martes, 22 de noviembre de 2022

Un jesuita curioso

 


En su “Historia natural y moral de las Indias”, José Acosta[i] nos ha dejado una descripción de gran interés para conocer la vida material en las Indias en las últimas décadas del siglo XVI, cuando ya muchos productos se habían pasado a América por los españoles, pero también nos informa sobre los que los conquistadores y colonizadores pudieron traer a España y resto de Europa.

En su obra, dedicada a Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II y gobernadora de los Países Bajos durante un largo período, empieza hablando de la opinión que habían tenido algunos autores sobre que el cielo no se extendía al nuevo mundo, probablemente por el desconocimiento sobre la esfericidad de la Tierra; luego añade que “el cielo es redondo en todas partes, y se mueve en torno de sí mismo”, con lo que Acosta ya está en la pista de los conocimientos astronómicos de su época. También sabe que “el mundo hacia ambos polos tiene tierra y mar”, así como explica de qué modo pudieron “venir a las Indias los primeros hombres, y que no navegaron de propósito a estas partes”, señalando que las migraciones desde Asia o el océano a América fueron fortuitas.

El gran tema sobre las zonas tórridas de la Tierra, toda vez que buena parte de América se encuentra extendida entre los trópicos, mueve a nuestro autor a explicar por qué los antiguos se equivocaron al considerar que esas zonas serían inhabitables, aportando por su parte que las zonas tórridas de América eran muy húmedas, lo cual favorece la templanza de las temperaturas, además de la abundancia de los mares en las costas. Señala también que más al sur y más al norte de los trópicos la situación es muy distinta, explicando las propiedades de los vientos dominantes, etc.

Luego nos habla del empeño de algunos en buscar un paso entre los dos océanos al norte de la Florida, lo que llevó a empeños homéricos que, obviamente, no dieron resultado; habla sobre los diversos pescados y modos de pescar de los indios y sobre las lagunas, lagos, fuentes, manantiales y ríos de América

No conociendo el pan de trigo en Indias antes de la llegada de los españoles, los indígenas peruanos comían tanta, aunque en otras partes era llamada de manera distinta. Pero como antes de la llegada de los españoles no eran conocidos en América ni el trigo, ni la cebada, ni mijo ni panizo, pero sí maíz, cuando fue traído a España fue llamado trigo de las Indias, y este maíz se cultivaba en lo que los españoles llamaron Nueva España, Chile, Cuba, la isla Española, Jamaica y otras partes, pero también cultivaban yuca y cazavi. El cronista José de Acosta dice que para que se dé el maíz se necesita “tierra caliente y húmeda”, lo que es propio de las regiones intertropicales.

El maíz fue también alimento para los caballos, una vez que estos animales fueron llevados por los españoles a América. El maíz cocido era llamado por los indios mote, pero en ocasiones lo comían tostado, y si lo fermentaban conseguían vino que Acosta dice que “se embriagan harto más presto que con vino de uvas”. En Perú llamaban a este vino azúa, y en otros lugares chicha; la cerveza en Perú era llamada sora, aunque estaba prohibida por los daños que causaba su emborrachamiento.

En otro apartado de su Crónica habla Acosta de la yuca, el cazavi, las papas, el chuño y el arroz, pero este último solo cuando lo llevaron a América los españoles, que a su vez lo habían obtenido en Asia. Con el cazavi se hacía un tipo de pan a partir de una raíz llamada yuca, para lo cual hay que dividir esta en partes, pues es grande y gruesa; exprimida quedan tortas delgadas, pero Acosta dice que “es cosa sin gusto y desabrida”. El cazavi se humedece en agua antes de comerlo, a veces en un caldo, leche o miel, y hay un género de yuca dulce, la cual se come cocida o asada. El cazavi dura mucho tiempo, por lo que se puede llevar de un lugar a otro, e incluso los españoles en sus travesías marítimas se acostumbraron a él.

Donde más se usaba el cazavi era en Santo Domingo, Cuba, Puerto Rico, Jamaica y algunas otras islas de las Antillas, mientras que el trigo, una vez llevado por los españoles, “nace con grande frescura”, pero no de una sola vez, porque mientras unas mieses ya están maduras a otras les falta un tiempo, lo que Acosta achaca a la calidad de la tierra. En cuanto a las raíces comestibles dice que son muy variadas por la gran cantidad de árboles, frutales y hortalizas que existen; así las papas, ocas, yanaocas, camotes, batatas, jíquima, yuca, cochuchu, totora maní y otras. Las batatas habían sido llevadas desde España, y estas raíces eran comida ordinaria en algunos casos, como los camotes asados; otras se emplean para regalar, como el cochucho, “que es una raicilla pequeña y dulce, que algunos suelen confitarla para golosina”; otras sirven para refrescar, como la jíquima, que es muy fría y húmeda, diciendo luego Acosta que el ajo llevado desde Europa es muy apreciado por los indios, en lo que no les faltaba razón  -dice- porque “les abriga y calienta el estómago”, comiéndolo crudo así “como le echa la tierra”.

Cita luego Acosta las verduras y legumbres: pepinos, piñas, frutilla de Chile y ciruelas, añadiendo que las piñas de Indias difieren en su interior de las de Castilla, pues aquellas son todo carne de comer quitada la corteza de fuera, y es fruta de excelente olor, sabiendo algo agrio y dulce al mismo tiempo pero muy jugosas con agua y sal. La frutilla de Chile es muy apetitosa, tirando al sabor de las guindas, pero diferente, porque no nace de un árbol, sino de unas yerbas que se esparcen por la tierra. Las ciruelas son de árboles y se parecen exteriormente a las que se conocen en España: unas son propias de Nicaragua (muy coloradas) con poca carne para comer; otras son grandes de color oscuro y de mucha carne, aunque Acosta dice que es comida “chabacana”.

En cuanto a las verduras y hortalizas los indios las cultivaban en huertos para obtener fríjoles y pallares, que les sirven como garbanzos, habas y lentejas, pero dice que son resultado de haber llevado estos productos los españoles. También calabazas, que en Indias eran enormes, llamadas zapallos, cuya carne sirve para comer cocida o guisada. Eran muy variadas y con sus cortezas se hacían canastos, unos para poner los alimentos y los más pequeños para las bebidas. Una búsqueda de los europeos en la época, las especias, no fueron encontradas en Indias (pimienta, clavo, canela, nuez, jengibre…), “aunque un hermano nuestro, que peregrinó por diversas y muchas partes, contaba que en unos desiertos de la isla de Jamaica… había topado unos árboles que daban pimienta”, se trataba del ají. Sin embargo el jengibre se había llevado desde la India a la Española, del que se había comerciado mucho a partir del puerto de Sevilla. El ají se llamaba uchú en la lengua del Cuzco, y en México chili, pero dice José Acosta que no se da en tierras frías, como la sierra del Perú, habiendo ají de diversos colores: verde, colorado y amarillo; unos son bravos por el picor que producen, otros son mansos, templando el ají con sal, y se come con tomates.

Luego pasa a hablar de los plátanos, del cacao y de la coca, del magüey, el tunal, la grana y el algodón, diciendo que el tunal es un árbol célebre en la Nueva España, “si árbol se debe llamar un montón de hojas o pencas unas sobre otras”. Mameyes, guayabos y paltos también son citados; los primeros parecidos a grandes melocotones, teniendo uno o dos huesos dentro; habla de “fruta ruin” para referirse a los guayabos, llenos de pepitas recias, y el fruto se parece a manzanas pequeñas. Las paltas “son calientes y delicadas”, siendo su árbol grande… y de buena copa”, pareciéndose su fruta a peras grandes.

Chicozapote, anonas y capolíes son otros frutos, el primero para hacer carne de membrillo, dándose en las zonas calientes de la Nueva España; la anona es del tamaño de la pera grande “y todo lo de dentro es blando, y tierno como manteca, y blanco y dulce y de muy escogido gusto”. Los capolíes son como guindas y de buen sabor, añadiendo “no he visto capolíes en otra parte”.

Después cita a los cocos y almendras, tanto de los Andes como de los chachapoyas, y luego habla de frutos que no le hacen gracia, como lúcumas, pacayes o guabas, hobos y nueces, estas muy parecidas a las de España, presumiendo luego de que ni Plinio, ni Dioscórides ni Theofrasto pudieron conocer estos frutos por mucha diligencia y curiosidad que tuviesen; cocos y palmas de Indias, pero aclara que estas no dan dátiles, sino cocos, a partir de cuya cubierta se usaban vasos para beber, habiendo visto estos árboles en San Juan de Puerto Rico y en otros lugares de Indias. Estos cocos eran del tamaño de un “meloncete”, algunos tan pequeños como nueces, habiéndolos en Chile, mientras que en los Andes encontró almendras, y le parecieron de tal calidad que “todos los árboles pueden callar con las almendras de Chachapoyas, que no les sé otro nombre”.

Entra Acosta luego en el capítulo de las flores, siendo los indios amigos de ellas, más en Nueva España que en cualquiera otra parte del mundo. Hay una llamada yolosuchil, que quiere decir flor del corazón por su hechura y tamaño. Otra flor es llamada del sol por tener una figura parecida a la de la estrella que se observa desde la Tierra; la flor de granadilla no tiene olor, pero hay una fruta del mismo nombre que se come o se bebe para refrescarse.

En sus bailes y fiestas “usan los indios llevar en las manos flores, y los señores y reyes tenellas por grandeza”, y por eso se ven pinturas donde las gentes llevan flores en la mano: albahacas, que aunque no es flor sino hierba, huele muy bien, encontrándose en los jardines y en tiestos. Y continúa Acosta hablándonos del bálsamo, el liquidámbar (aceite o goma), las drogas, algunos árboles como los cedros y las ceibas, y por último cultivos de vides, olivas, moreras y cañas de azúcar, además de los ganados ya aclimatados en Indias, como ovejas y vacas.

Acosta estuvo también en la Nueva España, como demuestra por los muchos datos que aporta sobre sus frutos y costumbres de los naturales. Su formación es muy superior a la de muchos cronistas de Indias, y de hecho no le importó tanto el fenómeno de la conquista, en cuyos núcleos principales ya estaba concluida, sino los aspectos económicos, naturales y etnográficos de las Indias de su tiempo.



[i] Jesuita nacido en Medina del Campo (1540) y fallecido en 1600, durante su estancia en América dedico buena parte de su tiempo a estudiar los frutos, clima, costumbres, geografía y otros aspectos del nuevo continente, habiendo desempeñado su labor, sobre todo, en el Perú.

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