miércoles, 16 de enero de 2019

Expósitos en el siglo XVIII

Inclusa de Pamplona (1)

No fue el único, pero la obra de Joaquín Javier de Uriz, “Causas prácticas de la muerte de los niños expósitos…”, publicada en 1801, es una fuente esencial para conocer la situación de los más vulnerables de la sociedad en el Antiguo Régimen, como posteriormente, dentro del espíritu ilustrado que animó a los más cultos a buscar remedio a tantos males entre la segunda mitad del siglo XVIII y primer tercio del XIX, aproximadamente. Otra obra en este sentido, pero con una intención más práctica, es la de Pedro Bilbao, “Destruicción [sic] y conservación de los expósitos…” publicada con anterioridad en Antequera (1789). No son las únicas.

En el caso de Uriz (que a su formación jurídica unió más tarde la vocación sacerdotal, siendo promocionado, en el tiempo brevísimo de diecisiete días de 1774, a órdenes menores, beneficiado de Sada, Navarra, subdiácono, diácono y presbítero) contrasta su labor como canónigo en Pamplona (dedicado a cuestiones económicas fundamentalmente) con el empeño que puso luego en beneficiar a los niños expósitos, no solamente en Navarra sino en toda España. Mientras era canónigo fue visitador en Roncesvalles, para cuya colegiata hizo unas “Constituciones” en 1782, luego gobernador eclesiástico y vicario general en Pamplona y, desde 1815 hasta 1829, obispo de la misma diócesis.

Desde que fue nombrado vocal de la Junta de Gobierno del Hospital General de Pamplona –dice Goñi Gaztambide[i]- comenzó a preocuparle el problema de los niños expósitos, observando cómo muchos fallecían  prematuramente, y concibió un plan general para salvar aquellas vidas. Era Uriz, entonces, arcediano de tabla de la catedral de Pamplona y el manuscrito original de su obra sobre este asunto constaba de 598 folios. El autor cedió su obra a beneficio del Hospital de Pamplona prometiendo costear la impresión por su cuenta.

La Inclusa de Uriz se separó del Hospital y para aquella construyó un edificio a sus expensas, estando terminado en 1805. Goñi Gaztambide dice que en ello dedicó el clérigo “inmensas sumas”, lo que hace pensar que se había hecho rico a partir de su larga etapa como canónigo que seguía siendo. Preparó unas Constituciones y pidió monjas (Hijas de la Caridad) para regentar la Inclusa que, inaugurada en el mismo año 1805, pronto contó con 858 niños (1807). El principal objetivo era alejarlos del riesgo de contraer enfermedades, lo que antes no se conseguía, además de que el antiguo Hospital no albergaba sino a 150 expósitos. Ahora, según la documentación que ha consultado Goñi, “a la mayor parte se les salva la vida”.

Preocupado Uriz de que las tropas francesas ocupasen la Inclusa, pensó en trasladar a los niños al palacio de Artieda[ii] o al convento de dominicos de Sangüesa, pero aquello no ocurrió, pues la Inclusa fue respetada e incluso elogiada por los generales franceses. Sorprende este temor cuando Uriz formaba parte como diputado de las Juntas de Bayona, tomando parte en las sesiones e incluso expresándose respecto del rey José como “nuestro augusto soberano, aunque seguramente por conveniencia. Uriz formó parte de una comisión para recibir a José I y darle gracias por la toma de algunas medidas fiscales; participó también en la Constitución de Bayona proponiendo que se prohibiese en España todo tipo de religión que no fuese la católica, lo que fue rechazado. Incluso José I le condecoró con el toisón de oro…

Luego vinieron los problemas económicos para la Inclusa, teniendo que recurrir a la ayuda de adinerados: uno entregó cien doblones para los “huerfanitos”, mientras Uriz enviaba memoriales al reino, gobernador, intendente, ciudades, villas, valles y cendeas[iii], pidiendo limosna. “Han muerto centenares de expósitos por la miseria” dijo. Se obtuvieron por este medio 2.940 pesos en 1813. Otro recurso consistió en ceder los créditos de Uriz a favor de la Inclusa, es decir, que cuando los deudores quisieran pagar lo hicieran a esta en vez de al acreedor e, incluso cuando llegó a ser obispo, ordenó que no se procediera por vía de apremio contra los morosos, pues ello iría en desprestigio del obispo.

En 1814 redactó un proyecto de ley compuesto de 70 artículos, con el que esperaba salvar la vida de 12.000 expósitos de toda España. Se basó en más de veinte años de experiencia, observando “donde se estrellan [los niños] y donde se gana mucho”.

Teófanes Egido ha explicado cómo sobre los niños expósitos pendía el estigma, desde su nacimiento, de la deshonra y la ilegitimidad. Durante el reinado de Carlos IV el Consejo de Castilla inició la tarea de estudiar los establecimientos de los expósitos, los medios de su financiación, las amas de cría, etc. Los obispos contestaron a una encuesta que estuvo en manos del Consejo en 1790: había pocos hospitales de recogida, con escasas rentas, amas de cría insuficientes, muchos niños asilados y una mortalidad aterradora que en algunos casos rondaba el noventa por ciento de los ingresados, porcentaje que incluso aumentaba con las muertes de los niños confiados a las amas de cría profesionales fuera de los hospitales[iv].

Santiago García publicó en 1794 una “Instrucción para conservar los niños expósitos” y Pedro Joaquín de Murcia, colaborador de Godoy, escribió sobre la necesidad de casas de expósitos dentro de la política asistencial (1798). La mortandad entre los expósitos debió ser tal que Alberto de Megino publicó “La Demausexia. Aumentación del pueblo por los medios de procurar que no mueran 50.000 personas…”[v], refiriéndose a los expósitos. Pedro Bilbao escribió sobre esos niños que “nacen y mueren como los demás, pero su vivir no dura más por lo regular que lo que se necesita de vida para perder la vida misma, en unos, cuatro días, en otros ocho, en algunos un mes, en raro un año, según su menor robustez y desamparo, mientras que el hambre, miseria, el abandono los destruye, los acaba”[vi].

Se construyeron o habilitaron nuevas casas a un ritmo acelerado desde la última década del siglo XVIII y hasta el estallido de la guerra contra Francia en 1808. El mismo Godoy dejó en sus “Memorias” constancia de su preocupación por los niños expósitos, demostrándolo en el “reglamento para el establecimiento de las casas de expósitos, crianza y educación de éstos” (1796). Pero las competencias estuvieron, sobre todo, en las autoridades eclesiásticas. Y los niños que sobrevivían eran colocados en los estratos del menosprecio más profundo, se les acorralaba –dice Egido- dentro del muro de proscripciones mucho más denso que el de los antiguos estatutos de limpieza de sangre. Una legislación, sin embargo, quiso colocarlos “en la clase de hombres buenos del estado llano general, gozando los propios honores y llevando las cargas sin diferencia de los demás vasallos honrados de la misma clase”.

Pero aparte los deseos de un Estado ilustrado, estaba el trato que sufrían muchos expósitos, denunciado por Arteta: “los tratan [las amas de cría] con aspereza y crueldad, ya de obra, maltratándolos porque lloran o gritan para explicar sus necesidades, ya de palabra llamándoles bordes, bastardos, hijos de puta y otras expresiones prohibidas por el real decreto de 1794”.



[i] “Joaquín Xavier de Uriz, el obispo de la caridad (1815-1829)”.
[ii] En el actual municipio de Urraúl Bajo, en despoblado.
iii Conjunto de concejos.
[iv] “España en el reinado de Carlos IV”.
[v] Con el término “demausexia” quizá se refiera a un tipo de sarna.
[vi] En la obra citada de Teófanes Egido: “España en el reinado…”.

(1) http://davidaldia.blogspot.com/2013/11/buscando-los-origenes-en-el-archivo_27.html

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