sábado, 26 de noviembre de 2022

Contacto religioso entre indios y monjes

 

                                                             Ilustración en el Popol Vuh

La religión prehispánica en América estuvo ligada muy hondamente a la naturaleza, los astros, los ritos, las autoridades indígenas y a la madre tierra. El “Popol Vuh” recoge mitos e historias de los quichés, habitantes de una región central de la actual Guatemala. En dicho libo se aprecia la espiritualidad y la tradición de un pueblo que, en muchos aspectos, son comunes a otros pueblos indígenas.

Las danzas de los matachines, por ejemplo, tienen una tradición milenaria, según el profesor José Rubén Romero Galván, y los indios tenían una cosmovisión mítica sobre el origen de su ser, subyaciendo una idea sobre el tiempo y el espacio, con divinidades que tenían diversas funciones respectivas. También creían en etapas separadas por grandes cataclismos, en lo que se ha visto el sentido trágico de la religiosidad mexica.

Los dioses luchaban entre sí, y ello daba lugar a la sucesión de los días y las noches, y antes de que nada existiera era la inactividad. Los ritos eran llevados a cabo con regularidad en el gran templo de Tenochtitlan, pero también había ritos domésticos, como ofrecimientos y abluciones que empezaban con el amanecer, antes de emplearse los miembros de la familia en cada uno de sus quehaceres.

La misión apostólica de las órdenes mendicantes primero, otras después, consistió en entrar en contacto con estos ritos y en la comprensión de estas cosmovisiones que los indios, en ocasiones, no veían tan distantes de las predicaciones. El clero regular en América promovió el encuentro de Dios con el hombre, de la misma forma que el indio se sentía permanentemente en contacto con sus divinidades. Por otra parte hubo una gran similitud entre los calendarios indígenas y los llevados desde España, tanto el anual de 365 días como el litúrgico, calendario lunar, desde adviento a la pascua.

Una vez que se extendió la colonización y el cristianismo a partir de ciudades preexistentes o fundadas ex novo, fueron consideradas como lugares consagrados, con sus iglesias y conventos, las llamadas a oración por medio de las campanas que recordaban la divinidad al conjunto de la población. Por otro lado estaba la riqueza de los símbolos y las imágenes, que en ocasiones fueron asimiladas a la iconografía indígena.

Las sepulturas en los templos, antes de que se establecieran camposantos, recordaban permanentemente a la muerte y a la otra vida oída en las predicaciones, pero también imaginada por los indios en sus creencias religiosas. Se ha considerado que los sueños han tenido una importancia fundamental en esto, pues al despertar se era consciente de que otro “yo” y otros seres deambulaban por una vida trascendente.

En todo caso el impacto en los indígenas con la cristianización fue evidente, según el profesor Romero Galván, al sentir una desazón por no coincidir las nuevas enseñanzas con lo aprendido de sus antepasados, y así lo expone Bernardino de Sahagún en sus “Coloquios”. Después de que llegasen a la Nueva España los primeros franciscanos en 1524, Cortés escribió al rey demandando el envío de más, pues era el clero regular el que verdaderamente tenía formación.

En el núcleo de todas las religiones indígenas había un común denominador animista, aunque luego se observen variaciones según pueblos y regiones, pues hay que tener en cuenta que no hubo contacto entre ellos en la mayor parte de los casos. El dominico Fray Diego Durán ha dejado una obra como historiador[i] que, al conocer el náhuatl, le permitió ahondar en las creencias indígenas y adaptarse mejor a su sensibilidad religiosa. El cristianismo americano, por su parte, asumió ritos y ofrendas de las religiones prehispánicas, y todo ello fue visto como compatible con la guerra, las traiciones, las matanzas y la crueldad…



[i] “Historia de las Indias de Nueva España e islas de Tierra Firme”.

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