martes, 1 de enero de 2019

La Huerta del Desengaño del señor duque

Iglesia de la Caridad de Sanlúcar

Fue Domínguez Ortiz en el que en una de sus obras dijo que el hombre (y la mujer) del barroco, podía pecar contra la moral pero nunca contra la fe. Podía cometer las peores tropelías para, a continuación, entregarse a la oración, encomendarse a todos los santos y… al día siguiente volver a las tropelías. Veamos el comportamiento de uno de esos hombres del barroco.

Había que encontrar un lugar adecuado para la construcción de un convento de capuchinos y el duque de Medina Sidonia, en la década de 1630, decidió que fuese en la llamada Huerta del Desengaño, donde pasaba largas temporadas, en las afueras de Sanlúcar de Barrameda. Allí había una ermita que pertenecía a la Hermandad de marineros y pescadores, separados de la Cofradía de la gente de la mar. Pero hubo que comprar más terrenos adyacentes.

Ya avanzada la obra, en 1634, el duque fue nombrado “Patrón y fundador de dicho convento”, es decir, honores por dinero, “concediéndole todos los privilegios y prerrogativas que suelen tener los que lo son”, entre ellos la asistencia y oración perpetua de un fraile. Para la fundación el duque tuvo que pedir licencia al rey y obtener la donación de un inmueble del priorato de ermitas del arzobispado sevillano. Teniendo en cuenta que el convento era para clérigos regulares ¿querrían escapar estos a la jurisdicción del arzobispo? En todo caso todos los trámites se superaron.; desde su fundación el convento de capuchinos sirvió de hospedería y para la enseñanza de los misioneros que irían a América[i].

El dinero se obtuvo de la caja de Aduana (más de 56.000 reales), a los que se sumaron casi 11.000 de las almadrabas de Conil (2) correspondientes a la temporada de 1634, 3.200 reales del capitán Alonso Trillo de lo que cobraba de las rentas de Aduana… El caso es que lo pagado finalmente fueron 225.849 reales. Hubo que hacer diversas reformas en la Huerta del Desengaño, donde tenía lugar una interesante tertulia humanística. Se tiraron tapias y se dio comienzo al desescombro, se llevó agua desde un arroyo cercano, se construyeron tapias nuevas para cerrar el bosque y otras de encalado en el camino que conducía al lugar. Se empleó gran cantidad de piedra, cascajo y agua, y un buen número de peones terraplenaron el hoyo que hizo el derrame del agua. Se pusieron cinco rejas a los caños por donde desaguaba el bosque y se reparó la magnífica jaula de los canarios y faisanes del duque, arreglándose su techo, se colocó una reja, las pestilleras de ocho puertas de alambre de las alacenas, diversas bisagras y aldabillas con sus alcayatas para las cortinas. Otros peones limpiaron los asientos de cal y piedra del bosque o jardín y allanaron el camino.

Así se llevó a cabo la construcción del convento capuchino con celdas altas y bajas, además de otras tantas mesas, asientos del refectorio y el sardinel, la zona claustral, la iglesia con su sacristía, su cerca y portada, que supuso 200 reales y se emplearon 5.900 ladrillos. Además se construyó la escalera que conducía al cuarto que el duque don Manuel se reservó en el convento. Se construyó la capilla de los reyes  con su tránsito y se colocaron olambrillas (un tipo de azulejo) en la pared de la iglesia; no faltó la portería, la solería, la chimenea del calentador y las letrinas. Trabajaron también carpinteros en los bastidores y puertas de la casa de la beata que vivía en la antigua ermita como santera.

El duque costeó el acarreo por azacanes del agua y se ultimó todo con detalles de cantería, se empedró la cuesta o camino de acceso al convento, se construyó una cerca que lo circundara. Se completó todo con un fogón para la cocina, rejas, una cruz para la escalera, el campanario y la campana, cerraduras, llaves, la capilla mayor, candelabros, encerados de las ventanas, otra cruz para el facistol, un garabito para el candil, siete llaves maestras para el cuarto del duque, tres llaves para otras tantas puertas del claustro y una para la portería, pernos para las losas funerarias de las capillas, cerradura para el sagrario… El convento contó con vidrieras y el atrio se decoró con losetas de cerámica pintada, completando todo con una pila de agua bendita. Las armas de la casa ducal las realizó un herrero.

En esta época, como cabe suponer, solo por esta obra, la casa ducal de Medina Sidonia mantenía un gran poderío, aún teniendo en cuenta las correrías del IX duque, Gaspar Alonso, que traerían años más tarde la desgracia de la familia, pues fue uno de los que conspiró contra la Monarquía en 1641, lo que le valió el destierro y la pérdida del corazón de su impresionante estado patrimonial, el señorío de Sanlúcar de Barrameda, que revirtió a la Corona. Hasta ese momento –dice Fernando Cruz- la familia había completado su riqueza y poder con el escudo ideológico del catolicismo a ultranza, al emplear buena parte de sus excedentes en patrocinar numerosas fundaciones religiosas.

La casa ducal se empeñó en las más costosas obras y para 1634 el duque don Manuel fundó el convento de capuchinos del que hemos hablado. Sanlúcar era, entonces, una auténtica ciudad convento, en la que las diversas congregaciones religiosas, además de servir a la población con sus diferentes institutos (para niños expósitos, el hospital de mujeres pobres, el colegio de niños, el hospicio de la “nación” inglesa, la casa de pobres desamparados, etc.), contaba con la magnífica construcción mudéjar de Nuestra Señora de la O (1360), conventos de dominicos, mínimos de San Francisco, hospitalarios de San Juan de Dios, descalzos de la Merced, jesuitas...

En el polo opuesto era una ciudad cosmopolita, con un entramado urbano que los condes quisieron sacralizar, era una ciudad abierta, marinera y comercial, asiento de diversos pobladores, no todos católicos. La actividad mercantil era frenética y, con tanta iglesia y convento, la población eclesiástica resultó agobiante, excesiva para el vecindario.

El duque Manuel (VII) había nacido en 1579, falleciendo en 1636, siendo nombrado durante su vida Cazador mayor de Bolatería, Capitán General de la Costa para cuando su padre muriese, Capitán general de galeras, Capitán general del Océano y recibió otros honores. Siendo aún conde de Niebla, fundó en 1605, en Huelva, un convento de mercedarios descalzos en el que estableció un patronato perpetuo que le permitía poner sus armas y enterrarse con su descendencia en la iglesia, a cambio de levantar el edificio y contribuir al sustento de su comunidad, patronato que repitió más tarde, muerto su padre, fundando en Sanlúcar un convento mayor y más lujoso de la misma orden, que a la postre contendría su panteón. A cambio, misas y oraciones a favor del duque y su familia… un claro ejemplo de la nobleza del barroco.



[i] Fernando Cruz Isidoro, “La casa ducal de Medina Sidonia y el convento de capuchinos de Sanlúcar de Barrameda: patronato y construcción”.
(2) Al suroeste de la actual provincia de Cádiz.

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