lunes, 31 de agosto de 2015

La antigua Esparta

Dice Jesús Cepeda Ruiz (1) que la polis de Esparta es difícil de encuadrar entre las ciudades griegas de la época. En primer lugar no tuvo muralla hasta muy tarde, no contó con un núcleo urbano concentrado, sus edificios no fueron monumentales como los de otras poleis griegas y no se ha encontrado su necrópolis. Esparta se encontraba en un valle regado por el río Eurotas y entre los montes Parnon y Taygeto. Los primeros al este de Laconia hasta el punto de que los atenienses podían verlos; los segundos tienen una altura máxima de 2.410 metros. Esparta se valió de un puerto algo alejado, Gytheon, cerca de la desembocadura del Eurotas.

El mismo autor –con otros- dice que la sociedad espartana no fue austera e incluso sus mujeres gozaron de una libertad que no tenían otras griegas. Teodoro de Samos trabajó en Esparta, e igualmente Rhoikos, que también era de Samos; Baticles de Magnesia, por su parte, construyó el trono de Apolo en Amiclas por encargo de los espartanos. Este núcleo de población está al sur de Esparta y fue quizá el más importante de la polis. Por otra parte, en distintos santuarios de Esparta se han encontrado objetos votivos de marfil e iconografías que demuestran intercambio comercial. Interés especial tenían los certámenes musicales celebrados en Esparta durante el período arcaico y en Atenas hubo grupos filoespartanos, prueba de que la polis ejercía influencia fuera de ella.
 
Cepeda Ruiz señala que gran parte de las fuentes literarias que nos hablan sobre Esparta son de no espartanos. Excepciones son Alcman, poeta del siglo VII a. de C., y Tirteo, del cual se duda si era espartano o no, pues algunos dicen que había nacido en la península de Anatolia, desarrollando su labor poética en la segunda mitad del mismo siglo. El ateniense Jenofonte, que vivió entre los siglos V y IV a. de C., participó en la batalla de Coronea al lado de los espartanos y vivió en Élide (noroeste del Peloponeso) siendo educados sus hijos en Esparta. 
 
Ya a finales del siglo XVIII se realizaron algunos trabajos sobre la población de Mistras, ciudad fortificada en Morea. En el siglo XIX se estudió la acrópolis de Esparta, así como el teatro de Amiclas. Cerca de Esparta se encontraron los santuarios de Ártemis Issoria y el de Ártemis Ortia. En este se celebraban rituales comunes a las cuatro poblaciones que constituyeron Esparta, donde se ha encontrado cerámica del estilo geométrico (s. IX a. de C.). Había un altar rectangular y en el siglo VIII a. de C. un témenos (espacio consagrado a un dios). Se conoce la existencia de dos templos, el segundo construido en el siglo VI a. de C.
A finales del siglo XIX se excavó Vafio y dio materiales de la edad del bronce (cerca de Esparta) además de tumbas de planta circular. En una de ellas se han encontrado dos copas de oro (Museo Arqueológico Nacional de Atenas) decoradas con relieves representando escenas con toros. Se datan en época micénica y quizá fueron obra de cretenses. Luego se excavó en la acrópolis de Esparta un santuario de Atenea Calcieco y el templo de Apolo en Amiclas y el de Zeus Mesapo, pero Tucídides nos ha dicho que la polis de Esparta no disponía de edificios monumentales como sí conocemos en el caso de Atenas. 
 
Homero dice en “La Ilíada” que cuando se produjo la guerra de Troya (siglos XIII-XII a. de C.) el valle del Eurotas estaba unido bajo un poderoso reino cuya capital era Esparta, pero la arqueología no confirma esto. En aquellos momentos se produjo la primera oleada de dorios que invadieron Pilos (en el extremo suroeste del Peloponeso), Micenas y Lacedemonia. La arqueología nos dice que en el siglo XIII a. de C. cuatro aldeas o poblaciones se encontraban donde luego existió Esparta: Terapne, Amiclas, Pharis y Bryseai, que fueron destruidas en torno a 1200 a. de C., probablemente por los dorios. En torno a 1000 a. de C. hubo otra invasión doria que confirma Tirteo para el caso de Esparta, aunque este escribe en el siglo VII a. de C. y luego Herodoto. Esta segunda incursión estuvo formada por una “elite” guerrera, imponiéndose la lengua y religión dorias.
  
En el siglo X a. de C. Esparta estuvo gobernada ya por una diarquía, en realidad un reino lacedemonio-micénico, pero la fundación de Esparta como polis ha de situarse en el siglo VIII a. de C. y a diferencia de otras griegas, aquí no se dio la centralización de edificios públicos. Para esta época cuatro obai (aldeas) ya existían: Pitana, Mesoa, Cinosura y Limnai, que terminaron uniéndose, primero dos entre sí y luego las otras dos, que aportarían, respectivamente, los reyes agiadas y europóntidas y de ahí la diarquía. Luego vino la expansión territorial con las guerras mesenias, la primera a mediados del siglo VIII a. de C. Por su parte, Amiclas tuvo importancia por el festival que allí se celebraba, las Jacintas y quizá por eso haya habido intentos separatistas por parte de esta población, así como un desarrollo urbanístico atípico en relación al resto del mundo griego antiguo, pues Amiclas lo tuvo más definido. Junto a los mesenios, vencidos, la otra gran enemiga de Esparta fue Argos. 

Uno de los vasos de Vafio
Esparta no fue una ciudad-estado como las demás griegas; en realidad se trató de una agrupación de obai, siendo así que el conjunto no disponía de muros ni tan siquiera para proteger la acrópolis. En época helenística, sin embargo, se construyeron unas murallas en el siglo II a. de C, un siglo desupués de la derrota en la batalla de Leuctra contra Tebas (371 a. de C.) al sur de Beocia, pero aún así Amiclas quedó fuera del recinto amurallado. Esto ha sido objeto de debate por los especialistas, desde los que dicen que los periecos estaban situados en las fronteras, sometidos por los espartanos pero con más derechos que los ilotas, lo que no sirvió para evitar la invasión tebana de 370-369 a. de C. Otros señalan que los santuarios construidos en torno a Esparta servirían para que los dioses protegiesen a los habitantes. Pausanias y Estrabón relatan una serie de ceremonias en esos santuarios consistentes en dejar en ellos a unas doncellas aisladas de la sociedad, allí tendrían una "muerte" ritual y un "renacer" como mujeres preparadas para el matrimonio.

Lo más creíble es que Esparta se valiese de la geografía para defenderse, pues está rodeada de montañas por tres partes y el mar por el sur; si por otra parte, una y otra vez pasaban los períodos en los que las doncellas de los santuarios volvían para ser tomadas como esposas y Esparta no había recibido ataque alguno, ello sería convicción suficiente de que los santuarios cumplían su función. Habrá que esperar a que los ejércitos mejoren en sus capacidades para que las montañas que rodean a Esparta sean atravesadas, pero mientras tanto esa polis permaneció sin murallas durante seis siglos.

Debe tenerse en cuenta también que Esparta contó siempre con uno de los ejércitos más poderosos del mundo griego, sobre todo en tierra, por lo que fue temida no pocas veces, incluso por los persas. Ello posibilitó que Esparta se extendiese en territorio mucho más que otras poleis griegas, hasta que llegó el tebano Epaminondas (369 a. de C.) convirtiendo a su polis en hegemónica, precisamente a costa de Esparta, que dominaba Tebas hasta ese momento.

(1) “La ciudad sin muros: Esparta durante los períodos arcaico y clásico”.

jueves, 27 de agosto de 2015

La fundación de antiguas ciudades griegas

Castillo de Karababa en Calcis (sobregrecia.com/2009/01/05/el-castillo-de-karababa-en-calcis/)

Las antiguas poleis griegas, al menos en un primer momento, surgen a partir de una población agrícola que tiene sus campos en los alrededores de la parte urbanizada, es decir, primero existieron pequeñas aldeas que mantenían una relación entre sí y que les llevó a considerar a una el núcleo de la futura polis. Entonces comienza un proceso de modificación creando espacios comunes y centrales (1). Estas poleis llegaron a ser, pues, territorios bien delimitados y autosuficientes, incluso produciendo excedentes para dedicarlos al comercio.

Este proceso no parte de la sociedad sino de los grupos dirigentes, aquellos que decían tener ancestros ilustres, un nivel económico superior y se relacionaban privilegiadamente con los dioses. Ello les llevaba a disponer de recursos para defender mejor a la comunidad de posibles ataques. Se hacen entonces con el monopolio de la justicia y provocan que la población, dispersa en aldeas, se traslade al núcleo que el grupo dirigente ha elegido como centro (sinecismo). Hay casos originales, como es el de Esparta: cuatro aldeas adyacentes y una quinta, Amiclas, distante de las anteriores, lo que hizo que la polis espartana abarcara un territorio muy amplio, unos 8.500 km2, y en la misma vivirán no solo los ciudadanos, una minoría, sino esclavos comunitarios (ilotas) y comunidades autónomas de hombres libres (periecos) pero sometidos a las autoridades espartanas. Al menos hasta época helenística, la polis espartana no dispondrá de un centro urbano; en cuanto a las autoridades, se producía una alternancia entre los que mandaban y los que obedecian. 

Atenas ejerció su autoridad sobre un territorio de unos 2.500 km2, cuando la media de las poleis era de unos 150 km2. Los habitantes que no vivían en la zona urbana eran llamados por los atenienses demos. El sinecismo ateniense habría sido llevado a cabo por un rey mítico de nombre Teseo, que habría abolido los órganos de gobierno locales y los habría trasladado a Atenas. Cuando estas poleis empezaron a fundar una y otra colonia (los griegos la llamaban apoikía) el trazado urbano era "protogeométrico", según denominación de los arqueólogos. Hoy parece probado que fueron los griegos de la isla de Eubea quienes comenzaron a fundar colonias, en este caso muy cerca de la polis fundadora, es decir, en la propia Grecia. Es el caso de Lefkandí y Eretria donde mientras esta iba consolidándose como centro urbano aquella se iba despoblando, pero durante buena parte del siglo VIII a. de C. ambos núcleos estuvieron activos. Hoy no sabemos si el primitivo santuario de Apolo Dafnéforo (2) fue trasladado de su primitivo emplazamiento o no. Algunos sostienen que más que una colonización lo que se dio fue un traslado de población, lo que los griegos llamaban metoíkesis. Los habitantes de Lefkandí aspiraron a ocupar la rica llanura lelantina, regada por el río Lilas, lo que fue objeto de disputa con Calcis traducida en una larga guerra, pero donde la adversaria de esta ciudad fue ya Eretria.

En cuanto a Oropo (al sur de Eretria) pero en el continente, solo hay una fuente que la considera colonia de Eretria, pero las excavaciones arqueológicos han demostrado que durante el siglo VIII Oropo parece haber sido ocupada por gentes procedentes de Eubea. Junto a estos movimientos de población a corta distancia se están produciendo otros a larga distancia. La que se considera colonia más antigua fundada por los griegos, Pitecusas (isla frente a Nápoles, actual Ischia) comenzaría su andadura en torno a 770 a. de C. (3). Aquí se ha excavado un área dedicada al trabajo del metal de gran semejanza con las excavaciones en Oropo, lo que quizá demuestren intereses metalúrgicos por parte de los eubeos.

Después de Cumas empieza una larga serie de fundaciones coloniales en la segunda mitad del siglo VIII que, en cada caso, estuvieron dirigidas por un oikistés o fundador. Entre otras consta la existencia de un oikistés en la primera colonia fundada en Sicilia, Naxos, que también fundó Leontinos (la primera al nordeste de la isla y la segunda algo más al sur). En ocasiones el traslado de población de las poleis a otro territorio para fundar colonias fue voluntario, en cuyo caso el grupo nombraba al oikistés, pasando por la consulta a la divinidad. Otras veces el desplazamiento de población fue forzoso debido al problema de tierras, pero sobre todo a su mal reparto; en otras el crecimiento de población, como los casos de Eubea, Corinto, Mégara o Acaya (4), llevaría a la fundación de colonias y otra causa serían las sequías y hambrunas. 

Los partenias espartanos (hijos de mujeres no casadas) fundaron Tarento al ser expulsados ante el peligro de levantamiento. Cuando se elegía a los que tendrían que ir a fundar una colonia se empleaba el sorteo; este fue el caso de Regio (en el extremo sur de la península Itálica) o Cirene. En las colonias reinó la más absoluta igualdad, al contrario que en las metrópolis, lo que ha quedado demostrado, sobre todo, con la excavación de Mégara Hiblea (al sureste de Sicilia), donde los colonos, antes de construir casas de piedra, habitaron en cabañas, y esto se ha visto sobre todo en las colonias del mar Negro. Luego se produjo la planificación general del área urbana (Mégara Hiblea) con murallas, la necrópolis al exterior de aquellas, ejes principales en el interior e ínsulas o solares absolutamente iguales. Esto se ha podido comprobar también en Naxos y Siracusa.

Selinunte (lasicilia.es/selinunte)

Si las poleis se iban formando lentamente las colonias lo hacían de forma rápida, definiéndose muy pronto el lugar central, el de la palabra, el ágora, donde se suele encontrar la tumba del oikistés convertido en héroe tras su muerte. También se delimitaban los lugares reservados a los dioses. Las áreas elegidas para establecer colonias normalmente no estaban vacías, sino que las habitaban pueblos indígenas con los que se llegaba a un acuerdo de convivencia o se les sometía mediante conquista. En el caso de la fundación de Naxos de Sicilia el fundador consideró idóneo el lugar, entre otras cosas, por "la debididad de sus ocupantes". Otras veces son los indígenas los que guían a los colonos, como es el caso de Cirene, con el objeto de ocultar a los griegos las riquezas del territorio; en el caso de Mégara Hiblea el rey indígena Hiblón entregó a los colonos un territorio de su propiedad.

Luego vinieron las torres defensivas y los santuarios extraurbanos, que sirven de vínculo entre el campo y la ciudad. Una de las parcelaciones rurales más conocidas son las de Metapongo, en el Quersoneso Táurico (Crimea), que parece ser de inicios del siglo IV a. de C. Cada parcela era un kleros, que se repartía por sorteo entre los habitantes, hasta alcanzar a un máximo de mil, sobre todo en las colonias del sur de Italia. Junto a las tierras había que proveer a la colonia de mujeres, pues el fenómeno colonial fue llevado a cabo esencialmente por varones.

A lo largo del siglo VI a. de C. las colonizaciones serán, sobre todo, de los griegos que vivían en la costa occidental de la península de Anatolia. Allí se habían establecido desde hacía siglos y ahora carecían de tierras para abastecer a una creciente población. Por otra parte algunos pueblos próximos, lidios primero, persas más tarde, presionaron para hacerse con unos territorios que aquellos griegos defendieron hasta llegar a la guerra. Las regiones elegidas para fundar colonias por parte de los griegos de Anatolia fueron las costas del mar Negro y, en menor grado, las del sur de la actual Francia y las del este de la península Ibérica.

Se cuentan por miles los griegos de Anatolia que se enrolaron como mercenarios en ejércitos asirios, babilonios, egipcios y otras potencias menores, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo VII a. de C., probablemente por la presión demográfica. Hademás las poleis anatólicas debieron tener problemas internos por las desigualdades creadas u otras razones, como es el caso de Mileto, una de las principales colonizadoras del momento.

 
Heroon de Lefkandí (*)


(1) El presente artículo es un resumen del que es autor Adolfo J. Domínguez Monedero, "Fundación de ciudades en Grecia: colonización arcaica y helenismo".
(2) Portador de la rama de laurel en las fiestas llamadas dafneforías, propias de los beocios. Beocia se encuenta al oeste inmediato de Eubea. 
(3) Otros, siguiendo a Estrabón, consideran que la más antigua fue la cercana Cumas. 
(4) Acaya al norte del Peloponeso y Mégara al oeste de Atenas. 
(*) Santuario para honrar a los héroes, normalmente sobre la tumba de los mismos. 

miércoles, 26 de agosto de 2015

Delitos y penas en la América colonial

Relieve de la quema de Hatuey en el Capitolio de La Habana
Los españoles aplicaron la legislación castellana en América: Las Partidas, el Ordenamiento de Alcalá, las Leyes de Toro y la Nueva Recopilación. Con el andar del tiempo se hizo una Recopilación de Indias (1680) cuyas normas prevalecían sobre las demás para el caso de América y también se respetó un derecho autóctono, de forma que los indígenas pudieron autogobernarse limitadamente por medio de sus caciques, siguiendo el derecho de sangre de la misma forma que ocurría con los mayorazgos. La legislación indígena no sería de aplicación cuando contradijese a la española y a la religión católica.

Debe tenerse en cuenta que los caciques eran señores de los indios sobre los que gobernaban; más tarde los españoles establecieron alcaldes de indios designados por las autoridades conquistadoras, por los que los caciques fueron perdiendo poder. La Insiqusición no podía actuar contra los indios y estos podían acudir a la Justicia Real en determinados casos. 

Llegó un momento en que la legislación castellana castigaba con más rigor los delitos de los españoles que los mismos cometidos por los indios. El mismo Colón fue objeto de castigo por cometer abusos sobre los indígenas: el marino, ante las dificultades de los primeros momentos, actuó con severidad, dando muerte a algunos y encerrando en un pozo a dieciseis que esperaban ser ejecutados. Entonces los reyes enviaron al juez Bobadilla, que ordenó apresar a Colón y a sus hermanos Bartolomé y Diego, siendo enviados a España. Diego Velázquez, conquistador de Cuba (Fernandina) mandó quemar al indígena Hatuey, lo que narra el cronista López de Gómara. El mismo Velázquez, tras los abusos de uno de sus capitanes (Morales) le apresó y envió a Santo Domingo, de igual manera que apresará a Hernán Cortés durante su estancia en Cuba por asuntos conspiratorios y no fue la única vez. Luego será Cortés el que aprese a Pedro de Alvarado, que hizo una incursión por su cuenta en Cozumel (isla al nordeste de Yucatán) robando alimentos, joyas de los templos y adueñándose de dos indios y una india. 

Díaz de Solís, en los límites del Río de la Plata con Brasil, ejercerá la justicia con más formalidades que en los casos anteriores: en un texto para la toma de posesión de un territorio se dice que se haga "allí una horca", en alusión al castigo que merecerían algunos. Más adelante los españoles, que fundaron numerosas ciudades y poblaciones en América, establecían una plaza con las casas de Ayuntamiento y la Iglesia, el rollo que significaba la autoridad y una picota en las afueras para exponer a burla y escarnio a los condenados por ciertos delitos. En los primeros momentos no eran jusristas los que administraban justicia, sino los conquistadores investidos de dicho poder; incluso de prohibió el embarque de juristas a América para ejercer como tales pues se consideró que, con sus formalidades, retrasarían la solución de los procesos. Así se ve en las Instrucciones dadas a Pedrarias en 1513 cuando se disponía a poblar y "pacificar" Castilla del Oro (1). 

El derecho de los conquistadores a hacerse con el gobierno de un territorio en América derivaba de las Capitualaciones firmadas con los reyes, las cuales se legitimaban, en la época, por la autorización que había otorgado el papa a los reyes. Así se produjeron las Capitulaciones de Santa Fé en favor de Colón en 1492, ya antes de la primera llegada a América. Más breves fueron las dadas a Vicente Yáñez Pinzón, a Pizarro (Toledo, 1529) en las que se basó para apresar y condenar a Atabalipa (Atahualpa, el último inca). Cuando Diego Velázquez envía a Cortés a Yucatán le inviste de autoridad para ejercer justicia y prohibió, para los soldados, los naipes, las blasfemias, alborotos y discordias; todo tipo de abusos sobre los indígenas y el capitán de una expedición podía repartir tierras e indios, levantar fortalezas, nombrar autoridades, etc.  

Cuando Cortés fundó la Villa Rica de Vera Cruz, constituyó un Cabildo con alcaldes y corregidores, así como una horca fuera de la villa. Pronto se constituirán las Audiencias, máximo ógano judicial solo por debajo de la Justicia Real, aunque también tenían poderes no judiciales. Diego Colón fundó la Audiencia de Santo Domngo en 1511, aunque hay historiadores que señalan fue en 1526; la de Nueva España en 1527, la de Panamá en 1538, la de Guatemala en 1542 y la última (de un total de catorce) la de Caracas en 1786. Estas Audiencias se guiaron por las Ordenanzas de la de Valladolid, de manera que así se apartó a los conquistadores de la administración de justicia. 

La Recopilación de Indias de 1680 tenía un principio preventivo ante el delito, así como el de proteger a los indios de abusos. A estos en muchas ocasiones se les perdonaban las faltas o delitos menores, así como a los negros cimarrones si, levantados, vovían al orden. A los indios bígamos se les amonestaba si no eran reincidentes. Ciertos delitos fueron juzgados de forma más benigna que en Europa si sus autores eran indios y se establecía que los delitos cometidos contra los indios debían ser castigados con mayor dureza que contra españoles. Algunos delitos que se recogen en la legislación indiana eran los relativos a los juegos, la ausencia de maridos (ver aquí "Los 'casados de ultramar'"), la embriaguez y otros muchos que no hace falta citar. En cuanto a las penas iban desde la capital a las corporales, las privativas y limitativas de libertad, las pecuniarias y otras (2).

(1) Comprendía (cuando se convirtió en gobernación) desde el golfo de Urabá (oeste de la actual Colombia) hasta Veragua (las actuales Nicaragua, Costa Rica y parte de Panamá, en litigio entre la Corona y la familia de Colón). Las Instrucciones dadas a Pedrarias en http://sajurin.enriquebolanos.org/vega/docs/AVB-CS-T1-DOCUMENTO%2006.pdf. 
(2) El presente artículo es un resumen del trabajo de Ricardo Mata y Martín, "Delitos y penas en el Nuevo Mundo".

martes, 25 de agosto de 2015

"Estas son las gallinas que has de comer"


La idea que ha extendido cierta historiografía de que los pueblos indígenas de América, sobre todo los que tenían culturas desarrolladas, se sometieron con facilidad a los conquistadores españoles, es un error. Hay testimonios sobrados que demuestran lo contrario a lo largo de los más de tres siglos de dominación española. la guerra del Mixtón en México es muy conocida, como los levantamientos de Vilcabamba (Ecuador) y Taqui Onqoy en los Andes peruanos. Tabién se levantaron contra los españoles los zapotecos en 1547 y 1550 y los mixes mexicanos en 1570.

En 1569 se produjo un motín en Quezaltenango (hoy en el sur de Guatemala) que ya era la segunda alteración grave del orden (1) por parte de los quichés. Aunque la caua del conflicto fue nimia, suele ocurrir que hay motivos de fondo que están larvados y saltan en el momento adecuado. Los franciscanos adoctrinaban a los quichés, pero el obispo decidió cambiarlos por un sacerdote regular, lo que motivó que el franciscano directamente afectado, ofendido, pidiese ayuda a los indios. Estos se la prestaron y acudieron en número de seiscientos, logrando sacar al sacerdote enviado por el obispo de la iglesia, mientras una india le golpeaba y decía: "estas son las gallinas que has de comer", en alusión a las obligaciones que tenían los indígenas para con el clero, una serie de tributos entre los que se encontraban gallinas. Es evidente que en el levantamiento hay una intencionalidad de protesta contra las exacciones que sufrían los indígenas. 

Aunque el cura amenazó con la excomunión a los asaltantes estos siguieron con su actitud, y la pena espiritual significaba poco para ellos. No estaban descabezados, sino que dirigentes avezados les conducían en la revuelta hasta el punto de que un juez dejó escrito que ya habían hecho "alborotos" contra algunos clérigos "y decir que no querían rey ni le conocían, ni sabían quién era...". Los españoles quisieron utilizar a los alcaldes indios para sofocar la rebelión, pero estos se negaron a cooperar argumentando que no tenían poder para calmar a los rebeldes, "porque están muy alzados y no les obedecían". Lo cierto es que un motivo trivial provocó una sucesión de acontecimientos que alcanzaron una magnitud inusual. Por tanto la reacción contra la dominación española no terminó entre los mayas de los altos de Guatemala en 1530 tras la gran contraofensiva cakchiquel, grupo étnico y lingüístico de Guatemala cuya capital había sido Iximché. Nos han dejado una obra, el "Memorial de Sololá", escrito durante la segunda mitad del siglo XVI.

La rebelión continuó a lo largo del siglo XVI y fue intensificándose hasta alcanzar su punto culiminante al final del XVIII, un siglo en que las revueltas se intensificaron como consecuencia de la presión fiscal de los españoles (que habían de garantizar el control sobre sus colonias) y la represión de las idolatrías que mantenían los pueblos indígenas, lo que estos no estuvieron dispuestos a tolerar. Varias de las grandes revueltas de este siglo es la de los tzeltales de Chiapas en 1712, el movimiento de Túpac Amaru (2) desde Cuzco en 1780 y la rebelión de los quichés de Totonicapán (3) en 1820, liderados estos por Atanasio Tzul, indígena quiché cuyo levantamiento está en relación con la reinstauración de la Constitución española de 1812, lo que quiere decir que la ligazón de estos pueblos era con el rey y no con España como nación.

Chichen Itzá

También tuvo importancia el levantamiento del maya Jacinto Canek en 1761 en poblado de Cisteil (al norte de Yucatán) aunque la rebelión fue breve, pues el caudillo fue apresado y ejecutado, con otros, en el mismo año. Como en muchas ocasiones fueron la presión fiscal, los abusos y el despojo de tierras lo que llevó a los indios a rebelarse. Entre 1679 y 1820 la frecuencia con que se produjeron alteraciones del orden, motines o verdaderas sublevaciones en las tierras altas mayas es muy superior a lo que comúnmente se cree (Elías Zamora). 

Por lo que respecta a los mayas en el siglo XVI, Bartolomé de las Casas escribió al rey en 1545: "ellos son [los españoles] y no los indios los que hacen alborotos hacen levantiscos los indios. Y si se levantan no es sino huir a los montes de sus crueldades desesperados...". Unos años después, en 1569, el alcalde mayor de Zapotitlán (4) y Suchitepéquez (5) decía que aquello parecía tierra de luteranos por el mal trato de los indígenas a los sacerdotes, lo que se ve también en otros lugares. En 1547 el presidente de la Audiencia de Guatemala escribió al rey dándole cuenta de un levantamiento de indios en las cercanías de la ciudad de San Miguel Petapa, al sur del país, en el que tuvo que intervenir el citado presidente, resultando tres españoles muertos y mandando ejecutar aquel a dieciocho indígenas. 

Fuera de las tierras altas de los mayas hubo levantamientos por parte de los zapotecos (al sur del actual México) en 1547 y 1550 y de los mixes (en el actual estado e Oaxaca, al sur de México) en 1570. En 1660 hubo levantamientos en varios pueblos de la región de Tehuantepec (sur de México) y a lo largo del siglo XVII hubo varios levantamientos en la frontera norte de Mesoamérica, en la Nueva Vizcaya (noroeste de México): acaxees en 1604; acaxees, tepehuanes y xiximíes en 1616. 

Los historiadores han visto en algunos de estos levantamientos sentimientos nativistas, es decir, reacción contra la presencia de inmigrantes (en este caso españoles), y revivalistas o defensa de tradiciones, sobre todo relgiosas, de los pueblos que intentan mantenerlas y defenderlas. Por eso perduraron tantos ritos hasta el siglo XVIII que las autoridades españolas intentaron cortar, provocando una revitalización de las sublevaciones.

(1) "Resistencia maya a la colonización: levantamientos indígenas en Guatemala durante el siglo XVI", Elías Zamora.
(2) Marqués de Oropesa, estudió con los jesuitas en Cuzco. No tuvo intención de desobedecer al rey de España, sino contra los abusos de los corregidores.
(3) En el suroeste de la actual Guatemala. 
(4) En el centro de la actual Guatemala. Hay varios topónimos en América latina con este nombre. 
(5) Al suroeste de la actual Guatemala.

lunes, 24 de agosto de 2015

Colonización de los llanos en Colombia


En 1598 se establecieron los jesuítas en Nueva Granada dedicando buena parte de sus esfuerzos a incorporar las vastas llanuras de Casanare, fundando pueblos en el piedemonte y controlando y aprovechando estratégicamente los yacimientos de sal existentes. Así explica un fenómeno de extraordinaria importancia como es la colonización de los llanos colombianos, que ocupan buena parte del país, tres investigadores colombianos (1). Los indígenas que habitaban la región de Casanare, al nordeste de Colombia, eran salivas, cusianas, caquetíos, tunebos y otros, que fueron sometidos para trabajar en las encomiendas de los conquistadores.

Agustín Cadazzi, en el siglo XIX, decribió los llanos como una gran uniformidad, "en donde todo parece inmóvil... El aspecto de la tierra tan uniformemente nivelada ofrece, sin embargo, algunas pequeñas desigualdades, causadas por los médanos y bancos. Aquellos son unos terrenos un poco arenosos que se elevan algunos metros sobre la llanura, mientras que los otros son de greda" (arcilla arenosa blanquecina). En la estación de las lluvias quedan en seco, "cuando el resto de la sabana está cubierto de agua". Los llanos colombianos alcanzan una superficie de 150.000 km2 (el 29,7% de la superficie de España). Treinta años después de la llegada de los jesuítas, habían establecido ya varias fundaciones en las cabeceras de los ríos Cravo, Pauto y Casanare (2).

Antes de que los españoles introdujeran en los llanos las reses que luego pacieron en número de miles, los indígenas vivían de la caza y de la pesca, además de una agricultura rudimentaria. A partir del siglo XVI la introducción del ganado vacuno ha sido uno de los factores que ha transformado más profundamente el paisaje. Se trata de una agricultura extensiva que provocó los desplazamientos de familias por la destrucción y despojo de sus sementeras, chagras y conucos (campesinos pobres con una agricultura de subsistencia, respectivamente). Los autores de la obra que se cita abajo hablan de los "geófagos" o devoradores de tierra, "que han multiplicado sus hatos y han extendido los linderos de sus haciendas a costa de la miseria, del destierro y, aún, de la existencia física de comunidades campesinas e indígenas enteras".

El impacto ecológico fue enorme con la usurpación de tierras comunales e incluso acciones genocidas, que han continuado en época postcolonial, pues los dueños de la economía han tenido los mismos intereses que los antigios españoles, y esto no solo en los llanos sino en la cuenca del río Sinú, que desemboca en el Caribe.

Pero la vasta región de los llanos no es uniforme desde un punto de vista fisiográfico: los autores distinguen el pidemonte, que se encuentra a una altitud de ente 500 y 1.000 metros sobre el nivel del mar: se trata de valles por los que suelen discurrir ríos; los llanos altos, que son los mejores suelos por ser los menos propensos a las inundaciones; los bancos y médanos al norte de los ríos Meta y Orinoco y a partir del Pauto hasta el Apure; las altillanuras con pobre drenaje, al sur del río Meta y la selva transicional, intercalada con sabanas entre los ríos Vichada y Guaviare.

En los llanos colombianos, entre la cordillera andina, el río Aruca, el Orinoco y la región amazónica (sus límites naturales) se producen con frecuencia desbordamientos de los ríos que inundan una gran superficie debido al escaso declive existente. Hay otros factores naturales como la existencia de ojos y yacimientos de sal, ejemplo de lo cual es el caso de Recetor, donde se extre sal en pozos cercanos al río Recetoreño. Allí han subsistido animales domesticados y cimarrones, gracias a las vastas extensiones de gramíneas y al establecimiento de hatos ya desde el siglo XVII (obra inicial también de los jesuítas). E hato, según Mejía, es "la obra maestra colonial en el Llano". Ya en 1530 la Audiencia de Santo Domingo "redespachó" a Venezuela dieciocho vacas paridas, dos potros garañones (para procrear) y diez yegüas jerezanas. Once familias cordobesas partieron de El Toyuco (en el noroeste de Venezuela) para fundar un caserío en el piedemonte entre el Arauca y el Apure. Para fines de siglo ya existían en el Apure y Guárico 14.000 vacunos y 7.000 caballares...


En 1628, sin embargo, el arzobispo Julián de Cortázar, natural de Durango (Vizcaya) privó a los jesuitas las facultades que ejercían como doctrineros (la vieja polémica entre obispos y congregraciones religiosas) y tuvieron que abandonar sus misiones en Chita y Casanare, pero en 1669 la Real Audiencia volvió a autorizar a los jesuítas sus trabajos en las misiones e iniciaron el primer intento de integrar todo el Orinoco a sus reducciones. Labor imposible porque los indígenas de la vasta región vivían aislados en algunos casos, en contacto intermitente en otros, en contacto permanente o ya estaban integrados en la civilización española. 

Cuando en 1767 fueron expulsados los jesuítas, se encomendaron sus misiones a los dominicos. La conversión de los llanos en praderas de gramíneas no fue fácil. En los primeros años las sabanas "crudas" no habían sido cultivadas, siendo necesario cultivar sus pastos dispersos para que, después de dos o tres quemas, el suelo esté apto para el florecimiento de las gramíneas. Todo esto se hizo para poner en valor los llanos en favor de la agricultura, pero el coste fue enorme, particularmente al principio y cuando las guerras de independencia los ejércitos patriotas y realistas necesitaron los ganados para abastecerse. Se produjeron, pues, drásticas transformaciones, se llevó a cabo la destrucción progresiva de la fauna silvestre original por las quemas que sufrió la vegetación; esto destruyó una gran diversidad biótica y favoreció un nuevo paisaje.

Emiliano Restrepo ha escrito que los hacendados generalmente no comían la carne de sus vacas, sino que cazaban dantas, venados, cafuches, saínos, cachicamos, patos y pavas reales y paujiles. En las desiertas dehesas, por su parte, había tigres, culebras, caimanes y mosquitos, además de incursiones de los indíegnas. Este "mundo" fue desplazado por la colonización de los llanos a manos de esforzados jesuítas con los miles de indígenas y hacendados, cada uno a su interés.

(1) "Vichada: éxodo y etnocidio indígena; el avance de la ganadería extensiva y de la colonización", Augusto J. Gómez López, Nathaly Molina Gómez y Carolina Suárez Pérez.
(2) Los tres nacen en la cordillera andina. Hay dos ríos de nombre Cravo, uno de ellos afluente del Casanare.

"Soy de Jorge de San Luis"

San Luis Potosí en la "frontera" de la colonización española
Esta es la frase marcada con un hierro candente en la frente de un joven esclavo mulato de San Luis Potosí, actual México, para demostrar la posesión por parte de su amo, de nombre Jorge Griego Melisto. En el año 1633 el tal Jorge compareció ante la justicia para perdonar la pena de muerte con la cual había sido condenado Pedro Silva por matar al esclavo mulato. Este se había escapado, por dos veces, y su dueño había mandado su captura, que terminó trágicamente. Como el mulato era propiedad de su amo este podía disponer de él como si de un objeto más se tratase. Así relata Ramón Alejandro Montoya (1) un episodio del trato recibido por los esclavos en el Potosí del siglo XVII, pero que se puede extender a toda América y al siglo XVI y posteriores. 

R. A. Montoya considera que no han dedicado los historiadores el suficiente esfuerzo para describir el papel jugado por los esclavos (negros, indios, mulatos) en la colonización y puesta en valor de los territorios conquistados por los españoles. Se les trató como a animales domésticos y se les asociaba a frases como sudor, músculo, minas, zafra o humo de las fábricas. La importación forzada de negros africanos a América fue masiva durante el siglo XVI y los primeros cuarenta años del XVII, momento en que los traficantes portugueses dejan de tener permiso para hacerlo. Dichos portugueses conocían bien las costas atlánticas de África, pero también fueron capturados para esclavizarlos habitantes de las regiones mediterráneas de dicho continente.

Aparte de un lucrativo negocio comercial, la trata negrera vino a sustituir la debacle demográfica indígena en los años posteriores a la conquista. Se necesitaba mucha mano de obra para el cultivo de la caña de azúcar, el pastoreo, los obrajes, las minas y el servicio doméstico. Los negros africanos fueron parte fundamental del mosaico genético y cultural de la América española, sobre todo de Nueva España, dice el autor al que sigo. También hubo esclavos indios, pues las leyes que lo prohibían habían quedado olvidadas y los empresarios mineros solicitaron a la Corona española la dotación de remesas de esclavos como mano de obra necesaria para las minas (concretamente en San Luis Potosí). También se llevaron a cabo campañas militares contra los indios nómadas para capturarlos y venderlos como esclavos.

El real de minas de San Luis Potosí fue fundado en 1592, compitiendo con las explotaciones de Guanajuato y Zacatecas. Según Peter Bakewell, a quien cita Montoya, "si tuviéramos la capacidad de ubicarnos en las calles de la ciudad minera [Zacatecas] en algún momento de la primera mitad del siglo XVII, seguramente escucharíamos... los tambores y los cantos africanos...". En Zacatecas actuaron empresarios mineros vascos según la información que nos ha facilitado el cronista y obispo de Guadalajara Alonso de la Mota y Escobar (2). También se explotaron minas con africanos en Charcas, si bien el auge en este caso hay que retrasarlo al siglo XIX.

Los esclavos negros venían desde África hasta los puertos de Veracruz, Cartagena y Buenos Aires, haciendo a veces escala en Jamaica. Los lugares de origen eran Angola, Congo, Mozambique y Guinea, pero algunos capturados perdían la vida en el viaje debido, entre otras cosas, a la mala alimentación. También hubo un contrabando de esclavos fuera de los controles de las autoridades españolas. Los esclavos perdían sus nombres originales en el mismo momento en que eran atados y tratados como objetos. Una vez que se descargaban en Veracruz eran trasladados a la ciudad de México y allí formaban parte del catálogo de productos a la venta. Desde 1640 aumentó su precio, dado que empezó el declive de la trata y la escasez hizo de la compra de esclavos algo cada vez más difícil. Los esclavos nacidos en suelo americano, resultado de la unión entre indígenas y negros fueron llamados mulatos, siendo un importante centro de venta la ciudad de Saltillo, en el actual estado de Coahuila, al norte de México.

Esclavos negros inspeccionados en Saltillo
Antes de la compra los esclavos eran expuestos para que se comprobasen sus atributos y posibles defectos. La propensión a escaparse era un factor que restaba valor al esclavo, como hemos visto al principio de este artículo; así surgió el cazador de esclavos, que debía estar atento a las informaciones que podían darle y a la señal que sobre el cuerpo (la frente muchas veces) habían hecho sus dueños.

En la compra se procedía al palmeo, es decir, a la medición mediante palmos de la mano (al menos debía medir siete palmos). Un protomédico exponía la apariencia física y el pulso del esclavo, que debía tener entre 15 y 30 años. Si no alcanzaba la estatura requerida, el cautivo era considerado "mulecón", y si se detectaba una edad inferior a 15 años era llamado "muleque"; los demás esclavos, mientras se inspeccionaba a uno, permanecían apilados como mercancía que eran. El precio podía bajar según el esclavo tuviese un diente mellado, estuviese gordo, tuviese un bulto en la cabeza, alma en boca o huesos en costal, indicativos estos términos de debilidad o mal aspecto. Los compradores, por sí mismos o por intermediarios, lamían el sudor que escurría de la barbilla de los esclavos para saber la edad y salud de los mismos. En ocasiones el esclavo era considerado "bozal", un recién llegado de África.

El caso de María es tan dramático como otros muchos: fue una negra criolla que había sufrido un "mal parto" cuando era propiedad de un amo. En el parto, a la negra "se le rompió la tela del vientre" y la lesión fue tan severa que junto "a la ingle se le rasgó la piel y casi se le salió el intestino". A pesar de ello, a poco que se recuperó fue vendida sin advertir al comprador estas circunstancias, por lo que más adelante la esclava se cansaba con facilidad y decía que "sentía que se le salían las tripas... y que se le venía a la verija [sic]". Ante un pleito por el engaño una partera india dijo que la negra tenía "sentidas las caderas" por haber parido muchas veces y así se anuló el trato.

Montoya informa que los "anchico" (de Angola) practicaban escarificaciones en la frente y entre las cejas, cicatrices producidas por incisiones profundas en la piel como distintivos étnicos, pero los dueños de esclavos dispusieron aún del resto del cuerpo para dejar "escritas" en él otras marcas. Desde el siglo XV los asentistas portugueses hicieron marcas en la piel de los esclavos negros con hierros candentes. Los carimbos eran marcas en el rostro, pecho, hombros y antebrazos; primero simples cruces y luego letras como "G" (de Guinea o de la Compañía Gaditana de Negros). Las marcas en la mujeres fueron menos frecuentes y tampoco se han encontrado referencias de marcas utilizadas en indios esclavos.

Sabemos que las mentalidades son muy distintas según los momentos históricos, pero la religiosidad, la piedad, la humanidad o la mayor sensibilidad de unos seres respecto de otros no impidieron que, antes de nada, estuviese el negocio, la necesidad de explotar minas, enriquecerse, poniendo dramáticamente en comunicación tres mundos.
 
(1) "'Piezas de Indias' en una frontera esclavista novohispana. Una mirada a la corporeidad del esclavo africano en San Luis Potosí del siglo XVII".
(2) "Descripción Geográfica de los Reynos de Nueva Galicia, Viscaya y León". 

domingo, 23 de agosto de 2015

Velos negros y velos blancos

Huamanga, en el suroeste de Perú

Si la mujer ha sido objeto de la más variada explotación a lo largo de la historia, uno de los ejemplos más notable, dejando aparte situaciones de esclavitud, es el de aquellas que, viviendo en pasados siglos, estuvieron sometidas a una interpretación de la vida hecha a imagen y semejanza de los varones. La época del barroco, con toda la parafernalia de reformas religiosas que vinieron de la mano del concilio de Trento, ha dado lugar a situaciones verdaderamente extremas. A América se trasladaron las costumbres de sumisión femenina que se daban en España, y si nos situamos en Perú -como ha hecho la historiadora Patricia Martínez i Álvarez (1)- encontramos establecidas unas relaciones entre las mujeres indígenas y los conquistadores que dieron paso a un sistema de sumisión mediante el cual aquellas pretendían el modelo de la mujer legítima y esposa española. 

"La colonia -dice Patricia Martínez- fue configurando un tejido social en el que los clérigos, religiosos y colonos se convertían en los actores de la realidad, y los indígenas en el conglomerado poblacional sometido a los primeros...". Los primeros beaterios y casas de recogimiento fueron los lugares donde la mujer hispana y criolla permaneció alejada de la actividad masculina de la colonización. Son numerosos los casos en que las mujeres ingresaban en un beaterio obligadas, dejando al padre o al esposo en el papel de colonizador. Constanza fue una religiosa que confiesa haber ingresado involuntariamente obligada por su padre: "me amenazó otras tantas [veces] de muerte en público y en secreto jurando con enojo que si ponía los pies fuera desta clausura me había de dar de puntaladas con que hube de hacer la dicha profesión por violencia y temor...". 

Pero por otro lado fueron también corrientes los casos en que en los conventos entraban varones (padres y esposos), por ejemlo en el monasterio de Santa Catalina en 1672, por lo que deán y cabildo denunciaron dicho desorden en que vivían las relgiosas. Y es que las primeras experiencias de vida religiosa en América no fueron regladas. En el caso del Perú nacieron en los beaterios, pues estaba prohibida por la Corona la fundación de monasterios propiamente dichos, lo que luego se relajó. El primer monasterio de clarisas fundado en Perú fue el de Santa Clara del Cusco en 1564, nacido para recoger a mestizas que los conquistadores habían tenido con indígenas; el primero fundado en Lima fue en 1606 y la iniciativa parece haber partido del portugués Francisco de Saldaña, que seria también el primer administrador del monasterio.

Pronto se establecieron las "calidades" de las monjas según la clase social y la etnia a la que pertenecían: las de velo negro eran las de procedencia noble, llamadas "doñas" como en la vida mundana; las monjas de velo blanco iban en segundo lugar, con poca capacidad económica y por lo tanto con menos dote. Llevaban a cabo servicios domésticos pero superiores a las mujeres seglares "divorciadas o arrepentidas", además de las niñas que recibían educación en el monasterio. Por último estaba el grupo de las criadas o esclavas. Doña María de Vargas, por ejemplo, hija legítima de Santiago Martínez, aportó una dote de dos mil pesos, además de alimentos, cera y colación... Las monjas de velo blanco aportaban aproximadamente la mitad de dote que las de velo negro, pero podía una religiosa ser pobre y española, característica esta última que la enaltecía: María y Francisca eran pobres, pero la abadesa reseñó que eran españolas y "doncellas virtuosas". En casos como este no era necesario hacer explícitos los nombres de los progenitores. 

Doña Paula de Ulloa y Vargas, mujer legítima de Lucas Hurtado, confesó que entró en el convento por "temor y miedo que tuve del dicho mi marido [pues] si saliese fuera estaría mi vida en peligro". Una vez dentro las mujeres seguían la voluntad de sus padres o esposos, aunque la clausura se violaba con alguna frecuencia, razón por la cual las autoridades eclesiásticas reprendían a la abadesa en cuestión. En 1628 una cláusula eclesiástica advertía de la necesidad de que las monjas tuvieran indias que les sirvieran como criadas, y en 1642 una abadesa pidió licencia para que María, india esclava, pudiera retornar a servirle "dado su arrepentimiento por haber huido". En 1666 Doña Micaela Bravo, monja de velo negro, pedía que su sierva mulata Josefa fuera expulsada de la clausura por desobediente, y en 1668 una abadesa pidió autorización para que una sirvienta judía pudiese entrar en clausura para servir a una monja.

Los oficios en los que se ocupaban las monjas en los conventos eran diversos: cantoras, maestras de seglares y de novicias, porteras, acompañadoras, sacristanas, escuchas, obreras, hortelanas, panaderas, provisoras, celadoras... oficios que eran ejercidos por unas y otras según su "calidad".

Fray Diego de Córdoba dejó escrita una crónica donde nos informa de otros monasterios de clarisas en el Perú, dos de ellos en Huamanga y Trujillo (en este caso al noroeste del país). La monja Luisa Díaz de Rojas fue, al parecer, muy virtuosa, ingresando en el convento cuando enviudó. Durante muchos años se castigó con un cilicio muy riguroso y jamás se sentó a la mesa a comer; tenía una de sus hijas casadas dentro del convento "con un caballero muy principal"... Ocho meses antes de fallecer perdió el habla... Como se ve, no se trataba de una profesión religiosa como las que hemos conocido, sino de internamientos con siervas, hijas y visitas varoniles en ocasiones.

En el monasterio de Huamanga vivió Estefanía de Salazar, castigándose el cuerpo rigurosamente para apartar de ella los malos pensamientos. Según Diego de Córdoba "los primeros caballeros conquistadores del Perú... determinaron de hacer una casa de recogimiento para mujeres mozas y doncellas pobres, donde viviesen con doctrina y virtud hasta el tiempo que, ligadas con el vínculo del matrimonio, se empleasen en el servicio de Dios y cuidado de su casa". Algunas monjas escribían "vidas" que se nos han conservado, gracias a las cuales podemos conocer sus experiencias místicas. 

Una de ellas escribió: "Veinte años ha que sirvo las llagas de mi Padre San Francisco, asistiendo en sus Maytines, y poniéndole Luces, y despavilando en sus maytines. Otros tantos en sus Vísperas... procurando muchas indulgencias que hago ganar a las Religiosas, todo con licencia de la Madre Abadesa". Se trata de Jernónima de San Dionisio, que en otra ocasión dice: "tres veces las de vísperas de Ceniza comí con las morenas, las más viejas y pobres, a mi costado", seguramente como un mérito añadido. "Seis años besé los pies a cinco negros en Reverencia del dulce nombre de Jesús... Tres personas me han azotado por las Benditas Ánimas... y comí tronchos de lechuga muy amargos... Me mandé echar una obediencia para no hablar en el coro". En ocasiones la monja Jerónima entraba en visiones que podemos interpretar de diversas maneras: "He visto más de trescientas ánimas de Purgatorio...", y otras veces delata los prejuicios que estaban también en la sociedad: "De unos días a esta parte doy en pensar que todas son mejores que yo, hasta las negras". 

En un pasaje de su "vida" cuenta cómo fue objeto de un milagro, pues viniendo de un corregimiento de Collaguas a Pilpinto (2) cayó de una mula "más de treinta estados", pues quedó ilesa contrariamente a la mula y la silla. En Pilpinto tenía una encomienda el hermano de la monja, por lo que no sería de familia humilde. 

Úrsula de Jesús tocaba el órgano, pero era hija ilegítima de un tal Juan de Castilla, además de negra, por lo que sería objeto de prejuicios y discriminaciones. En los textos que nos dejó escritos: "... dije que si las negras iban al cielo..."; hasta tal punto debía de ser la pesadumbre y preocupación por caer en el infierno, por ello "puse todo mi pensamiento en el cielo y veo allí apartado un Cristo muy grande y saliendo de sus llagas unos arrollos copiosísimos". Patricia Martínez señala que Úrsula es presentada como una criada a la que Dios tuvo que avisar mediante un milagro para convencerla de que debía ingresar en la vida monástica, y por ende reglada, a lo que ella se había opuesto siempre. 

La obra y autora que cito abajo nos permiten comprender un aspecto fundamental de la religiosidad de unas mujeres discriminadas por ser mujeres, por vivir en una época especial desde el punto de vista religioso (el barroco) y por tener que sufrir las especiales condiciones de una colonia que solo por la fuerza se fue asemejando -y aún así con diferencias- a la cultura española y europea.

(1) "Mujeres religiosas en el Perú del siglo XVII".
(2) Debe tratarse de Collahuasi, con Pilpinto en la región del Cuzco, al sur del Perú. 

sábado, 22 de agosto de 2015

La "Crónica del reino de Chile"



Escrita a finales del siglo XVI por Pedro Mariño de Lobeira, aunque el texto que se nos conserva hoy es la versión que hizo posteriormente el jesuita Bartolomé de Escobar, es una obra importantísima donde, con mucho detalle, se nos informa de la difícil conquista de Chile por los españoles, desde Diego de Almagro hasta Martín García de Loyola entre 1593 y 1595, por lo que el jesuita debió completarla, ya que Mariño de Lobeira murió en 1594.

Mariño describe el trayecto seguido por Almagro a través de Jojouí, Chihuana y Querimere, donde se dio una importante batalla. Jojouí debe de ser la actual Jujuy, en el noroeste de Argentina y en plena cordillera andina. Sigue con el relato del recibimiento que “los indios chilenses” dieron a los españoles y con la entrada de estos en Copiapó, “pasando una muy áspera Sierra Nevada". Para ello tuvieron Almagro y los suyos que atravesar la cordillera andina, pues Copiapó se encuentra cerca del desierto de Atacama, en un valle, relativamente cerca de la costa pacífica.

Luego recuerda Mariño “una sangrienta batalla [con] los bárbaros” (mapuches) que había tenido Gómez de Alvarado en Reinohuelén (1536) en la región de Bío-Bío. Desde ese año no habría descanso para los españoles, que cada cierto tiempo debían soportar un levantamiento o ataque de los pueblos indígenas del Arauco, particularmente mapuches. Volviendo a su tiempo, relata nuestro autor que, quizá no viendo Alvarado las cosas claras, hizo regresar a su ejército, acompañándole, hacia Perú. Sigue con lo que se ha venido considerando segunda conquista de Chile por Pedro de Valdivia, que guerreó en estas tierras entre 1541 y 1553, año de su muerte.

Valdivia y su gente tuvieron que atravesar el desierto de Atacama y luego hubieron de contrarrestar la resistencia de los indios de Copiapó, donde se dio la batalla en la que los españoles contaron con refuerzos que vinieron en un navío. Luego fundaría Valdivia la ciudad de Santiago, cuyo nombre se debe –como en otras ocasiones- por haber "aparecido" el apóstol en la batalla (sin duda a favor de los cristianísimos españoles). Mariño de Lobeira se muestra como un buen etnólogo cuando nos habla de las condiciones de los indios de Chile, pero también como un propagandista al relatar la victoria de Valdivia sobre Michimalongo, cacique de los picunche que habitaban las tierras entre los ríos Aconcagua e Itata en el centro de Chile, lo que permitió la ocupación de ciertas minas de oro. Valdivia apresó a siete caciques y luchó en Santiago, matando en ella, Inés Suárez, a siete caciques (siempre según Mariño). Esta mujer, cuya vida es verdaderamente activa, fue encomendera en Cuzco y allí conoció a Valdivia.

Mariño nos habla de una batalla librada en Santiago, así como otra en Penco (hoy en la provincia de Concepción) y al mismo tiempo “de las grandes calamidades que padecieron los españoles [Mariño de Lobeira no tiene aquí en cuenta el sufrimiento de los indígenas], muchos años de hambre y desnudez por no tener comercio con gente de otros reinos. En el capítulo XIX de su obra nos habla del comienzo de la explotación minera y luego de las andanzas de Alonso de Monroy en Perú, además de cómo llevó españoles a Chile. Monroy fue colaborador de Valdivia y luego presidió el cabildo de Santiago de Nueva Extremadura, lo que hoy conocemos como Santiago de Chile.  

La ciudad de Coquimbo se encuentra en la costa chilena y el territorio estaba habitado por indígenas dedicados a la pesca en la época de Lobeira. Allí estableció Valdivia un puerto origen de lo que hoy es la ciudad. Luego narra nuestro autor la destrucción de la ciudad de la Serena y su reconstrucción, cercana a Coquimbo. Francisco de Villagrán reunió gente en Perú para poblar estas ciudades y luego sería en varias ocasiones gobernador de Chile, pero antes intentó la liberación de Diego de Almagro, que estaba en manos de Pizarro. No fue la primera vez, ni la última, en que parcialidades de españoles, o personalidades se enfrentaron entre sí en el fenómeno americano.

Más adelante habla Lobeira del descubrimiento de los habitantes de Arauco, que tendrían con los españoles un siglo de conflictos, estableciéndose una “frontera” de la que no pudieron pasar hasta la segunda mitad del siglo XVII. Antes habían fundado la ciudad de Concepción, en la costa de Chile, que sería atacada por los indígenas araucanos no pocas veces. Es en esta época cuando se descubre la provincia de Cauten, al oeste de Temuco y en el centro de Chile. 
 
Actual Coquimbo
Lobeira describe el descubrimiento de lo que luego será la provincia de Toltén, en la Araucanía y al borde del río Toltén, que nace en el lago Villarrica, en cuya ribera se fundó la ciudad del mismo nombre, así como el descrubrimiento del valle de Marquina, donde se produciría una importante batalla. A continuación sigue describiendo el descubrimiento de las minas de oro de la Concepción y la llegada a Chile de Martín de Avendaño con su ejército, la rebelión de los araucanos y los de Tucapel y el acuerdo al que se llegó "confederándose" -dice Lobeira- contra los españoles en la región del río Bíobio, que se estableció como línea fronteriza por mucho tiempo, aunque la verdadera frontera fue un territorio mucho más ancho de norte a sur. La batalla de Tucapel enfrentó a Valdivia con el indígena Caupolicán, donde moriría el primero y buena parte de su ejército, en parte como consecuencia de la traición del aliado Lautaro, otro indígena. 


Caupolicán era un indio mapuche que ofreció tenaz resistencia a los españoles, sobre todo después de haber sido elegido toqui por su comunidad. Lautaro había estado preso de los españoles, pero logró fugarse y volver a ser reconocido como líder de su parcialidad. El fuerte de Tucapel fue perdido por los españoles en esa batalla y, a partir de ese momento, algunas ciudades que habían sido fundadas fueron destruídas por los indígenas, a partir de cuyo momento fue elegido Villagrán como gobernador de la región. Este tendría luego que enfrentarse a los caudillos mapuche Peteguelen y Colocolo, a causa de lo cual se tuvo que despoblar la ciudad de Concepción, momento que aprovechó Lautaro para entrar en la ciudad, lo que motivó las diferencias que se produjeron entre Villagrán y Aguirre. 

Más adealante describe Mariño de Lobeira lo que para él fue la pacificación de Arauco a manos de García Hurtado de Mendoza, gobernador de Chile y virrey del Perú. Se trata de la batalla de Marigueñu, aunque esta no fue definitiva, pues aún seria derrotado Martín García Óñez de Loyola en 1592, donde este perdería la vida. Tambien se debe a este virrey la victoria sobre Hawkins, corsario al servicio de Inglaterra. La batalla de Marigueñu fue en 1554 y enfrentó a los españoles con los mapuche, pero la victoria fue para estos, por lo que la "pacificación" de la que habla Mariño se debió a conversaciones posteriores. El indígena Lautaro hizo creer a los españoles que Chile estaba perdida.

Las desavenencias entre los españoles vuelven a producirse con un marqués que apresó a Francisco de Villagrán y a Francisco de Aguirre en la ciudad de La Serena, pero no sin batalla. Pero ello no fue obstáculo para que el gobernador enviase a españoles hasta el estrecho de Magallanes, con el objeto de inspeccionar el terreno que aún quedaba por conquistar y para combatir a los corsarios ingleses y holandeses que merodeaban por la zona. Así se descubrió la provincia de Ancud, al norte de la isla de Chiloé, encargándose más tarde a los jesuitas la cristianización de su población a base de la construcción de capillas no solo en la isla, sino en todo el archipiélago.

Mariño ordena las noticias en su "crónica" según se van produciendo y así describe como se descubrieron minas de oro en la Madre de Dios, al sureste del actual Perú, y se fundó la ciudad de Mendoza. Mientras tanto seguían las luchas contra los indios de Aurauco, poniendo cerco estos a la "casa fuerte" del mismo nombre, motivando el depoblamiento de la zona, aunque luego el español Lorenzo Bernal vencería al indígena Quiromanite en la ciudad de los Infantes. Así fue posible crear la real Audiencia en Chile, sin que por ello cesasen las batallas contra los indígenas, al frente de los cuales estuvo el caudillo Millalermo. Hasta de un "espantable terremoto" nos habla Mariño de Lobeira que hubo en la ciudad de Concepción y de una batalla contra otro capitán indígena de nombre Olvera.

La "crónica" es muy pormenorizada, pero insiste mucho en los conflictos armados con los indígenas chilenos, particularmente de Arauco. Por ella podemos conocer los nombres de los más importantes militares que participaron en la conquista de Chile, pero también de sus crueldades, errores, victorias y derrotas. Conocemos así algunas costumbres de los indígenas y su diversidad étnica, siendo la obra de Mariño una fuente extraordinaria para el historiador, bien entendido que está escrita desde el punto de vista de los intereses conquistadores.

Río Bíobio

viernes, 21 de agosto de 2015

Los "casados de ultramar"


¿Que fue de aquellas mujeres que se quedaron en España mientras sus esposos viajaron a América para volver algún día o para no volver, como ha investigado Ana María Presta? (1). En su obra cita varios casos que ejemplifican la situación de esas mujeres (y sus maridos) en la larga ausencia del varón que ha viajado a las Indias. Uno de ellos es el de Inés Bernardina de la Barrera Ayala, vecina de Sevilla, casada con su primo Alonso Ortiz de Abreu, residente en la ciudad de La Plata. 

La fuente para esta investigadora son las copiosas cartas entre los cónyuges donde se mezcla el deseo de encontrarse pero, ante todo, disfrutar de una herencia que alguien les había dejado. Parece claro que la unión matrimonial estuvo más dirigida a conseguir la herencia que a dar satisfacción a unos amores no consumados. La autora ha podido ver la supeditación del consentimiento de los cónyuges a los imperativos del linaje, la fortuna como acicate y motivación de la unión, la invención del amor, la construcción subjetiva del otro... (son palabras suyas).

Todo este asunto comenzó en 1618 por voluntad de un tío de ambos, Diego de la Becerra, escribano de cámara de la Audiencia de Charcas que, casado, no había tenido hijos. Diego de la Barrera testó en el año citado y añadió una cláusula testamentaria por la que quedaban vinculados en mayorazgo su chacra (finca rural con vivienda y terreno para cultivo) y unos molinos situados en el río Pilcomayo (2), tierras de viñedo en Oroncota (3), Coromomo y Equico y estancias de ganado en los altos de Coachaca, todo en territorio de Chuquisaca; también casas y rancherías de indios, aperos y ganado. Los hermanos Alonso y Jerónimo Ortiz de Abreu (sobrinos del testador) serían los herederos y disfrutarían de esos bienes cuando cumpliesen venticinco años y ciertas condiciones, entre ellas casarse con las hijas de Rodrigo de la Barrera, hermano del testador. Si no hubiese tales hijas, con otras de su linaje y, a falta de estas, con hijas de personas nobles "que no sean moros ni judíos ni de los nuevamente convertidos...".

Años más tarde se produjo el casamiento de  Alonso Ortiz con Bernardina de la Barrera, hija de Rodrigo de la Barrera, "por palabras que hicieron verdadero matrimonio", pues él se encontraba en La Plata y ella en Sevilla. Las cartas que se intercambiaron los esposos estuvieron llenas de buenas intenciones, promesas de amor y demás frases al uso, pero con el pasar del tiempo todo ello quedó en segundo plano y lo que más abundaba en las cartas eran reclamos de dinero por la venta de los bienes del mayorazgo que, aunque ilegal, el marido en América consiguió cambiar por dinero.

Como los años pasaban y el matrimonio no se consumaba, pues mediaban muchas leguas entre Sevilla y América, la esposa empezó a mostrarse cada vez más ambiciosa, de forma que quiso ir a donde se encontraba su marido, en Charcas. No fue fácil, pues mujeres y niños no podían viajar a América si no era acompañadas de sus esposas o padres, pero entre familias poderosas casi no hay lo que no se pueda conseguir, de forma que a la postre Bernardina consiguió embarcar con su madre en dirección a América. Lo malo fue que falleció en el viaje, por lo que sería la suegra de Alonso la que tendría que hacer valer los derechos de su hija. Aquí empiezan una serie de pleitos, pues Alonso alega no hubo consumación del matrimonio y la suegra que el citado era esposo de su hija. Los tribunales dieron la razón a aprovechado Alonso, pues consideraron que no consumándose el matrimonio no cabe hablar de bienes gananciales. Es solo un ejemplo de los citados por la autora a la que sigo aquí.

En efecto, muchos hombres que viajaban a Indias no volvían al haber encontrado acomodo allí e incluso tenido descendencia. En otras ocasiones se trataba de fallecidos de los que nunca más se tuvo noticia, pero aún sobreviviendo, la lejanía hizo que muchos prefiriesen su nuevo destino, pleno de oportunidades de honor y riquezas que la vuelta a España. Parece que los hombres españoles aventajaban a las mujeres en América en una proporción de 8 a 2. Las mujeres que se quedaron en España no dejaron de reclamar que sus esposos regresasen, con fortuna o sin ella, pues peor estaban sin el soporte del marido. En un principio se había establecido que los hombres casados debían viajar a América con sus esposas, pero estso se olvidó pronto y entonces se dictaron reglamentaciones que fijaban el tiempo que un casado podía vivir en las colonias para luego regresar junto a su esposa.

Como los acuerdos y reglamentaciones se incumplían, surgieron solicitudes de búsqueda, incluso oficialmente, pues "de la falta de vida maridable surgían figuras como el adulterio, el concubinato, la barraganía o el delito más grave, el de bigamia, de parte de alguno o ambos cónyuges. También la estafa y el dolo se manifestaban en estas situaciones..." como acabamos de ver en el ejemplo de Alonso Ortiz.

Otro caso tuvo su origen en Corral de Almaguer, cerca de Aranjuez pero en la actual provincia de Toledo, al borde del río Riánsares antes de desembocar en el Cigüela, región dedicada sobre todo al viñedo. En 1565 María de Montealegre solicitó a las autoridades que mandasen regresar de América a su marido, Hernán Suárez, residente en La Plata, Charcas, quien se había marchado veinte años atrás, dejándola con hijos pequeños y en estado de necesidad. La mujer había pedido que su esposo la llevase a Charcas, pero este se había negado de una forma u otra y aquí empezaron engorrosos trámites que correspondieron a la mujer para demostrar su identidad, que era la esposa del ausente y "que la habían visto dormir con él en el mismo lecho". María dio poderes para que el rey proveyera lo necesario a fin de que su marido regresase.

Son otros los ejemplos que la autora explica sobre este fenómeno, que vienen a corroborar una vez más el grado de discriminiación en que vivió la mujer ante un hecho como el de la conquista y colonización de América, sin que en ello cupiesen distinciones entre mujeres de alta o baja cuna.

(1) "Estados alterados. Matrimonio y vida maridable en Charcas temprano-colonial".
(2) Nace en Bolivia y desemboca en el río Paraguay.
(3) Al sur de la actual Bolivia, cerca de Potosí.

jueves, 20 de agosto de 2015

"El albañil herido"


Esta obra es un óleo sobre lienzo de 268 por 110 cm. que se consereva en el Museo del Prado (Madrid) y fue realizada entre 1786 y 1787. En estos años Goya estaba en Madrid intentando introducirse en los círculos aristocráticos. "El albañil herido" es uno de los jemplos de pintura social, no muy abundante en Goya aunque sí tenemos varios ejemplos: "La nevada" muestra a personas humildes atravesando un paisaje nevado; también podemos considerar "El cacharrero", "La conducción de un sillar", "Los pobres en la fuente" y "La boda", entre otros.

En la obra que comentamos ya la pincelada es suelta y los perfiles, aunque más definidos que en otros casos, quedan en segundo plano ante el color grisáceo y oscuro que domina toda la composición, incluso el fondo de nubes, donde el sol no acierta a salir. La estructua del edificio está simplemente abocetada, así como la rueda de una polea y los personajes tienen rostros indefinidos, con los rasgos hechos a base de manchas negras. 

Goya tenía entonces unos cuarenta años y se encontraba terminando la primera parte de su larga vida, todavía sin los problemas que luego aquejarían su ánimo y que se ponen de manifiesto en su correspondencia con su amigo Martín de Zapater. Bien es cierto que seis hijos de Goya ya habían fallecido, mientras que solo le quedaba uno vivo que había nacido en 1784. Unos años antes había fallecido su padre pero la sordera no tardaría en atormentar al artista. 

Durante el reinado de Carlos III Madrid había pasado de un estado desordenado a una capital con calles empedradas, fuentes y paseos con árboles. El palacio de Buenavista no era el único gran edificio que quedaba sin terminar a finales del siglo XVIII. El de Villahermosa, cuya reforma y ensanche había sido proyectado en 1783 por Silvestre Pérez y Manuel Martín Rodríguez -sobrino este y alumno aquel de Ventura Rodríguez- no se terminaría hasta 1806. Por sus contactos académicos, Goya conocería muy bien a casi todos los personajes notables del arte madrileño. Algunos serían amigos suyos, como Pedro Arnal, que será una de las primeras personas en difundir el interés por los Caprichos en 1799. 

Pero estos contactos no evitaron que el espíritu inquieto de Goya dejase de retener algo de su tiempo en la pintura social, tan poco tenida en cuenta en aquella época, pues es tema que más bien cultivarían los pintores realistas del siglo XIX.