sábado, 2 de febrero de 2019

Un episodio de la guerra del Peloponeso

Hoplita en una cerámica griega

El pueblo ateniense recibió enojándose las noticias de la derrota en Sicilia, protestando contra políticos y agoreros, aunque él mismo había tomado parte en la decisión. Atenas no poseía más naves ni dinero, ni marineros y obreros para reanudar la batalla contra Esparta y sus ciudades asociadas. Se temía además que el enemigo vendría hacia el Pireo y se veía como algunos de los aliados se habían pasado al otro bando. Era por mar y por tierra por donde se temía atacaría Esparta, según cuenta Tucídides en su “Guerra del Peloponeso”[i]. Por todo ello los atenienses se prepararon para allegar dinero y madera para la construcción de nuevas naves y se inició una política de ahorro en gastos prescindibles.

Poco después casi todos los griegos comenzaron a cambiar de opinión por la derrota de los atenienses en Sicilia y muchos se pasaron al partido de los peloponesios. Con Sicilia como aliada, Esparta esperó la victoria en la larga guerra que conocemos hoy como del Peloponeso, en las décadas finales del siglo I a. de C. Así, Agis[ii], rey de los lacedemonios, partió de Decelia (*) y fue recorriendo las ciudades de los aliados para inducirles a que construyesen barcos, pasó por el gran golfo de los Eteos, llamado Melíaco (al sur de Tesalia), hizo allí un gran apresamiento que convirtió en dinero, obligó a los aqueos, a los ftiotas[iii] y a otros pueblos sujetos a los tesalos, a que le diesen una buena suma de moneda y cierto número de rehenes, porque eran sospechosos. Estos rehenes los envió a Corinto mientras entre los lacedemonios y sus aliados se fabricaron cien galeras que costearían a prorrata beocios, locros, foceos, corintios, arcadios, pelenenses, scionios, megarenses, trecenios, epidaurios y hermionenses.

Por su parte, los atenienses fortificaron con una muralla su puerto de Sunión (en el extremo sur del Ática) para que las naves que les trajesen vituallas tuviesen seguridad, aunque en lo que emplearon más empeño es en conseguir que sus súbditos y aliados no se rebelaran. Pero los eubeos enviaron mensajeros a Agis diciéndole que querían unirse a él. Los lesbos, que también querían rebelarse, enviaron igualmente a pedir a Agis gente de guarda para ponerla en su ciudad, lo que este les otorgó.

Tucídides dice que Agis no consultaba ninguna de estas decisiones con los lacedemonios, dando la impresión de que el rey actuaba con total independencia y poder, como un monarca absoluto. Los de Quíos y Eritras, que así mismo querían rebelarse contra los atenienses, hicieron un tratado con los gobernadores y consejeros de Lacedemonia sin saberlo Agis; con ellos fue a dicha ciudad Tisafernes, sátrapa del persa Darío, el cual estaba interesado en la continuidad de la guerra entre espartanos y atenienses, para lo que prometió a los primeros proveerles, y todo ello porque los griegos próximos a donde gobernaba Tisafernes se habían negado a pagarle un tributo.

En estas circunstancias, Caligito de Megara y Timágoras de Cizico, ambos desterrados de sus ciudades, fueron a Lacedemonia con el objeto de demandar a esta ciudad barcos y llevarlos al Helesponto, ofreciéndole su apoyo, al tiempo que pretendían la amistad del persa Darío, su señor. En Lacedemonia, por su parte, surgió la discordia, pues unos eran partidarios de enviar los barcos a Jonia y Quíos, mientras que otros al Helesponto. Predominando los partidarios de Quíos, no obstante se enviaron espías para ver si los de esta ciudad tenían suficientes barcos como decían y si era tan rica como decía la fama. Volviendo los espías y confirmando que los de Quíos eran lo que decían, se hizo enseguida alianza con los quiotas y los eritrieos, enviando cuarenta trirremes para reunirlas con las de los quiotas.

Cuando Agis supo que los lacedemonios habían deliberado enviar primero los barcos a Quíos, no quiso ir contra su determinación, habiendo celebrado consejo en Corinto. En esto el rey se mostró cauto, pues lo que él había decidido tampoco fue discutido por el pueblo, que cuando instó a Corinto para que se aliase con Esparta, aquella ciudad contestó que no mientras no se celebrasen los juegos ístmicos, lo que Agis aceptó porque consideró que tal cosa era como un juramento para los corintios, tan relacionados estaban los juegos con los sentimientos religiosos del pueblo griego. Mientras tanto ya había llegado a Atenas la noticia de que Quíos estaba con Esparta.

Finalizados los juegos ístmicos, en los cuales estuvieron los atenienses, pues tenían salvoconducto para ello, regresaron a Atenas y aparejaron sus trirremes para guardar la mar de sus enemigos, y recibiendo ayuda de treinta y siete trirremes más, siguieron a sus enemigos hasta un puerto desierto y desechado –dice Tucídides- que está en los extremos, al fin de la tierra de los epidaurios, que ellos llaman Espireo, dentro de cuyo puerto se habían refugiado todos los barcos del Peloponeso salvo uno que se había perdido en alta mar. A este puerto fueron los atenienses a darles caza por mar, y también pusieron en tierra una parte de sus gentes, de manera que les hicieron gran daño, les destrozaron bastantes trirremes y mataron a muchos tripulantes, entre ellos a Alcámenes[iv], pero también los atenienses sufrieron algunas pérdidas.

Este episodio, uno de los últimos de la guerra del Peloponeso, nos pone de manifiesto que muchas ciudades griegas estaban aliadas a Esparta o a Atenas a la fuerza, por la importancia y poder que estas habían adquirido, de forma que las alianzas eran muy volátiles, pudiéndose cambiar de bando con facilidad y siempre a favor del que tenía las de ganar. Se pone también de manifiesto el gran esfuerzo económico y humano que representó la guerra en la antigüedad, particularmente en la época clásica griega, y la relación de los juegos con la religión y los dioses.

Tucídides era un griego periférico, pues parece que procedía de Tracia. Habiendo fracasado en una gestión militar que se le encomendó, se vio obligado al exilio, probablemente a Esparta, por lo que dispuso de mucha información sobre la guerra del Peloponeso, tanto por parte lacedemonia como ateniense, aunque algunos historiadores consideran que no fue realmente un exiliado.



[i] Libro VIII. Traducción de Diego Gracián de Alderete (1494-1584).
[ii] Agis II, sucesor de Arquidamo.
[iii] Ftia es el nombre de una antigua región griega al sur de Magnesia. Debe de tratarse de los que en época de la guerra de Troya se llamaban mirmidones.
[iv] No confundir con el escultor griego del siglo V.
(*) Al norte del Ática.

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