lunes, 18 de septiembre de 2017

El latín y el griego en el imperio Bizantino



Restos de la antigüedad en Beirut

José Soto Chica ha estudiado en profundidad las relaciones entre bizantinos, sasánidas y musulmanes en los siglos que sirven de gozne a las edades antigua y medieval[1]. En relación al imperio Bizantino estudia los efectos de la recuperación, en época justinianea, sobre la sociedad y la cultura. En primer lugar el autor se refiere a la polémica historiográfica sobre quienes consideran que el fin del mundo antiguo se consumó por causa de los excesivos esfuerzos que el emperador Justiniano exigió a su imperio. Soto Chica considera que esta interpretación no es correcta: para él Justiniano dejó tras de sí un estado fuerte y sólido, un estado que pudo afrontar los gastos militares generados por la conquista de Italia y África, de donde consiguió el oro para equilibrar su balanza fiscal.

Justiniano disponía en 565 de un formidable aparato militar que pudo hacer frente a las guerras balcánicas y persas. También pudo encajar el golpe económico resultante de los estragos demográficos de la gran peste de 542 y afrontar con éxito los costes de las guerras que tuvieron lugar entre 533 y 561. El oro solo se agotaría en torno a 578, y poco después comienzan los verdaderos problemas económicos del Imperio.

El autor se pregunta si la recuperación de la época de Justiniano quizá fue el factor que dio origen a los cambios y transformaciones culturales y sociales que dieron al traste con el viejo mundo. Tras Justiniano, por lo tanto, se dio un estancamiento inmediato, pero aquí no nos interesa tanto saber cuando se cierne el fin de la antigüedad y comienza el medievo, cuanto que existe ese debate entre los especialistas.

Después de lo que se ha llamado “primera Edad de Oro” de Bizancio, sucedió una época oscura que no terminaría hasta comienzos del siglo IX. Pero algunos autores indican que Justiniano, durante su reinado, no gobernaba ya una koiné cultural similar a la de los siglos IV y V, sino una entidad política en la cual una de las dos partes –la oriental- marginaba y aculturaba a occidente. Ostrogorsky, a quien cita el autor, señala que “al florecimiento literario del reinado de Justiniano sucede, a partir del siglo VII, un período de desolación”. Occidente sería, para el imperio Bizantino, una especie de apéndice colonial.

Soto Chica estudia luego el panorama cultural y social de la Romania entre mediados del siglo VI y mediados del VII. El primer siglo fue el de la recuperación de la unidad política, económica y cultural del Mediterráneo, a la vez que esa unidad fue definitivamente quebrada por la irrupción del Islam, que comenzaba a definirse con trazos propios a partir de “colores” prestados por los pueblos de la Romania y el Eranshar (Irán), teniendo esta quiebra cultural “proporciones universales”.

El imperio de Justiniano era bicéfalo lingüísticamente hablando, con el latín y el griego como lenguas de cultura, con territorios de cada una de estas dos lenguas y otros donde las mismas se entremezclaban. En Sicilia, Calabria y Apulia (sureste de Italia) pugnaban las dos lenguas principales por la hegemonía, mientras que en Dalmacia, Iliria, las Mesias (en torno al Danubio, entre las actuales Serbia y Bulgaria), la Dardania (el sur de Serbia y Kosovo), el centro y norte de Tracia, la Escitia, el norte de Epiro y la Macedonia septentrional, la población era de lengua mayoritariamente latina. Esta bicefalia se daba también en los campos militar, jurídico, monetario, administrativo, diplomático, cortesano, religioso y cultural.

En todas las unidades militares, ya estuviesen establecidas en oriente o en occidente, o ya estuviesen formadas por soldados armenios, tracios, africanos, capadocios o sirios, la lengua en la que se impartían las órdenes era el latín, y esto siguió así por lo menos hasta mediados del siglo VII. Todo ello aunque la lengua común de los soldados fuese el griego. Los heraldos, por su parte, debían saber hablar y entender griego, latín y persa.

Justiniano fue el reconstructor (o sus colaboradores) de esa bicefalia lingüística y superpuesta a la amplia diversidad de lenguas y culturas locales. Al reintegrar a su imperio a los más de diez millones de habitantes del África latina, Italia, el sureste de Hispania y las islas del Mediterráneo occidental, y sumarlos a los más de un millón de habitantes de lengua latina de Iliria y Tracia, volvía a dar brío a esa característica del antiguo imperio Romano.  

El poeta e historiador Agatías, que vivió en el siglo VI y había nacido en Mirina (costa occidental de la actual Turquía), se hizo célebre por sus epigramas de temas clásicos y de su época, por su poesía erótica y, tras su muerte, por la publicación de sus “Historias”, todo ello en lengua griega. También usó el griego para dejarnos sus estudios sobre los bárbaros alamanes y francos que se enfrentaron al general Narsés[2] a mediados del siglo VI.

El poeta Paulo Silenciario, autor también de epigramas eróticos y otros de géneros variados (amorosos, protépticos, composíacos, epidícticos, fúnebres y votivos, pero conocido sobre todo por su poema yámbico “Descripción de Santa Sofía) conocía perfectamente el griego y el latín, pues como alto funcionario del Imperio se había educado en las dos lenguas. Agatías y Silenciario no fueron dos excepciones, pues por los mismos años redactaron sus obras Juan de Lydo y Pedro Patricio, y ambos hicieron uso de obras latinas. El primero redactó su “De las magistraturas” en latín, y eso que era de la ciudad de Lydo, en el oeste de Anatolia.

Fuera de Constantinopla también tenemos ejemplos: el poeta africano Flavio Cresconio Coripo estuvo en la corte de Justino II y escribió en latín sus obras de poesía, declamando sus poemas ante Juan Troglita, militar, el senado cartaginés y Justino II. Dice de Troglita que supera a muchos otros escritores y filósofos de la antigüedad (Pero las hazañas de Juan me instruyeron para describir sus campañas y referir todos sus hechos a los hombres del futuro – dice-). Coripo conoce sobradamente las obras de Homero, Apolodoro, Platón, Herodoto, Lucano, Claudio Claudiano y otros, y es una muestra del mantenimiento de la cultura clásica entre los siglos VI y VII.

En el imperio Bizantino la gramática, la retórica y la filosofía eran la base de toda educación. Por Agatías se sabe que en 551, cuando el gran terremoto que azotó la cuenca oriental del Mediterráneo arrasó Beritos (Beirut), varios centenares de estudiantes nobles murieron sepultados. Beritos tenía la mejor escuela de derecho de toda la Antigüedad tardía. Tras el terremoto la escuela se trasladó a Sidón, pero luego volvió a Beritos.

Del general de Justiniano Juan Troglita se dice que era capaz de recordar pasajes enteros de la “Iliada” de Homero y de la “Eneida” de Virgilio. En 551, con ocasión del nacimiento de Germano, el historiador Jordanes presentó ante la corte imperial su obra latina “Getica”, una historia de los godos en latín, pues la lengua materna del emperador Justino[3] era el latín. Se publicó el “Código” de Justiniano en latín, mientras que el “Digesto” en griego. Este emperador tenía al latín por lengua materna, igual que los emperadores desde finales del s. IV hasta finales del VI (excepto dos).

Mientras tanto, una miríada de esclavos contribuían, sin saberlo, a la brillantez de la cultura bizantina en la época estudiada. Franz Georg Maier[4] ha señalado que los esclavos desempeñaron en el imperio Bizantino el mismo papel que los germanos en Occidente. Al aceptar el cristianismo, los esclavos fueron integrados culturalmente.


[1] “Bizantinos, sasánidas y musulmanes. El fin del mundo antiguo y el inicio de la Edad Media en Oriente. 565-642”.
[2] Persa al servicio de Justiniano.
[3] (518-527), había sido comandante de la guardia imperial; a la muerte de Anastasio se hizo con el poder.
[4] “Historia Universal”, Siglo XXI, vol. 13, Madrid, 1979, 4ª edic.

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