martes, 30 de junio de 2020

Adopcionismo: de Hispania a Europa

Catedral románica de Urgel (posterior al adopcionismo)

La situación de la Iglesia en España durante las últimas décadas del siglo VIII presenta unas características que explican la cuestión adopcionista: Jesús tenía naturaleza humana, pero fue elevado a la divina al ser “adoptado” por Dios. La estructura eclesiástica era la heredada de época visigoda, siendo los obispos elegidos canónicamente, se reunían en concilios y la sede metropolitana de Toledo, en poder de los musulmanes de al-Andalus, defendía celosamente su superioridad jerárquica. Este proceso por el que Toledo se había encumbrado fue tan notable –dice José Orlandis[i]- que, a partir del XII concilio de Toledo (681), en tiempo de Ervigio, la institución del Primado había quedado completamente configurada, con tal cúmulo de derechos y facultades que esa potestad ha sido comparada con la que tenía en el Imperio oriental el patriarca de Constantinopla. J. Mac William considera que la larga cohabitación de cristianos con judíos y musulmanes habría inducido a los primeros a intentar salvaguardar sus creencias cristianas conciliando en una doctrina sincretista de diversas creencias religiosas, buscando un acercamiento al monoteísmo coránico y a prácticas culturales mosaicas.

El obispo Julián jugó un importante papel en la promoción de la primacía toledana sobre la Iglesia española, y un siglo más tarde el obispo Elipando (783-808), al frente también de la sede toledana, sufrió que porciones territoriales importantes de la antigua Iglesia visigoda iban quedando al margen de su autoridad: la Septimania o Galia narbonense, incorporada ésta a la Iglesia franca desde los comienzos del reinado de Carlomagno. Ocurrió esto con varias diócesis de la Tarraconense, como Gerona y Urgel, también bajo hegemonía carolingia. En el noroeste de la Península, la autoridad religiosa toledana se debilitó también (Asturias y Galicia). Por otro lado, cuando surgió el problema adopcionista, la Iglesia, en la España musulmana, había sufrido la defección de una parte considerable de sus fieles. La prolongada cohabitación de los mozárabes con musulmanes y judíos, con las consiguientes disputas religiosas entre clérigos, alfaquíes y rabinos, favorecía un cierto irenismo que llevó al sincretismo doctrinal.

Hoy se admite que el preámbulo de la crisis fue un intento de la captación de la Iglesia hispana por parte de la Iglesia franca. Se había producido el envío, hacia el año 782, de un clérigo visigodo, Egila, consagrado obispo en las Galias, el cual tendría la misión de predicar el cristianismo en territorio hispanomusulmán, enmendando ciertas doctrinas, o así se creyó entre los mozárabes. La desviación más llamativa era la doctrina trinitaria profesada en la Bética por Migecio, un heresiarca influyente, pero fue la jerarquía eclesiástica mozárabe, con Elipando a la cabeza, la que salió al paso contra Migecio. En el año 784 se reunió en Sevilla un concilio presidido por Elipando que condenó a Migecio y estableció una profesión de fe en la que se declaró que Jesucristo “es a la vez hizo de Dios e hijo del hombre: hijo adoptivo por la humanidad, hijo no adoptivo por la divinidad”. Y esto fue lo que desencadenó la cuestión adopcionista.

La controversia se mantuvo dentro de ciertos límites en un primer momento, pero la primera reacción contra Elipando vino de la Asturias de Mauregato: un monje, Beato de Liébana, y Heterio, el obispo exiliado de Osma, compusieron en el año 785 un “Tratado apologético” contra Elipando, en el que se declaraba herético el adopcionismo, lo que motivó la reacción del primado: “Jamás se oyó decir que los lebaniegos adoctrinasen a los toledanos”. Las diferencias teológicas estaban entreveradas del temor a perder la primacía de Toledo: “Esta sede ha brillado desde los orígenes de la fe por la santidad de sus doctrinas…”. A partir de entonces el conflicto alcanzaría dimensiones europeas.

El obispo Félix de Urgel se encargó de que el adopcionismo se extendiese hacia el norte de los Pirineos, valiéndose del prestigio que tenía, que además había discutido con musulmanes y judíos. Muchos fieles de la Marca Hispánica y de la Septimania le siguieron. La toma por los francos de Gerona en 785 y de la propia Urgel las integraron en el Imperio carolingio, llegando el adopcionismo a ser un problema para la ortodoxia oficial en el Occidente europeo.

Elipando se dirigió a Félix solicitando su ayuda contra el de Liébana y Heterio, lo que se supo en la corte carolingia y en 789, el principal consejero de Carlomagno, Alcuino de York, escribió a Félix tratando de atraérselo y que no hiciese caso a las demandas de Elipando, lo que no resultó, pues el de Urgel escribió varios libros mostrándose adopcionista. Las consecuencias serán muchas.

Félix hizo valer la autoridad del primado toledano, en lo que demostraba su vínculo con la tradición visigoda y no la franca, convirtiéndose en el principal referente del adopcionismo en Europa occidental. Entonces Carlomagno, en el concilio de Ratisbona (792), se erigió en defensor de la ortodoxia católica, coantando con la colaboración del papa Adriano, mientras que Elipando estaba al margen de la autoridad franca. Félix fue llevado a Ratisbona para asistir al concilio, donde abjuró de su doctrina; luego fue enviado a Roma para presentarse ante el papa Adriano, donde confirmó su arrepentimiento, lo que le valió la libertad, pero parece ser que no volvió a Urgel, sino a tierras bajo dominio musulmán, bajo Elipando, con el que volvió a reafirmarse en el adopcionismo.

El obispo de Toledo, por su parte, respondió a las resoluciones del concilio de Ratisbona, aunque no todos los clérigos cristianos de al-Andalus compartieron las ideas del primado. Por otro lado, desde 791 ocupaba el trono de Asturias Alfonso II, cuya aproximación a Carlomagno –dice Orlandis- está bien documentada. Pero hay más que poco tiene que ver con la religión y la teología: el concilio de Nicea (787), que condenó la iconoclastia, abrió las puertas a un posible acercamiento entre Roma y Bizancio, lo que no sería bien visto por Carlomagno: su imperio era el que él consideraba interlocutor con Roma.

En 798 se intentó el último e infructuoso intento de lograr un arreglo pacífico con los adopcionistas. Alcuino de York, de nuevo, escribió a Félix en términos amistosos y conciliadores, pero el de Urgel no aceptó, moviendo esto a Alcuino a dirigirse a Elipando, que respondió de forma agresiva y no podemos saber si el de Toledo vería con muy malos ojos la interferencia de los francos en los asuntos de la Iglesia hispana (de ser así, otro factor que no tiene que ver ni con la religión ni con la teología).

Tal fue la importancia de esta discordia entre adopcionistas y ortodoxos, que a largo plazo la consecuencia más negativa –según Abadal[ii]- fue la difusión por el Occidente cristiano de un sentimiento de desconfianza hacia la religiosidad hispánica, y de un modo particular ante su liturgia visigótico-mozárabe. “Toda España está infectada por el error adopcionista”, escribió Alcuino de York… y no fue el único caso.



[i] “La circunstancia histórica del adopcionismo español”.
[ii] “La batalla del Adopcionismo”.

De los diezmos al diezmo

Monasterio de Obarra (Huesca)

La frase es de García de Cortázar, que en una obra colectiva[i] nos habla sobre los orígenes del diezmo, remontándose a momentos en los que éste no estaba institucionalizado, sino que era impuesto (o aceptado) de forma particular en algunos lugares del Aragón pirenaico, la Marca Hispánica, Navarra y otros. Cuando estos diezmos, que se repartían señores, reyes, condes, monasterios y obispos, pasen a ser algo tan general que ya dejan de discutirse (lo que demuestra que tanto al principio como al final, en el siglo XIX, el diezmo fue objeto de oposición por parte de los que lo sufrían) se puede hablar de su institucionalización[ii].

La legitimación de aquellos diezmos –dice nuestro autor- fue antes hecha por los reyes que por la Iglesia, por lo que aún tiene menos sentido defender, como hizo ésta, que los diezmos tenían un origen divino. Cuando se llega a mediados del siglo XIII “la inacabable casuística de apropiaciones, cesiones y enajenaciones de diezmos” es bien conocida por los historiadores. García de Cortázar, en su estudio, consulta los fondos documentales de los monasterios de Obarra, San Victorián de Sobrarbe, San Juan de la Peña, Leire, Irache, Santa María de Nájera, San Millán de la Cogolla, San Salvador de Oña, Cardeña, Sahagún, Samos y Celanova, además de en las catedrales de Pamplona, Calahorra, Burgos, Palencia, León, Astorga, Santiago de Compostela, Ourense, Segovia, Ávila y Salamanca.

En los cánones de los concilios toledanos –dice- no aparece ni una sola vez la palabra “diezmo”, aunque sí “un reparto ex rebus ecclesiasticis" (los asuntos eclesiásticos) en tres partes iguales: una para el obispo, otra para los clérigos y la tercera para la restauración o iluminación del templo. Esta disposición se ve también en el I Concilio de Braga del año 561 y luego reiteradamente. En el reino hispanogodo los cánones conciliares dan la impresión de que los bienes que llegaban a las iglesias eran por vía de donación voluntaria, pero en el reino de los francos el sínodo de Tours (567) “recomendaba” que los fieles satisficieran  el diezmo y, pocos años después (585) el de Mâcon (*) establecía el pago decimal obligatoriamente. En ambos casos la coincidencia de fechas con hambrunas importantes, ha hecho pensar que el diezmo se cobraba como acto de caridad compensatorio hacia los pobres. El grado de cumplimiento de esta obligación, sin embargo, se ignora.

En otra coyuntura crítica, durante el reinado de Carlomagno, dos siglos más tarde, se obligó a diezmar (Herstal[iii], 779) y así se ve en los cánones del sínodo de Fránfort de 794, llegando noticia de ellos a la Asturias de Alfonso II, y con mayor razón a los condados de la Marca Hispánica. Aquí se produjo la aparición del vocablo “diezmo” en el año 839 en el obispado de Urgel con ocasión de la consagración de la catedral (lo material y lo sacro al mismo tiempo), y de forma progresiva se fue registrando en los obispados de Girona, Vic y Barcelona, empezando a generalizarse el vocablo en la documentación del siglo X.

Hasta cien años después, la presencia del diezmo en textos de la Marca Hispánica, a menudo en concesiones de inmunidad de los monarcas carolingios, parecía asociar a señores, comunidades campesinas, monjes y clérigos locales en una institución de beneficiarios de los que monasterios y obispos resultaban los más frecuentes destinatarios de las donaciones decimales. Algunas de ellas constituían una compensación a la Iglesia por la expropiación regia de parte de sus bienes patrimoniales en beneficio de la aristocracia laica.

La pretensión de algunos clérigos de vincular los diezmos a sus iglesias resultó inútil, ya que la mayor parte de los templos debía su construcción y mantenimiento a comunidades campesinas o familias señoriales. Unas y otras, tras recoger los diezmos en sus dominios, aplicaron parte o su totalidad al templo erigido o poseído por ellas. Cuando en 1023 el abad Oliba consagró la iglesia de San Martín de Ogassa[iii], rehecha por Joan Oriol y su mujer Adelaida, confirmó a aquella “todas las décimas y primicias y oblaciones”, sin aclarar la identidad del beneficiario de dichos ingresos. En 1016 el obispo Armengol de Urgel cedió al conde Bardina la iglesia de San Jaime de Frontinyá[iv] con sus diezmos y primicias; y en 1046 el inventario de bienes de Arnau Mir de Tost registra que este noble poseía en feudo de manos del obispo nada menos que veinte parroquias.

Los ejemplos de infeudaciones por parte de los obispos, de iglesias o diezmos anejos a ellas a los laicos en los condados se multiplicaron en la documentación del siglo XI y afectaron tanto a las tierras al norte como al sur del río Llobregat. Si en los condados de Pallars y Ribagorza sus condes eran los cedentes de diezmos a sus fieles y a los monasterios, al sur del Llobregat, los condes de Barcelona trataron de estructurar el territorio a partir de los castillos y sus distritos entregados como feudos a sus vasallos, quienes habitualmente percibían la décima parte de las rentas generadas en los mismos. Cuando se producen los concilios de Girona en 1068 y 1078, los laicos siguieron conservando los diezmos, que, al fin y al cabo, eran, en buena medida, los instrumentos que aseguraban la fidelización y la articulación feudal de la sociedad. En lo que luego se llamará Cataluña, el diezmo aparece implantado ya a comienzos del siglo IX, muy pronto en comparación con otros territorios hispánicos.



[i] “Fisco, legitimidad y conflicto en los reinos…”.
[ii] El título de la aportación de Cortázar es “De los diezmos señoriales al diezmo eclesiástico y las tercias reales en Castilla en los siglos X a XIII”.
[iii] Noroeste de la actual provincia de Girona.
[iv] En el límite norte de la provincia de Barcelona (Bergadá) con la de Girona.
(*) Al este de Francia.

lunes, 29 de junio de 2020

Demagogia y atraso en el campo castellano

rutacultural.com/tierra-campos/

Entre 1914 y 1920 el precio medio anual de la fanega de trigo en Valladolid creció sin pausa: de algo más de doce pesetas pasó en el último año citado a 27. Pero desde éste hasta 1923 se produjo un descenso del precio hasta quedar reducido a 18 pesetas. El caso de Valladolid quizá no sea suficiente para explicar todo el problema de la agricultura norcastellana española, pero sí es un buen ejemplo a tener en cuenta si consideramos que el precio subió en la medida en que Europa estaba en guerra y la demanda de cereal era alta, mientras que esto ya no ocurrió al acabar el conflicto armado.

Se ha dicho que durante muchas décadas ha habido una permanente lucha entre los intereses de la burguesía industrial (catalana y vasca fundamentalmente) y los de los propietarios agrarios (grandes, pequeños y medianos) fundamentalmente castellanos. Estos se oponían a la importación de cereales, mientras que aquellos exigían la rebaja del arancel triguero para que las subsistencias no aumentasen su precio,  una de las causas del aumento del valor de la fuerza de trabajo. Los sucesivos gobiernos españoles, en las fechas citadas, temieron una crisis de subsistencias, decretando la prohibición de exportar productos de primera necesidad (agosto de 1914): carbones y minerales, oro y plata amonedados, ganados, trigo, maíz y otros[i]. Al mismo tiempo, el Ministerio de Hacienda dispuso la exención temporal de derechos de aduana sobre trigos y harinas de trigo, reduciendo la tasa a pagar por la importación, mensualmente, una peseta por cada peseta que aumentase el precio del trigo producido en España.

Las poderosas uniones patronales impusieron su ley, de forma que cuando Santiago Alba, ministro de Hacienda, presentó un proyecto en 1916 estableciendo una contribución directa sobre los beneficios extraordinarios de guerra, como se había hecho en Rusia, Italia, Gran Bretaña y otros países, la patronal vasca y catalana orquestaron una campaña de tal magnitud que a principios de 1917 lograron fuese retirado tal proyecto. Por su parte la patronal agraria castellana supo instrumentalizar al campesinado (muchos pequeños agricultores trabajaban sus propias tierras), proponiendo en sucesivas asambleas reducir la superficie cultivada. En 1918 la Liga Agraria planteó la idea de reducir la siembra en un 75 por ciento.

Pero el alza de los productos alimenticios, como hemos visto para el caso del trigo al principio de éste resumen, no cesó y, tras la crisis de 1917, que llevó a una huelga general, se impuso un intervencionismo estatal más activo. En el verano del año citado se crearon los sindicatos harineros, encargados de comprar todo el trigo necesario para las fábricas de su provincia.

Como en Castilla la Vieja el predominio era de pequeños y medianos agricultores, y no de jornaleros como en el sur, los dueños de las explotaciones agrarias (grandes, medianos y pequeños) exigían el ultraproteccionismo para sus productos, cayendo en la contradicción de que ese mismo proteccionismo lo negaban a los grandes industriales. Lo cierto es que la agricultura española, en la época que aquí se habla, estaba atrasada, el tipo de cultivo la condicionaba así como su baja capitalización, tecnificación y modernización. Esta burguesía agraria (si es que vale la expresión, porque muchos propietarios vivían en la ciudad) tenían sus voceros, uno de ellos el periódico vallisoletano “El Norte de Castilla”. A tal situación se llegó que en 1920 el Gobierno estableció un nuevo régimen de compra disponiendo la posibilidad de incautarse de las cosechas a quienes no cedieran el trigo al precio de 56 pesetas el quintal.

El periódico citado criticó la “protección arancelaria enorme” que favorecía a la industria catalana, y se expresaba en términos de “agresión inaudita” para los intereses agrarios, y durante 1921 se intensificó la oposición de estos a los gobiernos, que por si no tuviesen pocos problemas empezaron a ser de concentración, es decir, sin programas definidos. Una asamblea de agricultores celebrada en Roa (Burgos) en el año citado, pidió el cese del Gobierno y la libre exportación de trigo (si ello se permitiese sería muy probable el desabastecimiento del país, con la consiguiente subida del precio). En Palencia, el mismo año, otra asamblea contó con la presencia de la Federación de Sindicatos Católicos, factor ideológico que mantenía buen control sobre el mundo agrario a favor de los más conservadores. En otra asamblea celebrada en Burgos siguieron las peticiones del mismo signo y los agricultores de Peñafiel acordaron declarar una huelga de contribuyentes si no se cumplían sus demandas.

En 1922 se aprobó un nuevo arancel, coincidiendo con la caída de las cotizaciones del trigo, lo que levantó una oleada de indignación agraria en Castilla la Vieja. “El Norte de Castilla” habla de “los plutócratas catalanes y algunos más diseminados por España. Cambó ha realizado ya su obra… A Cambó ¿qué le importa España?", en lo que se nota la oposición a la cultura industrial pero también a los sentimientos particularistas de un sector de la población de Cataluña.

Una asamblea de Cámaras Agrícolas llega a hablar en Valladolid de “la injusticia e ilegalidad del arancel de aduanas” (es evidente que no podía ser ilegal algo que no fue declarado como tal por tribunal de justicia alguno). La Asociación de Agricultores de España proclamó en esas fechas que “al obrero del campo español le tiene condenado nuestra industria textil a ser un harapiento”. Bien sabemos que no era esa la causa de la pobreza de los pequeños propietarios, arrendatarios, aparceros y braceros.

Una conferencia en Burgos de las Diputaciones castellanas pidió “resoluciones radicalísimas”, además de la colaboración a todos los labradores, Ayuntamientos y elementos sociales. Se pedía la fijación de 15 pesetas oro para el quintal métrico de trigo importado como tarifa mínima, además de la reducción en todo lo posible de los derechos de importación para abonos, maquinaria, etc. (proteccionismo para una cosa, librecambismo para la otra). La presión alcanzó cotas tan altas[ii] que el Gobierno decretó la prohibición de entrada en la Península e Islas Baleares de trigos y harinas extranjeros mientras no se diesen determinadas circunstancias.



[i] Carlos Hermida Revillas, “Coyuntura económica y movilización campesina…”.
[ii] Según Hermida Revillas, en cuyo trabajo citado arriba se basa el presente resumen.

domingo, 28 de junio de 2020

Salazones en la Galicia romana

http://www.culturaclasica.com/?q=node/6099

De las diversas industrias que conocemos de época romana, la de salazón de pescado tuvo una gran importancia dependiendo de las zonas costeras. Para el caso de Galicia los arqueólogos han descubierto instalaciones de salazón en Vigo, en el lugar de Nerga (Hío) Bueu, O Grove, Vilagarcía de Arousa (todas ellas en la provincia de Pontevedra), Cariño, Espasante, Bares  (en la provincia de A Coruña) y Area, en la costa de Lugo, municipio de Viveiro.

En ocasiones la existencia de instalaciones salazoneras están asociadas a salinas, que sirven a dicha industria, como es el caso de una zona urbana de Vigo, en la pendiente hacia la costa, cuya cronología más amplia se ha establecido entre los siglos I y III de nuestra era. En otras ocasiones se trata de factorías tardorromanas (siglos III-V).

En el lugar de O Fiunchal, en la playa de Carril (Alcabre, Vigo) se han podido reconocer tres tanques de salazón, uno de los cuales mide 1,60 por 2,70 metros que solamente se levanta 6 cm. Todo él está revestido de opus signinum[i], habiéndose comprobado la existencia de otras estancias complementarias para los trabajadores, además de tégulas e ímbrices (tejas planas y curvas)[ii].

En Punta Borralleiro (Alcabre, Vigo), no lejos del anterior yacimiento, se empleó la roca para dar basamento a la instalación, encontrando los arqueólogos diversos muros y también opus signinum. Otro ejemplo es el que se ha investigado en la calle Pontevedra de Vigo (y otras anexas) donde se han podido constatar diversos niveles de ocupación, desde el siglo II a. C. hasta el VII d. C., aunque no sabemos si la explotación sería continuada. Se sabe que el lugar de unas salinas anexas fue empleado para una necrópolis de entre los siglos III-VI. Estas salinas ocuparían una extensión de 400 m2, donde hubo estanques de decantación, de planta rectangular delimitados por lajas de piedra. Se ha descubierto, también, un horno que se data en los siglos I-II.

En A Igrexiña, lugar en el extremo suroeste de la península del Morrazo (Pontevedra), se descubrió un castro en una colina, así como un pavimento de salinas, que se supone abastecieron a los trabajos salazoneros de los habitantes del castro. Un tanque estudiado por A. Acuña Piñeiro tiene planta cuadrangular (2,90 por 2,40 metros) y una altura máxima de 1,15 metros (8 m3 de capacidad). Las esquinas son cóncavas y el revestimiento es de opus caementicum[iii]. Los tanques son de gran tamaño y la factoría habría sido abandonada en el siglo IV. En total se trata de cuatro tanques para salar el pescado, un anexo y un muro, habiéndose encontrado características similares en el estuario del Tajo y en el Algarve portugués. Los trabajos arqueológicos han dado abundantes tégulas y fragmentos de ánforas.

En el municipio de Bueu (Pontevedra), en el barrio de Pescadoira, hubo una instalación salazonera durante los siglos I y II. R. A. Viñas Cué ha descubierto tanquetas, construcciones anexas y canales, así como un taller alfarero: un horno cerámico para fabricar ánforas. En Adro Vello (O Grove, Pontevedra) se descubrió una cubeta para la salazón de pescado; las paredes son de mampostería de unos 30 cm. de espesor y revestido en su interior con cal y pequeños trozos de piedra, tejas y ladrillos. Las esquinas son también cóncavas, y el piso de la habitación donde se encuentra esta cubeta es de opus signinum.

Los habitantes de los castros ya explotaron los recursos pesqueros de la costa[iv], de forma que pesca y marisqueo formaron parte de sus actividades económicas. Los “concheiros” que han aparecido dan prueba de ello, así como los anzuelos y pesas que se han encontrado. Además, otros estudios han confirmado la presencia de especies diversas de media y gran talla, presentes también en las costas gallegas actuales.

Cuando los soldados, comerciantes y demás personal de cultura romana, llegan a Galicia, encuentran a estos castreños e intensifican la producción, comercialización y consumo de conservas de pescado, que es característica del mundo clásico en todo el Mediterráneo. Entre los romanos, la salazón del pescado llegó a constituir una industria muy desarrollada, consistiendo los trabajos en destripar a los peces y cortarlos en grandes trozos triangulares o cúbicos, en los que a su vez se hacían cortes para facilitar la penetración de la sal. Se colocaba en grandes cubas donde era mezclado con una cantidad correspondiente de sal. Tras una maceración de veinte días, se retiraba el pescado así tratado y se depositaba en ánforas con tapones de barro, que se almacenaban para su exportación (se entiende que los excedentes).

La importancia de la industria salazonera en el noroeste del África romana, en Andalucía y Portugal, se completó, si acaso con menor intensidad al ser una región periférica, con las salazones de la antigua Galicia.




[i] Con piezas cerámicas partidas en pequeños trozos y unidos con cal.
[ii] “La explotación del mar en la Galicia romana: el ejemplo de las instalaciones de salazón”, Ana María Suárez Piñeiro.
[iii] Se utilizan diversos materiales, piedras, escombros, etc. unidos mediante cal, tierra mojada…
[iv] Ana María Suárez Piñeiro. En el trabajo citado antes se basa el presente resumen.

sábado, 27 de junio de 2020

Ferrerías en el noroeste

Seoane-do-Courel-Ferreiros

Fundición, hornos primitivos y ferrerías hidráulicas son parte de la historia del noroeste peninsular. Aprovechando el agua de un río, normalmente de pendiente acusada y caudal regular, se han estudiado para el caso de el Bierzo sobre el río Selmo y sus afluentes, el Lor en la actual provincia de Lugo y el río Porcia, conocido como “río de las ferrerías” en el occidente asturiano, pero estos solo son algunos ejemplos[i].

Las ruedas hidráulicas, que fueron conocidas ya en la antigüedad, se utilizaron para mover las piedras de molino y los romanos las utilizaron luego para molinos harineros, pero sería en la Edad Media cuando su uso se generalizó tanto en molinos harineros como de papel, batanes y, al menos desde el siglo XI, en las ferrerías, primero para mover los mazos y posteriormente los fuelles. Quizá por esta razón –dice Balboa de Paz- González Tascón[ii] denomina a esa época como la “edad del maquinismo hidráulico”, pues se supo sacar un gran rendimiento al agua. Existen topónimos en el noroeste que son referencias de este uso del agua (Molinaferrera, Ferramulín)[iii] ya en el siglo XIII.

El horno es la parte de la ferrería en la que el mineral de hierro es reducido por medio del carbón vegetal; por tanto se trata del centro de la ferrería y su parte más importante, pues en ella se hace el trabajo principal. Los hornos del noroeste solían tener forma de un tronco de pirámide invertido, con tres paredes verticales y una inclinada, y solía estar algo enterrado en el suelo de la ferrería. Su altura no solía sobrepasar el medio metro, con una anchura cuyo diámetro podría alcanzar los 85 cm., pero más estrecho en el fondo, en torno a la mitad.

Así salía la masa de hierro, que volvía a meterse en el horno sucesivamente para ablandarlo; luego se sometía dicha masa al batido y tirage (estiramiento) en el mazo. Se transformaba la masa de hierro en barras, planchas y otras formas. Las herramientas que se usaban en las ferrerías eran varias, pero tenían la máxima importancia las tenazas de diversos tipos y para diversas funciones (caldear, por ejemplo). Era necesario tener una carbonera, normalmente a continuación de la forja, dividida en dos partes: la mayor la ocupaba la carbonera propiamente dicha donde se partía el carbón en pequeños trozos, que eran los que se introducían en el horno; al lado estaba la adega o bodega donde se guardaba el hierro dispuesto para la venta. En ocasiones había un pequeño cuarto donde dormían o descansaban los trabajadores, lo que se ha comprobado en Pombriego, León.

El hierro que salía del horno de la ferrería debía ser forjado, proceso de conformación de los metales por el que, aprovechando su ductilidad y maleabilidad y sometiéndolos a esfuerzos violentos de compresión a determinada temperatura, se modifica su estructura, se estiran, se hacen resistentes y se mejoran sus cualidades. En las fraguas, también llamadas forjas o herrerías, se realizaba la última operación sobre el hierro, el trabajo sobre piezas pequeñas para elaborar utensilios domésticos (calderos, sartenes, ollas, tijeras, llaves), aperos de labranza (rejas para arados, azadas, azadones, palas), herramientas como cuchillos, navajas, hachas, hoces, guadañas, clavos, etc. También era el lugar al que los campesinos llevaban a arreglar sus aperos cuando estos se desgastaban: afilar utensilios de corte, etc.

En cuanto a la geografía, el agua y el bosque condicionaron en gran manera la localización de las ferrerías, ya que necesitaban un río o arroyo. La existencia de numerosos cursos fluviales jerarquizados en torno a otros ríos mayores, fue un factor de primer orden en la construcción de ferrerías y mazos, los cuales no se localizan en cursos de mayor caudal, como los ríos Miño y Sil, sino en sus afluentes, de los que, por medio de un canal, se extraía el agua que era conducida para accionar las ruedas.

Las ferrerías y mazos del noroeste de España se localizan en las provincias de León, Lugo, Ourense y Asturias, pero las encontramos en espacios más restringidos, pues para el caso de León estamos hablando de el Bierzo, y otro tanto podríamos decir de Ourense, donde están en la comarca de Valdeorras y, en menor medida, en la del Bollo. En Asturias esta actividad tuvo una mayor extensión a lo largo de la historia, pero agotados los bosques de la zona costera oriental antes del siglo XIX, la mayoría de las ferrerías se situaron en el occidente (Oscos, Castropol, Valdés) y en el curso del río Eo; también en las zonas del interior oriental (Penamellera, Ponga, Onís, Amieva). Solo Lugo cuenta con ferrerías en muchas comarcas, aunque la mayor parte se encuentran en O Caurel y en los valles del río Lóuzara (*) y de Quiroga, pero también en afluentes de los ríos Miño, Eo, Navia y en la costa (Valle del Oro o Valadouro), en los ríos Asma, Landro, Ourol y otros pequeños cursos de agua.

En Asturias destacan, por su número, las 15 ferrerías de Castropol, seguidas de las 9 de Valdés y las 6 de Tineo. En León las 25 del municipio de Ponferrada; en Lugo las 20 de Monforte y en Ourense las 7 del Barco de Valdeorras. El estudio que hace el autor al que sigo, en su tesis doctoral, da un total de 131 ferrerías.

En las ferrerías se consumía, como fuente de energía, leña que proporcionaba el bosque eurosiberiano del noroeste, pero las masas forestales fueron modificándose con el paso del tiempo, por lo que los tipos de madera también son distintos en la Edad Moderna y en el siglo XIX. La madera proporcionó carbón vegetal, pero como se deduce de lo dicho hasta aquí, también se usó carbón mineral.



[i] José A. Balboa de Paz, “La siderurgia tradicional en el noroeste de España (siglos XVI-XIX)”. Este es el título de una tesis doctoral en la que se basa el presente resumen.
[ii] Ignacio González Tascón ha estudiado el patrimonio hidráulico de Andalucía, y fábricas hidráulicas entre otros asuntos de su obra.
[iii] En el suroeste de la provincia de León y en la sierra de O Courel (Lugo) en el límite con la provincia de León, respectivamente.
* En la provincia de Lugo, afluente del Lor y este, a su vez, del Sil.

viernes, 26 de junio de 2020

Aceite andalusí



La importancia del aceite en la península Ibérica, desde la protohistoria, está suficientemente documentada. Para época andalusí tenemos no pocas fuentes que debemos a tratadistas sobre esta materia: entre los siglos XI y XIV se redactaron libros que nos hablan de técnicas de siembra y riego, elaboración de alimentos y medicinas a partir de frutos, hojas, cortezas y raíces. Un ejemplo es el “Tratado agrícola andalusí”, anónimo, de finales del siglo X. Otros son “Maymu’ fil-filaha” (XI), atribuido al médico toledano Ibn Wafid, “Kitab al-Muqni”, escrito en Sevilla en el mismo siglo por Ibn Hayyay, “Kitab al-Qasd wa-l-bayan”, de Ibn Bassal (segunda mitad del siglo XI)[i], y hay otras fuentes de siglos posteriores.

Los tratados de Isba también son una fuente para el estudio del aceite andalusí, sobre todo su comercialización: el mercado medieval andalusí generó una serie de obras de referencia para todos los que desempeñasen el cargo de almotacén o zabazoque, encargado de velar por el buen comportamiento en el zoco, el control de pesos y medidas y la vigilancia sobre fraudes y engaños. Hay dos etapas en estos tratados: en una primera fase se elaboraban para una sociedad que estaba todavía en proceso de islamización; en una segunda la hisba se convierte en una disciplina jurídica en el marco del islam, siendo almotacenes los alfaquíes, exigiéndoseles una cierta especialización y conocimientos jurídicos para una sociedad mayoritariamente musulmana.

La estructura de la propiedad también influyó, así como la distribución del agua, los utillajes y los métodos agrícolas. Los tratados de agronomía hablan de los métodos de plantar los olivos (estacas, huesos de aceituna, esquejes y acodos[ii], plantones el más utilizado, como se hacía en la España romana). Los plantones se sembraban en viveros, se escardaban y regaban por espacio de cuatro años, luego pasaban al terreno definitivo haciéndose el trasplante en primavera u otoño. Los agrónomos medievales coinciden en decir que los lugares donde se debían cultivar los olivos eran las montañas y colinas no excesivamente frías y que los terrenos no fuesen arcillosos, por la excesiva humedad que producían dichos suelos. También aportan muchos datos sobre el cultivo del olivo, las variedades del mismo y los tipos de aceite.

La riqueza olivarera de Andalucía ha quedado patente en Jódar, Arcos de la Frontera, Pechina (Almería), Jaén, Martos, Porcuna, el Aljarafe sevillano, del que Ibn Galib, en el siglo XII, dice que es el territorio más rico de al-Andalus, incluyendo en ello a los olivos, al tiempo que resalta la calidad del aceite en Baeza y Úbeda. Otros lugares productores fueron Vélez[iii], Marbella, Cártama, Comares, Coín, Alhama y Antequera, así como los campos de Jerez y la “cora” de Sidonia[iv]. El aceite se exportaba, particularmente el del Aljarafe, al Magreb, Ifriqiya, Egipto y Yemen.

Se obtenían tres tipos de aceite: el de agua, procedente de una primera presada, con agua caliente y luego decantado, siendo de alta calidad y empleado para uso culinario. Otro aceite se obtenía de la aceituna molturada, dejada macerar y prensada en la almazara. Luego se pasaba a un recipiente de decantación y a las tinajas (era de mediana calidad). El “aceite cocido” procedía de los residuos de la primera presión, tratados con agua hirviendo antes de pasar de nuevo a la prensa (era de baja calidad, usado para candiles y almenaras[v]). Algunos autores mencionan otro tipo de aceite de alta calidad, el “de goteo”, que se obtenía de aceitunas seleccionadas y recién maduradas, ligeramente molturadas el mismo día en que fueron recogidas.

Las informaciones procedentes el Al-Idrisi (s. XII) son importantes porque, siendo un viajero durante buena parte de su vida, fue un gran conocedor de la geografía de al-Andalus. Igualmente geógrafo fue Al-Muqaddasi, dos siglos anterior. Volviendo al siglo XII nos encontramos con Ibn Galib, nacido en Granada, historiador y también geógrafo. Y otro fue Al-Bakri, nacido en Huelva en el siglo XI, que además fue botánico y nos ha dejado información sobre territorios muy distintos (Europa, África del norte y Arabia), siendo un gran conocedor del comercio de su época.

El aceite y las aceitunas eran consumidos por las clases populares y por las pudientes, tanto para condimentar la carne (rehogo) como para fines terapéuticos y cosméticos. De ello hablan los libros de farmacología, medicina y botánica, que insisten en las propiedades del aceite para aliviar las inflamaciones y quemaduras de la piel, para enjuagar la boca y en ginecología. Al-Arbuli, un granadino o almeriense del siglo XV, nos ha dejado una obra titulada “Tratado sobre los alimentos”[vi], donde habla de las propiedades de los mismos: cereales, carnes, pescados, condimentos, salsas, frutos secos, frutas frescas y leguminosas. Entre las carnes valora la del cordero, pero habla también de las palomas, codornices y perdices…

En cuanto a las técnicas, los andalusíes construyeron acequias, para la conducción de agua, y almazaras, obteniéndose buena parte del aceite sin necesidad de complejos molinos giratorios o prensas (almazaras). Los tipos de aceite de los que hemos hablado se obtenían mediante procedimientos artesanales, por unas familias y otras, y sin la participación de personal especializado. Se usaban unos depósitos de madera o piedra (zafaraches) sobre los que se depositaban las aceitunas a punto de madurar, pisándolas hasta que el aceite rezumara. El líquido se trasladaba a unos lebrillos (cuencos) donde se dejaba decantar para eliminar las impurezas. Otro procedimiento era valiéndose de una especie de depósito excavado en la roca donde las aceitunas eran amontonadas y machacadas con una piedra de moler. A continuación se llenaba el depósito de agua y el aceite se iba a la superficie para ser conducido a una pileta situada a un nivel inferior donde se decantaba...

También había en al-Andalus diversos tipos de olivos: verdial de Huévar[vii], la warkat, con aceitunas del tamaño de un huevo de paloma o algo más grandes, y la variedad layyin, cuyo fruto es menudo y delgado.



[i] “El olivo en al-Andalus”, Antonio Torremocha Silva. Este autor se refiere en su estudio solo a la actual Andalucía, pero la España aceitera es más amplia. En este trabajo se basa el presente resumen.
[ii] Incisiones o ligaduras en las ramas, formando hijuelas de la planta matriz. Como el olivo tiene ramas desde la parte baja del tronco, algunas se tuercen hasta enterrarlas y hacer que crezcan como si de una planta independiente se tratase.
[iii] No se nos dice cual de los Vélez…
[iv] Vemos, pues, que excepto la actual provincia de Huelva, todas las demás andaluzas están bien representadas.
[v] Un complemento de los candiles para poder poner varios de estos.
[vi] Una copia se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid.
[vii] Al oeste de la actual provincia de Sevilla.

jueves, 25 de junio de 2020

España en África

Poblado bubi
planetaafrica2015.blogspot.com/2016/11/pueblo-bubi.

En 1777 la monarquía española obtuvo de Portugal las islas de Fernando Poo, Corisco y Annobón “y el territorio continental adyacente”[i]. Por primera vez desde el Tratado de Tordesillas de 1494, se reconocía a España el derecho a la posesión de territorios propios en el África subsahariana. La realidad, sin embargo, fue atrayéndolos a la órbita ultramarina británica, a medida que el comercio esclavista se fue convirtiendo en “trata legal”. Solo la tardía incorporación de España al sistema colonial contemporáneo supuso la paulatina conversión de Guinea en una “colonia de producción” impulsada ideológica y económicamente por los misioneros claretianos. En las colonias españolas, los africanos debían “conseguir” una nueva identidad cultural, como un reto civilizatorio planteado y ofrecido a quienes eran concebidos como carentes de identidad cualquiera[ii].

La realidad, sin embargo, dio la espalda a los presuntos intereses españoles. Teóricamente colonizadas, aquellas islas portuguesas no solo estaban desiertas de europeos y de cualquier infraestructura comercial disponible para el comercio triangular, sino que la primera expedición oficial, organizada en 1778 desde Montevideo, resultó un desastre: hostilidad y resistencia por parte de los indígenas, fiebres palúdicas, escasez de alimentos, motines…

Solo veinticinco de los ciento cincuenta tripulantes iniciales regresaron a Sudamérica, y los territorios guineanos quedaron envueltos en un halo de peligrosidad. La segunda expedición oficial española no llegaría a las islas hasta 1841, pero mientras tanto el contexto internacional había cambiado radicalmente: España veía cómo se iba disolviendo su antiguo sueño imperial, (ya en 1807 Gran Bretaña había abolido aquel tráfico de esclavos para el que aquellas islas remotas parecían destinadas). Los tratados hispano-británicos contra el tráfico ilegal de personas (1817 y 1835) habían establecido el derecho de visita a los buques españoles por la marina británica, y también determinados mecanismos de control entre los cuales la creación de tribunales mixtos en Freetowm[iii] y en Fernando Poo.

Unos territorios adquiridos para el comercio de esclavos iban a empezar su etapa de colonización con el establecimiento de un tribunal para su represión. Es en esta lógica cuando británicos procedentes de Sierra Leona crearon la ciudad de Clarence –la futura Santa Isabel, actual Malabo- en 1827. Aunque dicho tribunal nunca llegó a funcionar, ciudadanos británicos establecieron en Fernando Poo y Corisco sus enclaves comerciales, cambiando la antigua trata ilegal por el comercio llamado legal de aceite de palma y otros productos. Las islas españolas pasaban a ser una pieza más del entramado ultramarino británico, y en ellas se empezaba a desarrollar una comunidad de habla inglesa, religión protestante, vocación comercial y amplias relaciones en aquel tejido colonial, que sería enormemente influyente hasta la descolonización definitiva en 1968 (*).

El éxito británico estimuló las ansias españolas en un contexto ultramarino que a medida que avanzaba el siglo se fundía como el hielo. Un intento británico de compra de los territorios en 1840 por 60.000 libras esterlinas, provocó la respuesta airada de la prensa española y de las Cortes, que proclamaron la “españolidad” de las islas. A partir de este momento, el Gobierno de Madrid organizó algunas expediciones oficiales a Fernando Poo, sin que ninguna empresa española se atreviera a competir con las ya establecidas en las islas. A partir de 1858, año en que empezó la efectiva colonización española, se planteó un tipo de intervención mínima estatal: el Gobierno de Madrid mantendría en Santa Isabel a un oficial de la Marina como gobernador, el cual contaría con una pequeña dotación militar y la ayuda “civilizadora” de una comunidad jesuita, mientras el comercio permanecería en manos británicas.

Este modelo vivió un momento álgido durante la primera República, que minimizó más si cabe la presencia española en Guinea. Reducida a una expresión casi testimonial, no fue hasta los albores de la Conferencia de Berlín, a finales de 1883, cuando el Estado, aunque bajo el mismo esquema, aumentó considerablemente su presencia oficial en la colonia. En esta nueva etapa, que sería la definitiva en el proceso de colonización, los misioneros claretianos serían la punta de lanza de un Gobierno que les financió y les permitió todo: a cambio de su extensión por todos los territorios coloniales, indispensable para el reconocimiento internacional de la colonia, mantendrían un oscuro monopolio –dice Jacint Creus- en el ámbito educativo, que les permitió una situación privilegiada y una actuación directa sobre los indígenas (bubis en Fernando Poo, ndowé y fang en el continente y en el estuario del Muni, ambú en Annobón).

El propio concepto de colonización había cambiado. Si la etapa británica se caracterizó por una trata comercial que no precisaba apenas la ocupación del territorio, sino tan solo la complicidad de sus habitantes, la pretensión española era convertir aquellos territorios en una colonia de producción, siendo el cacao el principal objetivo. Convertir Fernando Poo en una “finca” fue la pretensión proclamada por misioneros y administradores coloniales; un objetivo que requería, a su vez, la conversión de los indígenas en trabajadores útiles al nuevo sistema económico.

La acción educativa fue la pieza maestra de este modelo, y los claretianos, al aplicarla, fueron esclavos de unos sueños, unas ideas y unas contradicciones que viajaron con ellos desde España. Al darles forma en África, quisieron incorporar a los guineanos a esos mismos sueños, ideas y contradicciones, como si aquellas sociedades no fueran más que un vaso vacío que hubiera que llenar con un contenido al gusto. Y así fue como crearon un grave conflicto en el seno de esas sociedades a las que pretendían servir, las africanas, que también tenían sus propios sueños, ideas y contradicciones.

El autor al que sigo recoge el testimonio de un claretiano en Guinea, Ermengol Coll: dos misioneros descuidados se vieron atacados por una lluvia de dardos o lanzas de madera llamados por los bubis mochika. No veían a nadie, pero entendiendo el peligro en que estaban, retrocedieron a toda prisa… Después de la llegada de los claretianos por primera vez en 1883, llegaron otros usando aquellos “transportes cicateros”, heredando una iglesia y una casa abandonada que había sido de los jesuitas. Los claretianos habían visitado la bahía de San Carlos (hoy se encuentra Luba, al suroeste de Malabo), luego Libreville y Corisco, y se pusieron a aplicar la obligatoriedad de la enseñanza en español, contra la escuela anabaptista allí implantada, de expresión inglesa.

Los claretianos establecieron un pequeño internado en Santa Isabel, mientras que esta localidad y San Carlos, en la isla de Fernando Poo, y Corisco frente al estuario del Muni, eran las sedes de los numerosos negocios europeos de la colonia, la mayoría no españoles. Libreville recibió su nombre porque allí desembarcaban a los esclavos liberados de los negreros ilegales, pero había una misión católica más antigua, francesa, que se había fundado en 1844 por el espiritano monseñor Bessieux. Por su parte, el padre Ciriaco Ramírez, claretiano, se dedicó a explorar el campo que se le había confiado, por lo que después de hacerse cargo de los bubis en Banapá y Basilé, alargó sus excursiones hasta San Carlos, para lo que contó con el apoyo del hacendado Guillermo Vivour, que conocía los lugares. En cierta ocasión visitaron una ranchería bubi, el clérigo invitó a los indígenas a besar el crucifijo pero estos se negaron, “creyendo que era un ascua de fuego”, pero no se opusieron a tener a los misioneros entre ellos.

El padre Joaquín Juanola fue el primero en visitar al “rey” Moka: “solo diré – habla el propio Juanola- que el gran Moka se mostró muy caballero en todo”, aunque con posterioridad se mostraría arisco y brutal. Moka prefería que nadie sacase a los indígenas de los bosques para asistir a las reuniones con los claretianos, y llegó el momento en que una reunión a mediados de 1884, enfrentó a los misioneros españoles con los franceses, creyendo los primeros, por medio de su superior, que era posible educar a los indígenas “mediante la separación, el alejamiento y la disciplina”.

Los misioneros franceses, por su parte, reconstruyeron las abandonadas misiones de Saint Joseph (frente a Corisco), Saint Thomas (Denis) y Saint Jacques (en el río Rhembone). En la zona de Libreville tenían una misión central, otra en dirección al Muni, otra al sur de la actual ciudad y una más en la ribera del río Pongwe. Esto impidió la expansión de las misiones claretianas, lo que inflamaría las relaciones entre las dos comunidades…

La tarea “civilizadora” de los espiritanos comprendió el mantenimiento de hospitales para indígenas, recibiendo de su gobierno “laico y republicano” 6.000 francos anuales; mantenían una finca para su autoabastecimiento y recibían oleadas de inmigrantes fang, encontrando el mayor obstáculo en la poligamia…



[i] Jacint Creus, “Cuando las almas no pueden ser custodiadas: el fundamento indentitario en la colonización española de Guinea Ecuatorial”.
[ii] El presente resumen está basado en la obra citada en la nota anterior.
[iii] En la costa de Sierra Leona.
(*) Ver aquí mismo "Enfrentamiento entre dos dictaduras".

Una frontera con los partos


En un trabajo de A. González Blanco y G. Matilla Séiquer[i] dicen que Pompeyo y Augusto habían fijado la frontera romana en Siria, junto al Éufrates y delante de Antioquía. Trajano, deseoso de tener para el Imperio una gran vía comercial y militar que uniese Aila (Aqaba), en el mar Rojo, con la desembocadura de Phase, en el mar Negro, no se contentó con estar en contacto con la frontera de los partos, constituida por el camino real que iba a lo largo de la ribera izquierda del Éufrates. Pronto avanzó hacia el Tigris y se constituyó entonces un gran triángulo de caminos cuyos centros militares fueron Carrhas (Harran)[ii] y Nísibis[iii]. Luego el avance continuó más allá del río por la anexión de cinco provincias transtriguitanas. Con Adriano se produjo un repliegue abandonando Asiria y Mesopotamia, lo que dio ocasión a un ataque de los partos contra la Siria romana. Marco Aurelio volvió, con algunas modificaciones, al avance de Trajano y se estableció el protectorado hasta el Tigris.

Septimio Severo consolidó este avance estableciendo la frontera de la Mesopotamia romana en el Tigris por el norte y por el este en el Habür[iv]. Carrhas y Nísibis seguirían siendo durante un siglo y medio “los bulevares” –dicen los autores citados- del Asia romana. Diocleciano, cuando acaba el siglo III, restableció y consolidó el avance de Septimio Severo sobre el Tigris e hizo de Circesium[v] el punto de apoyo del limes del Éufrates.

Dicen los autores a los que sigo que si nos preguntamos cómo se integró este territorio en la estructura política y administrativa del Oriente, vemos que formó parte de la provincia Cirréstica[vi] como zona periférica de la misma, y al hablar de la provincia de Osroene[vii] y de la Mesopotamia, se puede decir que “el gobierno de la provincia se confió a un prefecto de rango ecuestre. La capital era probablemente Nísibis, elevada por Septimio Severo al rango de colonia; formaba parte de la provincia probablemente también Singara[viii], quizá colonia desde tiempo de Marco Aurelio, y luego defendida por la Legio I Parthica. También adquirieron categoría de colonias Carras y Rhesaena[ix], esta probablemente con la Legio III Parthica. La nueva provincia correspondía aproximadamente a todo el territorio de Mesopotamia septentrional, encerrada entre el Éufrates al oeste y el Tigris al este, el Habür y más allá Thannuris[x].

Si Siria llegó a ser un punto candente del helenismo –dicen González Blanco y Matilla-, la conquista romana no quitó importancia a la tierra de la que se ha escrito lo siguiente: “Trajano fue, antes de ser emperador, durante la magistratura siria de su padre (76-77 d. C.) tribunus militum en esta provincia, cuyos gobernantes a partir de entonces en numerosas ocasiones alcanzaron el trono imperial (Adriano, Pertinax), o al menos lo pretendieron (Avidio Casio, Pescenio Niger)”. Y también citan los autores a los que sigo que “por primera vez con la conquista macedonia entra esta tierra cultural y económicamente en estrecho contacto con el occidente, y gracias a su ventajosa posición se desarrolla hasta llegar a ser uno de los puntos candentes del helenismo”.

F. Hronzy[xi] escribió sobre los cereales que la antigua Babilonia ofrecía a Roma: “en esta ocasión, yo quisiera dirigir una apremiante llamada a todos los investigadores que excavan o excavarán en las tierras del Éufrates, para que atiendan no solo las inscripciones, sino también y con no menor interés a los restos de la flora que se encuentren en las tumbas, en los comedores, en los adobes, etc. Semejantes restos de la cultura asirio-babilónica no son menos importantes que las inscripciones o los monumentos artísticos de estos antiguos pueblos. Al modo como los documentos escritos nos permiten reconstruir la cultura espiritual de los antiguos…, así los restos de plantas cultivadas y en especial los cereales nos permiten ilustrar de manera espléndida la cultura material…”.



[i] “Aspectos generales de la romanización de Siria, con particular atención a la Mesopotamia”.
[ii] Cerca de la frontera de la actual Turquía con Siria.
[iii] La actual Nusaybin, al sureste de Turquía.
[iv] Al este de la actual Siria.
[v] Era una ciudad fortaleza al este de la actual Siria.
[vi] Desde Diocleciano, que fue quien creó dicha administración.
[vii] Entre Turquía y Siria.
[viii] Lugar fortificado al norte de Mesopotamia, fue el campamento de la Legio I Parthica. 
[ix] En el extremo norte de la actual Siria.
[x] Muy cerca de los topónimos citados.
[xi] Escribió a principios del siglo XX sobre la civilización hitita.