domingo, 31 de diciembre de 2017

Robo en Villa Edén


Arcachon, Francia
Arcachon se encuentra en el suroeste de Francia, en la costa, cerca de la cual pasó un tiempo el exiliado Presidente de la II República española, Manuel Azaña, antes de que decidiese un lugar más seguro en Montauban, al norte de Toulouse. En julio de 1940, con nocturnidad, ciertas autoridades alemanas, policías españoles y falangistas, registraron la casa donde vivía Azaña cerca de Arcachon (Villa Edén) y se llevaron objetos de más o menos valor, pero también todos los papeles que allí había del expresidente de la República española.

Los datos que aquí se contienen fueron publicados por “El País” el 24 de febrero de 1991, poniendo de manifiesto el robo que el vicecónsul español en Ginebra, Antonio Espinosa, hizo de los papeles de Azaña en 1936, en manos del cónsul en ese momento, Rivas Cherif, a quien el presidente se los había confiado. Los nazis, en 1940, saquearon también la biblioteca de Azaña.

Una vez en manos del general Franco, que recibe estos papeles en Burgos, los lee “con fruición” y los pasa a uno de los responsables de la propaganda del nuevo régimen español, Joaquín Arrarás, que conocía a Franco desde que estuviera destinado en Marruecos como periodista. Arrarás corta por donde considera oportuno, descontextualiza la narración, falsifica por lo tanto el texto de Azaña y lo da a la opinión pública con la intención de enfrentar a los citados por el expresidente, a los que solía tratar sin miramientos, fuese para bien como para mal.

El vicecónsul Espinosa fue, en realidad un “topo” contra la República española, que robó por primera vez los documentos del mismo despacho del cónsul Rivas Cherif. Luego vendría el segundo robo por parte de las autoridades nazis ocupantes de Francia desde mediados de 1940. No fueron robados, sin embargo, todos los papeles de Azaña, sino solo los que fueron sustraídos en la primera ocasión citada, conteniendo estos las anotaciones del expresidente desde agosto de 1932 hasta febrero de 1933 y desde junio a noviembre de este último año, es decir, se habla del levantamiento de Sanjurjo, la tramitación del Estatuto de Autonomía de Cataluña, la Ley de Reforma Agraria, la visita a Madrid del presidente francés Herriot, el tercer y último encuentro de Azaña con Franco y la caída del gobierno presidido por aquel.

A Azaña le preocupó, sobre todo, el uso que se hiciera de sus notas sobre la visita del presidente Herriot, pues Francia era, en 1936, una ayuda relativamente importante para la II República española. A tal punto esta preocupación fue real que Azaña intentó la recuperación de los papeles robados (primer robo del consulado en Ginebra) a cambio del obispo de Teruel, en ese momento prisionero de los republicanos, que a la postre sería asesinado en 1939 por soldados republicanos en la ribera del río Muga (Girona), desoyendo las instrucciones dadas por el presidente Negrín.

No sé si en la actualidad estos papeles se encuentran en algún archivo o dependencia oficial, pues siendo ministro del Interior José Barrionuevo, este dio a conocer el hallazgo de los mismos en una dependencia medio abandonada de la policía. El artículo de “El País” citado aquí habla de que, en 1991, seguían en manos de herederos de Manuel Azaña.


sábado, 30 de diciembre de 2017

Franco contra Batet



Comandancia militar de Burgos

Hilari Raguel ha publicado hace tiempo un libro[1] del cual hizo un resumen en forma de artículo en el periódico Le Monde diplomatique (edición española). En este último habla de que, tras el desastre de Annual (1921) se llevó a cabo un proceso para depurar responsabilidades, siendo el general Domingo Batet uno de los jueces instructores. Escandalizado por el favoritismo con que se procedía, pidió ser relevado y transmitió al ministro de la Guerra, Niceto Alcalá Zamora, un informe sobre lo que había visto, entre otras cosas la corrupción de los hermanos Franco. En cuanto a Ramón, sobre sus orgías y escándalos y en cuanto a Francisco lo siguiente: “El comandante Franco… tan traído y llevado por su valor, tiene poco de militar, no siente satisfacción de estar con sus soldados, pues se pasó cuatro meses en la plaza para curarse enfermedad (sic) voluntaria, que muy bien pudiera haberlo hecho en el campo, explotando vergonzosa y descaradamente una enfermedad que no le impedía estar todo el día en bares y círculos. Oficial como este, que pide la laureada y no se la conceden, donde con tanta facilidad se han dado…”.

Han corroborado esto –dice Raguer- los historiadores Blanco Escolá, que ha podido ver la hoja de servicios de Franco, y Paul Preston, que explica la habilidad con que utilizaba a los periodistas para forjar su leyenda y exigir la Cruz Laureada de San Fernando. Tendría que autoconcedérsela al término de la guerra con la farsa de renunciar momentáneamente a la Jefatura del Estado para que el general Jordana, vicepresidente, se la decretara y el general Varela se la impusiera.

Durante la II República el general López Ochoa fue nombrado Jefe de la IV División Orgánica, pero Azaña, Jefe del Gobierno, le sustituyó por Batet. Este prohibió a los oficiales de la guarnición de Barcelona, “que se creían custodios de la unidad de España”, intervenir contra las manifestaciones de catalanismo, pero les protegió contra las detenciones arbitrarias por parte de la policía de la Generalitat.

Cuando se avecinaba la crisis del 6 de octubre de 1934, Batet advirtió al gobierno de los preparativos armados que estaban haciendo, y de cómo los “escamots” de Esquerra Republicana vigilaban y acosaban a algunos. Batet avisó reiteradamente a Lluis Companys, por medio de Josep Tarradellas y de Claudi Ametlla, y luego le visitó para pedirle “que no hiciera la locura de sublevarse, porque tendría que sofocar la rebelión”.

Batet preparó un plan, mientras que el de la Generalitat, a cargo de Josep Dencàs, consideró que el ataque vendría desde el gobierno militar y el cuartel de Atarazanas, por las Ramblas, pero una columna venida de los cuarteles del parque de la Ciudadela llegó por detrás, atravesando la Vía Layetana (dice Raguel), y ocupó las azoteas que dominaban el Palacio de la Generalitat. Fue entonces cuando se produjo el enfrentamiento entre Batet y Franco. Este preparó un plan, por encargo del ministro de la Guerra, que a Batet pareció innecesario y contraproducente, por lo que se puso en contacto con dicho ministro, Diego Hidalgo, y le convenció, junto a Lerroux (Jefe del Gbierno) y Alcalá Zamora (Presidente de la República) para que su plan fuese el que se llevase a cabo, el cual resultó un éxito, tomando el Palacio de la Generalitat con unos pocos cañonazos y consiguiendo la rendición de Companys.

Ricardo de la Cierva, que ha dispuesto de mucha documentación, asegura que Batet se ganó aquella noche una injusta reprimenda de Franco, pero para aquel fueron los mayores elogios de la sociedad en su conjunto, lo que Franco no olvidaría.

Cuando se produjo la rebelión militar de 1936, Batet se mantuvo fiel a la legalidad republicana, lo que no hizo su subordinado Emilio Mola, aunque le había prometido que no se levantaría. En diciembre de dicho año el general Franco, ya dueño de la situación al frente de los sublevados, decretó la baja en el Ejército de Batet y en un consejo de guerra en enero de 1937 fue condenado a muerte “por auxilio a la rebelión”, siendo los que se rebelaron los que le juzgaron y ejecutaron, el general Franco a la cabeza.


[1] El general Batet: Franco contra Batet, crónica de una venganza.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Obreros a principios del siglo XX



La jornada laboral de ocho horas, que se ha ido implantado en los diversos países a lo largo del siglo XX, ha sido una reivindicación de los asalariados desde que el movimiento obrero la empezó a exigir en sus manifestaciones del 1º de mayo de cada año. En 1906 la prensa obrera de la época hablaba de que dichas manifestaciones ya no causaban terror a la burguesía, pero sí las temían. Una de las propuestas que se llevaron a la manifestación de ese año fue el abandono del trabajo cuando hubiesen transcurrido ocho horas para poder asistir a la manifestación obrera, lo que seguramente implicaba sanciones y problemas sin número para los trabajadores que llevaban a cabo dicha propuesta.
Otras reivindicaciones fueron, en el año citado, legislación protectora del trabajo, el abaratamiento de las subsistencias y la realización por parte de los estados de obras que paliasen el paro. En la prensa obrera se hicieron premoniciones y denuncias sobre lo que ocho años después ocurriría: el estallido de la guerra de 1914, diciendo que se trataba de un intento de defender los intereses de las clases pudientes, pero que los mayores padecimientos serían para los trabajadores.

Ya existía conciencia, y así se publicó, de que el 1º de mayo había borrado las fronteras, pues representaba la hermandad entre los trabajadores sin distinción de raza o nacionalidad. La consigna de que se abandonase el trabajo al cumplirse las ocho horas fue una resolución aprobada en la Internacional de Ámsterdam durante su cuarta conferencia (1905, 23 y 24 de junio), confirmada por un congreso celebrado en Bourges (centro de Francia).

Pero “La Unión Obrera”, órgano de la UGT, planteó también una reivincación relativa a la mujer trabajadora: en su VIII congreso, celebrado los días 16 al 19 de mayo de 1905 se acordó pedir al Insituto de Reformas Sociales que este acordase la reforma de la ley y reglamento sobre el trabajo de mujeres en “el tiempo” anterior y posterior al parto, teniendo en cuenta las prescripciones de la ciencia médica del momento.  La propuesta fue hecha por la delegada de los “constructores” de calzado de Bilbao, Virginia González. La ley española tenía fecha de 13 de mayo de 1900, y se pedía tener en cuenta “la conservación de la raza” y el bienestar de la clase trabajadora.

Se aportaron entonces informes médicos en los que se hablaba de la particular constitución física y fisiológica de la mujer, “siendo un verdadero delito permitir que se agote en el trabajo”. Se constataba que las enfermedades de las mujeres eran mucho más frecuentes y graves en las regiones industriales que en las demás y que la mortalidad de los niños crece en dichas regiones por el esfuerzo en el trabajo de las embarazadas. Los partos prematuros –se decía- son una lacra que se extiende a los niños recién nacidos, más débiles que los demás.

La legislación española concedía a la mujer descanso del trabajo durante las tres semanas posteriores al parto, pero el Congreso de la UGT  lo consideraba insuficiente, citando a la “Société Obstetricale” de Francia, que recientemente había considerado necesario el descanso de la mujer durante cuatro semanas después del parto como mínimo. Se citan los casos de Austria, Bélgica, Dinamarca, Inglaterra, Hungría y Países Bajos, en los que, entre 1885 y 1901 ya se había recogido esta exigencia. En Alemania y Noruega, por su parte, la ley establecía un descanso para la mujer de cuatro a seis semanas después del parto. 




lunes, 25 de diciembre de 2017

Incidente en Carabanchel

Carabanchel hoy
El periódico ABC daba cuenta, el día 28 de junio de 1932, de los rumores que había en Madrid sobre la fiesta de compañerismo después de unas maniobras militares y el incidente que, entre el general Goded y el coronel Mangada, se había producido en el campamento de Carabanchel, que no es sino una muestra más de la división en el seno del ejército español, así como en la sociedad, durante el régimen republicano nacido en 1931, pero también con anterioridad y posterioridad.

Un testigo presencial –dice el períodico- explicó que tras un desayudo “un poco ilustrado” en el que participaron unos doscientos jefes y oficiales, “la fiesta transcurrió en sano ambiente de fraternidad”. Habló el general Federico Caballero, resaltando la “perfecta unión de todos los Institutos armados” (vanas palabras). Luego intevino el general Villegas y luego el general Goded, que “entonó un canto a la disciplina” y pidió a la oficialidad “que se alejara de las luchas políticas”, palabras que él mismo traicionaría, pues menos de dos meses más tarde estuvo complicado en el golpe de estado del general Sanjunjo (fracasado en agosto de 1932), como también lo estaría en el golpe de estado (fracasado también) de julio de 1936.

Las palabras del general Goded fueron recibidas con grandes aplausos tras su “Viva España”, pero no dijo “Viva la República”, como al parecer era preceptivo. El coronel Mangada no aplaudió, lo cual fue visto por muchos, incluido Goded, como una ofensa, lo que este le recriminó y Mangada contestó. Intervino entonces el general Caballero y luego Villegas, el cual decidió arrestar a Mangada en ese mismo momento a la vista de sus subordinados. Este abandonó el lugar, arrojó al suelo su gorra y guerrera y dijo a los soldados (no a los oficiales): “Mirad como tratan a un jefe vuestro”.

Los jefes y oficiales, entre tanto, desagraviaron a Goded y a los pocos días el general Villegas dio cuenta al ministro de la Guerra, que era el presidente el Gobierno, Manuel Azaña, el cual confirmó el arreso y se instruyó un “sumario”. El profesor Navajas Zubeldia ha publicado un interesante trabajo sobre los militares de extrema derecha en España, pero incidentes como el de Carabanchel, aquí descrito, y otros más graves se han producido en España durante cualquier régimen político.

El general López Ochoa, en 1929, participó en el golpe de estado (fracasado) dirigido por Sánchez Guerra contra la dictadura de Primo desde Cataluña. Ha sido considerado como liberal y masón, por lo que la indisciplina en el ejército no ha sido cosa solo de los derechistas, monárquicos o conservadores. El general Miguel Cabanellas participó en el alzamiento militar de 1936, aunque algunos consideran que no sin algunas dudas iniciales. Cuando triunfó el Frente Popular en febrero de 1936, el inspector general del Ejército, Rodríguez del Barrio, estuvo en el intento de que se anulasen las elecciones declarándose el “estado de guerra” en España, aunque no fructificó porque se negó a ello el presidente Portela Valladares.

¿Qué decir de Gonzalo Queipo de Llano? Conspirador contra la monarquía durante la dictadura de Primo y contra la II República española. El gobernador militar de Aragón, Gómez Morato, tuvo un encontronazo con Francisco Franco porque este, director de la academia de Zaragoza, se negó a poner la bandera republicana (1931) cuando este mantenía, contra toda lógica, la bandera de la monarquía. El general Villegas, del que hemos hablado en el incidente de Carabanchel, estuvo en la conspiración para el levantamiento militar de 1936, pero no se decidió a secundarlo en Madrid, siendo sustituido por el general Fanjul, lo que no serviría a aquel para salvar su vida, pues sería asesinado por unos milicianos en agosto, ya empezada la guerra civil. Enrique Salcedo, militar, estuvo en la conspiración de 1936, pero no se involucró en ella, lo que le costaría la vida, pues ya empezada la guerra fue detenido por los sublevados, encausado junto con otros en octubre de 1936, condenado a muerte y fusilado en el mes de  noviembre próximo en Ferrol… Son solo algunos ejemplos. 

domingo, 24 de diciembre de 2017

El asesinato de los hermanos Badía




El 29 de abril de 1936 los periódicos publicaban la noticia de un doble asesinato, el de los hermanos Badía: “el pistolerismo en acción”, decía uno, para continuar con el titular “Ayer fueron asesinados en Barcelona los hermanos Miguel y José Badía”. Dos jóvenes que habían estudiado las costumbres de los hermanos fueron los autores.

Posteriormente se produjo el viaje a Madrid de varios diputados –según informó el que lo era, Tomás Piera- para pedir que se reintegrasen a la Generalitat de Cataluña los servicios de orden público, que el gobierno conservador del presidente Lerroux le había quitado. Pero ¿quiénes eran Miguel y José Badía?

El primero era militante de Estat Catalá, una organización nacionalista que perseguía la separación de Cataluña de España; había participado en el atentado contra el rey Alfonso XIII en el año 1925, haciéndole responsable de la dictadura del general Primo (complot de Garraf) formando parte de la organización terrorista “La Bandera Negra”, relacionada con “Estat Catalá”. Había sido jefe superior de uno de los servicios de la Comisaría General de Orden Público en Barcelona, donde se caracterizó por el especial empeño en la represión, particularmente de los anarquistas, bien entendido que el orden público estaba en la época seriamente amenazado.

El segundo era Secretario de los somatenes, y el 6 de octubre de 1934 había participado en los sucesos derivados de la proclamación por Lluís Companys del Estado Catalán dentro de la República Española. Herido por la policía, consiguió escapar a Francia, pero regresó a comienzos de 1936 con la esperanza de que, venciendo el Frente Popular, como así fue, no se le persiguiese.

Por lo tanto se trata de dos personajes que, sin perjuicio de su afiliación política, habían entendido esta de una forma muy propia de la época: la acción directa, la falta de respeto a la ley y la enorme polarización política, que no fue exclusiva de la II República española; recuérdese el llamado “trienio bolchevique” antes de la dictadura de Primo, el asesinato de cuatro presidentes del Gobierno (Prim, Cánovas, Canalejas y Dato) y el rosario de violencias que jalonaron el siglo XIX español.

Los asesinatos de los hermanos Badía se entienden en el contexto de una época en la que la negación del contrario era norma: fascismo contra democracia, nacionalismo periférico contra nacionalismo español, división en el seno de los partidos políticos, existencia de milicias paramilitares, debilidad de los gobiernos sujetos a la opinión de las organizaciones que les apoyaban, inestabilidad política en suma. Todo ello en un contexto europeo en el que el auge de los regímenes fascistas era un hecho.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Tonkín y conflictividad social




Vierzon, Francia
En 1883, en plena fiebre imperialista, Francia se hizo dueña de Tonkín, lo que trajo un gran revuelo en el país y en buena parte de Europa. Hasta tal punto este asunto ocupó las páginas de la prensa y las preocupaciones de la opinión pública, que el periódico “La France Militaire”, que pasaba por ser el órgano oficioso del ministerio de la Guerra, al frente del cual estaba Georges Boulanger, publicó: “la cuestión social no tiene más que una solución posible: la guerra”, apostillando algún otro de filiación obrera que tal medida sería para “enviar a los obreros a la matanza”.

En efecto, el movimiento obrero estaba en la Francia de finales de siglo en plena ebullición, de la misma forma que la política imperialista de la III República. Fue durante la época del II Imperio cuando Francia se extendió por el extremo sureste de Asia y, por lo tanto, la región al norte de Vietnam que es Tonkin, conocida por portugueses, españoles, holandeses e ingleses antes de la presencia francesa.

El periódico francés citado acertó en lo que ocurriría, pues entre 1884 y 1885 el ejército francés libraría una guerra contra China por el control de Tonkin, que era un “protectorado” de la dinastía reinante en China. Solo unos pocos años antes (1882) había muerto el socialista francés Louis Blanc, autor de una obra en su juventud llamada a tener gran influencia en el movimiento obrero francés: “La organización del trabajo”. En dicha obra, Blanc consideraba que las grandes transformaciones sociales debían ser llevadas a cabo por el Estado, no tanto por la movilización del proletariado.

Tonkín y los problemas sociales: he aquí lo que, según el periódico “La France Militaire”, atenazaba a Francia en torno a 1886. Precisamente en esos momentos se estaba produciendo una huelga en la localidad francesa de Vierzon, en el centro del país, que comenzaba a ser ya un importante nudo de comunicaciones ferroviarias. El periódico “Cri du People” utilizó, para calificar este conflicto, de “robos escandalosos” por parte de los dueños de la “Sociedad Francesa de Material Agrícola”, expresión –según dice el periódico- del “bandolerismo capitalista”, muy en el léxico de la época. Las reducciones salariales y los despidos en dicha empresa habían encendido la mecha de la huelga.

Más al sur, en Saint Etienne, centro minero de carbón, se habían agotado las concesiones a los mineros por parte de la “Compañía de Rive-de-Gier” (en el departamento del Loira), prometiendo seguir con dichas concesiones aunque estuviesen hipotecadas, por lo que se trataría de un engaño a los trabajadores según la prensa afín a ellos. Son solo algunos ejemplos del clima social que se vivía en Francia en esa penúltima década del siglo XIX: aventura colonial por un lado, gran conflictividad social por el otro.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Marzo de 1939: fin de la guerra



El coronel Casado en el centro

El periódico “El Socialista”, el martes 28 de marzo de 1939, cuando ya la guerra estaba perdida para la República española, publicó en su primera página con grandes caracteres: “Nadie acoja ni secunde otras iniciativas que las del Consejo Nacional de Defensa”, siendo la preocupación primordial de este, según se decía a continuación, “asegurar la libre salida de todos los que necesiten expatriarse”. En nombre de la Unión General de Trabajadores (Bruno Navarro) y del Partido Socialista (Juan Gómez Egido) y con el título “Habla el Frente Popular”, se decía “conservemos la serenidad y confiemos en el Consejo Nacional de Defensa”.

El Consejo Nacional de Defensa no fue un órgano oficial, sino creado por el coronel Casado, socialistas como Besteiro, anarquistas como Cipriano Mera, y el general Miaja, convencidos de que la guerra, a principios de marzo ya estaba perdida para la República y debía procederse a una negociación o a una rendición ante los militares sublevados. Pero el hecho de que el periódico del PSOE animase a finales de marzo a seguir las consignas de dicho Consejo, habla de la división en el seno de la República española, no solo durante toda la guerra sino en la fecha señalada.

También Indalecio Prieto, con anterioridad, cuando los sublevados llegaron a Vinarós, consideró que había que buscar un método para acabar la guerra (era ministro de Defensa) por lo que fue cesado por el Presidente Negrín (no tenía sentido que tuviese aquel cargo quien estaba convencido de que la guerra estaba perdida). Casado se puso en contacto con los quintacolumnistas franquistas en Madrid y con algunos militares sublevados, que en definitiva le anunciaron la única salida: rendición sin condiciones. El presidente del Gobierno, traicionado, huyó a Francia.

Los hechos fueron estos. Ahora cabe pensar cual de las dos posiciones fue la correcta. Casado y el Consejo Nacional de Defensa, a lo sumo, ahorraron algunas vidas en el frente de batalla, pero no la represión, larga y dura, que siguió por parte del general Franco. El presidente Negrín consideró que no podía haber rendición sin condiciones y siempre tuvo la esperanza de que empezase la guerra mundial para que España se beneficiase del nuevo escenario. No fue así.

En el origen y fondo de todo, además de las particularidades militares en que se desarrolló la II República española, está la división en el Partido Socialista desde 1933, cuando fue vencida en las elecciones de noviembre-diciembre la conjunción republicano-socialista y las posiciones de Besteiro, Prieto y Caballero, secundariamente Fernando de los Ríos y otros, se fueron apartando entre sí. Otro factor a tener en cuenta es el papel de la Unión Soviética en la guerra española y el rol que el Partido Comunista de España jugó como consecuencia de ello. Su importancia política era mucho menor que la que se le dio por la ayuda que la República recibió de la Unión Soviética, por lo que pudo participar en el Gobierno republicano desde septiembre de 1936, formar el 5º regimiento y tener influencia en el ejército más allá de lo que en un escenario de paz sería aceptable. El propio Caballero, presidente de Gobierno entre septiembre de 1936 y mayo de 1937, se negó a que agentes soviéticos se erigiesen en mandos supremos del ejército republicano, reservándose para sí la dirección de la guerra.

El golpe de Casado (que no estuvo solo ni mucho menos) es una anécdota si lo comparamos con las vicisitudes de una guerra que, en el sector republicano, fueron muy negativas tanto militar como políticamente. Otra cosa es el esfuerzo de millones de españoles en el campo de batalla. 

(La fotografía ha sito tomada de  http://www.elgrancapitan.org/foro/viewtopic.php?t=3993).

jueves, 21 de diciembre de 2017

Evitar la guerra



Es conocido el intento de Miguel Maura de establecer una “dictadura republicana” transitoria para salvar al régimen nacido en 1931 después de los desórdenes que el Frente Popular no podía atajar. Cuando se levantaron los militares en julio de 1936, el Presidente Azaña encargó a Maura la formación de un gobierno de salvación nacional, pero no le fue posible por la oposición, sobre todo, de un sector del Partido Socialista (además de otros de menor importancia e implantación). Se trataba de sustituir a Casares Quiroga, que sí lo fue por Martínez Barrio.
 
Este también quiso retomar la idea de Miguel Maura, aunque sin llamarle “dictadura republicana”: en todo caso se trataba de acabar con el pacto que había dado lugar al Frente Popular nacido para las elecciones de febrero de 1936. Martínez Barrio habría llegado a negociaciones con algunos de los militares sublevados y estos parece que estuvieron de acuerdo en parar el alzamiento nacional si se formaba un gobierno que, salvando la institución republicana, acabase con los desórdenes de los sindicatos y partidos extremos, aunque no se concretó si alguno de los militares golpistas entrarían en el gobierno. Mola, jefe del levantamiento militar, sin embargo, no aceptó nada de esto y tampoco el grueso de los partidos del Frente Popular. Fueron dos intentos de evitar una guerra si el golpe militar no triunfaba, como así fue. 
 
Cuando ya la guerra se había declarado por la mayor parte de España, la diplomacia republicana intentó llegar a acuerdos con otros estados para que ayudasen a restablecer la paz en España y salvar a la República: en un primer momento se trató de influir en la Sociedad de Naciones y en el Comité de No Intervención para que la Alemania nazi y la Italia fascista dejasen de apoyar a los sublevados españoles; al mismo tiempo conseguir armas para hacer frente a un conflicto que, desde septiembre de 1936 contaba con Largo Caballero como principal director en la República (presidente del gobierno). 
 
En primer lugar se pidió, por parte de las autoridades republicanas españolas que, en caso de guerra en Europa, Francia y Gran Bretaña estuviesen unidas, según explica Julio Aróstegui, mientras que España les podría ofrecer bases en las islas Baleares y en otros puntos de la península. Ciertos minerales de utilidad en la guerra les serían facilitados a las dos potencias aliadas por la España republicana. En cuanto al Marruecos español, se especuló con la posibilidad de promover un levantamiento indígena contra el apoyo que en el norte de África recibía el general Franco, pero esto no fue aceptado por los socialistas en el gobierno. Por su parte, Álvarez del Vayo, ministro de Estado español, sostiene que fueron los soviéticos los que apuntaron la idea de ofrecer territorios marroquíes a Francia y Gran Bretaña. En todo caso el objetivo era estas potencias interviniesen para que Alemania a Italia se retirasen de la guerra de España.
 
Gran Bretaña contestó negativamente a lo anterior y, pocos días después, Francia, que sabemos estuvo siempre viendo lo que hacía su aliada del norte para actuar colegiadamente, por lo que la Republica no consiguió nada por este camino. En estos asuntos participaron los que entonces eran embajadores en París (Luis Araquistáin) y en Londres (Pablo de Azcárate). Los soviéticos, que ayudaban a la República pero no gratuitamente, estuvieron enterados si no de todo, de algunos de estos movimientos, pero el régimen legal español nunca pensó en prescindir de su ayuda y será durante el mandato de Caballero cuando se llegue al acuerdo de enviar a Rusia el oro y la plata del Banco de España en lo que el ministro de Hacienda, Juan Negrín, tuvo la mayor importancia.

El Presidente de la República, Manuel Azaña, estuvo informado de estos asuntos según ha dejado escrito, pero no estuvo de acuerdo con algunos de ellos y, a toro pasado, los desaprobó. Incluso Araquistáin llevó a cabo (supongo que con la autorización de Álvarez del Vayo y Caballero) con Alemania para que se retirase de la guerra de España a cambio de un empréstito, pero aquella potencia e Italia insistieron en todo el proceso que no se embargase el oro, por lo que debieron de tener noticia de las intenciones del gobierno republicano de pasarlo a la Rusia soviética a cambio de la ayuda de esta. 
 
Ni evitar la guerra fue posible con la propuesta de Maura, ni pararla con la de Martínez Barrio, ni detenerla o vencer a los sublevados con los esfuerzos diplomáticos durante el mandato de Largo Caballero (septiembre de 1936-mayo de 1937). Cuando Juan Negrín lo intente con la mayor parte del territorio en manos de los militares sublevados, se comprende la dificultad de que estos aceptasen: la consigna de quienes apoyaron el levantamiento y lo mantuvieron fue clara: guerra hasta el final, hasta el rendimiento incondicional, y las condiciones internacionales les fueron favorables.

martes, 19 de diciembre de 2017

La importancia de un prólogo



No conozco se hayan llevado al cine las vidas y obras de dos personajes que me parecen apasionantes: el galés Robert Owen y el alemán Gustav von Gülich, porque sus estudios y actividades económicas son, a mi parecer, de un interés extraordinario. El primero era veinte años mayor que el segundo y su vida pasó de la mitad del siglo XIX; el segundo murió algo antes, pero los dos desarrollaron sus actividades en la primera mitad del siglo citado.

K. Marx conoce la obra de Gülich publicada, al menos algunos de sus tomos, en 1830, que estaba inspirada en las muchas actividades económicas que emprendió, no todas exitosas (“Exposición Histórica del Comercio y de la Industria”). Marx dice en el segundo prólogo de su “Capital” que desde 1848 el capitalismo se desarrolló extraordinariamente en Alemania, pero este país (aún no estado unificado en dicho año) no dio los pensadores económicos que sí Gran Bretaña y Francia. Atribuye a David Ricardo el mérito de haber anunciado, por primera vez, la oposición de intereses de clase como piedra angular de la economía y del devenir histórico, aunque dicho autor consideró que dicha oposición era propia de una ley natural de la sociedad. De Ricardo toma el pensador alemán los conceptos de salario, beneficio y renta.

De teorizar sobre el comercio y la industria se había ocupado, antes que Gülich, el ginebrino Sismondi, a quien Marx cita también en su segundo prólogo y señala además que, entre 1820 y 1830, en Inglaterra se dio una intensa actividad científica en materia económica, mientras que el resto del continente estaba huérfano de esta. La crisis de 1825 en la industria, que considera la primera de las cíclicas que se sucederán, dio comienzo en el Banco de Inglaterra por la fiebre especulativa en la explotación de América Latina, llevando al cierre de varios bancos en Inglaterra.

Para Marx lo primero fue el antagonismo entre el capital industrial y la aristocracia territorial, mientras que las masas populares que se movilizaban lo hacían guiadas por la burguesía. En Francia, concretamente, se dio la oposición entre propiedad “parcelaria” (pequeña) y gran propiedad. En Inglaterra el Parlamento aprobó una serie de leyes para regular el mercado de los cereales: proteccionismo contra la competencia de estos productos venidos del exterior, por lo que vemos que en la “liberal” Inglaterra, cuando se vio necesario, también se ha practicado el mercantilismo tardíamente, o si se quiere el Estado ha venido en socorro de los grandes productores. Pero hubo opositores a esto, entre los que se encuentran Richard Cobden, partidario del libre comercio, y J. Brigth, que formaron una liga en la que participaron muchos productores ingleses y escoceses.

El triunfo político de la burguesía en Inglaterra (finales del siglo XVII) y en Francia (finales del XVIII) definió mejor, según Marx, la lucha de clases, y en eso estamos cuando surge la figura de John Stuart Mill, que busca la “armonía” del capital con las reivindicaciones del proletariado (podríamos decir que, si esta interpretación de Marx es correcta, hoy regirían, en el mundo occidental, las teorías del pensador inglés).

En su prólogo K. Marx expone que N. Sieber (profesor de economía política en la Universidad de Kiev) probó en “La teoría de Ricardo del capital y del valor” que la teoría marxista del valor, del dinero y del capital eran continuadoras de las doctrinas de Smith y de Ricardo. “El Capital” de K. Marx no ha sido casi leído (por mi parte lo más comprensible y teniendo en cuenta que puede que no toda la obra se encuentre editada), pero en su época fue muy criticada, tanto por los que consideraban sus análisis contrarios a los intereses de los poderosos como por la comunidad científica. En el segundo prólogo Marx da respuesta a estas cuestiones.

domingo, 17 de diciembre de 2017

Tragedia en las minas

En el extremo norte de Francia se encuentran las galerías de una mina de carbón (hulla) que estaba en plena explotación a principios del siglo XX, siendo un ejemplo notable de las condiciones de trabajo en ese sector no solo en la época, sino anterior y posteriormente. Courrières es el nombre de la localidad donde, en marzo de 1906, de madrugada, se produjo una de las catástrofes más terribles de la minería europea. “La Unión Obrera”, órgano de expresión de la UGT española, daba cuenta de la muerte de mil doscientos obreros (hay fuentes que hablan de 1.099 pero otras de más) con palabras elocuentes: “La criminal codicia de la burguesía francesa…”.

Ya a mediados del siglo XIX Engels publicó una obra sobre las condiciones de vida de la clase obrera en Inglaterra, ilustrando situaciones lacerantes en las hilaturas, en las minas y en las fábricas. A principios del siglo XX, a pesar de que los estados habían abierto la posibilidad de que los trabajadores pudiesen organizarse en defensa de sus intereses, o incluso tuviesen participación en algunos organismos sociales (el Instituto de Reformas Sociales en España), las condiciones de trabajo seguían siendo penosas, muy particularmente en algunos sectores como la minería.

En Courrières el gas grisú se inflamó con el fuego declarado dos días antes (sin que la empresa ordenase parar los trabajos y liberar a los mineros que se encontraban en los pozos) y muchos cuerpos no fueron sacados al exterior hasta pasados varios días para poder ser reconocidos por sus familiares.

El gobierno del radical Clemenceau hizo, ante los desórdenes que se produjeron, lo que correspondía en materia de orden público, pero no en materia de seguridad en los puestos del trabajo, donde las empresas tenían una gran influencia. Envió varios miles de soldados para contener la ira de las familias de la comarca, donde se declararon huelgas que se extendieron por el norte de Francia e incluso en Bélgica.

Los periódicos obreros hablaban, en la época, de los males del sistema capitalista, como así lo hizo “La Unión Obrera” de la UGT española: “El gas grisú ha carbonizado en los pozos de Courrières 1.200 obreros”, diciendo además que “el dolor y la indignación que este tremendo crimen ha producido en el mundo obrero ha de servir para condenar y execrar el maldito régimen capitalista”. 

viernes, 15 de diciembre de 2017

F. Camilo y los prodigios del lago Albano

El lago Albano

Dice el griego Plutarco, que escribe entre los siglos I y II, que Furio Camilo, aún habiendo sido un general victorioso, cinco veces dictador, haber celebrado cuatro veces el triunfo y haber sido llamado segundo fundador de Roma, no fue nunca cónsul. Vivió entre los siglos V y IV a. C., cuando fueron numerosos los altercados entre la plebe y el Senado, pues no deseaba aquella que el poder ejecutivo se concentrase solo en dos cónsules. En realidad, durante las dictaduras de Camilo, el poder se concentró en sus manos, por lo que la oligarquía, de una forma u otra, siempre ha gobernado el Imperio antes de la República.

Camilo venció para hacerse famoso a los ecuos y volscos, militando bajo el dictador Postumio Tuberto. Al parecer, siendo herido con un dardo en el muslo, se lo sacó y siguió peleando hasta que consiguió ahuyentar a los enemigos. Parece que esto le llevó a ser nombrado censor, en cuyo cargo excitó a los solteros a casarse con viudas, que eran muchas por las pérdidas en las constantes guerras.

Veyes era por entonces una ciudad etrusca que se encontraba inmediatamente por detrás de Roma en importancia, lo que la llevó más de una vez a enfrentarse con la ciudad latina. Camilo fue general en una de estas guerras, pero al mismo tiempo tuvo que enfrentarse a los falerios y a los capenates, a los que desbarató y encerro dentro de las murallas de sus poblados. Pero este fue el momento en el que se dio el suceo del lago Albano, prodigio no menos digno de saberse –dice Plutarco- que cualquiera otro de los increíbles como él. Empezaba el otoño y los ríos iban con poca agua, pero el lago Albano, rodeado de montañas fértiles, estaba repleto de agua superando las faldas de los montes y llegando a igualar los collados que tenía alrededor. Los pastores y vaqueros se asombraron, pero cuando el agua se desbordó por los campos hasta el mar, se asombraron todos los romanos e incluso todos los de Italia.

Ocurrió entonces que un romano que se creía adivino entabló conversación y amistad con un enemigo etrusco, diciéndole que Roma no podría ser vencida mientras las aguas del lago no se retirasen por el esfuerzo de los enemigos, lo que repitió cuando el de Veyes le llevó en volandas hasta donde estaba el campamento etrusco. El senado de la ciudad envió entonces mensajeros a Delfos para consultar al dios, los cuales, hecha su navegación, trajeron un vaticinio según el cual el lago bajaría en su nivel de agua si se daba cumplimiento a ciertos ritos latinos, y los ritos eran cavar zanjas y hacer caminos por donde el agua se desparramase y el nivel del lago bajase, lo que así se hizo.

El senado romano nombró entonces dictador a Camilo, que puso el rito conocido de Leucotoe, consistente en introducir una esclava en el santuario, darle bofetadas y después lanzarla fuera, luego de lo cual invadió Camilo el país de los faliscos, pero no antes.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Los barcos del exilio



El "Sinaia" en el puerto de Veracruz (junio de 1939)

Ya antes de acabada la guerra civil española de 1936, pero sobre todo a partir de 1939, varios barcos fueron utilizados por muchos exiliados españoles, fieles al régimen republicano existente y que fue vencido en el último año citado. En varios archivos, pero sobre todo entre los fondos que conserva la Fundación Pablo Iglesias, constan los nombres y circunstancias de los muchos exiliados que tuvieron que utilizar los buques Ipanema, Méxique, Sinaia, Stanbrook y Winnipeg, entre otros, los tres primeros con dirección a México y los dos últimos a Argelia y Chile respectivamente.

Las edades de los exiliados oscilaban ente los 25 y los cincuenta años en la mayoría de los casos, pero también los había más jóvenes y más viejos. La mayoría eran naturales de las zonas españolas que cayeron más tarde bajo en control del ejército sublevado, como es el caso de Madrid, La Mancha, Alicante y Cataluña, pero también de las provincias vascas, de algunas andaluzas y, menos del resto de España. La mayoría eran personas afectas al Partido Socialista y a la Unión General de Trabajadores, pero también encontramos afiliados a Acción Nacional Vasca, al Partido Comunista y otras organizaciones republicanas y de izquierdas. Algunos se encontraban ya en campos de internamiento en Francia, como es el caso del de Gurs y St. Cyprien, en el extremo suroeste de Francia el primero y en el sureste el segundo, no lejos los dos de los Pirineos. Unos fueron acusados por las autoridades franquistas de ser gudaris, otros de formar parte del ejército republicano, de pertenecer a organizaciones democráticas, de izquierdas o, simplemente, no afectas al levantamiento militar.

Uno de los exiliados en el barco Ipanema fue José Abascal Gómez, de 55 años y casado, natural de Santander y afiliado al Partido Socialista y a la UGT. Antes de embarcar estuvo ocupando la barraca 146 del campo de Pigne-Pres de Braham (Aude) y la acusación que pesaba sobre él, técnico de fortificaciones en el norte… Otro es el caso de Benjamín Cáceres de Cáceres, de 38 años, natural de Castuera (Badajoz), afiliado al Partido Socialista y a la UGT e internado en el campo de Bram (barraca 68); maestro nacional de profesión, fue acusado de fundar la agrupación socialista de Castuera, de ser Administrador de la Unión Provincial de Cooperativas Agrícolas y miembro del servicio de investigación militar en el Ebro. Así podríamos seguir hasta unos seiscientos solo en este barco.

Algo más de mil exiliados fueron trasladados en el buque Méxique: Domingo Belmonte Clares tenía 32 años en el momento de su embarque, natural de Murcia y miembro de la CNT, residente en Fortd de Colliure y acusado de ser jefe de la 119º brigada mixta en el ejército republicano. Ángel Martín González tenía 40 años y era natural de Salamanca, siendo miembro del PSOE y de la UGT; estuvo en el campo de St. Cyprien y fue acusado de ser secretario del Partido Socialista en Málaga e interventor de la Diputación en la misma ciudad…

Más de seiscientos llegaron a México a bordo del buque Sinaia: uno es el caso de Carlos Ysern Llombart, de 34 años de edad y casado; natural de Barcelona y miembro de Esquerra Republicana de Cataluña. Vivía en París, número 68 de la calle de la Tour. Las acusaciones que pesaban contra él fueron ser chofer del Presidente de la Generalitat y agente de policía. Juan Vareo Trujillo tenía 23 años y estaba casado, siendo natural de Albacete; miembro de la UGT, estuvo en el campo número 10 de St. Cyprien y fue acusado de ser “miliciano de la cultura”.

Unos 2.600 fueron embarcados en el buque Stanbrook con dirección a Argelia: algunos eran profesores, otros empleados, contables, agricultores, choferes, mecánicos, carpinteros, sin empleo… En este caso no conocemos sus lugares de nacimiento, pero la mayoría eran jóvenes, siendo minoría los mayores de cuarenta años.

Dos mil doscientos uno exiliados fueron embarcados en el Winnipeg, que saliendo de Pauillac (suroeste de Francia) en agosto de 1939, llegó a la isla Guadalupe en el Caribe, pasó el canal de Panamá, llegando a Arica (norte de Chile) y Valparaíso a principios de septiembre del mismo año. Jaime Ferrer Mir ha publicado la lista de los exiliados españoles en Chile.

Aunque fueron las menos, también hubo mujeres, casi siempre acusadas de colaborar con el ejército republicano y de pertenecer a partidos políticos o sindicatos prohibidos por el franquismo. Uno es el caso de Leocadia Vilavella Jubani (exiliada en Chile), otros los de Angelita Abad Soler (exiliada en Argelia), Josefa Barco Hernández (exiliada en México) de 37 años, viuda y nacida en Madrid; afiliada al PSOE y a la UGT, internada en el campo de Harras (Francia) y acusada de ser “enteladora de aviación”. Sirvan solo algunos ejemplos para comprender el drama de estas personas que, en ningún caso, fueron acusadas de delitos comunes, sino de enfrentarse –de una forma u otra- a un levantamiento militar. 

(La fotografía de arriba ha sido tomada de  http://grupodetrabajohistoriasiglo20.blogspot.com.es/2015/08/de-refugiados-transterrados-el-exilio_16.html)

martes, 12 de diciembre de 2017

Heródoto: historia y mito



Ruinas de Delfos

En el Libro VIII de sus “Historias”, Heródoto explica la formación de la flota naval griega reunida en Artemisio, al noreste de la isla de Eubea y por lo tanto al este de la Grecia clásica. Allí la flota fue atacada por el rey persa Jerjes, de forma que después de varios combates la armada griega se retiró hacia Salamina.

Los tesalos condujeron a los persas contra Fócida (al oeste de Anatolia), siendo esto el origen de las disputas entre los tesalos y los habitantes locales, mientras Jerjes dividió a su ejército: la parte que debía atacar a Delfos huyó debido a los prodigios que sucedieron, mientras que los atenienses abandonaron su ciudad embarcándose hacia Salamina, lo que contribuyó al aumento de la escuadra griega.

A Jerjes no le fue difícil apoderarse entonces de Atenas con su ciudadela, a la que prendió fuego, y aquí es donde surge la figura de Temístocles convenciendo a los griegos de que se diese la batalla en Salamina, convocando Jerjes a sus colaboradores para oír sus consejos. Mientras tanto, las tropas aliadas del Peloponeso fortificaron el istmo contra el que se dirigía el ejército de Jerjes, lo que motivó el intento de los griegos de abandonar Salamina si no es por la insistencia de Temístocles.

En otro orden de cosas los tesalos enviaron un mensajero a los focenses, movidos por la aversión y odio que siempre les habían tenido, y mucho después de su último destrozo de manos de ellos, los focenses: estos, obligados a refugiarse en el Parnaso, tenían a su servicio a un adivino llamado Telias, quien encontró una estratagema para la venganza. Embarnizó con yeso a 600 focenses, los más valientes del ejército, cubriéndolos de pies a cabeza con aquella capa, además de sus armas. Luego se dio la orden de que se matase a todos los que no viniesen a blanquear. Cuando se produjo el enfrentamiento con los tesalios, estos, sobrecogidos de pasmo, pensaron que eran fantasmas o apariciones. Tras este terror se espantó todo el ejército tesalio y los focenses dieron muerte a 4.000 tesalios (ya se sabe de las exageraciones en esta materia) y se apoderaron de sus escudos, los cuales consagraron, la mitad en Abas, donde había un oráculo de Apolo, y la otra en Delfos. En ambos lugares se levantaron grandes estatuas.

Pero ¿cuales fueron los prodigios que los persas vieron en Delfos que provocaron su huída? Delante del templo de Delfos se vieron unas armas de guerra que actuaban por sí mismas, y cuando los persas intentaron acometer el templo, cayeron sobre ellos unos rayos salidos del cielo, dos grandes rocas desgajadas con furia bajaron de la cumbre del Parnaso y bajaron precipitados hacia ellos en medio de un ruido espantoso, aplastando a no pocos, mientras dentro de templo de Minerva Pronea se levantó una gran algazara y griterío…

Los músicos de La Tour


Ciego tocando la zanfonía

Al nordeste de Francia, en la región de Lorena, se encuentra Vic-sur-Seille, pequeña población con algunos edificios notables de diversos estilos y una plaza dedicada a Juana de Arco. Aquí nació, a finales del siglo XVI, Georges de La Tour, un pintor barroco que hizo de la luz artificial una de sus características. Los impresionistas, más tarde, pintarán las atmósferas de la naturaleza, del aire libre, los diversos momentos del día, con sombras más o menos tenues, pero La Tour pinta cuadros con fuertes contrastes provocados por una vela o un foco de luz que puede no tener su origen fuera de los límites del cuadro.

Su obra es muy variada (muere a mediados del siglo XVII), desde pintura religiosa (la más numerosa) hasta escenas costumbristas con músicos, pícaros, adivinadoras, ancianos… Entre los personajes religiosos están los del barroco: los pastores adorando a Jesús recién nacido, María Magdalena, San José, San Jerónimo, apóstoles…

“El ciego tocando la zanfonía” ha sido representado varias veces por él, en una ocasión de perfil (la de arriba) y en otra de frente, con cierto detalle en los elementos del instrumento y un cierto expresionismo en el caso del personaje de frente. Dominó el color, donde el rojo y el negro son predominantes en muchas de sus obras, pero también otros como los grises verdosos y blancos, siendo sus personajes populares muy propios del realismo barroco, queriendo escapar definitivamente de los grandes temas mitológicos de la época renacentista.

¿Fue su origen humilde lo que le llevó a pintar escenas costumbristas? Más bien es una cuestión de época, como la preferencia por los temas religiosos en plena Europa contrarreformista, aunque la región donde nació estuvo muy influida por el protestantismo. Lorena fue región de paso entre los Países Bajos e Italia, por lo que La Tour pudo conocer la obra de varios tenebristas a los que imita, pero dando a sus obras un dramatismo particular, con escenas muy íntimas, casi místicas, en medio de una atmósfera oscura, mientras que otras obras (“El tramposo del as de diamantes”) los personajes están frontalmente iluminados en su conjunto.

Los especialistas han encontrado más similitudes en la obra de La Tour con la del neerlandés Honthorst, de su misma generación.

lunes, 11 de diciembre de 2017

Contradictorio Tito

Busto de Tito Flavio
El Septizonio fue un edificio del que no se sabe gran cosa (distinto al que hizo construir posterormente Septimio Severo) cerca del cual había nacido el que luego sería emperador romano, Tito Flavio, criado, según Suetonio, en la corte con Británico, recibiendo la misma educación y teniendo los mismos maestros que él. En cierta ocasión Británico y Tito bebieron un mismo veneno, pero mientras el primero murió, el segundo, tras larga enfermedad, no. El mismo autor nos dice que Tito sabía escribir con extraordinaria rapidez, compitiendo en ocasiones con los secretarios más diestros y sabía imitar todas las firmas, por cuya razón decía de sí mismo “que pudiera haber sido excelente falsificador”.

Tito se casó con una mujer llamada Arricidia Tertula, pero una vez que esta falleció se unió a Marcia Furnila, de ilustre familia. Más tarde se divorció de ella teniendo con ella una hija. En el campo militar se apoderó de Tariquea y de Gamala, las dos plazas más fuertes de Judea, pero en una de las batallas perdió su caballo, cogiendo el de un soldado que acababa de caer muerto y siguió guerreando. Con el tiempo se hizo cruel, pues hacía perecer sin vacilar a todos los que eran sospechosos. “Citaré –dice Suetonio- entre otros al consular A. Cecina, a quien había invitado a cenar, y que, apenas salido del comedor, fue muerto por orden suya”.

Murió Tito durante un viaje al país de los sabinos, a los 41 años de edad y después de poco más de dos años de reinado. Pero antes Suetonio le dedica algunos reconocimientos laudatorios, pues fue el primero, desde Tiberio, que no anuló las gracias que algunos habían obtenido de sus predecesores. A cambio no despachaba a nadie sin darle esperanzas de que atendería sus peticiones, prometiendo más de lo que podía dar. Tuvo preferencia por los gladiadores tracios y, para hacerse más popular, permitió al pueblo entrar a las termas donde él mismo se bañaba.

Tras la erupción del Vesubio en la Campania y el incendio que sufrió Roma durante tres días, nombró a varones consulares encargados de aliviar la suerte de los que sufrieron aquellas calamidades. Dedicó las riquezas de sus palacios a la reconstrucción de los templos con el objeto de aplacar la ira de los dioses, y como en aquella época había delatores y sobornadores de testigos, les hizo azotar en pleno Foro y, en los últimos momentos de su reinado, llevándolos al Anfiteatro en donde unos fueron vendidos en subasta y otros condenados a la deportación a las islas más áridas.

Estableció, por último, entre otras reglas, que nunca podría perseguirse el mismo delito en virtud de muchas leyes, ni turbar la memoria de los muertos pasado cierto número de años (5), siendo el objeto de esto evitar la disputa por la condición de herederos.