sábado, 21 de octubre de 2017

Hidalgos, foros y vínculos



Uno de los mejores conocedores de la nobleza gallega durante la Edad Moderna es Antonio Presedo Garazo[1], particularmente sobre el papel jugado por la hidalguía gallega como beneficiaria de los subforos y de otras rentas producidas por la población agraria.

En 1570 el abad de San Martín Pinario aforó un lugar y casal en Boimil por el tiempo de tres voces, a cambio de una renta anual de 0,23 Hl. de centeno y la cuarta parte del labradío y monte perteneciente a la cuarta parte sin cura del beneficio de Boimil, a cambio del pago de 0,48 Hl. de centeno al año. Las instituciones eclesiásticas aprovecharon los contratos forales con la hidalguía para tener en explotación ciertas propiedades que, de no ser por el dominio útil, no solo quedarían yermas y descuidadas, sino que podrían ser trabajadas a espaldas de la administración de los monasterios; la hidalguía garantizó, pues, la rentabilidad de los foros eclesiásticos. Las compras de Gerónimo Gil de Quiroga entre 1582 y 1597, clérigo de O Courel, presentan tres máximos en 1588, 1591 y 1595 y los contratos agrarios se mantuvieron regulares excepto entre 1590 y 1591 (el máximo). El capital de este personaje entre los años citados fue el que sigue (en reales):

Herencias
Labradío
Prado
Casas
Árboles
Rentas
2.501,5
1.682
107,5
327
12
3.125,5

El capital de la familia Quiroga de Noceda, entre 1598 y 1650, en reales, fue el siguiente:

Herencias
Labradío
Prado
Rentas
Otros
643,5
700
355,5
385
66

La familia Quiroga-Armesto, por ejemplo, afianzó su dominio en O Courel en tierras pertenecientes a la jurisdicción ordinaria del rey, llegando a integrarse en el funcionamiento de la ciudad de Lugo, y Bernardo de Armesto aparece a veces como fiador de cantidades debidas al cabildo.

El autor citado ha señalado dos vías complementarias para la formación de los patrimonios de la hidalguía gallega: usufructuando el dominio útil de las tierras y otros medios de producción, y mediante la compra de bienes alodiales. Administraba el dominio útil a cambio de una renta anual y gozaba de los beneficios derivados del subaforamiento de las propiedades, bien entendido que dicha renta de quienes poseían el dominio eminente solía ser fija, mientras que la renta del subforo sufría modificaciones con el tiempo. Muchos campesinos tuvieron que vender sus propiedades coincidiendo con situaciones de dificultad, convirtiéndose entonces en colonos, y la relación que guardan las operaciones de compraventa con las crisis coyunturales de la economía agraria y el acaparamiento de tierras por parte de los poderosos es clara. La incidencia de estas crisis de subsistencia en la consolidación de los patrimonios hidalgos ha sido estudiada por Leirós de la Peña (1986) para el siglo XVIII, y un ejemplo notable es el de la familia de Parga, de la casa de Fontefiz.

La hidalguía del interior gallego protagonizó excelentes inversiones en bienes patrimoniales, pero también se destacó como intermediaria. Diego Belón, en O Incio, recibió el señorío del coto poseyéndolo junto con el dominio útil de sus tierras, el pazo y su jurisdicción civil y criminal. La familia de Diego Belón gozó en O Incio, desde el comienzo de la Edad Moderna, de la jurisdicción, con 55 vasallos en el siglo XVIII.

En la segunda mitad del siglo XVIII aumentaron las búsquedas por parte de los señores para el conocimiento y delimitación de las posesiones que conformaban sus señoríos, ante la posibilidad de la pérdida de tierras o de rentas en pleitos con campesinos, vasallos o no. En la tierra de Lemos, los Valcárcel presentan, en 1748, una situación parecida a la de los Armesto: el conjunto de tierras explotadas era de 13,27 Ha, la mayor parte de viñedo (90.95%) teniendo el dominio útil, y tenían que pagar a la Orden de San Juan 7,25 Hl. de vino anuales, siendo los rendimientos de 8,94 Hl/Ha.

La abundancia de compras convirtió a la hidalguía en especuladora, y si algo le caracteriza –en la zona estudiada[2]- es su capacidad para invertir en la compra de bienes rurales, integrándose en no pocos casos en la dinámica del mercado de la tierra. Un ejemplo de la mentalidad hidalga a finales del siglo XVIII es la de Don Diego Sanches Barreda, que en un documento se declara hidalgo, “descendiente de tales, notorio solar conocido, modesto en comer y beber, y aunque de corto caudal de hacienda, tengo la que basta para sustentarme”. Como se ve en párrafos anteriores, las tierras usufructuadas o poseídas por la hidalguía, en general, no superaban unas pocas hectáreas.

En el inventario “post-morten” de Constancia de Seoane, hecho en 1628, las transacciones económicas (56) representan el 71,79%, mientras que los contratos agrarios son insignificantes. La misma, con su segundo esposo, realizó 61 transacciones económicas (el 55,45%), y 27 contratos agrarios (el 24,54%) del total de sus operaciones. El memorial de documentos de Doña Manuela de Sangro, en 1682, presenta los siguientes datos: transacciones económicas, 142 (59,41%), contratos agrarios, 47 (19,66%) y relaciones intrafamiliares, 21 (8,78%) de un total de 239 operaciones.

Bastantes propiedades vinculadas procedieron de campesinos acomodados y no de hidalgos. Como se sabe, la propiedad vinculada ha de permanecer en manos del linaje y no se puede enajenar; el heredero del mayorazgo no siempre fue el hijo mayor, varón y nacido de legítimo matrimonio, mientras que los clérigos quedaron excluidos legalmente de este vínculo; sin embargo, Don Juan F. Suárez de Deza, canónigo de Santiago, heredó cuando recayó sobre él el título de marqués de Viance (1767), exclaustrándose años más tarde. La herencia de los vínculos recaía, muchas veces, en aquel o aquella que había de unirse con otro linaje, con el fin de acrecentar el patrimonio y así la condición hidalga, por lo que el matrimonio era un mercado más, una ocasión para mejorar el patrimonio del linaje.

La ganadería constituyó una fuente de riqueza para algunos campesinos o ganaderos acomodados, que intentaron o terminaron convirtiéndose en hidalgos: participaron en actividades especulativas en las que invirtieron bastante dinero, para lo que necesitaron amplias superficies de monte. Desde muy pronto los ilustrados gallegos llamaron la atención sobre el positivo papel de la ganadería en el sector primario, como es el caso del padre Sarmiento, que destacó los contratos de aparcería como vía ideal para la obtención de beneficios a partir de la cesión del ganado. El canónigo compostelano Pedro Antonio Sánchez señaló el lastre que representaban determinadas cargas fiscales indirectas para el desenvolvimiento de la cabaña ganadera gallega[3]

Como queda dicho estuvieron excluidos de los vínculos los religiosos (aunque ya vimos una excepción, y hubo más), los disminuidos y los delincuentes, pero esto se saltó según las influencias. Ya hemos visto el caso del canónigo Suárez de Deza, y en la vinculación de Don Santiago Blanco (1715) se dice: “y dichos bienes no se pueden confiscar por delito alguno, pues mi voluntad es que en el caso de cometerlo algún poseedor… de privar al tal sucesor veinticuatro horas antes y que pase a otra línea que no sea descendiente del que cometiere el delito”.

No es de extrañar que las casas hidalgas colocasen a algunos de sus miembros en puestos eclesiásticos destacados de Compostela, integrándose en la vida del cabildo catedralicio. El marqués de Viance tuvo tres canónigos de su familia; la casa de Fraga tuvo a un racionero en Santiago a fines del Antiguo Régimen, y uno de la casa de Rego do Pazo se convirtió en canónigo en 1852.

Pero la hidalguía también tuvo actividades fuera de la agricultura, como la ganadería y la protoindustria rural, con el fin de redondear sus ingresos. En la explotación de la granja de Vilanova, perteneciente a la Orden de San Juan de Jerusalén, el viñedo representaba el 90.95% en un total de 13,27 Ha., mientras que el labradío, el prado, la huerta y otros usos ocupaban el 9% restante (año 1748). El marquesado de Viance, en O Courel, dedicó la mayor parte de las tierras a labradío en un total de 15,14 Ha. En el año 1689 los Prado de Boimorto obtuvieron de sus propiedades en siete feligresías[4] un total de 88,41 Hl. de centeno y 36,32 Hl. de vino.

Los señores de la casa de Fraga participaron en la confección de textiles, y el batán utilizado por esta familia, en 1726, era del cura de Santa Mariña de Xiá, el cual recibía de renta por ello 0,40 Hl. de pan. Pero más que el textil tuvo importancia la siderurgia, en la que está demostrada la participación monástica en la Galicia oriental. Ramón Villares destaca la participación de la hidalguía rural en la gestión de estas ferrerías al estudiar la casa de Lusío, con una producción, a mediados del siglo XVIII, de 20 Tm. de hierro anuales. Otros han estudiado la casa de Quintá con sus ferrerías en la Sierra de Courel. El catastro de Ensenada y Cornide Saavedra señalan que la ferrería de Lor producía una media anual de 71,3 Tm., y Lucas Labrada describe, en 1804 que “hay siete herrerías con 26 operarios, a donde trabajan 1.130 Qm. de hierro anuales. La ferrería de Lousadela, en O Courel, contaba en 1778 con 10.840 sacos de carbón en su almacén para una fundición de 34,45 Tm. de hierro, además de 57 Qm. de hierro “de vanda”, más 45 de hierro viejo. La ferrería de Penacoba perteneció a los señores de Maside, en Bóveda…

Hubo una crisis de subsistencia, estudiada por Meijide Pardo, en 1768-1769 debida a la caída de la producción agrícola en torno a 1763 en las comarcas orientales y centrales de la actual provincia de Lugo, y esto se nota sobre todo en el centeno, el trigo y los reales en circulación, particularmente en el caso de los señores de Vilarxoán entre 1753 y 1766.


[1] “Os devanceiros dos pazos”, Edit. Sotelo Blanco, 1997. Es la fuente principal para este artículo.
[2] Sureste de la actual provincia de A Coruña, en torno a Betanzos, el oeste y sur de la actual provincia de Lugo.
[3] “La economía gallega en los escritos de…”, 1973.
[4] Dormeá, Rdieiros, Boimil, Boimorto, Arceo, Regodeigón y Beade.

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