lunes, 30 de abril de 2018

El agrarismo político español

Procesión religiosa en San Lorenzo de la Parrilla (Cuenca)


En su tesis doctoral el historiador Luis Teófilo Gil Cuadrado[1] ha estudiado el agrarismo político español, su participación en la II República, el papel del Partido Agrario Español y la variedad de candidaturas y grupos agraristas que concurrieron durante el régimen citado.

Hubo un agrarismo de los grandes cultivadores del trigo, conservador y monárquico, inequívocamente derechista, pero también un agrarismo republicano, casi todo él en la derecha política, formado por las organizaciones patronales y algunos grupos de candidatos izquierdistas, como es el caso de Asturias. Lo que está clara es la disparidad política, centrada sobre todo en Castilla la Vieja y León, y con menor importancia en Castilla la Nueva, Andalucía, Asturias y Galicia.

En Andalucía el agrarismo político fue republicano y en Asturias hubo desde principios del siglo XX un agrarismo laico y republicano. En Castilla la Nueva, donde la hegemonía del latifundio fue evidente, nos encontramos con candidatos muy diversos. Como “agrario independiente” se presentó en Cuenca el antiguo diputado maurista Joaquín Fanjul, representante del caciquismo reinante sobre la base de su influencia en el área de San Lorenzo de la Parrilla. En Ciudad Real, el Partido Republicano Liberal Demócrata de Melquíades Álvarez incluyó, en calidad de “republicano agrario”, a José Manuel de Bayo, antiguo monárquico y, en aquel momento, Secretario de la Asociación de Agricultores de España. Otro candidato fue el marqués de Huétor de Santillán (Ramón Díez de Rivera y Casares) gran terrateniente y antiguo parlamentario del Partido Conservador.

El agrarismo católico y anticaciquil estuvo representado en Guadalajara por una candidatura “agraria republicana”, representante de pequeños y medianos campesinos. En Toledo, Tomás Elorrieta formó parte como “social agrario” de la Conjunción Republicana.

En Salamanca, Acción Castellana concurrió a las elecciones con un programa que incluía la enseñanza agropecuaria, el impulso de las Confederaciones hidrográficas, la intensificación del crédito agrícola, las exenciones fiscales para la sindicación agraria, una política comercial que englobaba la cuestión arancelaria, una ley de cooperativas y la reforma social del campo inspirada “en las normas de la sociología cristiana”. Abominaba –dice el autor al que sigo- del reparto de tierras, y Acción Castellana se mostraba partidaria de colaborar con otras organizaciones antirrevolucionarias, como la recién creada, con ideario parecido, Acción Nacional, y en realidad AC se convirtió en la rama salmantina de Acción Nacional, grupo aglutinante de la CEDA. La integraban, entre otros, Lamamié de Clairac y José María Gil Robles.

También en Salamanca surgió el Bloque Agrario, que declaraba su “adhesión sincera a la República”, con un programa para el “rebasamiento del principio de lucha de clases”, fijación de una tasa mínima para el precio del trigo, creación de un Ministerio de Agricultura, de un Banco Nacional Agrario y de un Cuerpo de Guardería Rural, atención a la enseñanza y a la repoblación forestal. El Bloque rechazaba el decreto de Términos Municipales del Gobierno republicano en el primer bienio y planteaba el problema de los arrendamientos y de las fincas abandonadas.

No obstante coincidir con el Bloque Agrario, Acción Castellana se diferenciaba en que no había hecho un manifiesto de adhesión a la República, pero en ambos casos se trataba de grupos conservadores que terminarían convergiendo bajo el impulso de Gil Robles, que señaló los objetivos de ambas organizaciones: ideario religioso, defensa de la familia y acatamiento de la República.

Los candidatos del Bloque Agrario fueron Lamamié, Gil Robles, Filiberto Villalobos y otros, incluyendo a miembros de varios partidos, como es el caso de la Derecha Liberal Republicana de Alcalá Zamora y el Partido Republicano Liberal Demócrata de Melquíades Álvarez, al que pertenecía el citado Villalobos. En su programa electoral se insertaron párrafos de las encíclicas sociales y promesas de parcelación de latifundios para crear “el mayor número posible de pequeños propietarios”. Se pedía el voto de los católicos “para los católicos” y, en un intento de atraer el voto del campesinado, García Orive pidió a los propietarios afiliados al Bloque una rebaja en un 30% de los arrendamientos a los colonos, la creación de un Banco de Crédito agrícola y un seguro de desempleo, propuestas que fueron rápidamente olivadas –dice Luis Teófilo Gil- tras las elecciones.

En Palencia también hubo un agrarismo conservador que tuvo por objetivo, entre otros, la unidad de España. Acatando la República, era partidario de una política regional para Castilla “para parar los ataques de otras regiones”. De acuerdo con el catolicismo social decía defender las doctrinas de Cristo y la propiedad privada, la parcelación de fincas no roturadas y la expropiación con indemnización de las tierras incultas. Propugnaba la repoblación forestal y el aprovechamiento hidráulico. Se oponía a la escuela única y defendían la obligatoriedad de la enseñanza religiosa en las escuelas además de la defensa de la fe cristiana, advirtiendo a los opositores “la repulsa viril”.

El dominador de la política palentina fue Abilio Calderón Rojo, que había sido ministro durante la monarquía por el Partido Conservador, con un programa en defensa del orden social y económico. Es un ejemplo de “vieja política”, como así mismo la que representó Antonio Royo Villanova, catedrático de Valladolid y antiguo diputado y senador de Izquierda Liberal Dinástica.

Otras candidaturas de “independientes” –dice el autor- cabe considerarlas agrarias, pues sus programas lo eran: es el caso de José Martínez de Velasco por Burgos, con otros, parlamentario de los partidos dinásticos durante la monarquía. Defendían en las Cortes Constituyentes la religión católica, la unidad de España, la familia, el principio de autoridad y el derecho a la propiedad, aunque facilitando el acceso de los colonos a la misma mediante la eliminación de extensiones improductivas. Aunque negaban su ligazón con partido alguno, estos personajes estuvieron en la derecha durante la República. Una candidatura católico-agraria fue, también en Burgos, la del canónigo Ricardo Gómez Rojí.

En Zamora la candidatura Republicana Independiente estuvo formada por el “viejo político” Santiago Alba: la propiedad era considerada un bien sagrado y se proponía la expropiación forzosa con indemnización. La reforma agraria que se pedía era de carácter “técnico”, la revisión arancelaria y la creación de un Banco Agrícola. Otros candidatos por Zamora proponían que se pusiese la mayor cantidad de tierra posible en manos del mayor número de hombres, y defendían una reforma fiscal que persiguiese la “riqueza oculta”.

En Segovia Rufino Cano había sido miembro del Partido Conservador, formó parte de los fundadores del Partido Nacional Agrario y era director del diario El Adelantado de Segovia, manteniendo claras relaciones con la Asociación Patronal de la Cámara de Comercio e Industria de Segovia. Otros candidatos de esta provincia representaban los intereses de los pequeños y medianos propietarios.

En Galicia el agrarismo estuvo ligado desde finales del siglo XIX a las izquierdas contra el caciquismo y el sistema foral. El PRR y la ORGA impulsaron la Confederación de Agricultores Gallegos y la Organización Agraria Republicana. Más tarde el Partido Galeguista heredó el programa agrario de las Asambleas de Monforte (1908). En A Coruña José Reino era abogado de Santiago, controlando importantes sectores campesinos de la comarca de Negreira. El feudo de Jaime Concheiro estaba en Ordes y también fueron candidatos el banquero Luis Cornide y el futuro ministro Leandro Pita. En Pontevedra destacó Basilio Álvarez, que extendió su influencia a Ourense en coalición con los socialistas.

En Murcia tuvo importancia Pedro Acacio Sandoval, cacique y terrateniente de Villarrobledo, antiguo miembro del Partido Conservador.


Vista de Villarrobledo, Albacete

Las denominaciones de las candidaturas agrarias reflejan más la forma externa que los contenidos en cuanto al régimen político: “agrarios”, “agrarios republicanos”, “federales agrarios”, “católico-agrarios”, “agrarios independientes”, “social y agrario”, “radicales agrarios”…

En cuanto a los resultados electorales los mejores se dieron, para el agrarismo, en Castilla la Vieja y León, donde influía la pervivencia de las antiguas elites y la implantación del agrarismo católico, el caciquismo y el predominio de la pequeña y mediana propiedad. Destaca la victoria en Burgos de las candidaturas de la Derecha Independiente y Católico Agraria. En Palencia el caciquismo se empeñó a fondo en la persona de Abilio Calderón; en Salamanca resultaron electos Filiberto Villalobos y los candidatos promovidos por el Bloque. En Segovia también fue el caciquismo quien favoreció a los agrarios y en Zamora destacó la personalidad de Santiago Alba.

En Andalucía ninguna de las candidaturas logró un apoyo electoral relevante; la única provincia que se puede destacar fue Cádiz por la personalidad de Mier-Terán. En Asturias los “federales agrarios” tuvieron unos buenos resultados electorales, herederos del agrarismo republicano y por la influencia del izquierdista Eduardo Barriobero.

En Galicia los “radicales agrarios” alcanzaron en A Coruña una “lucida votación”, dice el autor al que sigo, pero el caciquismo estaba también muy arraigado en esta región. En Castilla la Nueva los resultados fueron bastante pobres, salvo quizá en Cuenca por la influencia de Fanjul Goñi.

En las Cortes, los elegidos por las dos Castillas y León se convirtieron en la columna vertebral de la Minoría Agraria, mientras que a la Vasconavarra o las derechas republicanas, acabaron sumándose a los “federales agrarios” de Asturias (cuatro de sus miembros). También siguieron distintos caminos los agrarios coruñeses… 



[1] El partido agrario español (1934-1936): una alternativa conservadora y republicana”, 2006.

domingo, 22 de abril de 2018

Más sobre enemigos de la democracia



José María Albiñana

En un libro de Gil Pecharromán[1] se explica cómo los monárquicos alfonsinos conspiraron contra la II República española solo constituirse esta: “En sus orígenes, apenas proclamada la República, tuvo como eje a un grupo de nostálgicos primorriveristas, militares como los generales Barrera, Ponte y Orgaz y civiles como el conde de Vallellano y Santiago Fuentes Pila. Los conspiradores intentaron, ya desde mayo de 1931, atraerse el apoyo de los oficiales descontentos con las reformas azañistas y de monárquicos acaudalados, dispuestos a financiar un golpe de Estado. Se acercaron sin éxito a los carlistas, que iniciaban en Navarra la reorganización de sus milicias requetés, y al nacionalismo vasco, uno de cuyos dirigentes, José Antonio Aguirre, se entrevistó varias veces con el general Orgaz. Finalmente, los rumores de lo que se preparaba llegaron al Gobierno y Azaña creyó ponerlos fin en septiembre enviando a un destierro honorable a Orgaz y algún otro de los militares implicados.

Pero la trama apenas fue tocada y en los meses siguientes se integraron en su organización militares como los generales Villegas y Cavalcanti. Los conspiradores buscaron aproximaciones, aún mal conocidas, a una trama civil paralela, inspirada por el antiguo grupo constitucionalista de Manuel Burgos y Mazo y Melquíades Álvarez, quienes, con la colaboración del propio jefe del Estado Mayor del Ejército, general Goded, y quizá con alguna connivencia por parte de Lerroux, se disponían no a terminar con la República, sino a rectificar su rumbo, expulsando a la izquierda del Poder. En enero de 1932, el antiguo responsable de la Guardia Civil, general Sanjurjo, fue colocado al frente del cuerpo de Carabineros, un puesto de menor relieve, en lo que se interpretó como un castigo por sus críticas a la política gubernamental de orden público. Era lo que necesitaban los conspiradores para captar a un militar de gran popularidad. Poco después, Sanjurjo se convertía en responsable máximo de una conspiración tan confusa como mal organizada”.

El mismo autor sigue diciendo que el debate en las Cortes del Estatuto de autonomía para Cataluña y el desarrollo de las reformas militares contribuyeron a aumentar la determinación de los conspiradores. Los carlistas admitieron que, a título individual, sus seguidores colaborasen con los golpistas y el jefe del Partido Nacionalista Español, nacido en 1930, José María Albiñana, “se movía como pez en el agua en los círculos de la conspiración, en los que hacía valer la experiencia de sus Legionarios en la lucha callejera y su antigua amistad con los generales Barrera y Ponte.

Así se tuvo que batir la II República desde el primer momento: intentar dar solución a graves problemas seculares, modernizar España, establecer un régimen de libertades y democrático (que realmente nunca lo fue del todo), combatir el desorden público que venía de un lado y de su opuesto y lidiar con los conspiradores que no solo se manifestaron de forma palpable en 1932 y en 1936.

Albiñana es un ejemplo de contradicción donde los haya: antiguo liberal y anticlerical que incluso estuvo en contacto con Santiago Alba, visto que la carrera política que pretendía para sí se truncaba una y otra vez (llegó a apoyar a la dictadura de Primo cuando esta se agotaba, sin saberlo, claro) fue evolucionando hacia posiciones de extrema derecha, de un nacionalismo español rudo y nada racional, sin contenido ideológico salvo en la superficie… pero había sido un estudiante contestatario y violento, pretendiendo una notoriedad que nunca tuvo ni en un lado ni en otro del espectro político (su vida pública empezó cuando alboreaba el siglo XX y su muerte tuvo lugar en 1936). Fue pobre y rico, escritor infatigable, sarcástico político, en México hizo su fortuna que dilapidó, expulsado de ese país, estuvo varias veces en la cárcel en España y otras tantas se libró por la influencia de sus amigos. A la postre, el Partido Nacionalista Español, que fundó con el solo objeto de ser su jefe, pues nunca fue tenido en cuenta por fuerza política alguna, se diluyó en los grupos fascistas que encontraron su camino a partir de 1933 y durante la guerra civil posterior.


[1] “Sobre España inmortal, solo Dios”.