la caravana] los lleve por dentro de la ciudad bajo sus taparrabos…

Es decir, se trataba de llevar las mercancías por la ciudad, en la medida de lo posible, pero de forma secreta. El citado Puzur-Assur fue avisado por otro de sus socios de la siguiente manera: El hijo de Ina envió de contrabando sus artículos a Pusu-ken, pero sus artículos de contrabando fueron cogidos, por lo cual el palacio se apoderó de Pusu-ken y lo metió en la cárcel. La guardia es fuerte. La reina ha enviado mensajes a Luhusaddia, Hurrama, Salahsuwa y a su [propio] país en relación al contrabando y se han puesto vigias[iv]. Te ruego que no envíes nada de contrabando.

El contrabando fuera de Anatolia también se daba a veces, por ejemplo en la exportación ilegal del raro y valioso hierro meteórico. En general los mercaderes ponían cuidado para evitar conflictos con las administraciones locales. En los casos en que dichos mercaderes violaban los acuerdos con las autoridades, estas tomaban rápidas y enérgicas medidas, incluyendo prisión y la confiscación de la plata y el oro.



[i] “El reino de los hititas”.
[ii] Se trata de meteoritos metálicos, sobre todo de hierro y níquel.
[iii] El presente resumen está basado en la obra citada en la nota i.
[iv] El autor señala que, literalmente, la fuente dice “ojos”.