sábado, 16 de febrero de 2019

Iglesia, herejías e intolerancia


La Iglesia medieval, segura de poseer ella sola la verdad y obligada a revelarla a las naciones, quería introducirse, establecerse e imponerse en cualquier lugar y materia, y a medida que se iba extendiendo tenía que afianzar su unidad. En el siglo XIII sentía mucho más esta necesidad por las herejías, que se hacían amenazadoras. Henri-Marie de Lubac[i] sitúa todavía al siglo XIII en la prehistoria de la eclesiología. La concepción corporativa de la Iglesia condujo a no reconocer ningún derecho a los laicos en materia religiosa, y en la eclosión del gregorianismo la Iglesia del siglo XIII se afirmó cada vez más sacerdotal y monárquica, y al igual que los Estados contemporáneos, hizo crecer su organización.

Inocencio III redujo el papel de los fieles en la Iglesia a una palabra: obedecer. Se prohibió a los laicos discutir la fe en público o en privado, se excluyó a los jueces civiles de los tribunales eclesiásticos, se consideró nula, aunque fuera favorable, cualquier disposición tomada por la autoridad secular con relación a la gente y a los bienes de la Iglesia. Para lo que en otro tiempo el derecho canónico había pedido o admitido la ayuda del pueblo -las elecciones episcopales- quedó prohibido y calificado como corrupción. A partir de Inocencio III el papado fue verdaderamente, y cada vez más, el pontificado universal. Al papa correspondía legislar y juzgar; sus bulas concedían exenciones al derecho común; al papa correspondía también gravar con impuestos a los clérigos y autorizar a los príncipes para que pudieran hacerlo. La influencia papal alcanzó su apogeo, pues, en el siglo XIII y contribuyó incluso a la debilitación del poder real,

En las sociedades religiosa y civil se acusaron idénticas tendencias: consolidación del poder central y -menos acentuadamente- institucionalización de su control mediante cuerpos representativos.

En cuanto a las herejías, importantes en la época, fueron movimientos que, al lado de su aspecto religioso fundamental, ofrecían todos un carácter social e incluso político. M. Mollat (1965) subraya la acción de la miseria de las clases trabajadoras, y F. Leff (Londres, 1966) la del desacuerdo entre doctrina y práctica religiosa. El catarismo representó el peligro mayor: hizo hincapié en la Escritura, la dualidad del mal y del bien, de la materia y el espíritu, del cuerpo y el alma. Gracias a su ascetismo y al desprendimiento de sus apóstoles, conquistó adeptos de todas clases en Languedoc, Italia y Cataluña. R. Nelli cree que el movimiento era cristiano, nacido del examen libre y crítico de la Biblia más que del maniqueísmo y de las influencias orientales[ii].  Los valdenses eran seguidores de Pierre Valdés, los cuales cayeron en un anticlericalismo radical, y llegaron a reclamar para cualquier laico piadoso el derecho de administrar los sacramentos. Estuvieron extendidos por Italia y Alemania, y penetraron en Bohemia, Hungría y Silesia. Otros grupos defendieron posiciones panteístas. Estas herejías fueron perseguidas con vigor ya que la Iglesia reservaba la tolerancia solo para los infieles.

El concilio IV de Letrán, en su canon 68, ya no prohibió tan solo cohabitar con judíos o confiarles funciones públicas, sino que obligó, en toda provincia cristiana y en toda época a que se distinguiesen públicamente por el hábito. Los sínodos prohibieron tomar a judíos como criados, compartir con ellos las comidas o encontrarles en los baños. H. Hailperin señala que entre pensadores judíos y cristianos las relaciones siguieron siendo estrechas y a menudo llenas de comprensión; es el caso, por ejemplo, de Ramón Llull[iii]. Solo los reyes de Inglaterra consideraban a los judíos como su peculium, los llenaban de impuestos cuyo pago era acelerado con la prisión, y en 1290 llegaron a expulsarlos con objeto de apoderarse de sus bienes, y solo el pueblo perpetraba a veces matanzas colectivas. Idéntica actitud se adoptó en España con respecto a los musulmanes.

Los intelectuales proseguían el esfuerzo iniciado en el siglo XII para comprender el Islam y descubrir sus valores, pero las Cortes, especialmente en Sevilla en 1252 y en Jerez en 1268, promulgaron una serie de medidas adecuadas para evitar las relaciones e impedir las confusiones entre cristianos y mahometanos. Entonces, por razones de política general, los reyes de Castilla obligaron a los moros a abandonar las ciudades reconquistadas.

En 1209 la cruzada albigense comenzó a desarrollar una larga sucesión de atrocidades, lo que vemos más adelante: en 1234 el arzobispo de Bremen hizo pasar por enemigos de la fe a los campesinos libres del Jade[iv] y del bajo Weser con objeto de poder realizar contra ellos la guerra santa; en 1261 Alejandro IV proclamó la cruzada contra Manfredo de Sicilia acusándole de connivencia con los sarracenos de la Italia meridional[v]. Las cruzadas se convirtieron en un instrumento de dominación política que la Iglesia empleó igualmente para todo fin. A partir de 1231 en el Imperio, desde 1232 en Aragón, 1233 en Francia y después en todo Occidente, la Inquisición, creada tras algunos tanteos por Gregorio IX, trabajó sin descanso. Aquella aplicó procedimientos de excepción: la obligación por parte del sospechoso de testimoniar bajo juramento contra sí mismo, la ausencia de abogado y la sentencia sin apelación. En el siglo XII el pueblo ya quemaba a los herejes en el norte de Francia y en la actual Bélgica; Pedro de Aragón en 1197, y Federico II en 1224 impusieron el mismo castigo, e igualmente Gregorio IX.

En cuanto al clero católico, mal reclutado, apenas formado, no había alcanzado nunca, en conjunto, un nivel elevado. La mayoría de los sacerdotes no tenían vocación, y por lo tanto carecían de celo y de conducta. Los vicios del clero presentados a León II a finales del siglo VII fueron: intemperancia, lujuria, prodigalidad y pereza. El párroco dejó de ser elegido en Inglaterra, durante el siglo XIII, para representar al pueblo en los asuntos que interesaban a la comunidad campesina, mientras que en el continente el párroco conservó su prestigio. En Frisia figuraba en los colegios encargados de designar a los concejales, y con frecuencia tenía asiento en las jurisdicciones de apelación en materia civil. En Francia, en la mayoría de los casos, el párroco era quien percibía la mayor parte de los ingresos parroquiales.

Las órdenes mendicantes crearon escuelas en las que se formaron algunos que luego serían sacerdotes. La ignorancia hubiera debido cerrar el acceso a los altares, pero los laicos conservaban el derecho de patrocinio en un gran número de parroquias: en 117 de las de la diócesis de Exeter, por ejemplo, contra las 152 que dependían del clero. Muchos obispos no respetaban las normas sinodales: de 75 a 80% de los “párrocos” ingleses -la mayor parte de los cuales no residían- y 20% de sus vicarios, no habían recibido el sacerdocio.

Los monjes blancos y los canónigos regulares nacieron con el gregorianismo. Los cistercienses se multiplicaron, sobre todo en Europa central y oriental, pero su riqueza levantó críticas (sus comienzos habían sido una respuesta a la riqueza de los cluniacenses). Las fundaciones tuvieron una influencia grande sobre la clase superior laica y desde el siglo XII grupos de penitentes se habían formado en diversas regiones, mientras que en las ciudades los hospitales se habían multiplicado. En el siglo XIII el movimiento se amplió y en 1300 Estrasburgo, por ejemplo, contaba con 89 conventos de beguinas que albergaban a 300 personas, de una población de 20.000 habitantes.

En las ciudades y, a fortiori, también en el campo, el catolicismo seguía siendo muy mediocre, el dogma era poco menos que desconocido; la religión era todavía un código más que una doctrina y su razón de ser era menos el amor a Dios y al prójimo que el miedo a la condenación. El campanario daba las horas y sometía a un ritmo todos los trabajos: campane dicuntur, escribió Jean de Garlande a principios del siglo XIII. Las ventas en subasta se llevaban a cabo en el atrio de la iglesia; los juegos y las danzas tomaban como marco, a menudo, la plaza frente a la iglesia porque la torre de esta ofrecía el mejor refugio. Religión rudimentaia pues, centrada más sobre el infierno que sobre el cielo, demasiado negativa en sus obligaciones y prohibiciones, y con sabor de fetichismo en muchas de sus prácticas. El hombre sencillo creía, no lo suficiente para que la alegría iluminase su camino cotidiano, pero sí lo bastante para conservar la esperanza; de ahí las fiestas de Rutebeuf[vi].

Las pretensiones del papado a la plenitudo potestatis en cualquier dominio, el empleo de armas espirituales -como la excomunión y el entredicho o la guerra santa con fines muchas veces temporales- y la política beneficial o fiscal, arrancan del siglo XIII, mientras que el nacionalismo se manifestó también en los asuntos religiosos y los partidarios de una Iglesia espiritual no abandonaron la lucha.

(Fuente: "La Europa del siglo XIII").



[i] Cardenal jesuíta francés.
[ii] Ver el trabajo de J. Ventura Subirats, “El catarismo en Cataluña”, en el Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, XXVIII, 1959-60, páginas 75 a 168.
[iii] Ver el trabajo de A. Pons, “Los judíos del reino de Mallorca durante los siglos XIII y XIV, en Hispania, XX, 1966, pág. 166 y sig.
[iv] La bahía del Jade está en la costa del mar del Norte, Alemania, entre la desembocadura del río Weser y las islas de Frisia oriental.
[v] N. Paulus, da la lista de las “cruzadas personales” del siglo XIII.
[vi] Apodo de un trovador francés del siglo XIII cuya obra es fuente esencial para conocer la sociedad y los acontecimientos de su época.

No hay comentarios:

Publicar un comentario