miércoles, 5 de junio de 2019

Entidad de los reinos cristianos en Hispania

Sancho III el Mayor
de Navarra *

Dice Domínguez Ortiz[i] que la “reconquista” medieval en la península Ibérica no es lo contrario que la conquista musulmana, aunque así parecieran entenderlo los cronistas cristianos. Los invasores del siglo VIII eran unas bandas guerreras que derrotaron al ejército visigodo y se apoderaron de toda la Península, ya con breves episodios bélicos, ya con acuerdos o pactos con oligarquías locales. La masa no tenía voluntad ni medios de resistir. En aquel primer empuje las hordas invasoras no se detuvieron ni siquiera en los Pirineos, pues la catedral de la Seo de Urgell tuvo que ser restaurada después de su profanación. Solamente algunos recónditos valles, como los de Andorra, se libraron de la invasión.

En el oeste los musulmanes también llegaron hasta el mar. Hubo un gobernador árabe en Gijón, aunque la presencia extraña en aquellas breñas fue de poca duración. No era la primera vez que pueblos conquistadores hollaban aquellos parajes; hay testimonios de una presencia romana en la costa cantábrica: rarísimos en Vasconia, algo más abundantes en Cantabria y en la Asturias centro-oriental; faltan edificios de gran fuste pero se han recogido inscripciones funerarias, elementos decorativos e incluso algún que otro testimonio de la existencia de villas. Algunos de estos elementos fueron reutilizados en época visigoda, prueba de que el aislamiento de aquellas poblaciones no era total, por lo menos al este del Nalón. Dentro de lo poquísimo que sabemos, los indicios hacen pensar que la romanización no caló en profundidad, que subsistieron las antiguas unidades tribales y familiares y que la vida urbana era desconocida. Las ciudades (Astorga, León, Vitoria) fueron creadas y defendidas por romanos y visigodos como puntos defensivos contra unas poblaciones que se sentían estrechas en las montañas y buscaban alimentos en las llanuras.

¿Qué sucedió para que no mucho después de la invasión musulmana el diploma del rey Silo nos enseñe que había en Asturias una cancillería regia que expedía documentos con una caligrafía perfecta, para que los monumentos ramirenses demuestren que allí trabajaron canteros que continuaban las técnicas de la mejor tradición constructora de Roma? La explicación tradicional es la única posible: hubo una emigración de clérigos y magnates desde la zona invadida hasta aquellas tierras que produjeron una revolución social y mental; los detalles, los procedimientos, los ignoramos. Quizás la inmigración no fue pacífica; quizás hubo resistencia, revueltas. Hay una mención aislada referente a la represión de una rebelión de siervos por el rey Aurelio. El exasperante laconismo de las crónicas no nos permite saber más y la investigación arqueológica no da mucho de sí. Lo cierto es que aquellas tierras rebeldes a toda sujeción nos aparecen en los tiempos del emirato y del califato como un contrapoder muy modesto en la forma pero muy eficaz en cuanto a potencia bélica.

Emires y califas tuvieron que mantener ejércitos profesionales, costosos y de fidelidad con frecuencia dudosa. En el norte cristiano la sociedad y el ejército eran una misma cosa, como en la antigua Roma, y esto dio a aquellos estados pobres, embrionarios, una ventaja que a la postre resultó decisiva. Había grupos en el norte aguerridos por secular herencia del primitivismo tribal, pero también porque al trasponer los montes y establecerse en la siempre amenazada llanura se convertían en “gentes de frontera”, una frontera peligrosa y que debía ser defendida. Ya desde los comienzos de la reconquista la fuerza principal fue la caballería, y el asentamiento no solo fue un factor indisoluble de acción militar, sino que atacaba en su raíz aquel igualitarismo primitivo que ha defendido Sánchez Albornoz. Hubo facilidades para el asentamiento de hombres libres, dueños de parcelas que cultivaban y defendían, pero esto se agotó pronto por la presión de los poderosos, surgiendo una caballería villana con privilegios semejantes a los que gozaban los de linaje.

Entre todos los núcleos cristianos el más importante fue el astur-leonés, no solo por el esfuerzo visigodo y después mozárabe que le llegó desde el sur, sino porque su campo de acción fue amplísimo: Galicia, el norte de lo que luego llamamos Portugal y desde el siglo X el condado castellano. Tuvo éxito el principio monárquico, aunque hubiese conjuraciones, guerras civiles, repartos familiares y otros problemas, pero en conjunto, la monarquía leonesa tuvo una solidez que contó con el apoyo de la Iglesia. Aquí, como en otros reinos cristianos, hubo guardias palatinas, condotieros y algunos esbozos de ejércitos privados como el del Cid.

Al este de Castilla la reconquista se vació en moldes muy peculiares: hubo un protagonismo vasco y Navarra tuvo un centro urbano de cierta importancia, Pamplona, sede de un obispado, cuya fuerza se completó con la de los monasterios como el de Leyre, que llevó a la monarquía de Sancho el Mayor (992-1035), poder que se disgregó a su muerte por decisión de él mismo en vida.

En Cataluña la repoblación se efectuó por el sistema de presura, la ocupación de una parcela con autorización, en este caso del conde. Cuando se consuma la hegemonía del condado de Barcelona, la falta de apoyo franco sirvió de pretexto al conde Borrell II para proclamarse independiente, alcanzando este reconocimiento por el papa, sirviendo de agentes los monjes cluniacenses que, como en otros territorios cristianos, fueron a la vez agentes de desarrollo económico, guías espirituales y de enlace con Europa. Barcelona se convirtió en la primera plaza europea de acuñación de monedas de oro gracias a los botines de guerra y a los salarios de mercenarios catalanes cuando se repartieron los despojos del califato, pero los progresos territoriales fueron lentos.


[i] “España, tres milenios de historia”.
http://www.galeon.com/medievo01/sanchoIII_mayor.htm

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