sábado, 9 de noviembre de 2013

Un rey enloquecido

Retrato de un judío, Rembrandt
Pocas veces un artículo escrito por un eminente historiador, en este caso Herny Kamen, viene a demostrar justo lo contrario de lo que se propone. Es el caso de "La política religiosa de Felipe II". Empieza diciendo que "la política religiosa de Felipe II fue virtualmente única en Europa" y de ello quizá no quepa duda; "ningún otro mandatario cristiano en Europa -sigue diciendo- tenía" el problema de los moriscos cristianizados. En los Países Bajos "tuvo que tratar con condiciones religiosas que ya estaban fuera de control mucho antes de que él accediera al trono". Y su política hacia el papado estuvo marcada por dos circunstancias excepcionales: la ocupación española de la mayor parte de Italia y la virtual independencia de la Iglesia española respecto del papa. En efecto, el control que ejerció Felipe II sobre la Iglesia española fue casi total y más todavía si tenemos en cuenta la existencia de la Inquisición y la instrumentación que hizo el rey de ella.

En relación a los protestantes Kamen señala algunos aspectos que más bien parecen anecdóticos: Mauricio de Sajonia, luterano, fue amigo y colaborador de Felipe II pero había colaborado con el ejército de Carlos de Gante antes, por lo que la relación con Felipe II es una continuidad. Por otra parte Mauricio se mostró condescendiente con las decisiones tomadas en Trento aún antes de que terminase el concilio, pues el elector falleció antes e incluso antes de que Felipe II fuese cabeza de la monarquía española. ¿Que relación habría tenido con él de seguir con vida durante su reinado?

El hecho de haber tenido comandantes protestantes al frente del ejército español nada dice, pues Felipe II se apoyó en ellos por su pericia y lealtad, más allá de las convicciones religiosas que tuviesen. Si durante varios viajes del rey por Europa mantuvo contactos pacíficos con los protestantes sería porque le interesaba: ¿acaso iba a enfrentarse a ellos cuando se encontraba fuera de su reino de origen? Cuando se casó con María Tudor en 1554 (aún no era rey) el protestantismo anglicano se había extendido suficientemente por Inglaterra y Felipe II no tomó parte en la persecución religiosa que se desató allí, pero es que no podía hacerlo sin perjudicar, a los ojos de los ingleses, las acciones que las autoridades autóctonas llevasen a cabo. 

Es cierto, sin embargo, que no existe tanta diferencia entre Carlos de Gante, su padre, y el rey Felipe en cuanto a los temas religiosos: ambos fueron partidarios de una política dura hacia los protestantes y -como dice Kamen- "solo España parecía inmune a ella [la herejía protestante]". Que "brisalle por su ausencia" la persecución religiosa en España no es cierto a poco que se consulten las fuentes y Kamen las conoce mejor que muchos. Es cierto que la persecución de los conversos fue más cruda con anterioridad, pero siguió con Felipe II y sus autos de fe, empezando por el de Valladolid de 1559. Dice Kamen que "la ceremonia [de los autos de fe] casi había caído en desuso en España", habiendo sido corriente en los años 1520 y el mismo historiador señala que el auto de fe de Valladolid debió de ser decisivo para cortar de raíz la herejía. Que las autoridades inglesas con la reina María al frente hubiesen ejecutado cinco veces más herejes que los que murieron en España no disculpa el enloquecimiento "religioso" del rey. También el rey francés Enrique II, por medio del tribunal de la Chambre Ardente, había dado muerte, al menos, cuatro veces más personas y en los Países Bajos había habido veinticinco veces más muertos, pero este no es un ejemplo válido para lo que aquí interesa, porque los habitantes del norte luchaban por su independencia de la monarquía española.

El uso que Felipe II hizo de la Inquisición fue terrible, recibiendo el tribunal el apoyo decidido del rey. "Estando en Monzón -dice Kamen-, tres años después recibió un informe sobre un auto de fe que acababan de realizar los inquisidores de Barcelona y en el que habían castigado a algunos 'luteranos', todos franceses". Continuad así, contestó Felipe II y en otro pasaje apunta Kamen una frase del rey: "No podemos ni debemos consentir [1571] cosa que sea por alguna vía en disfavor del Santo Oficio, viendo cada día por la experiencia la necesidad que del ay" y esta advertencia no dejó de hacerla durante muchos años. No cabe señalar que era cosa de la mentalidad de la época, pues en los Países Bajos se hicieron muchas críticas a la Inquisición y también en España. Cuando se juzgó al arzobispo Carranza (ver aquí mismo "Carranza, un reformador condenado") caso que concluyó en 1572, el rey, a pesar de haber puesto a un jurista al servicio del clérigo, se empeñó en que se actuara con dureza. Ya con anterioridad, en Valencia, Mallorca y Murcia se produjeron ataques contra la Inquisición (Luciano Serrano) prueba de que no era cosa de mentalidad, sino exageración fanática. 

En cuanto a la "contaminación" que podían sufrir los españoles que estuvisen estudiando fuera de España (más bien fuera de Castilla) dictó un decreto que, aunque no tuvo aplicación, ordenaba que volviesen, aunque no así los de la corona de Aragón, el reino de Navarra y los territorios vascos. Sin embargo extendió la prohibición de salir a estudiar al extranjero a sus súbditos de todas las coronas peninsulares (1568). Es cierto -como dice Kamen- que las imprentas europeas producían libros que se vendían en España, pero también lo es que existió el "Índice" de libros prohibidos a partir de 1564, consecuencia del concilio de Trento y sabido es que las normas de Trento fueron ley en la España de Felipe II. 

Que el rey tuviese prejuicios antisemíticos, eso sí que puede ser consecuencia de la época, dada la propaganda que los judíos tenían en su contra como deicidas, además de todas las monstruosidades que se les atribuían. Felipe II fue un firme partidario de la limpieza de sangre, sin saber que quizá por sus venas corría sangre judía con muchas posibilidades. Si los conversos continuaron ocupando puestos importantes en la administración no fue por simpatía hacia ellos, sino porque estaban preparados y demostraron su eficacia y competencia. Las reformas religiosas que Felipe II impuso en España no son sino las del concilio de Trento, que en cierto sentido fueron benéficas (las relacionadas con la disciplina del clero) pero en otros casos retrógradas, aunque esto poco podía importar a un rey que, en sus estados, mandaba más que el papa, también en materia religiosa. 

Cuando algunos se alarman de las medidas tomadas por los gobernantes desamortizadores en el siglo XIX o por las decisiones que se tomaron durante la II República española, conviene saber que Felipe II, casi cuatro siglos antes del último régimen citado, siguió el modelo implantado por Enrique VIII en Inglaterra: mandó que los soldados ocupasen y cerrasen monasterios en toda España, ordenó que fuesen expulsados frailes y monjas que rechazaron las decisiones del concilio y se confiscaron sus propiedades. Impulsó los secuestros selectivos de españoles luteranos que vivían fuera de España, todo un plan de un rey enloquecido en materia religiosa y sobre el que no comprendo por que, durante mucho tiempo, se le llamó "el rey prudente". Su intento de invasión de Inglaterra, aisladamente, ya sería suficiente como para no consideralo como tal.
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La obra de Rembrandt que figura arriba es de1652 (Museo del Hermitage, San Petersburgo, Rusia.)

4 comentarios:

  1. Esa impronta felipina caló profundamente en la corte madrileña que desde entonces adolece, en el alto funcionariado e instituciones, de un procedimiento y pensamiento diferenciado e incoherente entre Castilla y la periferia...La doctrina política e inquisitorial felipina ha llegado, a pesar del tiempo, al siglo XX. La Guardia Civil de 1844 es un ejemplo ulterior de control de la población al margen de otras justificaciones y motivos...

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  3. Hay historiadores que han podido demostrar que el centralismo del primere Borbón, tras los Decretos de Nueva Planta, se suavizó más tarde, además de que aragoneses, catalanes, etc. pudieron acceder a cargos que antes estaban reservados solo a los de la Corona de Castilla. También se valora hoy que el centralismo del s. XVIII perdicó solo a una minoría, la formada por los privilegados, que tuvieron que someterse al poder central cuando antes campaban por sus respetos.

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