miércoles, 31 de diciembre de 2014

Un agrarista español

Barajas de Melo (Cuenca)

Barajas de Melo es un pueblecito en el oeste de la provincia de Cuenca, a donde llegan las estribaciones de la sierra de Altomira, que forma parte del Sistema Ibérico. Al lado del pueblo pasa el río Calvache, en la Alcarria conquense para, en dirección oeste, desembocar en el Tajo. Los campos cultivados le acompañan, en mayor abundancia a medida que el rio abandona su nacimiento. 

En este pueblecito nació, en 1800, Fermín Caballero Morgáez, en el seno de una familia de agricultores acomodados. El trabajo de José Ramón Urquijo-Goitia y Ángel Paniagua (1) es revelador de los muchos estudios en los que participó este agrarista, geógrafo y político español en las décadas centrales del siglo XIX. Como tantos otros probó la carrera eclesiástica, pero se apartó más tarde de ella y entró de lleno en los problemas que aquejaban a España: la agricultura, la ordenación del territorio, el asentamiento del liberalismo, los estudios geográficos... 

Miembro de la milicia nacional durante el "trienio", se adscribió al más radical liberalismo de la época, lo que en 1823 le llevó a la expulsión de la Universidad y la anulación del título de abogado que había adquirido en buena lid. Muerto el rey Fernando VII vuelve de nuevo a la vida pública y se muestra contrario a los diversos gobiernos de la regente María Cristina de Borbón. Obviamente no pudo estar de acuerdo con la forma en que se llevó a cabo la desamortizción de Mendizábal y tuvo un papel protagonista en las sublevaciones progresistas de 1835, 1836 y 1840. Participó más tarde en la Comisión del Plan General de Ferrocarriles (1865) y rechazó su nombramiento como senador vitalicio, en lo que demostró estar muy avanzado para su tiempo. 

Participó en estudios sobre división territorial y en la realización de censos de población y, durante el bienio de 1854-1856, presidió una comisión encargada de la división territorial de las islas Canarias, así como la de concesión de un ferrocarril minero de Aranjuez a Henarejos (entre otras) pueblo este que se encuentra en la parte oriental de la provincia de Cuenca y que, ya desde época romana, se explotaron en sus inmediaciones minas de plata. No obstante, en la época de Caballero, fueron las minas de carbón las que tuvieron más interés, hoy abandonadas.

En materia agrícola Caballero ha sido considerado uno de los predecesores de la concentración parcelaria, cuyos trabajos de 1907 y 1908 "estuvieron guiados por las ideas del autor conquense". También se reconocieron sus trabajos cuando se aprobó la Ley de Concentración Parcelaria de 1952, en lo que demuestra nuestro autor lo anticipado que etuvo a su tiempo. Partidario de la planificación rural y preocupado por la estructura de la propiedad, tuvo en cuenta las diferencias regionales en esta materia, así como los sistemas de herencia, distintos tipos de cultivos, distintos tipos de tierras, etc. No se contentó Caballero con esto, sino que hizo un extraordinario trabajo de campo y enunció una idea que hoy nos puede parecer imposible de llevar a la práctica: el reparto homogéneo de la población rural en el espacio agrario. No concebía que hubiese comarcas en España con una bajísima densidad demográfica mientras que otras estaban atestadas de población.

Escribió y habló sobre la necesidad de fomentar la industria pecuaria y en 1856 formó parte de la comisión para realizar el primer censo de población de España con valor estadístico. Se preocupó por la aplicación de la filología a la topografía y a la historia (2); se mostró contrario al poblamiento propio del interior y sur peninsular, con grandes pueblos y extensos espacios intermedios, considerándolo el menos adecuado para el progreso de la agricultura, estimando que las explotaciones agrarias debían estar cerca de las poblaciones, para lo que sería necesaria una distribución distinta de estas en el espacio cultivado. Fue partidario de crear las provincias de Ponferrada, Santiago, Urgell, Calatayud y Játiva en relación con aquellas ideas. Suyas son estas palabras: ninguna de nuestras profesiones e industrias se resiente tanto de atraso como el cultivo de las tierras... mejor es labrar bien poca tierra, que labrar mucha mal labrada... el descuido y aun el odio con que se miran los arbolados es causa de muchos males en España, y un funesto yerro el pensar que sin árboles puede prosperar la agricultura... (1836).
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(1) "Entender a Fermín Caballero: poder, política y espacio rural en el siglo XIX", Historia Agraria, 53, abril de 2001.
(2) En su obra "Nomenclatura geográfica de España", 1834.

La "Orden Militar Española"

Cerca de Gallur (Zaragoza) fue hecho prisionero Borso
Este es el pomposo nombre que le dieron unos militares españoles a una sociedad secreta creada por ellos, a principios de 1842. Estaba ocupando la regencia de España el general Espartero y, desde el mismo momento, se le habían opuesto todos aquellos que no estaban de acuerdo ni con su personalidad, ni con su progresismo, ni con que hubiese hecho abdicar a su predecesora, María Cristina de Borbón. Es fácil comprender que entre la oficialidad del ejército español hubiese partidarios de esta, pues había posibilitado la tercera experiencia liberal en España (quizá a su pesar) aunque solo fuese para garantizar el acceso al trono, algo más tarde, de su hija Isabel.

Fernando Fernández Bastarreche (1) narra los pronunciamientos que tuvieron lugar en España en 1841 y 1843, fracasado el primero y triunfante el segundo. Consecuencia del primero es la creación de la "Orden Militar Española" en la que se comprometen los más destacados generales no afines a Espartero. Gutiérrez de la Concha estaba aliado a Narváez, O'Donnell, Borso de Carminati y Diego de León en el intento de 1841. "En torno a María Cristina se organizó una trama conspirativa... El proyecto de un primer levantamiento se ramificó pronto por toda España, dando lugar al un pronunciamiento en septiembre" de dicho año. Narváez actuó en Andalucía; Borso di Carminati en Zaragoza; O'Donnell y Montes de Oca en Pamplona y Vitoria respectivamente... El autor citado señala que estos militares esperaban ser ayudados por los carlistas ante las medidas anticlericales de Espartero, pero tanto Cabrera como el pretendiente Carlos habían dicho que tal cosa no se produciría, confiando en que el regente cayese por su propio peso ante los adversarios que estaba acumulando. 

Carlos de Borbón estaba en Bourges, en el centro de Francia, mientras que Diego de León, Manuel de la Pezuela (que no distaba mucho de los carlistas) y Concha debían asaltar el palacio real, donde contaban con colaboración interior: el objetivo era secuestrar a las hijas de María Cristina de Borbón y reponer a esta en la regencia. A todo ello se opuso el coronel Domingo Dulce, que estaba muy unido a Espartero. El fracaso de la intentona llevó a algunos de los cabecillas a la muerte, ejecutados por orden del regente, que de esta formar hizo aumentar el número de sus opositores, pues no en vano aquellos habían contribuido al establecimiento del liberalismo en España y habían participado en importantes hechos de armas con grave riesgo de sus vidas. 

Uno de los ejecutados fue "la primera lanza del reino", Diego de León, que había participado en la guerra de 1833 y en ese momento era Capitán General de Castilla la Nueva; se entregó creyendo que sería indultado pero no fue así: un buen ejemplo de romanticismo de la época. Otros tuvieron más suerte: Narváez pudo irse a París; igualmente consiguieron huir Pezuela, Concha y O'Donnell, pero Borso fue fusilado en Zaragoza y el marino Montes de Oca capturado cuando trataba de huir y también fusilado. 

En 1842, pues, se constituye la "Orden Militar Española" de la que forman parte Narváez, Fernández de Córdoba, Pezuela, Benavides y Escosura; otros fueron Fulgosio y Aspiroz; la presidió O'Donnell, contando todos ellos con medios económicos facilitados por María Cristina de Borbón y el marqués de Viluma (Manuel de la Pezuela). Algunos civiles se unieron a la trama, como Donoso Cortés; hasta que Narváez, en 1843, tomó un vapor en Marsella y llegó a Valencia, donde otro levantamiento contra Espartero ya había triunfado. Fue el fin de la regencia esparterista.
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(1) "Don Manuel Gutiérrez de la Concha...", Cilniana 22/23, 2009-2010.

martes, 30 de diciembre de 2014

Una iglesia de Pontevedra


La época más próspera de Pontevedra es el siglo XVI, momento en el que el gremio de mareantes (dice Juan Juega Puig) alcanza el máximo de su poder y consigue centralizar en la villa toda la pesca realizada dentro de la ría. Desgraciadamente de destruyó, desde la segunda mitad del siglo XIX, el antiguo barrio marinero de la Moureira, lugar de asiento de los agremiados, situado en la ribera del Lérez, entre el puente del Burgo y el río de los Gafos. Se conserva, en cambio, la gran construcción gremial, la iglesia de Santa María la Mayor. En su interior abundan las inscripciones donde se cuenta que los miembros de tal o cual cerco (arte de pesca utilizado para la pesca de la sardina) levantaron las brazas de piedra. 

En efecto -sigue diciendo Juan Juega- una de las características de esta iglesia es su carácter popular, construída por las gentes del mar sin apenas otras intervenciones. Esta iglesia se levanta sobre otra anterior, la más antigua de la villa, pero de la que casi nada se sabe. Se supone que una escultura de San Pedro muy arcaica, situada en la contraportada interna de la fachada principal, sea uno de los pocos restos de aquella vieja iglesia. 

La nueva iglesia se comenzó a contruir en los años iniciales del siglo XVI y la construcción se prolongó mucho en el tiempo: en 1559 se cerraban las bóvedas, como reza la inscripción situada en lo alto de la nave central. Aún en 1570 el arquitecto Mateo López (1) se encarga de la torre del campanario y del coro alto. Un período tan largo de construcción obligó a que fuesen varios los directores de las obras que participasen en ella. 

Las trazas iniciales se atribuyen a Diego Gil, maestro procedente de Trasmiera, que como otros muchos se traslada a Portugal, donde se inicia el arte manuelino; son los llamados vizcaínos, entre los que destaca Juan del Castillo, autor de la cabecera de la catedral de Braga o de los Jerónimos de Lisboa. El gran parecido existente entre la catedral bracarense y el ábside de Santa María permite pensar que Diego Gil estuvo relacionado con aquellas obras. Este muere en torno a 1540, sucediéndole en la dirección de las obras Joâo Noble, maestro portugués al que se debe la portada sur, muy similar a la de Caminha. La fachada mayor, pensada a modo de retablo, se encomendó en 1541 a Cornelis de Holanda, escultor de los Países Bajos muy activo en Galicia, autor de los retablos mayores de las catedrales de Lugo y Ourense. Cornelis de Holanda traspasará a Joâo Noble la mitad de la fachada de Santa María.

Se trata de una iglesia de tres naves con capilla mayor poligonal y naves laterales terminadas en cabecera recta. Las naves están divididas en tres tramos, más otro en las laterales a modo de capilla. El interior del templo muestra una armoniosa concepción del espacio, cubierto con complicadas crucerías, con gran amplitud y finos pilares. Al exterior hay cresterías góticas y renacentistas, así como florituras en los pináculos. La puerta sur, que da a la plaza de Santa María, hoy denominada del arzobispo Fonseca, fue levantada, según la inscripción, en 1539, plateresca. Formada por un carco de medio punto a cuyos lados se sitúan dos bustos: Carlos V y la emperatriz Isabel. 

La fachada principal, la occidental, es la más rica y está orientada hacia el río y el barrio marinero. En 1541 Cornelis de Holanda da las trazas de este retablo pétreo e inicia la construcción, en la que participa también Joâo Noble. El eje central de esta portada representa la escena de la dormición o tránsito de la virgen situada sobre la puerta, rodeada por los apóstoles. Son diversas las manos que intervinieron en la ejecución de esta obra.
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(1) Después de terminar las obras de Santa María en las que participó, diseñó la fachada de la iglesia de San Martín Pinario en Santiago de Compostela.
Fuente: Juan Juega Puig, "Pontevedra, centro histórico", A Nosa Terra, Vigo, 2001.


lunes, 29 de diciembre de 2014

Otros mitos que conviene desterrar

En Caixa Forum (Madrid) se encuentra todavía una exposición de obras grecolatinas en las que se pone de manifiesto que, en el caso de la Grecia clásica, no todo fue belleza idealizada, sino que también hubo una buena dosis de realismo, de imperfección, de desproporciones. De todas formas el interés de la exposición a la que me refiero, titulada "Del mito a la razón", da la oportunidad de ver obras de talleres provinciales, de artistas y artesanos no encumbrados ni famosos, ni conocidos, que muestran el gusto de la civilización grecolatina por la poesía, el mito, la imaginación, la muerte, los héroes y los dioses, la ironía, las miserias de los hombres, etc.

Creo que fue Erasmo el que dejó escrito en alguna de sus obras que los textos grecolatinos convierten a los hombres de piedra en seres de carne y hueso. Bueno sería que tuviésemos esto en cuenta para recurrir cuantas veces nos sea posible a esos textos, pues enseñan casi todo lo que luego se nos ha repetido de forma menos brillante.

La imagen de arriba representa en el relieve de la parte inferior a Ulises y sus hombres huyendo de la cueva de Polifemo. Se trata de una urna cineraria etrusca del siglo II antes de Cristo en alabastro y se encuentra en Leiden, ciudad holandesa que tiene un importante museo. Junto con esta obra se expone una imagen de Hércules con la piel del león de Nemea (del siglo II d. de C), ciudad del Peloponeso cuyo león fue vencido por Hércules en uno de sus "trabajos". Se encuentra también una cabeza de Platón del siglo I de nuestra era; una alegoría del rapto de Europa del siglo IV antes de Cristo, donde precisamente se puede ver lo que decíamos antes: la mujer que representa a Europa está desproporcionada respecto del toro que la transporta, siendo toda la composición bastante más tosca de lo que las obras más conocidas nos tienen acosumbrados.

El Cosmos era, para los antiguos griegos, morada de los dioses, desde donde la Esfinge fue enviada a los humanos, que se aparecía a cada uno de ellos sin que pudiesen descifrar sus misterios si no era mediante la reflexión, esa reflexión a que dedicó su vida Erasmo, entre otros, por lo que bien sabía que las grandes verdades reveladas podían no ser tales si no se dedicaba a ellas el tiempo necesario para pensarlas, llevarlas a la razón.

Una investigación de Sorolla

"Una investigación"
El Sorolla iluminista, con sus cuadros llenos del sol mediterráneo, es el más conocido, pero hay un Sorolla social, el que se ha fijado en la época que le tocó vivir, llena de adelantos y progresos, el que se asemeja a Fortuny con una "Juerga andaluza", el que sigue los pasos de Monet en un cuadro con carruajes, el dibujante, el que se asemeja a Goya en algunos temas, el pintor de animales, el retratista, el Sorolla religioso...

Todo esto se puede ver en el Museo Sorolla de Madrid, en el palacete que se hizo construir en 1911 después de hacerse rico y ser conocido en Estados Unidos, entre otros países. El cuadro de arriba está fechado en 1897 y, según referencia del propio museo, realizado en el laboratoio del doctor Luis Simarro, amigo y protector de Sorolla. "Un único foco de luz, la lámpara de la izquierda, incide sobre la bata blanca del doctor, que analiza unas pruebas rodeado por su equipo de colaboradores". La escena se realiza en un espacio cerrado, contrariamente a tantos paisajes y escenas de playa a las que nos tiene acostumbrados el pintor. Hay una buena parte del cuadro que está obscurecida, para que el impacto de la luz sea más evidente, y en cuanto a la técnica es la suya, donde la forma se descompone menos que en muchos casos de los impresionistas. 

Las playas de Sorolla no son solo levantinas, sino también las de Zarauz, en la costa cántabra donostiarra. Compárse la obra de la fotografía (122 por 151 cm.) con "La lección de anatomía" de Rembrandt; compárese "La siesta" con los colores cálidos y fuertes de van Gogh; la "Juerga andaluza" con la "Vicaría" de Fortuny; los carruajes con los de Monet; el "Pillo de playa" con el "Parasol" de Goya...


domingo, 28 de diciembre de 2014

Violencia realista y liberal

Iglesia del priorato de Santa María (Castellfollit de Ruibregós)
Ramón del Río Aldaz considera que las desamortizaciones de bienes durante el siglo XIX español favorecieron sobre todo a la burguesía rural, es decir, aquella que compró tierras para asemejarse a la nobleza en la posesión de patrimonios, aunque no necesariamente para invertir capitales en ellas y mejorar los rendimientos agrarios. Pero el trabajo que comentamos aquí del autor citado no trata de esto, sino de la violencia que implicó el trienio liberal en la medida en que las posiciones estaban muy encontradas: liberales y absolutistas (1). 

Las partidas realistas comenzaron en la primavera de 1821 la práctica de fusilamientos de prisioneros que habían caído en sus manos, como ha quedado testimoniado por la denuncia del jefe político de Burgos a las Cortes el 29 de mayo del citado año. Esa misma violencia se dará en el norte, en Valencia y en Cataluña, es decir, en los territorios donde más vivamente se dará la guerra civil de 1833. Considera Ramón del Río que la violencia practicada por los realistas no es tanto por la crueldad de estos como por la debilidad militar que tenían, no pudiendo dar "solución" a los prisioneros por otros medios. El cura realista Andrés Martín, cronista de la rebelión realista en Navarra, señaló claramente las razones del fusilamiento de Dos pelos y sus hombres: perseguidos los realistas por el general liberal Carlos Espinosa, tuvieron que elegir entre matar a aquellos o ceder los prisioneros a este. 

Los carlistas practicaron exacciones violentas a los vecinos para poder obtener comida, animales y otras cosas, dando rebido por ello aunque de poco valió en la mayor parte de las ocasiones. También secuestraron a alcaldes para conseguir contrapartidas por ellos, saquearon poblaciones, secuestraron a civiles y practicaron otras violencias.

En el bando liberal -siempre hablando del "trienio"- la violencia fue creciendo a partir de la segunda mital de 1822: fusilamiento de prisioneros realistas o el caso de Castellfollit de Ruibregós, en el extremo más occidental de la provincia de Barcelona. El pueblecito está encajado en uno de los valles, a su vez ramal de otro por el que discurre la carretera, al noroeste de Calaf, al borde de la meseta que enseñorea Cervera. En aquel pueblo Espoz y Mina, después de conquistar la plaza a los realistas en octubre de 1822, fusiló a algunos vecinos y destruyó e incendió el pueblo, dejando entre las cenizas la inscripción: "Aquí existió Castellfullit. Pueblos, todad ejemplo. No abrigueis a los enemigos de la Patria".

Los liberales se empeñaron en cortar las fuentes de suministro de los realistas y, para ello, el terror pasó a ser un arma más del conflicto. El jefe de la milicia de la Ribera navarra, Manuel Martínez de Morentín, después de una persecución frustrada contra el jefe realista Salaberri, ordenó que se actuara a discreción contra este y sus seguidores. Es lo que hoy llamaríamos "guerra sucia", dice del Río Aldaz. Morentín aseguró que si la madre de Salaberri no hubiese devuelto dos mil duros que se habían robado al alcalde liberal de Alfaro, sería pasada por las armas... "y no estoy lejos de hacerlo", añadió, pues "resueltos a morir en defensa de la patria, la vida ha dejado de sernos apreciable". La vida como valor relativo, añadimos nosotros, sujeta a otros que se consideran superiores. 

Morentín no era un hombre sin cultivar: escritor y militar nacido en Tudela en 1796, luchó a las órdenes de Espoz y Mina, y si un hombre con formación es capaz de aquellas palabras ¿que no esperar de unos y otros que, en el fragor de las batallas, se dejaron llevar por pasiones irracionales?
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(1) Ramón del Río Aldaz, "Violencia revolucionaria y contrarrevolucionaria".

Castelar y Pavía

La I Repúbica española, como es sabido, tuvo que lidiar con tres conflictos armados: la guerra carlista, la de Cuba comenzada en 1868 y las revueltas cantonalistas, que tuvieron más furor en el sur de España. El general Pavía, que había sido un luchador por las ideas liberales en 1866 y en Navarra, quiso que Emilio Castelar, Presidente de la República desde septiembre de 1873, se afianzase en el poder una vez que había perdido la confianza de las Cortes. En realidad, estas le habían dado poderes extraordinarios para que combatiese la violencia en el país, pero luego consideraron que se había excedido, eligiendo entonces al valenciano Eduardo Palanca. Acababa de comenzar el año 1874.

Cuando el general Pavía ofreció a Castelar imponerse a las Cortes y seguir gobernando, las convicciones de este no le permitieron aceptarlo, por lo que se impuso la solución Serrano, ya que Palanca no fue aceptado por el militar al ser aquel un republicano federal. La República continuaba con Serrano al frente, pero herida de muerte al haber sido desautorizadas las Cortes por un espadón como los que el país ya había conocido con anterioridad.

¿Como iba a aceptar una solución no democrática el autor de "La Fórmula del Progreso", publicada en 1858 y donde Castelar expresaba su idea de una república democrática? Ahí preconizaba nuestro autor el emparejamiento de los ideales europeos y españoles, según a demostrado Nancy A. Rosenblatt, como más tarde haría también Unamuno. Inspirado en Víctor Cousin, entendió que así como la Edad Media había sido la época de la aristocracia y desde la revolución francesa la época de la burguesía, ahora tocaba la época de la democracia, algo que para él difícilmente se podía discutir, algo que estaba marcado por los tiempos de la historia.

¿Como iba a estar de acuerdo con soluciones antidemocráticas un miembro de la Liga de la Paz y la Libertad que se adelantó a todos los que en el siglo XX propugnaron la unión europea? Fundada en 1867 aspiraba a una federación de repúblicas europeas, cuando en Europa solo Suiza escapaba al poder monárquico. Un republicanismo el de la Liga que se acercó a las ideas socialistas en la medida en que, en su fundación, estuvo la I Asociación Internacional de Trabajadores representada. Había que ser muy avanzado respecto del tiempo que se vivía cuando Austria había sido aplastada por la potencia de Prusia, Francia lo sería en Sedán, Rusia mantenía sus permanentes contenciosos con el imperio turno y los países más poderosos de Europa se lanzaban a expoliar medio mundo lejos de sus fronteras. 

Había que ser muy optimista, idealista pero convencido republicano cuando en 1868, aprovechando el destronamiento en España de Isabel II, Castelar pensó que había llegado el momento de las repúblicas europeas. En Francia y España habría que esperar a la década siguiente, con resultados tan distintos; en Portugal hasta 1910, en el resto de Europa hasta 1918, cuando las monarquías alemana y austríaca queden apeadas y los nuevos estados surgidos en el este de Europa se constituyan en repúblicas.

sábado, 27 de diciembre de 2014

La importancia de Cantavieja

Cuando los españoles, como fue su costumbre durante algún tiempo, se estaban enfrentando entre sí en la que se ha llamado tercera guerra carlista (1872-1876) parece que existió la posibilidad cierta de que un ejército francés ayudase a los liberales de Cánovas a derrotar a los carlistas una vez que se había restaurado en el trono español a un nuevo rey de la dinastía borbónica, Alfonso XII. 

Javier Rubio ha demostrado que la propuesta partió de Portugal, a cuyo gobierno no interesaba que fracasase el nuevo régimen monárquico establecido en España en 1875: si volvía la república a España era un factor de ayuda para los republicanos portugueses. Así se lo propuso el portugués Corvo al representante del zar en Portugal, Glinka, pero para eso había que contar con la anuencia de Alemania, que desde su victoria sobre la Francia de Napoleón III, se había convertido en el árbitro de Europa. El zar Alejandro II se lo propuso al káiser Guillermo I, que ante la ascendencia que Francia podría adquirir sobre España si tal ayuda se producía, dijo rotundamente que no. De esa forma se evitó que soldados franceses pasasen los Pirineos, una vez más, en este caso para combatir a los carlistas en el norte de España. 

Cánovas del Castillo, que por mucho que se le quiera ensalzar bastante tenía con dicha guerra, la de Cuba empezada en 1868, soportar la competencia de Martínez Campos, en realidad verdadero padre de la restauración borbónica, contener los problemas sociales (ya que no solucionarlos) del país y salvar los múltiples intentos y malestares del ejército, habituado a intervenir en las decisiones políticas, bastante tenía, decimos, como para ver las cosas claras en relación al asunto aquí tratado. Primero parece ser que lo descartó; luego lo aceptó pero solo tras el intento de ofrecer una amnistía a los jefes militares carlistas si decidían terminar el conflicto; más tarde -aunque por poco tiempo- aceptó la intervención francesa si esta, en un primer momento, se limitaba a combatir el contrabando de armas por los Pirineos y luego ya se vería... Pero como el gobierno alemán dijo no, nada de nada. 

En estas estaba el prócer conservador cuando vino la victoria liberal sobre los carlistas en Cantavieja, pueblo elevado sobre una roca escarpada al este de la provincia de Teruel, en el alto Maestrazgo y a más de mil metros sobre el nivel del mar. Su paisaje delata el clima mediterráneo continentalizado: en sus inmediaciones tuvieron lugar hechos de armas ya en la guerra carlista de 1833. Desde 1872 fue el centro desde el que actuó el ejército del general Marco de Bello; contra él se estrelló el liberal Despujols, pero en el verano de 1876 vino la victoria de los liberales y esto fue interpretado, en el campo militar, como un avance importantísimo para el asentamiento del régimen de Alfonso XII. Ya no sería necesario -consideró Cánovas- que Francia interviniese, una vez más, en España.

La política exterior de Cánovas fue muy parca, aunque el historiador Javier Rubio ha explicado los intentos de cambiarla con la propuesta de alianza militar hispano-alemana de 1877, a lo que Bismarck dijo que no y Segismundo Moret, más tarde, consideró que España no tenía política internacional. Moret intentó una alianza de España con las monarquías continentales europeas (Alemania, Austria-Hungría e Italia) porque consideraba "inmoral" todo acuerdo con la republicana Francia. También Cánovas había considerado inmoral todo acuerdo con Bismarck y ya vimos...

viernes, 26 de diciembre de 2014

Los liberales españoles no se ponen de acuerdo

Ordax Avecilla
Al estudiar el fraccionamiento político de los liberales en el siglo XIX, Miguel Beltrán Villalba (1) señala que con Narváez da comienzo el papel político de los generales, si bien ya existían los precedentes de Riego, San Miguel y Espartero, y también que, dentro del moderantismo liberal, Narváez representó el centro, acompañado de los autoritarios por un lado y los "puritanos" por el otro, partidarios estos últimos de mantener la Constitución de 1837, conscientes de que había sido el resultado de una verdadera transacción entre las diversas familias liberales. De hecho Miguel Artola considera que esta Constitución es la base de todo el constitucionalismo español del siglo XIX posterior. Los autoritarios, por su parte, pretendían volver al Estatuto Real de 1834, representados por Manuel de la Pezuela, marqués de Viluma (2), que tuvo veleidades con los carlistas.

Los menos avanzados, como Balmes, querían robustecer el poder de la Corona (que es lo mismo que decir el Gobierno) a expensas de las Cortes e incluso, cuando el siglo mediaba, Bravo Murillo quiso que se aprobase una nueva Constitución (como si la de 1845 fuese vieja) por la que las sesiones de Cortes se celebrarían a puerta cerrada, habría senadores no elegidos ni designados ("por derecho propio"), se reducía el censo electoral... Otros como Alcalá Galiano, después de la radicalidad demostrada en el trienio de 1820, vinieron a defender que "en aquellos en quienes está el verdadero y saludable poder social se dé el político", máxima que Cánovas del Castillo no había superado medio siglo más tarde. Por su parte Donoso Cortés, que pasa por ser el gran ideólogo del liberalismo español de la primera mitad del siglo XIX, "rechazaba los progresos materiales [para los demás, pues él ya los disfrutaba] la modernidad y el desarrollo que pudiesen cuestionar la primacía de los intereses morales [una moralidad entendida a su manera] y religiosos".

Díez del Corral se refiere al liberalismo de los moderados (y de los progresistas) como "algo enteramente contrario a un régimen democrático". Miguel Beltrán, por su parte, indica que el endurecimiento político durante la década moderada es claro; la represión ejercida desde el poder sobre los progresistas se lleva a extremos de violencia personal, incluso al fusilamiento del enemigo político, y es que se veía a los progresistas, por los moderados, como los representantes del desorden, de la revolución permanente e insaciable, los animadores de las juntas populares, de la milicia nacional, de la extensión del sufragio...

La vuelta a España de la ex-regente, María Cristina de Borbón, en 1844, más que nada es un símbolo de que se renunciaba a todo lo hecho por Mendizábal, Istúriz, Calatrava y Espartero. Una nueva ley electoral, en 1846, limitaba la participación al uno por ciento de los que potencialmente podrían tener derecho al voto. Los "puritanos", ala izquierda del moderantismo y puente hacia los progresistas, estaban dirigidos por Joaquin Francisco Pacheco, jurista, romántico, periodista como tantos otros políticos del siglo XIX, y estos quizá fueron los primeros en proponer un turno de partidos para garantizar el orden burgués y el asentamiento del liberalismo, mucho antes de que Cánovas lo plantease, si es que lo planteó alguna vez, durante el régimen de la Restauración mucho más tarde.

Entre los progresistas también había matices: Manuel Cortina, que había participado en la llegada del "trienio" y colaborado con Espartero, se separó de él desde el bombardeo de Barcelona, para luego representar al sector más moderado del progresismo. Salustiano Olózaga, factótum de la Constitución de 1837, se fue moderando a medida que pasaba el tiempo y ya nunca tuvo nada que ver con el inquieto Espartero. Contra este también estuvieron los primeros republicanos españoles (si es que no tenemos en cuenta a los grupúsculos de las primeras décadas del siglo) pero de sus filas saldrían luego algunos que se comprometieron con las reivindicaciones de las clases trabajadoras y tenderían puentes con los socialistas aún no organizados en un partido.

El nacimiento del Partido Demócrata en 1849 tuvo un gran interés porque hizo ver que otro liberalismo era posible, incluso aceptando la monarquía borbónica. ¿Hasta que punto el nacimiento de este partido está relacionado con la publicación en 1835 de la obra de Tocqueville, "La democracia en América"? Los demócratas de esta época rechazaban el individualismo económico, se abrieron a los problemas de los campesinos, insistieron en los derechos del hombre, fueron partidarios del sufragio universal (en la Constitución de 1869 dejarán su huella) y de una cierta intervención del Estado en las relaciones sociales. Pero entre los demócratas también hubo diferencias: José María Orense, marqués de Albaida, sufrió destierro por intentar derribar a O'Donnell en 1856, habiendo participado cuando joven en el "trienio" como miembro de la milicia nacional, pero no aceptó la elaboración del "Manifiesto Progresista Democrático" que daría origen al partido, mientras que Ordax Avecilla sí participó en él y muchas de sus ideas se reflejaron más tarde en la Constitución de 1869, sobre todo las relacionadas con los derechos individuales. En contacto con Sixto Cámara, ya en línea con el primer socialismo español, se aparta de aquel liberalismo rancio y de cortas miras para adentrarse en presupuestos claramente democráticos.
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(1) "Clases sociales y partidos políticos en la década moderada (1844-1854", Historia y Política, número 13.
(2) El título procede de la batalla en la que se enfrentaron argentinos y españoles (1815) en el centro de la actual Bolvia, lo que separó definitivamente el alto Perú del naciente Estado argentino.

Carlistas, liberales y republicanos en las provincias vascas

Fotografía antigua de Bilbao
Cuando estaba en pleno auge la guerra carlista que se desarrolló entre 1872 y 1876, la división política en las provincias vascas se manifestaba en estos tres grupos, cada uno de los cuales con sus ideas, sus áreas de influencia y sus características.

Urquijo Goitia, en un interesantísimo trabajo (1) constata como los republicanos, al igual que en el resto de España, estaban implantados sobre todo en las ciudades, pero a diferencia de los republicanos de otras regiones, los vascos sí defendían los fueros como una manifestación más de la democracia en el país. En cuanto a la cuestión social fueron partidarios de constituir cooperativas de consumo como la que el autor citado constata en Bilbao, y fueron partidarios de constituir asociaciones obreras no revolucionarias. Su implantación estaba donde se habían ido situando nuevas industrias y donde existían personalidades importantes, como el caso de Cosme Echevarrieta y Justo María Zavala. El primero pertenecía a una familia modesta (su padre era carpintero) que luego prosperaría en los negocios. Según Jon Penche (2) en mayo de 1865 publicó un artículo titulado "Solamente la democracia es compatible con los fueros", donde se recogen las principales ideas de los republicanos sobre el foralismo hasta la guerra de 1936. Zavala era médico, trabajó en Vasconia, Cataluña y Andalucía, visitando varios países europeos. En 1869 firmó con otros el "Pacto Federal de Eibar"; su especialidad fué la higiene y los baños salutíferos.

Los liberales también defienden los fueros vascos y se mantuvieron unidos, contrariamente a la familia liberal en el resto de España, al ser pocos. Entre sus más importantes representantes está Fermín Lasala, duque de Mandas, a quien Urquijo Goitia califica de cacique local en San Sebastián. Perteneció a los partidos Progresista y Unión Liberal consecutivamente, pero luego fue ministro con Cánovas: un ejemplo de político sin muchos escrúpulos ideológicos. Estanislao de Urquijo es un ejemplo de personaje que asciende desde la modestia económica hasta el triunfo en los negocios (sin que podamos decir nada sobre los pormenores de este proceso). 

Los liberales vascos manifestaron una tímida preocupación por la situación de la clase obrera, sobre todo cuando tuvieron noticia de la comuna de París en 1870 y creyeron que sería mejor atender a la educación de las familias obreras y tomar medidas económicas que paliasen su miseria. 

En cuanto a los carlistas parece que dominaban practicamente todo el rural vasco a partir de sus comités y casinos. Urquijo Goitia dice que "no resultaba oportuno crear marcos de asociación carlista, porque todo el entorno lo era" (se refiere al rural). Las reuniones religiosas eran lugares de propaganda carlista y en las familias pervivía la tradición, pero había cierta heterogeneidad: los veteranos, nos neocatólicos liderados por Aparisi y Nocedal (en torno a ellos no pocos periodistas). Algunos carlistas, finalizada la guerra en 1876 y visto que se consolidada la monarquía alfonsina, optaron por integrarse en el régimen y olvidar su oportunista militancia anterior.

Las señas de identidad del carlismo, además del tradicionalismo, eran la religión católica y los fueros, manifestando una cerrada oposición a toda legislación que permitiese la libertad de cultos o el matrimonio civil. S. M. Palacio, señala que "en Vizcaya todo el mundo es confidente carlista (3) y el mismo autor señala que "el ser carlista es una herencia biológica, sus antepasados fueron banderizos, después indianos, participantes en la Reconquista, luchadores contra los franceses en 1808, soldados en la primera guerra [la de 1833] para ir después al destierro y dedicarse a la conspiración" (4).
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(1) "Fueros y Revolución en el origen de la II Guerra Carlista" (el autor considera que la segunda es la de 1872).
(2) http://www.euskonews.com/0533zbk/gaia53302es.html
(3) "El Batallón de Guernica...", Barcelona 1917 (obra citada por Urquijo).
(4) Idem nota anterior.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Realistas, autonomistas y separatistas cubanos

El artículo de Rafael E. Tarragó es clarificador sobre la situación vidida en Cuba durante las últimas décadas del siglo XIX, cuando el país pasó de depender de España a ser una colonia de Estados Unidos. Se puede interpretar que las ideas del autor citado, que maneja muchísimas fuentes de todo tipo, obedecen a una corriente historiográfica como otra cualquiera, pero tienen un valor extraordinario porque aportan razonamientos difícilmente rebatibles (1).

Cabe distinguir, citando a Tarragó, personajes distintos en el proceso estudiado: los militares que habían participado en la guerra de 1868 y que terminó con la paz de Zanjón (aunque luego habría la "guerra chiquita") y los que pertenecen a épocas posteriores, como por ejemplo José Martí, que lanzó la proclama para iniciar la guerra contra España a principios de 1895 desde Estados Unidos, donde allegó recursos que luego se demostrarían insuficientes. Hasta tal punto pudo haber sido temeraria esta actitud que en febrero de 1895, "el conocido separatista Manuel Sanguily" señaló que se trataba de una aventura sin futuro. En el mismo año, no obstante, la invasión del occidente de Cuba por Máximo Gómez y Antonio Maceo "entusiasmó a muchos cubanos con la insurrección", al tiempo que la represión con el general Weyler desde 1896 pudo haber puesto a no pocos cubanos contra España, máxime si tenemos en cuenta que la autonomía de Cuba, planteada ya desde el año 1878 por Martínez Campos, no se pondría en práctica hasta finales de 1897, aunque la esclavitud se había abolido a finales de los años ochenta.

Desde el punto de vista militar -apunta Tarragó- "ni una sola ciudad cayó en poder de los insurrectos permanentemente entre febrero de 1895 y abril de 1898", fecha esta última del final de la guerra. Cuando el ejército español abandonó Cuba en Bayamo (extremo sureste), lo hizo porque Estados Unidos ya había iniciado las hostilidades contra España. 

Hay, además de Martínez Campos, dos personajes que tuvieron ideas muy claras sobre la necesidad de un régimen de autonomía para Cuba, que era aceptado por uno de los partidos existentes en la isla y por no pocos cubanos: Maura y Abarzuza, este último cubano, que hizo aprobar una serie de leyes muy bien recibidas en Cuba (1895) en orden a una amplia autonomía, hasta el punto de que se puede afirmar que equivalía a una independencia de facto aunque se mantuviesen ciertos vínculos institucionales con España. Maura también  había propuesto medidas en un sentido aún más favorable a la autonomía de Cuba dos años antes (1893), contando incluso con la anuencia de Romero Robledo, anteriormente opuesto a todo aquello que pudiese afectar a los intereses económicos de los españoles en Cuba. 

Tarragó señala que Raimundo Menocal, en una obra publicada en 1947, dice que "el proyecto Abarzuza era el reconocimiento y la aceptación por la Metrópoli del comienzo de su liquidación en sus últimos reductos de América, dado que con la descentralización se abandonaba el lucro que se hacía al amparo del régimen colonial" (2).

Otro aspecto interesante es de las relaciones de los jefes militares independentistas con José Martí, que oscilaron entre el reconocimiento del liderazgo de este, hasta la discusión sobre su impericia en materia militar. Cuando Estados Unidos decidió entrar en guerra contra España -ya había muchos intereses de ese país en Cuba- lo cierto es que los líderes independentistas aceptaron la "anexión" de Cuba a Estados Unidos, otros se disolvieron con facilidad y, como es sabido, Martí había muerto en 1895. En este sentido parece que la política norteamericana no fue clara al respecto: en un primer momento incluso alertó a las autoridades españolas de conspiraciones que se preparaban en Estados Unidos contra España; más tarde el Presidente Mckinley se planteó si una intervención por su parte tendría respuesta entre las potencias europeas. Visto que Gran Bretaña apoyó a Estados Unidos y que España tuvo durante el régimen de la Restauración una política exterior muy débil, se decidió a hacerse con Cuba, máxime teniendo en cuenta que había partidarios de la anexión en la isla, un ejemplo de lo cual es José Ignacio Rodríguez. En un banquete en Santiago de Cuba (1890) "cuando José J. Herández brindó por la anexión de Cuba a los Estados Unidos, Antonio Maceo le dijo: 'Creo, joven, aunque me parece imposible, que ese sería el único caso en que tal vez estaría yo al lado de los españoles". El caso de Tomás Estrada es aún más claro: en el poder desde 1898 y con su anuencia, fueron vendidas las mejores tierras a ricos norteamericanos, además de contraer grandes deudas con la banca estadounidense, terminando por pedir la intervención norteamericana en Cuba (la segunda, se ha llamado).

Desde finales de 1897 existía en Cuba un gobierno autónomo que los separatistas ignoraron, como ignoraron también el riesgo que corrian si Estados Unidos se inclinaba por anexionarse Cuba. Lo que parece claro es que la gran potencia (que entonces no erea la actual) improvisó la intervención militar en Cuba contra España y cabe preguntarse: ¿hasta que punto el control de la isla por Estados Unidos no deriva de los partidarios cubanos del anexionismo? (3).
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(1) "La guerra de 1895 en Cuba y sus consecuencias", Arbor, enero-febrero de 2009.
(2) "Origen y desarrollo del pensamiento cubano", La Habana, edit. Lex, 1947.
(3) Además de la isla mayor, el estado cubano está formado también por la isla de la Juventud (o de los Pinos) y varios miles de islotes e islas menores.