lunes, 1 de agosto de 2016

Pierre de Coubertin: no es oro todo lo que reluce



Si Pierre de Coubertin hubiera sabido que le quedaban pocos años de vida, probablemente no se hubiese prestado a la farsa que los colaboradores de Adolfo Hitler prepararon para los Juegos Olímpicos de 1936. Los nazis, como es sabido, llevaban tres años en el poder y ya habían demostrado cuales eran sus modos, su régimen… y aún quedaba lo peor. 
 
Exiliado en Ginebra vivía al parecer pobremente, además de sufrir algunas desgracias familiares que, sin duda, amargaron sus existencia. Es sabida su afición al deporte, no tanto por haberlo practicado cuanto por los esfuerzos que dedicó para reeditar los Juegos Olímpicos de la era moderna. 
 
El régimen nazi dividió a buena parte de la sociedad europea y americana –sobre todo- sobre la oportunidad de participar en las olimpiadas de 1936 en Berlín. El Gobierno francés, presidido por el socialista Léon Blum, llevó el asunto al Parlamento y allí se dio la misma división. España, por su parte, estaba en su particular guerra civil y no se planteo enviar a delegación deportiva alguna. 
 
Los colaboradores de Hitler veían peligrar los juegos en Berlín si las autoridades olímpicas decidían –presionadas- designar a otra ciudad, no alemana, para los juegos. Entonces es cuando la burocracia alemana se pone en marcha para viajar a Ginebra, entrevistarse con Pierre de Coubertin, ofrecerle una serie de reconocimientos y prebendas, una buena cantidad de dinero, a cambio de que con su prestigio en el mundo del deporte, apoyase los juegos de Berlín. Allí se discriminó a los atletas judíos y se utilizó a los negros para no caer en la evidencia más palpable. 
 
El barón aceptó: no sabemos si por las estrecheces económicas que pasaba o porque no tuvo especiales escrúpulos en apoyar a un régimen –implícitamente al menos- tan terrible como el nazi. Los reconocimientos a su labor a favor del deporte están fuera de duda, su comportamiento político es bastante más negro.

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