lunes, 31 de octubre de 2011

Magnum Crimen

 El libro publicado por el sacerdote católico Victor Novac, en 1948, sobre la complicidad del clero croata con el régimen fascista de Ustasa durante la segunda guerra mundial, ha sido siempre motivo de gran controversia. El libro es la tercera parte de una trilogía y en él se aborda el comportamiento de la Iglesia católica en el Imperio Austro-húngaro, ya que Croacia formó parte de él hasta 1918, y luego en el reino de Yugoslavia, del que también formó parte Croacia. 

Quienes han estudiado el libro de Novac y los hechos que en él se narran, no han llegado a un acuerdo definitivo, pero es cierto que no todos han seguido una metodología histórica rigurosa. El nacionalista Tudman, fallecido hace unos años, no aporta datos suficientes para que su versión contraria al libro tenga visos de credibilidad. Desde el campo del periodismo también se ha juzgado al libro de Novac de diferente manera; algunos consideran -por la fecha en que fue publicado- que influyó en los enjuiciamientos tras la guerra mundial y otros admiten una clara complicidad de la Iglesia católica con el nacionalismo croata y con los crímenes cometidos por los diferentes regímenes desde el siglo XIX hasta 1945 contra minorías, particularmente la judía y la gitana.

Lo cierto es que el libro fue escrito por un sacerdote católico en un momento de madurez intelectual y después de servir a la Iglesia durante muchos años. Por otra parte, las responsabiliades del arzobispo Stepinac y del dirigente de Ustasa, Pavelic, ya han sido demostradas incontrovertiblemente. 

No es el único país, Croacia, ni el único estado, Yugoslavia, donde una Iglesia ha pretendido encarnar la identidad nacional: en la España de Franco tenemos un ejempo que coincide en el tiempo con el de la Ustasa de Pavelic; es más, la ideología difusa de Franco, que primero se apoyó en la fascista Falange, en la gran patronal, sobre todo agraria, en la Iglesia y siempre en el ejército, derivó hacia un régimen autoritario y católico por definición, es decir, no se trata ya de que la mayoría de la población española fuese católica, sino que el régimen se definía como tal y actuaba identificando al Estado con la Iglesia romana. Otro tanto podemos decir, por lo menos desde el siglo XIX, del caso irlandés, y de Polonia en lucha contra el régimen comunista impuesto tras la segunda guerra mundial.

Lo que diferencia al caso croata es la extremosidad con la que se empleó parte del clero católico, sobre todo por la influencia de su jerarquía, en la persecución y exterminio de judíos, serbios y gitanos. Los crímenes cometidos por la Ustasa no tienen nada que "envidiar" a los de la Alemania nazi, a no ser que en Croacia nunca se llevó a cabo una "solución final", pero ello porque el régimen del país quizá nunca tuvo la capacidad organizativa que dio a Alemania el Partido Nacional Socialista. 

Stepinac fue considerado culpable de crímenes muy graves, a pesar de su condición de arzobispo, y condenado a 16 años de prisión que no cumplió sino en una pequeña parte. Pavelic encontraría refugio en la España de Franco, único país donde se sintió a salvo -además de en Argentina, provisionalmente- y en aquel país murió. En la fotografía de arriba, Pavelic y Stepinac, colaboradores durante la segunda guerra mundial.

La clemencia de Augusto


Cuando hubo pasado de los cuarenta años [Augusto] durante su permanencia en las Galias, recibió aviso de que L. Cinna, hombre de escaso ingenio, le tendía asechanzas. Dijéronle cómo y cuando había de herirle, siendo el denunciador uno de los cómplices. Decidió Augusto vengarse de él y reunió en consejo a sus amigos. Aquella noche la pasó con mucha inquietud, porque pensaba que iba a condenar a un joven noble, íntegro, exceptuando este delito, y nieto de C. Pompeyo... Gemía y pronunciaba palabras entrecortadas y contradictorias: "¡Cómo! ¿consentiré que mi asesino marche tranquilo cuando yo estoy ansioso? ¿No habrá de ser castigado el que amenaza una cabeza tantas veces perdonada por las guerras civiles, que ha escapado a tantos combates navales y terrestres, y cuando la tierra y los mares están tranquilos pretende, no matarme, sino inmolarme?" porque se proponía herirle duante el sacrificio... "No vale tanto la vida que por vivir yo, hayan de morir tantos". Al fin, le interrumpió su esposa Libia. "¿Admites, le dijo, el consejo de una mujer? Haz lo que hacen los médicos: cuando no bastan los remedios ordinarios, emplean los contrarios. La severidad no te ha servido: a Salvidieno siguió Lepido; a Lepido, Murena; a Murena, Coepión; a Coepión, Egnatio... emplea ahora la clemencia. Perdona a L. Cinna; está descubierto... y puede ser útil para tu gloria". 

Convencido Augusto por su esposa, mandó despejar de consejeros su estancia, llamó a Cinna, preparó un asiento para él y le pidió que no le interrumpiera mientras hablaba. Cuando le reveló que había descubierto sus planes a pesar de los favores que había recibido de él, Cinna, asombrado, negó que tal cosa fuese cierta. Augusto le insistió en que no le interrumpiese mientras él estaba en el uso de la palabra, le dio detalles de cuando y como se iba a producir el crimen, viéndole enseguida con los ojos bajos y guardando silencio, continuó Augusto: "Ni siquiera puedes defender tu casa; hace poco tiempo has sucumbido a un juicio privado ante la influencia de un liberto: ¿y te parece cosa fácil litigar ahora contra César? Consiento en ello, si soy el único impedimento para tus esperanzas; pero ¿te soportarán los Paulos, los Fabio Máximo, los Cosso, los Servilios, y esa larga lista de nobles, no de los que ostentan títulos vanos, sino de los honrados por las imágenes de sus mayores?".

Después de conseguir avergonzar a Cinna, le concedió el consulado, reprochándole no habérselo pedido; Cinna fue su amigo fiel y en lo sucesivo nadie le tendió asechanzas.

El texto forma parte de la obra de Séneca "De clementia" que escribió para el emperador Nerón, y así aleccionarle a que actuase de la forma en que había hecho Augusto varias generaciones antes. Que Séneca tome un ejemplo de Augusto para ilustrar a Nerón no debe llevarnos a engaño sobre  la personalidad del primer emperador. La propia Libia señala otros casos en los que dicha clemencia brilló por su ausencia, y cuando Augusto era joven empuñó la espada a la edad en que te encuentras tú ahora -le dice Séneca a Nerón- apenas salido de los diez y ocho años, ya había clavado su puñal en el seno de sus amigos; ya había amenazado por medio de emboscadas el pecho del cónsul M. Antonio y había sido compañero de los proscritos...




Egon Schielle

Pintor a principios del siglo XX, alumno de Klimt y ejemplo de un expresionismo muy particular, menos crudo que el de Munch, por ejemplo, pero igualmente revelador del estado de ánimo de un artista que participa ya de la angustia de esa "edad técnica" en la que vivió, rodeado de un mundo muy creativo en el centro de Europa (él era asutríaco pero sus padres eran alemán y bohema) tras una corta vida (murió a los 28 años) nos ha dejado un conjunto de girasoles, interiores, paisajes, marinas, retratos y sobre todo desnudos descarnados, muy estilizados y simplificados. Cambia la pintura convencional por el lápiz y el gouache en ocasiones; esta es una pequeña muestra de su obra: ver http://www.reproarte.com/artista/206_Egon+Schiele/index.html

Autorretrato.                                                      Trieste.
Habitación del artista.                                                                                              
                                                                                                                            Chica desnuda.
  
















                                                                          El bailarín

Jasenovac

Si se viaja desde Zagreb en dirección a Belgrado, se llega, muy pronto, a cruzar el río Sava, que nace en Eslovenia, atraviesa el centro de Croacia, forma frontera con Bosnia y pasa por el norte de Serbia antes de desembocar en el Danubio. A unos cien kilómetros desde Zagreb en esta dirección econtramos el monumento que se ha erigido en memoria de las víctimas durante la segunda guerra mundial, que fueron exterminadas en número indeterminado en el campo de concentración de Jasenovac, a orillas del río, uno de tantos lugares de muerte que el siglo XX ha conocido. 

Se trata del campo de exterminio donde más personas murieron en la Croacia ocupada y colaboracionista con el régimen nazi, y su obra corresponde al partido ultranacionalista y pro-nazi Ustasa, siendo su dirigente más notable Ante Pavelic, militar croata. El campo fue fundado en 1941 y alli murieron sobre todo serbios (recordar el genocidio llevado a cabo por dirigentes serbios hace unos años es oportuno) a quienes se hizo responsables de la colaboración con las potencias occidentales: históricamente Serbia ha sido aliada de Francia, mientras que Croacia lo ha sido de Alemania (la rapidez con que Hemut Khol, canciller alemán, reconoció a Croacia como estado independiente a principios de los años noventa pasados es también oportuno). 

Gentes de toda condición, ya por su raza, cultura, nacionalidad, ideas, resistencia a la opesión, fueron víctimas, que se calculan, hasta 1945, entre 400.000 y 700.000 (la enorme diferencia entre estas dos cifras no hace menos trágica la masacre). Los judios, esparcidos por toda Europa, también fueron víctimas en gran número, gitanos y musulmanes (dada su presencia en los Balcanes por la dominación otomana hasta 1918) eslovenos, bosnios y milicianos resistentes a la ocupación nazi y al régimen criminal de Ustasa. 

Si nos desviamos algo de esta ruta llegaremos a Sisak, donde había campos para niños y mujeres. En realidad Jasenovac, como ocurre en otros campos de Polonia, Alemania, Austria, etc. es el nombre que reciben un grupo de campos, siendo el mayor el de dicho nombre. Se ha calculado que la crueldad practicada en él supera a la de otros, siendo de los primeros por el número de víctimas. 

Hoy reina un silencio apacible; la tensión la pone el ánimo del visitante, contrastando con el ruido de fusiles y pistolas, golpes y gritos que durante cuatro años asolaron el esapacio y las vidas. Abajo, una de las entradas al campo de exterminio de Jasenovac.



Economía romana en Hispania

En el siglo III antes de Cristo ya cita Timeo la vía Hercúlea, que iba desde Cádiz hasta el Ródano, habiéndose encontrado en los Pirineos los miliarios más antiguos de occidente. César amplió esta vía desde Saetabis (en el bajo Júcar) hasta Córdoba, Astigi (Écija) e Híspalis. El interés en elegir el interior y no la costa como hasta el Júcar, fue la riqueza minera. La vía de la Plata seguía un antiguo camino tartésico y así se explica que el tesoro de Aliseda, en la actual provincia de Cáceres, tenga las características del Carambolo.

Tuvo importancia la navegación fluvial, ya que el Guadalquivir era navegable hasta algo más arriba de Córdoba pero solo con barcas. Esta navegación se vio favorecida por los canales tartésicos que se habían construido para irrigar los campos y de hecho Filóstrato nos habla de que el río estaba canalizado en todas las ciudades por donde pasaba. Los demás grandes ríos hispanos eran navegables (seguramente con barcas) excepto el Guadiana. El Tajo hasta un punto indeterminado, el Duero hasta unos 150 kilómetros de la costa "por grandes navíos"; el Limia solo en una parte y el Ebro hasta Vereira, cerca de Logroño.

En cuanto al comercio marítimo está confirmado por los hallazgos submarinos de ánforas y de anclas, pecios de cerámica campaniense de finales del siglo II ante de Cristo, en el norte de Estartit (Girona) y en el cabo Negrete en Ibiza. También se han encontrado ánforas procedentes de Cádiz y Algeciras del siglo I antes de Cristo. No debe extrañarnos, pues aún antes de la política romana existio una "koiné" económica en el Mediterráneo.

Sin duda Roma era el mercado más importante y puede que Hispania fuese el más importante para Roma en algún momento, manteniendo también relaciones intensas con el sur de la Galia y con África ya en el siglo III antes de Cristo (época bárquida). Las fuentes han detectado lusitanos en el norte de África en el siglo II antes de Cristo y libios al servicio de Sertorio (s. I a. de C.).

Roma hizo desplazamientos de personas como había hecho Aníbal, entre Hispania y Mauritania y esto explica la división administrativa de Diocleciano en al año 283 después de Cristo. Hispanos al servicio de Roma ya existieron desde el año 200 antes de Cristo. Este trasiego, que tenía una clara intencionalidad económica, hizo de Hispania un territorio ambicionado, siendo el ejemplo más notable la invasión de los cimbrios en el año 104 a. de C., rechazados por los celtíberos. Algunas fuentes hablan de que dicho pueblo, de origen germánico, recorrió todo el norte de la península hasta Gallaecia, por la costa y por el interior, pero quizá la arqueología nunca lo pueda atestiguar dada la brevedad de la invasión. César nos habla de un Plutarco (que por fuerza ha de ser distinto al escritor de Queronea) que vino a Gallaecia a arreglar ciertos problemas entre deudores y acreedores, lo que indica que incluso en el siglo I antes de Cristo alguna parte de dicha región (más extensa que la actual Galicia) tenía una actividad comercial que hizo intervenir a Roma. 

La inestabilidad fue la norma entre los años 41 y 29 a. de C., poco antes de que estallaran las guerras cántabras, pero ello no solo en el norte: Bogud de Mauritania inquietó la Turdetania y el "sacramentum militiae" se implantó con Augusto en Hispania aprovechando la tradición de la antigua "fides ibérica". Las guerras cántabras no solo involucraron a los habitantes del norte, pues en ellas participaron también vacceos de la meseta, que había soportado todo tipo de abusos por parte de Roma.

Solo después de las guerras cántabras es posible dividir Hispania en tres provincias, que en un principio, por lo que respecta a Lusitania, integraba las tierras de Portugal al norte del Duero y Galicia. Posteriormente estas tierras fueron adscritas a la provincia Tarraconense. El puente de Chaves es de la segunda mitad del siglo I d. de C. e igualmente varios tramos de vías entre Bracara y Astúrica. Esta es la época en que muchos hispanos ocupan altos cargos en la Administración romana, que mayoritariamente actuaron en la región del noroeste. De igual forma parece que los hispanos integrados en el ejército obtuvieron la ciudadanía romana poco después de la latina (Vespasiano) lo que habría favorecido a todos los hispanos libres. Con ello persiguió el emperador incrementar los ingresos por capitación y posesiones, e igual la leva de soldados, ya para medidas auxiliares o para formar parte de las legiones.


En cuanto a la minería, yéndonos al bajo imperio y al noroeste, a fines del siglo IV todavia se citan minas que están siendo explotadas en esa región. Las contínuas reparaciones de las vías romanas a que hacen referencia las fuentes prueba que Roma seguía interesada en el aprovechamiento de las minas del noroeste. Por otra pate han aparecido muchas monedas en Lusitania y el noroeste en dicha época, así como en Castulo. Los dos centros mineros más importantes del noroeste fueron Bracara y Astúrica, mientras que Gallaecia fue una región fundamental en la economía imperial del siglo IV por sus minas de oro y como las invasiones de francos y alamanes no afectaron al norte de la península, en el siglo citado los yacimientos de estaño de Lusitania continuaban en explotación.

La forma de propiedad territorial típica del bajo imperio son los "fundi". La villa rústica hizo su aparición en Hispania a finales del siglo II, propiedad de latifundistas que controlaron una economía autárquica crecientemente en detrimento del comercio y de la artesanía; también acumularon poder político y judicial en sus posesiones. Aunque muchos nombres de "villae" son prerromanos, especialmente celtas, y aquellos nombres derivan de antropónimos, los propietarios romanos denominaron a sus posesiones como se conocía el lugar desde hacía siglos.

En cuanto a los tributos podemos hablar del "stipendium" desde el año 206 antes de Cristo; como tasa fija no antes de 197 ó 179 a. de C; la "vicesima" correspondía al 5% de la cosecha de grano, pagándose a veces dos "vicesimae". Los censores eran los encargados de las finanzas durante la República y los cuestores eran los recaudadores. Entre 206 y 169 se estiman las siguientes cifras (seguimos en esto a Ángel Montenegro): por botín, 47 millones de denarios; por tasas, 11,4 millones y de las minas 38 millones, con lo que tenemos que casi la mitad de los ingresos provinieron, durante dichas fechas, del botín.

La economía romana era monetaria, habiendo unos magistrados monetales que e encargaron de recomendar la eliminación de las acuñaciones púnicas y griegas. Roma acuñó monedas de plata y bronce con caracteres ibéricos pero según la metrología itálica, lo que se hacía en las cecas, existentes ya crecientemente entre 206 y 133 (A. M. de Guadán). Las monedas de plata más antiguas eran dracmas de tipo ampuritano (250 a. de C.) y los bronces romanos más antiguos son posteriores a 132 a. de C., acuñando monedas una gran cantidad de tribus del nordeste, generalmente con un jinete ibérico, estando Ampurias a la cabeza en esta actividad; los epígrafes toponímicos expresaban el área de curso legal de la moneda (se conocen cien epígrafes ibéricos). 

A partir de 132 a. de C. las monedas fueron uniformes siempre en Cataluña, Valencia y la cuenca del Ebro, mientras que los grabados de las monedas en la provincia Ulterior eran toros, espigas y arados. Otras monedas fueron ases y sus divisiones (en bronce) denarios y quinarios. El bilingüismo de las monedas desapareció en torno a 49 ó 45 a. de C., pero en el norte no había monedas en esta época, siendo las encontradas en A Lanzada (Pontevedra) posteriores.

domingo, 30 de octubre de 2011

La tierra en la América colonial

La tierra quedó nacionalizada en América por la Real Cédula de 1578, reiterada por las de 1589 y 1591, de manera que el sistema de censos se establecía entre el Estado-propietario y los censatarios-particulares (mientras que en la península el sistema de censos tenía lugar entre particulares). 

Esta medida fue necesaria, pues la nobleza de nuevo cuño en América (que fue acéfala, es decir, nunca alcanzó los altos grados que en España) se basaba en la riqueza obtenida por la conquista más que en los títulos heredados por la sangre. Para el poblamiento de una zona las normas exigían prever las necesidades de tierras para el ganado, para el concejo y para los particulares, tanto los que se asentasen como las previsiones de aumento que se hiciesen. Hubo una diferencia entre "peonías" y "caballerías", porciones de tierras que se repartían a las personas corrientes y a las personas nobles respectivamente. 

Una peonía consistía en un solar de 50 pies de ancho y 100 de largo, cien fanegas de tierras de labor, de trigo o cebada, diez de maíz, tierra para huerta y otra para plantar árboles de secadal; tierra de pasto para diez puercas "de vientre", veinte vacas y cinco yeguas, cien ovejas y 20 cabras. Una castellanía era un solar de 100 pies de ancho y 200 de largo, y de todo lo demás, como 5 peonías. 

En esta organización se combinaban las modalidades agrarias de campo, huerta, forestal y ganadera. Se estableció que a nadie se diera más de 5 peonías ni más de 3 caballerías, estando prohibido vender tierras a iglesias, monasterios y eclesiásticos para que no se amortizase dicha tierra, fenómeno que se estaba dando en la península y que no se solucionará hasta el siglo XIX.

Se estableció que en las tierras en las que los indios ya bubiesen hecho trabajos se les respetasen y no se les quitasen. De todas formas la tierra, como queda dicho, pertenecía al Estado; otra cosa fue el aprovechamiento o tenencia. Existíó el postulado en la legislación española de Indias de que cada familia indígena, trabajase en un oficio u otro, contase con tierras para su sustento (único, esencial  o complementario). La tierra entregada al indio era vitalicia e inalienable.

Obviamente todo lo anterior debe entenderse en las zonas de colonización intensa, ya que en las amplias zonas no suficientemente colonizadas existió una dificultad insalvable; por tanto las zonas costeras y Mesoamérica, el altiplano mexicano, Yucatán, las alturas andinas y los valles de los ríos son las zonas más explotadas y cuyo patrón obedece a lo aquí explicado. Abajo, ilustración de una reducción jesuítica (siglos XVII y XVIII).


Fuente: José M. Ots Capdqui, "El régimen de la tierra en la América española durante el período colonial".

Pío XII y el Holocausto

Algunos autores como Blet señalan que si el papa no condenó el holocausto fue debido a que no se conoció en su escala terrible hasta el final de la guerra, lo que veremos no es cierto a juicio de otros autores. Es lógico que tras la guerra se descubrieran más atrocidades de las que se conocieron durante ella pero, como se verá, el papa tuvo conocimiento de masivas deportaciones, sufrimientos y muertes de judíos por lo menos desde el año 1942, sin perjuicio de conocer la naturaleza del régimen de Hitler antes de 1939. Contrariamente a Blet, Cornwell señala que el Vaticano estaba al corriente de lo que ocurría en Alemania durante la guerra y en los campos de exterminio. Esta autor señala un claro antisemitirmo en Pio XII que se percibe en la documentación que maneja. Debe tenerse en cuenta que es el Concilio Vaticano II, iniciado por el papa Juan XXIII, sucesor de Pío XII, quien elimina ese antisemitismo oficial de la Iglesia católica: si los judíos crucificaron a Jesús de Nazaret (el gobernador romano fue el que dio la orden) Jesús, María y los demás personajes del Nuevo Testamento eran judíos. Ser antijudío era, por tanto, una contradicción. El antisemitismo no fue exclusivo del papa Pío XII, sino que estuvo, desde muy antiguo, enraizado en la Iglesia católica. Por otra parte Eugenio Pacelli (Pío XII) sentía una especial simpatía por Alemania -lo que no quiere decir por el régimen nazi- desde 1917 en que estuvo destinado en Baviera como nuncio, siéndolo luego en toda Alemania. 

El estatuto especial del que gozó el Vaticano durante la segunda guerra mundial hizo posible que diplomáticos de países occidentales permanecieran en Roma durante la contienda, en la que Italia figuraba como enemiga. Estos diplomáticos se convirtieron en testigos de primer orden en relación al conocimiento que se tenía en Roma de lo que ocurría en Alemania.

Lapide maneja documentación judía y es de especial importancia la documentación diplomática británica del Public Record Office y la francesa del Quai d'Orsay, la cual maneja Chadwick. Al terminar la guerra el Vaticano se lanzó a la publicación de una extensa obra en once volúmenes. Según Fernández García los más interesantes para el asunto que nos ocupa son los tomos II (cartas de Pío XII a los obispos alemanes) IX y X (que acreditan gestiones del Vaticano a favor de las víctimas de la guerra).

Uno de los argumentos de los historiadores que disculpan o justifican la acción de Pío XII es que estuvo obsesionado por mantener una posición de neutralidad, la cual es uno de los objetos del debate, pues se puede cuestionar dicha neutralidad dada la distinta naturaleza de los contendientes. De todas formas, el hecho de que entre los países aliados occidentales estuviese también la Unión Soviética explica que el papa se moviese entre dos regímenes que podría considerar odiosos: el nazi y el comunista. La neutralidad se explicaría no solo por econtrarse enfrentados los soviéticos y los nazis, sino porque un pronunciamiento del papa contra las autoridades alemanas podría acarrear persecuciones y muerte a más judíos y a católicos en los países ocupados. En esta neutralidad influyeron mucho el Secretario de Estado Maglione y sus sustitutos Tardini y Montini (este último futuro Pablo VI). A iniciativa del barón Kallay, Presidente del Consejo húngaro, en febrero de 1942, pidiendo al papa que denunciara la amenaza bolchevique, este respondió un año después diciendo que la "Santa Sede no cerraba los ojos ante el peligro comunista, pero que no podía renovar la condena pública sin hablar al mismo tiempo de la persecución en curso de los nazis". Por lo tanto en 1943 ya sabía el papa lo que pasaba en Alemania y veremos que también bastante antes.

La obra de Friedländer se apoya en los informes de los embajadores alemanes, donde se transparenta la germanofilia del pontífice. Este autor comprobó que desde diversas instancias se pidió la intervención de Roma, mientras que Pinchas E. Lapide, cónsul israelí en Milán, afirma que Pío XII había hecho más gestiones en defensa de los judíos que cualquier organización humanitaria. Fijémonos que este autor dice "gestiones", es decir, siguiendo la vía diplomática o bien recurriendo a actividades humanitarias, pero no habla de una denuncia pública. Otro aspecto muy negativo para el papa fue la masacre cometida por tropas alelanas de ocupación en Roma el 24 de marzo de 1944 (crimen de las Fosas Ardeatinas): fueron asesinados 335 civiles italianos como respuesta al grupo partisano Azione Patriótica. Robert Katz señala que Pío XII buscaba el respeto a la extraterritorialidad del Vaticano y, sabiendo de antemano la operación que se iba a llevar a cabo, no intervino. No existen pruebas irrefutables de que el papa lo supiese de antemano, pero Walter Laqueur llega a señalar que el pontífice tenía conocimiento incluso de la "solución final".

Cualquiera que se acerque a este tema verá que hubo diferentes actitudes entre los obispos y los católicos en general: el cardenal Faulhaber fustigó la ideología nazi y su sucesor, Döpfner, que participó en el Concilio Vaticano II, en marzo de 1964, desde el púlpito de la iglesia de San Miguel de Munich, dijo: "el juicio retrospectivo de la historia autoriza perfectamente la opinión de que Pío XII debió protestar con mayor firmeza". Los obispos belgas protestaron contra la persecución a los judíos durante la guerra; luego si ellos sabían lo que etaba pasando, también el papa. Algunos nuncios, entre los que se encuentra Roncalli en Turquía (futuro Juan  XXIII) denunciaron publicamente el trato dado a los judíos y al régimen nazi saltándose las normas que recibían de Roma. Sin embargo el Presidente eslovaco, Josef Tiso, sacerdote católico, colaboró con los nazis, y el régimen croata y muchos católicos persiguieron a los cristianos ortodoxos quemando centenares de sus iglesias y asesinando a centenares de millares de fieles de este culto. El Ustase fue el partido nacionalista, de filiación católica y pro nazi que propició esta barbarie. Está documentado que entre los verdugos figuraron sacerdotes católicos, seguramente una minoría. Sobre la actitud de los católicos en Croacia también guardó silencio Pío XII, simpatizante con los regímenes fascistas y autoritarios que proliferaron en Europa durante el período de entre guerras.

Pacelli, siendo Secretario de Estado, gestionó el Concordato que la Iglesia firmó con Hitler, pero ello no evitó la detención de sacerdotes católicos en Alemania, que fue denunciada por el nuncio en Berlín, Orsenigo, no secundado por Roma. El primado de Polonia, cardenal Hlond, suplicó en vano una toma de posición del papa (agosto de 1941) con lo que vemos que ya entonces se conocía en el Vaticano lo que estaba sucediendo en dicho país. También había arreciado otra protesta en Holanda contra las actividades de los nazis, pero durante la guerra el pontífice entendió que el mayor peligro para Europa no se localizaba en el nazismo, sino en el bolchevismo, hasta el punto de que a principios de 1944, cuando ya eran conocidas las atrocidades nazis, el papa pidió una "paz de compromiso que excluya la exigencia de responsabilidades de guerra". El silencio del papa continuó a principios de 1945 en "respuesta" a las súplicas del Consejo Mundial Judío y la Cruz Roja para que intercediera.

La obra de Falconi dedica especial atención al caso de Polonia. Las cartas de Pacelli al primado, cardenal Hlond, demuestran que tenía perfecto conocimiento de la situación, que fue completado por el informe detallado que recibieron monseñor Montini y el papa en septiembre de 1943. Fernández García, citando a Chandwick, señala que sobre las deportaciones judías de 1942, en el momento en que se definió la "solución final", la obra de este último refuta irrebatiblemente la tesis del desconocimiento de la situación en el Vaticano, y Annie Lacroix-Riz ha consultado una documentación que incluye instrucciones del Vaticano al episcopado polaco exhortándole a la colaboración con el ocupante. En mayo de 1942 se tuvo noticia de la deportación de 80.000 judíos eslovacos a Polonia, un destino que equivalía a la muerte.

En septiembre de este mismo año el embajador en Roma de un país neutral, Brasil, transmitió al papa noticias sobre el holocausto. El papa le contestó que ya había hablado y que no podía ser más claro porque perjudicaría a las víctimas, mostrándose partidario de la ayuda en privado a los que sufrían. El embajador inglés, Osborne, llegó a hablar de "atrofia moral del papa". Cuando a finales de 1942 Pacelli sale de su mutismo para evitar el bombardeo de Roma, Osborne anota: "yo le urgí que el Vaticano, en vez de pensar exclusivamente en el bombardeo de Roma, debería considerar sus deberes con respecto a un crimen sin precedentes contra la humanidad, la campaña de Hitler de exterminio de los judíos". Citas como esta se pueden multiplicar. El 17 de diciembre, Londres, Washington y Moscú firmaron una declaración sobre la persecución de los judíos; Osborne sugirió que el papa la apoyara y Magliore, Secretario de Estado, respondió negativamente.
De lo que no cabe duda es de las gestiones humanitarias y de los esfuerzos del pontífice a favor de la paz, pero el mismo Blet apunta que estas se refieren a las vías diplomáticas, pocas veces a las públicas: en septiembre de 1941 las autoridades eslovacas, controladas por los nazis, emitieron el Código antisemita; tres días después el Vaticano emitió una nota de protesta por su contenido. Pero ya cuando Pacelli impulsó el Concordato con la Alemania nazi (1933) las protestas de varios obispos germanos (Bertram de Breslau, Faulhaber en Munich) fueron acalladas por aquel, silencio que se mantuvo en casos tan graves como la "noche de los cuchillos largos", un asesinato masivo dirigido desde el poder en la pugna por la hegemonía dentro de los grupos nazis.

En cuanto al atroz régimen católico de Croacia, Cornwell es categórico: las medidas racistas y antisemitas eran conocidas en Roma y por Pacelli cuando este felicitó a Pavelic (líder de la Ustasa) en el Vaticano. En marzo de 1942, poco después de la Conferencia de Wandsee, el Congreso Mundial judío y la comunidad israelita suíza pidieron la intervención del papa para frenar las persecuciones de los judíos en varios países, entre ellos Eslovaquia, Hungría y Croacia, los tres donde la diplomacia pontificia podía influir decisivamente. El documento que se redactó se guarda en los Archivos Sionistas de Jerusalén y fue publicado por Fiedländer. Por esas fechas el cardenal Tisserant (miembro de la curia romana) reconocía que los franciscanos había participado en la persecución de la población ortodoxa y en el incendio de sus iglesias en Banja Luka (al norte de la actual Bosnia) lo que lamentó, pero Pacelli nunca retiró su benevolencia hacia el régimen de Pavelic, porque por encima de estos trastornos colocaba la amenaza bolchevique.

Es cierto que en Alemania tenían más peso social las iglesias protestantes, pero no en la esfera internacional. Cuando se radió el mensaje de Navidad del papa en 1942, su lenguaje críptico no satisfizo a los perseguidos, siendo perceptible la asimetría con que contempló Pío XII al mundo de los años cuarenta: después de haber frenado a los obispos alemanes en su oposición a Hitler estimuló la colaboración de Stepinac, arzobispo de Zagreb desde 1937, que colaboró con la ocupación del Eje, en particular con la Ustase. Para Annie Lacroix-Riz esta asimetría respondió a una constante de la política exterior del Vaticano, que mostró sus simpatías por Alemania en la primera guerra mundial y que se agudizó al acceder el germanófio Pacelli a la Secretaría de Estado y luego al solio pontificio. Para la autora citada judíos y bolchevismo eran una misma cosa en la mentalidad de Pacelli. Como señalé antes, algunos nuncios no siguieron las consignas de Roma: es el caso de Bernardini en Suiza y de Rotta en Hungría. Aquella asimetría de la que se habla se muestra en la movilización de Pacelli al final de la guerra para evitar que los soldados alemanes prisioneros fueran deportados a Rusia.

Roberto Spataro, un panegirista de Pío XII, ha escrito: "El visitante que, en Jerusalén, camina por Yad Washem, el Museo del Holocausto, se encuentra de frente a una inscripción extremadamente polémica respecto a Eugenio Pacelli, el papa Pío XII...: Incluso cuando noticias de la mascre de los judíos llegaron al Vaticano, el Papa no prostestó ni verbalmente ni por escrito. Cuando los judíos fueron deportados de Roma a Auschwitz, no intervino en ningún modo". Puede que a este autor esta inscripción le parezca polémica, pero el tiempo ha pasado y no se ha retirado, incluso después de las muchas investigaciones que han arrojado luz sobre el caso.


Conquistadores

Codiciosos, arrogantes, rapaces, turbulentos, implacables y crueles han sido los conquistadores para los historiadores. También temerarios, audaces, infatigables, tercos, sufridos y valientes. Dice Bartolomé de las Casas que el efecto que producían los españoles en los indios era terrible y cuenta la escena de Pedro de Ledesma, agonizante y con los sesos al aire, que gritó a los indios: "¡y pues si me levanto!, y con solo aquello botaban a huir como asombrados...".

Otras características del conquistador eran el espíritu destructivo, el individualismo, la religiosidad y la entereza. El conquistador venera al fraile -dice Gómez Tabanera- pero no al cura. Ejemplo de la religiosidad del conquistador es que al ser conscientes de haber violado las disposiciones de 1523, prohibiendo causar mal a los indios y tomarles sus propiedades sin pagárselas, saben que no se salvan si no les restituyen. Las disposiciones testamentarias incluyen el sufragio de misas por el alma de los nativos muertos en campaña (Pizarro) o designar como herederos a los indios (Lorenzo de Aldama). Otros dejan mandas para vestir indios, para reintegrar títulos cobrados de más o para fundar hospitales.
El legalismo formal es otra característica: se quiere justificar la conquista y algunos, después de las Leyes Nuevas, dicen que "no vienen a España para no ser molestados y fatigados en pleitos" (luego sabían las que habían hecho). En una ocasión Cortés informó al rey Carlos: "mayormente que los españoles somos algo incomportables e inoportunos". 

De todas formas la organización del trabajo en la América colonial tiene sus hitos: la Cédula del Servicio Personal es de 1563, las Ordenanzas de descubrimiento y poblaciones de 1570 y la Real Cédula, de 1573. Virreyes, visitadores y audiencias despachaban una acción jurídico-legislativa semejante a la del pretor romano. Claro que las Leyes de Indias que salían de la Corona para proteger a los indios (hasta tal extremo los abusos sobre ellos alarmaron en la Corte) fueron inclumplidas, y así mismo las disposiciones legales citadas anteriormente, pero lo cierto es que hubo una legislación que, si existía un funcionario celoso, obligaba a cumplirlas. Viñas Mey dice que las Leyes de Indias contenían el derecho laboral en América, la fijación de la jornada, la regulación del salario, las condiciones de trabajo, los derechos y obligaciones de patronos y obreros, un régimen de inspecciones de trabajo...

Aunque se contempló la jornada de ocho horas solo afectó a obreros que trabajaban en la construcción de fortalezas y en obras militares, obra de Felipe II, pero la jornada en los distintos ramos del trabajo era de sol a sol, con el descanso para comer. Los precios de los productos debían ser más bajos cuando los que compraban eran los indios y hubo un precepto para abonar el patrón la mitad del salario del obrero de minas que cayese enfermo, e igual una indemnización a la viuda en caso de muerte. 

El trabajo de mita podía establecerse para la explotación de minas ricas, tambos, recuas y carreterías, labranza y ganadería. Afectó a la séptima parte de los indios en Perú, a la cuarta parte en Nueva España, a la tercera parte en Chile y a una doceava parte en Paraguay, Tucumán y Río de la Plata. A la mita de Potosí, la que más población ocupaba, en un páramo desolado a 4.000 metros de altura, en unas condiciones verdaderamente penosas, iban a fines del siglo XVI mil indios anualmente, repartiéndose en tres tercios de cuatro meses cada uno. Se dispuso que si el mitayo caía enfermo pudiese marcharse, pagándole el dueño por el tiempo trabajado. Se prohibió bajo pena de muerte que los indios se ocupasen en el desagüe de las minas "aunque sea con su voluntad", en pesquerías de perlas, en ingenios de añil y de azúcar. 

El indio no podía ser obligado a trabajar si no tenía dieciocho años (cuestión difícil de saber en muchos casos) y se prohibió que ninguna india casada pudiera servir en casa de español si no sirviera en ella su marido. Se crearon dos organismos que hoy llamaríamos magistraturas de inspección del trabajo: el Protector de Indios, instituido por Cisneros en 1516; estos protectores debían enviar a los virreyes y audiencias relación de lo que se cumplía e incumplía, debían fiscalizar sobre todo la conducta de los encomenderos, corregidores, justicias, gobernadores y cualquier otra autoridad. Pero el hecho de que tuviese que haber quien vigilase el cumplimiento de las leyes es que estas se incumplían a la menor oportunidad (no debe extrañarnos, pues en nuestra sociedad ocurre otro tanto de lo mismo). Considérese que ningún rey de España estuvo jamás en América (salvo el actual, lo que a los efectos aquí tratados no tiene trascendencia alguna).

El régimen de la tierra concendió gran importancia a los comunales, egidos, baldíos y propios. El aprovechamiento de los montes, pastos y aguas en Indias era común a todos los vecinos, tanto indios como españoles, dándose la institución del compascuo y derrota de mieses, tradicional en la agricultura española. Toda la revisión de títulos, normas y organización para la explotación y colonización se hizo en las Ordenanzas de Descubrimiento y Poblaciones, la gran obra legislativa de Ovando, y en otras leyes de Regulación de Indias. 

Toda conquista, obviamente, se hace a sangre y fuego; se cometen atrocidades y se incurre en un miserable comportamiento humano. El legislador español, sin embargo, parece no haber tenido descanso en regular un encuento, un choque, entre dos comunidades que se asombraron mutuamente en un principio para fundirse luego en ese fenómeno grandioso que llamamos mestizaje. El conquistador español, extremeño, andaluz, meseteño o del norte, no había sufrido nunca los climas ecuatorial y tropicales, no había visto nunca grandes ríos como el Amazonas y el Orinoco, ni grandes cataratas como las de Iguazú, ni grandes selvas, impenetrables muchas veces, ni alturas como las andinas, con la majestad de las construcciones ciclópeas de Pachu Picchu. La adaptación debió ser dramática.

Quinientos años después del sermón de Montesinos, en 1511, denunciando sin pelos en la lengua el trato que recibían los indíegenas en América por parte de los conquistadores, el indígena americano sigue siendo un paria en el conjunto da la sociedad amerindia, pero aquel sermón es un hito que convendrá recordar -quizá- frecuentemente.


Fabia y Manio


El tiempo bueno ha llegado y los árboles nos ofrecen alivio del calor. ¿Tú crees, Manio, que el amo decidirá algo sobre los trabajos de estos días? Manio se quedó pensativo, pues su ánimo estaba en la salud de su madre, una esclava que había sufrido cautiverio en Tracia y luego en Galia. Manio, te estoy hablando y no me escuchas ¿hay algún pensamiento en tu mente que te hace olvidarme? Estoy a tu lado, como en los últimos años, hemos leído juntos para el amo, hemos enseñado a sus hijos, hemos caminado al lado del río y ahora no me escuchas. Manio reaccionó tan rápido como pudo: ¡Oh, sí Fabia, no te ignoro, tus palabras suelen ser consoladoras para mí, soy solícito a tus deseos y me preocupo por tu suerte, dime Fabia. Te digo que si has oido hablar a algún esclavo sobre los trabajos que nos prepara el señor de la casa. No he oído nada, pero creo que será como todos los años por estas primaveras: trasegar el vino, cavar los campos, atender por la tarde a las damas de la casa y leer las historias a sus hijos. Te veo preocupado: ¿hay algo en tu ánimo que te oprime? No, sentía a mi madre presente como te siento a tí. Tu madre está bien, Manio, pero es vieja y debes saber que sus días son pocos. Sí, Fabia, lo sé, pero ella nos ha ayudado ¿te acuerdas cuando nos encontramos en el norte y me reconoció al momento? Supo al instante que yo te amaba. Sí, Manio, ahora nos amamos, pero ¿que será de nosotros cuando seamos viejos? Será, a mi entender, como la vida de mi madre: uno de los dos habrá desaparecido por el sufrimiento o por el destino; el otro seguirá en la vida preguntándose por los trabajos de la estación del año... Oh, sí Manio, aprovechemos estos años en que estamos juntos, aunque somos esclavos somos felices, pues tenemos un amo misericordioso; los dioses quieran que no se quiebre su carácter y no tengamos que sufrir como tu madre. 

(Conversación entre dos esclavos de la Campania en el siglo I antes de Cristo. Vivían en una villa rural y viajaban a la ciudad cuantas veces lo solicitaba el amo. Habían estudiado gramática, geografía, geometría, astronomía, medicina y otras artes, cuidaban de la familia de su amo y de sí mismos. La madre de Manio vivió seis años más en medio de un tenue silencio que la apagó poco a poco, pero sin sufrimiento, lo que alegró a Manio y, siendo así, Favia fue feliz aquellos años).

Paralelismos

Porque como la naturaleza humana es compuesta de cuerpo y alma, así todas nuestras cosas e inclinaciones siguen unas al cuerpo y otras al ánimo. La hermosura, pues, las grandes riquezas, las fuerzas del cuerpo y demás cosas de esta clase, pasan brevemente; pero las esclarecidas obras del ingenio son tan inmortales como el alma. Asímismo, los bienes del cuerpo y de fortuna como tuvieron principio tienen su término; y cuanto nace y se aumenta llega con el tiempo a envejecer y muere: el ánimo es incorruptible, eterno, el que gobierna al género humano, el que no muere y lo abraza todo, sin estar sujeto a nadie. Por esto es más de admirar la depravación de aquellos que, entregados a los placeres del cuerpo, pasan su vida entre los regalos y el ocio, dejando que el ingenio, que es la mejor y más noble porción de nuestra naturaleza, se entorpezca con la desidia y la falta de cultura; y más habiendo, como hay, tantas y tan varias ocupaciones propias del ánimo, con las cuales se adquiere suma honra.

Por el desprecio que el autor de este párrafo demuestra hacia las cosas materiales y la alabanza que concede a la capacidad espiritual del hombre, pareciera que se trata de una persona religiosa, más todavía de un cristiano acaso. Pero ya veremos que nada de eso.

Pero entre estas los magistrados y gobiernos, y en una palabra, todos los empleos de la República, son en mi juicio en este tiempo muy poco apetecibles: porque ni para ellos se atiende el mérito; ¿y los que destituidos de él los consiguen por medio del fraude?, no son por eso mejores ni viven más seguros. Por otra parte, el dominar un ciudadano a su patria y a los suyos, y obligarles con la fuerza, aún cuando se llegue a conseguir y se corrijan los abusos, siempre es cosa dura y arriesgada, por traer consigo todas las mudanzas de gobierno muertes, destierros y otros desórdenes; y por el contrario, empeñarse en ello vanamente y sin más fruto que magistrarse a costa de fatigas, es la mayor locura; si ya no es que haya quien, poseido de un infame y pernicioso capricho, quiera el mando para hacer un presente de su libertad y de su honor a cuatro poderosos.

No es, pues, privativo de nuestra época la poca calidad de los que gobiernan los asuntos públicos. Ya en el siglo de Salustio, autor de estas líneas, en el primero antes de Cristo, se lamenta dicho autor de que "ni para ellos se atiende el mérito". Tampoco en el presente es el mérito lo que se suele tener en cuenta para aupar a uno a las magistraturas del Estado; más bien se aúpa cada uno a base de codazos, habladurías, insistencias, carreras, jadeos y arrumacos a quien corresponda, como dice Salustio "empeñarse en ello vanamente y sin más fruto que magistrarse a costa de fatigas". Los paralelismos entre unas épocas y otras de la historia son asombrosos, y este es solo un ejemplo, escribiendo nuestro autor la "Guerra de Yugurta", de donde hemos sacado los párrafos anteriores. 


sábado, 29 de octubre de 2011

Los relieves de San Martín de Mondoñedo


Hoy en el municipio de Foz, la maciza iglesia de San Martín debiera de ser una de las visitas obligadas para todos los que gustan de las cosas singulares. No entrando aquí en su arquitectura, que corresponde a varias épocas y estilos, dominando la sobriedad del románico, los relieves son de los más notables para ver las características de esa plástica románica llena de misterio y simbolismo. En primer lugar el antipendio: en el altar de la capilla mayor, se debe al mismo maestro que labró los capiteles, por la unidad de estilo. Está formado por dos piezas perfectamente unidas que, para Chamoso Lamas, faltaría un tercer fragmento que centrase la representación de la Maiestas. El tema es, en efecto, la Maiestas Domini, Cristo sentado en el trono y bendiciendo con la mano derecha. El rostro alargado y el nimbo crucífero. La mandorla, sostenida por ángeles con alas extendidas y ceñidas al marco, siendo los vestidos litúrgicos.

A la izquierda, en un círculo, el Agnus Dei con una cruz; debajo, el águila y un personaje de perfil. A él se dirige un ángel bendiciéndole. Esta escena se repite al otro lado pero no de forma simétrica. Bajo la mandorla, un personaje frontal. Algunos consideran que se trata de una ordenación sacerdotal; otros, una consagración episcopal. Regal indica que se trata de San Juan dirigiéndose a los obispos de las siete diócesis de Asia; Yarza ve semejanza con los beatos, en alguno de los cuales se inspira el autor.

La presencia del cordero haría pensar en lo sacrificial y teofánico (manifestación de la divinidad a través de símbolos); ello es verosímil al encontrarse en el altar. La cronología más aceptada es 1100.


El capital del banquete de Herodes y la degollación del Bautista se encuentra en el crucero. En uno de los platos, la cabeza del degollado; a la derecha un águila y una mujer con sapos.


Otro capitel es el del rico Epulón y el pobre Lázaro, que también se encuentra en el crucero. Sirvientes escancian vino y músicos amenizan la velada a la derecha; delante, un personaje desnudo que pide limosna y un perro que le lame las llagas. Es casi seguro que el autor dispuso de un repertorio de miniaturas que ilustrarían libros.

La desestructuración del árbol rojo


Piet Mondrian fue evolucionando su estilo entre finales del siglo XIX y la primera mitad del XX. Él desarrolla una visión personal del cubismo sintético, al tiempo que muestra una decidida tendencia a la abastracción. Desde 1917 colabora con Doesburg en la revista D Stijl (El Estilo) y comienza el proceso de simplificación formal que, a finales de los años veinte del siglo pasado, le llevará a la característica trama de líneas ortogonales que enmarcan rectángulos de colores primarios.

Una de las versiones de El árbol rojo, la de 1908, luego derivaría en El árbol gris, de 1912 (óleo sobre lienzo) Árbol en flor, del mismo año y Planos de color en oval (1913). Como se ve, de esta última obra a la Composición en rojo, amarillo y azul (1939-42) solo hay un paso.


Carta de Séneca a Galión


En su obra "De la vida bienaventurada", el estoico Séneca le escribe a su hermano Galión (Lucio Anneo Novato) instándole a alcanzar la felicidad, pues -dice- muchos "andan a ciegas en el conocimiento". En todo el tiempo "sin llevar otra guía más que el estruendo y vocería de los distraídos que nos llama a diversas acciones" se consume nuestra vida. "En ninguna cosa, pues, se ha de poner mayor cuidado que en no ir siguiendo, a modo de ovejas, las huellas de las que van delante".

De hacerse así, continúa, sucede "lo que en las grandes ruinas de los pueblos, en que ninguno cae sin llevar otros muchos tras sí... Si nos apartáremos de la turba, cobraremos salud, porque el pueblo es acérrimo defensor de sus errores contra la razón; sucediendo en esto lo que en las elecciones, en que los electores, cuando vuelve sobre sí el débil favor, se admiran de los jueces que ellos mismos nombraron".

Séneca no habla para alagar o contenar los odídos de nadie. Conoce el comportamiento de la gente que le rodea en la Roma de la primera mitad del siglo primero, con sus contradicciones, corrputelas, clientelismos, quizá imposibles de evitar dada la estructura de la sociedad en la antigua Roma. "Y llamo vulgo -dice- no solo a los que visten ropas vulgares, sino también a los que las traen preciosas; porque yo no miro los colores de que se cubren los cuerpos, ni para juzgar del hombre doy crédito a los ojos; otra luz tengo mejor y más segura con que discernir lo falso de lo verdadero". No han perdido actualidad estas palabras, rodeados como estamos de personajes con oropeles, con ínfulas de grandeza y elocuencia, y al escarbar un poco no queda sino huero el espacio que ocupan, porque "al paso que creciere el número de los que se admiran, ha de crecer el de los que envidian".

La Europa de las revoluciones

El libro de Albert Soboul "La Revolución Francesa", publicado en 1966 en España (Madrid, Tecnos) sigue teniendo una validez, a mi entender, extraordinaria.

Dice este autor que los orígnes intelectuales de la revolución están en la filosofía burguesa del siglo XVII. Así, Descartes enseñó la posiblidad de dominar a la naturaleza por medio de la ciencia (a la naturaleza humana y sus vicios también). "Filosofar -dijo Mme. de Lambert a principios del siglo XVIII- es devolver a la razón toda su dignidad (lo que ella llama razón es lo que Descartes llama ciencia). "El verdadero filósofo -escribe Voltaire- en 1765- labra los campos incultos, aumenta el número de carretas y, por consiguiente de habitantes, da trabajo al pobre y le enriquece, fomenta los matrimonios, da al huérfano instituciones, no murmura contra los impuestos necesarios y pone al campesino en situación de pagarlos con alegría. No espera nada de los hombres y les hace todo el bien de que es capaz". No esperar nada de los hombres (de la sociedad) ya es tener una idea negativa de los vicios que la misma ha ido generando a lo largo de los siglos; pero al mismo tiempo Voltaire concede a la razón, a la filosofía, la capacidad para que las cosas cambien a mejor. 

La revolución francesa viene preparada, pues, por un nutrido grupo de ideas racionalistas e ilustradas y por quienes las defendían: filósofos, aristócratas y burgueses. Estos creían que era necesario que el Estado se acomodase a ciertas exigencias de la burguesía: el diezmo y la servidumbre debían desaparecer; igual los derechos feudales y la mala distribución de los impuestos, pues perjudicaban a la agricultura. Debían desaparecer el mayorazgo y las "manos muertas". Era necesaria la libertad de trabajo y la libertad de empresa. Las costumbres jurídicas múltiples, las aduanas interiores, la diversidad de pesos y medidas perjudicaban al comercio e impedían un mercado nacional.

La economía y la sociedad francesas -como en el resto de Europa- eran esencialmente rurales. La población urbana en Francia era, en el siglo XVIII por término medio, el 16%, mientras que en 1846 la población rural era el 75%. Considerar esto es importante porque explica un aspecto de la revolución en Francia: el activismo campesino, que solo coincidía con los intereses de la burguesía en abolir el feudalismo. El campesinado iletrado en su mayor parte no sabía lo que era el Estado, la división de poderes, los derechos civiles, pero sí sabía que los abusos de los señores sobre personas y rentas le perjudicaba. No aspiraba el campesinado a un cambio de régimen, pero sí a librarse del yugo feudal. La burguesía, por el contrario, quería un cambio radical, al menos cierta burguesía ilustrada que ya era la dueña del dinero, tanto en Francia como en otras regiones de Europa.

El "gran miedo" se debió, sobre todo, a la actividad de los campesinos y ello sirvió para que muchos se hicieran propietarios de tierras, cuando en el siglo XVIII -seguimos hablando de Francia- solo el 35% de la tierra estaba en sus manos. Durante este siglo la proletarización del campesinado había ido en aumento, pues aunque los salarios nominales habían ido subiendo lo habían hecho más los precios. En algunas regiones (la cuenca parisina) grandes arrendadores acaparaban las tierras en detrimento del campesinado (eran la burguesía rural). Contra estos grandes arrendadores se desató el odio del campesino proletarizado, pero había también campesinos acomodados e incluso ricos. Entre los campesinos ricos y los pobres hubo contradicciones, pues los primeros eran contrarios a los derechos comunales que limitaban la libertad de explotación y el derecho de propiedad privada.

Las cargas soportadas por los campesinos explican el por que estos se lanzaron a la revolución, aunque como sabemos hubo campesinos refractarios a la misma. Los impuestos reales consistian en pagar por las tierras, y a ello hay que añadir el impuesto "per capita" y la vigésima (sobre las rentas de los bienes muebles); tan solo el campesino estaba olbigado a las prestaciones personales para la conservación de caminos, los transportes militares y la milicia, y estos impuestos fueron incrementándose a lo largo del siglo XVIII en función de las necesidades de un Estado que no estaba acomodado a los nuevos tiempos. El diezmo se debía al clero y los impuestos señoriales (los más duros e impopulares) eran derechos sobre la administración de justicia, sobre la caza, la pesca, los palomares, los peajes, los derechos sobre mercados... Los señores tenían también derechos reales sobre la tierera: el dominio eminente en los casos de enfiteusis, censos y "gavillas" de mieses de las cosechas, derechos de laudemio o de venta en casos de venta o de herencia. A esto hay que añadir las vejaciones y los abusos.


Durante el siglo XVIII, no solo en Francia, hubo una reacción señorial y hay una relación entre la subida de precios y dicha reacción señorial, ya que se revalorizaban los derechos señoriales y el diezmo. Lo que los ambiciosos de la época no se dieron cuenta es de que el estancamiento de la economía campesina estancó también las técnicas agrícolas. Aportaciones como las del agrómono inglés Arthur Young se vieron sin aplicación en el continente.

Otro aspecto importante es el poder económico del clero, basado en el diezmo y la propiedad territorial, aumentando e el siglo XVIII las rentas del clero. El regular tenía más propiedades en las ciudades que en el campo, mientras la relajación moral parece evidente. Parte del clero, influido por la filosofía, abrazaría la revolución, ejemplo señero de lo cual es Henry Reymond, obispo de Grenoble.

En Francia, a finales del siglo XVIII, la burguesía controlaba una producción que superaba a su representación cuantitativa en el conjunto de la sociedad y de dicha burguesía obtenía el Estado capitales en forma de empréstitos y cuadros para la Administración. Por eso no es equivocada la interpretación según la cual la revolución estuvo también dirigida no solo por la burguesía de los negocios, sino por la de toga, la que ocupaba altos puestos administrativos. 

En cuanto a la nobleza se daba una gran diversidad en Europa, y también en Francia. En este país la propiedad territorial nobiliaria era más fuerte en el norte, el 20% en el cojunto de Francia. Había una nobleza palatina, en parte arruinada porque llevaba un nivel de vida que sus rentas no podían soportar. Por eso se producen casamientos con ricos o ricas herederas; hay una acercamiento entre cierta nobleza y cierta burguesía, con agrado por ambas partes. La nobleza provinciana -dice Soboul- es una "plebe nobiliaria"; la nobleza de toga nació en el siglo XVI, es decir, con el Estado moderno, a partir de la burguesía que había comprado cargos. La nobleza feudal, por último, estaba arruinada en parte.

La revolución se dio entonces teniendo en cuenta varias causas, la primera la impotencia financiera de la monarquía. El ministro Calonne, en 1783 acudió al empréstito para solucionar este problema, que la guerra de independencia de las colonias inglesas en América, en la que participó Francia, agravó. Los gastos militares se llevaban, en 1788, un 26% del presupuesto y la deuda absobía el 50%. Ante la imposibilidad de exigir más impuestos a las clases laboriosas, no quedó más remedio que la igualdad general ante el impuesto, tanto entre regiones como entre personas. Esto es lo que intentaron Calonne y luego Brienne, con la revuelta de los privilegiados. El primero intentó liberalizar el comercio de granos, suprimir las aduanas interiores y eliminar ciertas cargas que soportaban los productores; es decir, en orden a los deseos de la burguesía. De todas formas la nobleza seguía exenta de cargas personales (el tributo, el trabajo y el alojamiento de soldados, entre otras). Brienne (1787) opositor del anterior, se vio obligado a intentar su programa, pero de nuevo se opuso la aristocracia por medio del Parlamento de París, exigió la convocatoria de Estados Generales y se dieron los acontecimientos de Grenoble, donde la burguesía empezó a exigir ciertas convocatorias.

Para Jaurés la revolución francesa fue burguesa, pero democrática, al participar las masas populares contra el hambre y los campesinos contra el feudalismo, y la opone a la "conservadora" revolución inglesa de 1688.

Situación aparte era la de los siervos, una minoría pero que vivía en condiciones miserables. Los hijos de los siervos no podían heredar el patrimonio acumulado por sus padres salvo que pagasen al señor importanes derechos, lo que se llamó "mano muerta". Esta fue abolida por el ministro Necker en 1779 en las tierras de realengo.

La ocupación de territorios europeos por la Francia revolucionaria ocasionó el mismo fenómeno que en España: cuenta con simpatizantes de las ideas liberales pero con opositores a la ocupación militar. A estos países se exporta la idea de Saint-Just de que "los pueblos que viven bajo el despotismo carecen de patria"; e igualmente la idea de d'Holbach de que "allí donde los ciudadanos son libres" allí está la patria.

La ocupación de Bélgica, según Louis Bergeron, fue acompañada de la reapertura de las bocas del Escalda al comercio internacional, mientras Dumouriez proponía apoderarse del centro financiero de Amsterdam. En la época de la revolución había países donde una burguesía mercantil estaba en condiciones para protagonizarla: es el caso de Holanda, Bélgica (no independiente todavía) Suiza y la Italia del norte, países que estaban vinculados a Francia por razones económicas.

También en estos países había fuerzas retardatarias de la revolución: en Lieja, durante el siglo XVIII, sesenta canónigos del capítulo de Saint-Lambert ejercían con el obispo -elegido por ellos- una verdadera co-soberanía y dominaban estados en los que participaban algunos miembros de la alta nobleza y unos cuantos burgomaestres. Las ciudades renanas, a finales del siglo XVIII, tenían un escaso dinamismo económico, donde a su vez había tres obispos electores partidarios del antiguo régimen, pero lo importante en esta región alemana es su vida intelectual: las universidades y los períódicos.

Así las cosas hay una doble manera de ver la revolución que ya intuyeron los contemporáneos: revolución de las ideas, de liberación espiritual y política por un lado; revolución social igualitaria y antifeudal por otro, y prueba de ello son los desórdenes ocurridos a partir del verano de 1789 en el Sarre y el Palatinado, donde el feudalismo era más oneroso para los campesinos que en otras partes de Europa. En los cantones rurales suizos había sentimientos democráticos, aunque fueran minoritarios, y como en Francia había clubs urbanos, siendo los contactos con París anteriores a 1789. En Ginebra hubo una revolución municipal frustrada en 1782, lo que hizo que Brissot y Mirabeau fuesen partidarios de la anexión de Suiza con el apoyo de liberales ginebrinos. También las reivindicaciones democráticas triunfaron en Grecia (ocupada por los turcos) en 1792; mientras tanto, en la Toscana de Leopoldo da comienzo la monarquía constitucional y las ideas revolucionarias se extendieron entre la población rural de Cerdeña.

También hay minorías liberales en Amsterdam, Utrecht, Bruselas, Lieja, Ginebra y por supuesto en Francia. Mientras tanto, en Gran Bretaña la revolución política, iniciada a finales del siglo XVII, no siguió el ritmo de la revolución social y económica. Y hay historiadores que señalan (Francois Furte, Reinhart Koselleck) que en la isla hubo una limitación de la rivalidad entre la burguesía y la nobleza como consecuencia de la colaboración durante más de un siglo.

En Irlanda la situación será más favorable a las ideas liberales, sobre todo en el mundo campesino y entre los contrarios a la unión con Inglaterra. La nobleza y el clero católico eran los elementos conservadores, pero la capacidad de subversión estaba relacionada con la "jacquerie". El jacobinismo se desarrolló en los ambientes disidentes del Ulster y en la sociedad secreta de los "United Irishmen", cuyas operaciones se combinaron con las tropas francesas en 1798. Su espíritu republicano y democrático se plasmó en el "Catecismo de los irlandeses": Creo en la unión de los irlandeses, en la mejestad suprema del pueblo, en la igualdad de los hombres, en la legalidad de la insurrección y de la resistencia a la opresión. Creo en una revolución fundada sobre los derechos del hombre; en el derecho natural e imprescindible de todos los ciudadanos irlandeses a la tierra de su país... Creo que nuestra actual unión con Inglaterra debe ser prontamente destruida... Creo que la jerarquía religiosa se halla protegida unicamente por tiranos... En esta fe quiero vivir o morir valientemente.

Cuando la revolución estalló en Francia en 1789 las condiciones estaban dadas ya en varios países europeos, cuando dicha revolución avanzó por el tortuoso camino de la conspiración de Luis XVI y su huida a Varennes, por el terror y la Convención, por los golpes de estado y las guerras europeas, por las coaliciones contra Napoleón, por Leipzig y Waterloo, el liberalismo era una fuerza incontenible, por más que la restauración absolutista se impusiese luego durante buena parte del siglo XIX.

viernes, 28 de octubre de 2011

Clero gallego y guerra (II)


La guerra de 1808, que tuvo mucho de guerra religiosa, pues las ideas venidas de Francia planteaban una laicización de la sociedad, hizo que buena parte de la población luchase, además de por librarse de la ocupación extranjera, por las tradiciones religiosas con las que se sentía indentificada. Un sector de la población podía apreciar que la Iglesia estaba en una situación de privilegio, pero como practicaba la caridad y ejercía un gran control ideológico, existía un cierto equilibrio entre quienes la criticaban por lo primero y quienes le eran deudores por lo segundo. Los campesinos que estaban bajo la jurisdicción del clero (un monasterio o un obispo) consideraban normal tal situación, aunque el pago del diezmo -que ya había empezado a ser contestado- les fuese oneroso.

Por ello cuando estalló el conflicto el clero en su conjunto no solo alentó la guerra desde los púlpitos, sino que aportó recursos para la resistencia. No se trataba de conseguir la libertad individual que predicaban los ilustrados de la época, sino la independencia de un ejército ocupante y de sus ideas. En Galicia hubo varias partidas de guerrilleros conducidas por clérigos, como es el caso de Acuña, Rivera, Carrascón, Valladares, Couto, el abad de Trives, el de Valdeorras y los de Cayoso, Cela y San Mamed. 

El cura de Trives reclutó a los paisanos para armarlos y dirigirlos en la Sierra de Queixa y en las aldeas próximas al río Bibei. El cura de San Mamed reclutó la partida entre vecinos de la Sierra de San Mamede, en Montederramo, Baños de Molgas y Villar de Barrio. El abad de Valladares, en las inmediaciones de Vigo, se destacó como combatiente, siendo quizá el que más eco ha tenido: Juan Rosendo Arias Enríquez.

El cura guerrillero, pues, ha sido una constante por lo menos durante el siglo XIX español, y también lo vemos durante la primera guerra carlista hasta el extremo de ser desaprobado por las autoridades, tanto civiles como eclesiásticas, ya que algunos llegaron a hacer alarde de sus cualidades militares antes que de las pastorales.

Fuera de Galicia también encontramos ejemplos, siendo el más conocido el del cura Merino,  Jerónimo Merino Cob, en las burgalesas Tordómar y Lerma. Incluso llegó a haber un Reglamento de las partidas de cruzada y las autoridades militares francesas hicieron varias veces serias advertencias al clero.


El Culo del Mundo

Puede parecer un título para hablar de un lugar lejano, pero en todo caso no lo sería para los que viviesen en sus proximidades, y no está tan alejado para castellano-leoneses, gallegos y asturianos, por ejemplo. Es un paraje situado en el municipio zamorano de Madridanos, al Este de la capital provincial, donde en época romana al menos se explotaron unas canteras de piedra. Según José Luis Vicente en sus inmediaciones se encuentra la "civitas" Ocelo Duri citada en algunas fuentes antiguas. El paraje está rodeado por otros motivos de interés ecológico. La cartografía y la fotografía que se acompaña la debemos al investigador citado.