domingo, 4 de marzo de 2018

Conspiraciones carlistas



En un libro excelente (1) por la enorme cantidad de documentación utilizada, y por el escrupuloso método histórico empleado, Julio Aróstegui completa con mucho lo ya investigado sobre la participación de los carlistas españoles en la conspiración que llevaría a la guerra civil de 1936.

Apunta el autor citado que los carlistas constituían el único partido con experiencia militar propia debido a las guerras civiles que provocaron en el siglo XIX, pero también por la lenta y laboriosa formación del requeté desde el último cuarto del citado siglo. Las milicias de anarquistas, comunistas, socialistas y falangistas, por poner algunos ejemplos, no eran nada comparadas con la carlista. También se pone de manifiesto –si no estuviese claro ya- que lo único que unía a los que se levantaron contra la II República es acabar con el régimen democrático y social que representaba, independientemente de sus múltiples defectos.

El taimado Franco, que se sumó tarde al levantamiento, era monárquico, pero no así Mola y Cabanellas, mientras que Sanjurjo estaba alineado con el carlismo desde la influencia de un ascendiente suyo e igualmente Varela. Pero todo esto de nada valió porque Sanjurjo, Mola y Cabanellas murieron pronto, sirviendo la guerra para encumbrar a Franco, que puede no tuviese interés en que el golpe triunfase, porque de no haber guerra no se hubiera forjado su poder.

Fal Conde, andaluz que reorganizó el carlismo en su tierra y luego en el resto de España, estuvo en el centro de toda la conspiración, junto con el Ejército, para alzarse contra la República. En contacto por medio de terceros con Sanjurjo (exiliado en Portugal) y con Mola principalmente, quiso imponer un modelo de sublevación en el que el Ejército se sumase al carlismo como ideología para sustentar el régimen que deseaba: antidemocrático, tradicionalista, monárquico y con todos los ingredientes de una dictadura más o menos encubierta. Mola se encargó de deshacer esas pretensiones y siempre tuvo claro que el golpe era del Ejército y para el Ejército, aunque este podía aceptar de buen grado a todos los grupos contrarrevolucionarios que se sumasen, máxime el carlismo, que tenía las mejores milicias paramilitares ya en la preguerra y un espíritu combatiente avalado por todo un siglo de conflictos civiles.

Asombra que la República pudiese soportar las diversas oposiciones que tuvo durante su andadura, tanto desde dentro como desde fuera: al carlismo hay que añadir el fascismo, representado tanto por Falange como por las JONS y el pequeño grupo de Ramiro Ledesma, los seguidores de Calvo Sotelo y la CEDA, sobre todo desde el Parlamento, en contacto con los terratenientes y con el activismo de las Juventudes de Acción Popular. Añadamos lo más granado de la Iglesia, la oligarquía y la indisciplina del Ejército, que se expresó antes de la guerra en el alzamiento chapucero de Sanjurjo en 1932…

Julio Aróstegui señala en su libro que los primeros meses de la guerra fueron de fuerte voluntariado por sectores politizados tanto en un bando como en el otro: comunistas, anarquistas, socialistas, republicanos, fascistas, carlistas, etc. Fueron sus milicias las que dieron a la guerra de 1936 su carácter más genuinamente “civil”, aunque dichas milicias se fueron integrando –con más éxito en el bando sublevado- en las estructuras militares de cada uno de los dos Ejércitos enfrentados.

La conspiración de los carlistas –como otras- consistió en la preparación del golpe mediante el acopio de armas en cantidades que no se pueden cuantificar con exactitud, sobre todo porque algunas remesas nunca llegaron a manos de los solicitantes. Pero es evidente el esfuerzo del pretendiente Carlos Alfonso (desde Viena) y de su sucesor Javier (desde San Juan de Luz), así como de oligarcas que simpatizaban con el carlismo o eran opositores a la República.

Las negociaciones de Fal Conde con Mola fueron de una dificultad extraordinaria, sobre todo porque ambas partes no cedían en sus pretensiones sobre el protagonismo y eje del golpe y del régimen por venir. Hasta que solo unos días antes del 18 de julio Mola consiguió la adhesión sin miramientos del carlismo navarro, el más importante de todos, que traicionó a sus propias autoridades nacionales (pretendiente y Fal). Los carlistas navarros participaron en los primeros meses de guerra en el avance hacia Guipúzcoa, Aragón y el norte de Castilla, no quedando al resto del carlismo nacional más remedio que sumarse sin condiciones al golpe. Fal quiso crear una Academia Militar Carlista, pero las autoridades militares no lo autorizaron, lo que fue el factor, quizá, de que se exiliase en Portugal. El combativo Fal se pasó la guerra en el país vecino, aunque de haberlo querido detener, no le hubiese costado mucho trabajo a los jefes militares rebeldes.

Fal, sin embargo, fue coherente no aceptando altos cargos de responsabilidad en el régimen de Franco finalizada la guerra, lo que sí hizo el conde de Rodezno, convirtiéndose así en un burócrata al servicio del fascismo español. Rodezno ya había aceptado el Decreto de Unificación de Falange y de las JONS con el carlismo en abril de 1937, lo que desdibujaría durante todo el régimen a esos “legitimistas” tan testarudos durante un siglo.

Aróstegui aporta el dato de que los carlistas en armas (requeté) representaron aproximadamente un tercio de los que combatieron en nombre de Falange, pero esta tuvo algo con lo que no contó el carlismo: un aluvión de adhesiones de republicanos, izquierdistas o simples sospechosos que deseaban lavar su pasado presentándose como falangistas convencidos. Los de la primera hora, “los camisas viejas” (aunque no existían como tales con anterioridad a 1933) quedaron en minoría ante el alud de afiliaciones interesadas. Al fin y al cabo, carlistas y fascistas españoles aceptaron que el poder volviese a la oligarquía que había sido apartada del mismo durante buena parte del régimen republicano. A tenor de sus proclamas, no eran esas sus iniciales intenciones.

(1) "Combatientes requetés en la guerra...".

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