viernes, 5 de enero de 2018

Un libro de Paul Preston (1)

Tumbas de Paracuellos (Madrid)


Durante la guerra civil española de 1936 –dice el historiador citado- cerca de 200.000 hombres y mujeres fueron asesinados lejos del frente y al menos 300.000 perdieron la vida en el campo de batalla. Un número desconocido fueron víctimas de bombardeos y éxodos que les siguieron y, tras la victoria definitiva de los rebeldes, alrededor de 20.000 personas fueron ejecutadas. Muchos más murieron de hambre y por enfermedades en las prisiones y en los campos de concentración; otros sucumbieron a las condiciones esclavistas de los batallones de trabajo. A más de medio millón de refugiados no les quedó más remedio que el exilio y muchos perecieron en los campos de internamiento franceses, mientras que varios miles acabaron en los campos de exterminio nazis.

La represión en la retaguardia se dio tanto en zona rebelde como republicana, aunque fue muy distinta en una y en otra: la instrucción número 1 del general Mola habló de violencia fulminante e intransigente, aplicándose el terror ejemplar que los militares africanistas habían aprendido en Marruecos, además del ejercido por los mercenarios marroquíes, los Regulares. En el diario de guerra de Franco, en 1922, se habla de decapitaciones y el citado militar dirigió a 12 legionarios en un ataque del que volvieron ondeando en sus bayonetas las cabezas de otros tantos harqueños (2) a modo de trofeo. La mutilación y decapitación de prisioneros eran prácticas frecuentes, hasta el punto de que cuando el general Primo de Rivera visitó Marruecos en 1926, un batallón de la Legión aguardó la inspección con cabezas clavadas en las bayonetas. El terror del Ejército africano se desplegó también en la Península desde 1936.

La represión llevada a cabo por los militares rebeldes fue minuciosamente planificada, mientras que la de los republicanos fue más impulsiva, espontánea, y se intensificó a medida que las noticias sobre la otra represión era conocida. El desmoronamiento de las estructuras de la ley y el orden dio origen a una venganza ciega y secular; la criminalidad irresponsable fue un hecho en zona republicana. La hostilidad se fue recrudeciendo en los dos bandos conforme avanzó la guerra, pero el odio operó desde el principio con la sublevación del Ejército en Ceuta y en el Cuartel de la Montaña (Madrid). Las fuerzas africanistas de Franco han recibido el nombre de “Columna de la Muerte” por los crímenes cometidos en su recorrido desde Sevilla hasta Madrid.

Allí donde el campesinado sin tierra era mayoría (Huelva, Sevilla, Cádiz, Málaga y Córdoba) los militares sublevados impusieron el reino del terror; Queipo de Llano contó, para ello, con la ayuda de los terratenientes. En regiones conservadoras como Navarra, Galicia, León y Castilla la Vieja, bajo jurisdicción del general Mola, la represión fue desproporcionada si tenemos en cuenta que la oposición izquierdista fue menor. La extrema izquierda se empeñó en otra represión brutal, como se comprueba en los casos de Barcelona y Madrid, particularmente contra el clero, pero esta represión no fue dirigida por las autoridades republicanas, sino que tuvo lugar a su pesar, estando demostrado el esfuerzo para que no se cometieran desmanes del tipo que aquí se tratan. Queda, no obstante, el caso de Paracuellos del Jarama (muy cerca de Madrid), cuando ya el Gobierno republicano se había desplazado a Valencia y la capital estaba dirigida por una Junta militar: aquí el problema es que los más de 2.500 asesinados lo fueron durante un mes. ¿No hubo información durante este tiempo para detener la matanza?

La República se defendió de la “quinta columna” y tuvo que combatir la violencia de los anarquistas y del POUM, un partido comunista pero antiestalinista. Los rebeldes, por su parte, invirtieron en terror, según palabras de Preston, siendo su método “eliminar sin escrúpulos ni vacilaciones a todos los que no piensen como nosotros” (general Mola). Las víctimas de los sublevados, en particular, fueron maestros, masones, liberales, intelectuales y sindicalistas. Por el interés de las autoridades republicanas en identificar a las víctimas y luego el Estado franquista, el número de estas en la zona republicana se conoce con precisión: 49.272. No ocurre lo mismo en la zona dominada por los sublevados, pues se han perdido archivos de Falange, de la Policía, de las cárceles y de los Gobiernos Civiles. Tras la victoria, las autoridades se deshicieron de los registros “judiciales” de la represión, tratándose de juicios que duraban unos minutos y sin defensa para el acusado; hubo ejecuciones “sin formación de causa”.

También hubo muertos que no fueron registrados, miles de refugiados en Andalucía que murieron en el éxodo tras la caída de Málaga en 1937 y los refugiados en Barcelona procedentes de otras partes de España en 1939. Hubo suicidios entre los que esperaban para ser evacuados en varios puertos del Mediterráneo. En total se ha calculado que las víctimas de los sublevados son 130.199. En algunas provincias para las que existen estudios específicos los datos son los que siguen:

Provincia
Víctimas de los sublevados
Víctimas de los republicanos
Badajoz
  8.914
1.437
Sevilla
12.507
   447
Cádiz
  3.071
     97
Huelva
  6.019
   101

Las matanzas de los rebeldes en Navarra fueron de 3.280 personas y en Logroño de 1.977. Por su parte, la represión mayor de los republicanos se dio en provincias como Alicante, Girona y Teruel en proporción a sus poblaciones absolutas. El caso de Madrid fue excepcional, donde el número de víctimas causadas por republicanos triplicó al de los sublevados, pero el dato se basa solo en los que fueron asesinados y enterrados en el cementerio de la Almudena. Toledo, el sur de Zaragoza, desde Teruel hasta el oeste de Tarragona, zona controlada por los anarquistas, muestran asesinatos numerosos a manos de los republicanos. En Toledo fueron asesinados 3.152 derechistas, el 10% de los cuales pertenecientes al clero. En Cuenca 516, de los cuales 36 eran sacerdotes; en Cataluña fueron asesinados 8.360 según pudo comprobar el juez Bertran de Quintana.

La “Causa General”, estudio que el general Franco mandó realizar en 1940 para demostrar los crímenes cometidos por los republicanos, arrojó una cifra para toda España de 85.940, pero el dato no es fiable porque no se obtuvo con las garantías necesarias.

La represión de las mujeres fue mucho mayor en la zona de los sublevados: asesinatos, torturas, violaciones, cárcel, secuelas que permanecieron durante años o toda la vida; se les rapó el pelo a las mujeres consideradas merecedoras de ello con intención de ofenderlas. En la zona republicana se cometieron abusos sexuales sobre una docena de monjas y sufrieron la muerte 296 religiosas (el 1,3% del total de España).

El odio entre españoles, basado en la resistencia de unos a las reformas que trajeran un justo reparto de la riqueza, y la reacción de otros a las injusticias seculares que habían padecido, se muestra en las páginas de “El Debate” (días 7 y 9 de mayo de 1931) bastante antes de dar comienzo la guerra civil: “la batalla social [se decía] que se libra en nuestro tiempo… ello no se ha de decidir en un solo combate; es una guerra, y larga, la desencadenada en España”.

El autor dedica una de las partes del libro a explicar los orígenes del odio: “Un terrateniente –dice- de la provincia de Salamanca, según su propia versión, al recibir noticia del alzamiento militar en Marruecos en julio de 1936 ordenó a sus braceros que formaran en fila, seleccionó a seis de ellos y los fusiló para que los demás escarmentaran. Era Gonzalo de Aguilera y Munro, oficial retirado del Ejército, y así se lo contó al menos a dos personas en el curso de la Guerra Civil. Su finca, conocida como la Dehesa del Carrascal de Sanchiricones, se encontraba entre Vecinos y Matilla de los Caños, dos localidades situadas… al sudoeste de Salamanca”. Es un caso aislado, pero ilustrativo de un odio que se manifestó con toda su crudeza en los años anteriores a la guerra, durante esta y con posterioridad. 

(1) "El holocausto español".  
(2) Rebeldes marroquíes en acciones guerreras.

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