jueves, 24 de noviembre de 2022

Los virreyes de la Nueva España

La profesora Enriqueta Vila Vilar ha estudiado el papel desempeñado por los Virreyes de Nueva España en los siglos XVII y XVIII, pero al mismo tiempo ha establecido varias diferencias entre la mayor parte de dicho tiempo y el reinado de Carlos III, cuando más novedades se intentaron con suerte varia. Curiosamente, mientras la metrópoli sufría durante el siglo XVII el agotamiento por el esfuerzo bélico de más de un siglo, Nueva España vivía un florecimiento que no ocultaba, sin embargo, las desigualdades sociales y la trata negrera, además de la merma de la población indígena por las enfermedades contagiosas, fundamentalmente.

Sobre 7,5 millones de kilómetros cuadrados, al menos nominalmente, los Virreyes de Nueva España gobernaron vastos territorios al sur y oeste de los actuales Estados Unidos, México y Mesoamérica, además de las islas Filipinas, incorporadas a dicho Virreinato. Octavio Paz, en cierta ocasión, ha señalado que la historia de México nace en las naciones indígenas precolombinas, continúa con la Nueva España y luego con la República, aunque estos dos últimos regímenes hayan intentado negar al anterior; otros, por su parte, han indicado que los territorios españoles en América no fueron colonias en el sentido que luego se dio a ese término, sino reinos que ya antes de la llegada de los españoles, tenían sus soberanos, emperadores, caciques u otras autoridades.

El Virreinato es una antigua institución española que ya existía en Aragón e Italia, por lo que cuando se trata de organizar política y administrativamente la América española, se recurre a ella. Los Virreyes eran la máxima autoridad militar (Capitanes Generales), judicial (Presidían la Audiencia) y gubernativa (Gobernación), pero tenían además autoridad sobre Corregidores, Alcaldes Mayores y eran Vice-patronos de las diócesis, consecuencia del Derecho de Patronato desde los Reyes Católicos, contrapartida para que España se encargase de la cristianización de los pueblos de Indias. Ya en las Antillas se intentó crear un Virreinato para los Colón pero fracasó por estar inmaduro el proyecto.

Algunos Virreyes de Nueva España llegaron a dar tal brillo a sus Cortes que sobresalían entre algunas de las europeas, consecuencia del simbolismo que pretendían imprimir a una sociedad compleja y multicultural, difícil de gobernar, donde a la población indígena se sumaba la negra, los mestizos, los criollos y los peninsulares, además de otros europeos. Algunos de los Virreyes fueron clérigos (arzobispos) y otros militares, no faltando los pertenecientes a la más alta nobleza hispana.

Pero ya Cervantes, en un pasaje del capítulo XI de la primera parte del “Quijote”, hace sentir que los años finales del siglo XVI y los primeros del XVII, no son lo mismo, a sus ojos, que los de las grandes conquistas. En efecto, uno de los cometidos de los Virreyes en la Nueva España fue combatir el fraude fiscal, que se localizó sobre todo en los puertos de Veracruz y Acapulco, además de construir baluartes en las zonas costeras para combatir las embestidas de las potencias marítimas rivales de España, completar una legislación no pocas veces incumplida incluso por quienes la promulgaron, y velar por el avance de la evangelización en contacto con el clero: la Virgen de Guadalupe que se puede ver en la mayor parte de las iglesias del actual México, no es sino trasunto de una diosa indígena.

Pero como el poder de los Virreyes era mucho, empezaron a llegar los Visitadores para hacer sus averiguaciones sobre rectitud, honestidad, cumplimiento del deber, etc., sabiéndose en la Corte de España que la vastedad del territorio obligaba a los Virreyes a delegar para presidir Audiencias y Gobernaciones alejadas de la capital virreinal. Por eso se limitó a unos pocos años el mandato de los Virreyes, pero lo cierto es que mientras unos duraron en el cargo apenas un año, otros pasaron de diez. También se empezaron a hacer Juicios de Residencia al final de cada mandato, asunto que preocupaba mucho a los Virreyes, a tal punto que no podían abandonar el cargo hasta que dicho juicio llegaba a sus conclusiones: algunos fueron detenidos al llegar a España. Sea como fuere, seguían llegando las remesas de plata a España, primero hasta el puerto de Sevilla y luego al de Cádiz, como ha constatado J. Elliott.

Un ejemplo notable fue Juan de Palafox, Virrey primero y visitador después, pero también obispo de Tlaxcala, que destacó por sus fundaciones y varios conflictos con los jesuitas. Otro es el caso de Pedro Moya de Contreras, también Virrey, luego visitador y arzobispo, que destacó en su labor fiscalizadora por ordenar el encarcelamiento de varios administradores acusados de corrupción; su actuación fue tan radical que se le ha considerado temerario por los subordinados.

Militar fue el Virrey Antonio de Bucarelli, ya en el siglo XVIII, que destacó por su oposición a José de Gálvez, el encargado de una serie de reformas en la Nueva España entre las que estaban el establecimiento de intendencias, institución de marcado carácter económico vetada a los criollos, lo que preparó la animadversión hacia la metrópoli. Bucarelli fue un reformador convincente, y su autoridad se extendió de tal manera que hasta que cesó en el cargo, Gálvez no pudo llevar a cabo sus innovaciones. Este último, de formación jurídica, quiso implantar un sistema de intendencias que venían dando buen resultado en España, pero se vio con la expulsión de los jesuitas de América y tuvo que hacer frente a las muchas protestas de la población por ello.

La Corte Virreinal estaba formada por la familia del Virrey, los criados y paniaguados, además de los que pululaban en busca de un beneficio o prebenda. El lujo era la norma, más notable durante el siglo XVIII, a lo que contribuyó la importancia que adquirió la ciudad de México, a escala mundial, durante dicha centuria. En la Plaza Mayor se estableció el palacio virreinal junto a la Audiencia, la catedral y el Ayuntamiento, mientras la ciudad se desparramaba con una marcada forma rectangular. Los majestuosos recibimientos cuando llegaba un nuevo Virrey dan ocasión a pensar en el gran poder que ostentaban, pero también en la adulación de los servidores y la importancia económica de Nueva España. Ya a principios del siglo XVII el poeta Bernardo de Balbuena se había hecho eco de lo que decimos en su obra “Grandeza Mexicana”.

Los virreyes se hicieron retratar, e igualmente varios miembros de su familia y altos cortesanos; una forma de mostrar el rango alcanzado y el deseo de inmortalidad, lo que trataba de imitar la elite criolla. No en vano los productos asiáticos arribaban a Acapulco en el galeón de Manila, y el Virrey correspondiente ordenaba el comercio, controlaba al clero y trataba de proteger a los indios (o al menos esa era su obligación legal); aquella era una sociedad patriarcal y anti-igualitaria. El duque del Alburquerque, como Virrey, estuvo empeñado en que llegasen los recursos económicos a España para sostener la guerra de sucesión a la Corona borbónica en el cambio de dinastía; otro Virrey, el duque de Linares, permitió a Inglaterra la trata negrera en Nueva España en un intento de equilibro solo entendible desde la mentalidad de la época, pero se preocupó de las deudas contraídas por los trabajadores del campo, situación que heredó de su predecesor. El marqués de las Amarillas, como Virrey, favoreció la colonización de zonas mineras y tuvo que mediar en la pacificación de poblaciones norteñas, muy alejadas de la capital y poco integradas en el Virreinato, teniendo que combatir a los comanche de Texas en otro ejemplo de desarraigo y falta de integración de los pueblos más alejados.

En general los Virreyes se ocuparon de que funcionasen los Tribunales de Justicia, de recomponer la fiscalidad mermada por el contrabando, crearon fábricas entre las que destaca la de tabacos, reformaron el ejército y contribuyeron a la expulsión de los jesuitas que, en la medida en que provocó las protestas de la población, tuvieron que combatirlas. 

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