miércoles, 29 de mayo de 2013

"El cambista y su mujer"

"El cambista y su mujer", 1514
A mediados del siglo XV, poco antes de que naciese Quentin Metsys, Lovaina era una pequeña ciudad pero en la que se se había fundado la universidad que le daría fama. Su casa de Ayuntamiento, en estilo gótico muy ornamental, se estaba construyendo cuando nació, en 1466, el autor de "El cambista y su mujer". 

A pesar del tiempo transcurrido Metsys tiene en cuenta el gusto de los primitivos flamencos, que pintaban a sus personajes con un cierto ensimismamiento, carentes de la naturalidad propia del renacimiento más avanzado. Los personajes parecen estáticos pero con un colorido rico como consecuencia del descubrimiento del óleo. Sobre una tabla de 70 por 67 cm., esta obra se encuentra en el museo del Louvre.

Según Manfred Wundram "la tabla con el cambista y su mujer marca el inicio de un rico abanico de pinturas de género que se desarrollará a lo largo del siglo XVI en Flandes y al norte de los Países Bajos". Muestra a dos burgueses de la época, dedicados al comercio o a la banca, no necesariamente ricos aunque sí acomodados. Así lo delata el libro, no accesible para todas las clases sociales y máxime tratándose de un códice iluminado, pero también las vestimentas y las actitudes, más bien serenas y en una estancia recogida para llevar las cuentas diarias.

El hombre centrado en sus cuentas; la mujer parece haber dejado por un momento la lectura para atender al trabajo de su marido, quizá llamada por el tintineo de las monedas. La escena es cotidiana, no exactamente íntima, muy propia de esa clase que en Flandes, en la Champaña francesa, en las ciudades italianas, en las de la costa española mediterránea y en otras hanseáticas, hizo sus negocios desde por lo menos hacía doscientos años. El espejo en primer plano refleja una ventana que nos recuerda algunas obras de los van Eyck. ¿Predomina aquí la figura humana sobre los objetos o al revés? En realidad se trata de una invitación a la psicología de los comerciantes de la época, pero también a un gusto que luego se hará patente con el barroco: las naturalezas muertas.

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