domingo, 23 de julio de 2017

La batalla de Mursa



Osijek y el río Drava en la planicie

Miguel P. Sancho Gómez ha investigado, en su tesis doctoral, las circunstancias de la guerra y la política en el Imperio Romano de occidente entre los años 337 y 361[1], para lo que expone las condiciones de total indisciplina y división que vivía el Imperio en la época, ya desde el siglo III. Dicha batalla tuvo que ver con la ascensión del emperador Juliano II, que había sido nombrado César en la parte occidental, lo que le posibilitó, en 361, usurpar la condición de emperador. 
 
La batalla de Mursa fue de unas proporciones extraordinarias, lo que llevó a algunos contemporáneos a decir que no se había conocido otra igual, fuese esto cierto o no. El autor que he citado señala que “casi doscientos años después, todavía se recordaba la magnitud y consecuencias de ese encuentro”. Amiano Marcelino, militar de carrera y fuente principal de la época, no ha suministrado abundante información, pero no sobre esta batalla, pues la documentación se ha perdido. La chispa que inició el enfrentamiento fue la rebelión de Magnencio, que se autoproclamó emperador en occidente en 350. 
 
Mursa se encontraba en la margen derecha del río Drava poco antes de su desembocadura en el Danubio, en el extremo nordeste de la actual Croacia (es la actual Osijek[2]). La batalla tuvo lugar el 28 de septiembre de 351 y fue el primer gran enfrentamiento entre Magnencio y el emperador legítimo (según lo consideraron sus contemporáneos y la historiografía posterior) Constancio II, que marchó con su ejército hacia el oeste, donde Magnencio era “dueño” de Britania, Galia, Hispania, Italia y África; además se había apoderado de los pasos alpinos italianos. Antes había dado muerte al emperador Constante, hermano de Constancio II, lo que no es sino una muestra del estado de continua descomposición del imperio en sus máximas instituciones.
 
Zósimo[3] habla de la rebelión de 350, cuando se proclamó emperador Nepociano, de la familia de Constantino, y Vetranio, un soldado que habría sido instigado por la hermana del emperador Constancio para frenar el avance de las tropas galas que, al mando de Magnencio, avanzaban hacia el este[4]. Se trató de una rebelión local circunscrita al centro de Italia; las tropas llegadas desde el oeste bajo el conde Marcelino pronto restablecieron la situación, masacrando a los conjurados, pero muestra el estado de descomposición de las instituciones y del ejército romanos. 
 
El emperador Constancio II envió a luchar contra los invasores a los alamanes mientras Nepociano, que no llegaría a reinar en Roma ni un mes, se empleó en una durísima represión: “por todas partes las casas, las plazas, las calles se llenaron de sangre y de cadáveres como si fueran tumbas”[5]. En estas rebeliones podía darse el caso de que los soldados estuvieran sobornados, mientras que muchos del oeste del imperio eran aún paganos. En Iliria se habían formado legiones de “elite”, como Herculani y Ioviani, contrastando con otras tropas auxiliares, tanto en el este como en el oeste, sin la veteranía preparación de aquellas.

Algunos historiadores consideran que el levantamiento de Vetranio no fue sino una maniobra de Constancio II, pues en 350, tras un simulacro de negociación en Naiso (la actual Nis, al sur de Serbia) Vetranio se retiró con permiso del emperador y siguió una vida cómoda fuera de las luchas de la época. 
 
Por su parte, Magnencio había reclutado grandes cantidades de auxiliares francos y sajones, así como de otros pueblos germanos. Esta lucha entre francos y alamanes muestra la complejidad de la época, pues ya no se trataba de pueblos extranjeros contra el poder de Roma, sino que la situación era mucho más confusa. En un primer momento Magnencio obtuvo algunas victorias, como la batalla de Emona (en el centro de la actual Bulgaria). Magnencio también se hizo con algunos enclaves vitales como Siscia, que tenía una importante ceca monetaria (Sisak, en el centro de la actual Croacia), pero no tuvo éxito en la bien defendida Sirmio[6], ni tampoco ante Mursa.
 
La batalla de Mursa ha sido considerada como el primer gran triunfo de la caballería pesada (los cataphractii o catafractos, donde tanto el jinete como el caballo llevaban armadura). Parece que las huestes de Constancio eran muy superiores a las de Magnencio, y la vetaja inicial de este en algunas batallas pudo haber resultado fatal en la medida en que el emperador conseguiría que la batalla se diese en campo abierto, aprovechando las amplias planicies en torno a Mursa, esperando Constancio en Cíbales, la actual Vinkovici, en Croacia, muy cerca de Mursa. Magnencio, por su parte, no disponía de máquinas de asedio y como Iliria era fiel a Constancio, a aquel le resultaba imposible llegar hasta Tracia o Asia. El emperador controlaba el paso de Succo, enclave vital en las comunicaciones este-oeste. 
 
Por si ello fuese poco un general de origen franco de nombre Silvano, poco antes de la batalla, se pasó con importantes contingentes al bando de Constancio, con lo que este poseyó una fuerza (según los historiadores) de 80.000 hombres, mientras que Magnencio 36.000 (puede aceptarse que las fuentes solían incurrir en exageraciones). Esto muestra otra característica de una época llena de turbulencias, traiciones y deserciones. El mismo Magnencio, al parecer, era un laetus, un prisionero de guerra en un principio, de baja extracción que había sido campesino y soldado en suelo romano, llegando, por la osadía y el desorden del Imperio, a controlar durante tres años todo el occidente.
 
Volviendo a la batalla de Mursa, parece que Constancio no acudió al campo de batalla, permaneciendo en una iglesia acompañado de un obispo arriano, costumbre que se hizo extensiva a otros emperadores cristianos: Teodosio permaneció rezando en una capilla durante la batalla del Frígido (río en la actual Eslovenia) en 394, mientras que Constantino I había hecho uso de una tienda desmontable donde rezaba… En el ejército de Magnencio hubo hispanos y algunos dan por segura la presencia de la Legión VII Gemina.
 
Teodoreto[7] nos ha dejado la noticia de que Constancio quiso que las tropas de su ejército fuesen bautizadas cuando se hallaban en el momento previo a la gran batalla, aunque al dato –dice el autor al que sigo- parece ser una invención posterior, puesto que en ese momento ni Constancio estaba bautizado. Magnencio envió arrogantes propuestas de paz al emperador, y aunque resultaría vencido y muerto, resistió con su ejército hasta el año 353 dando a su hueste consignas al estilo bárbaro. El número de bajas de esta batalla fue enorme, condicionando la defensa del Imperio con posterioridad.
 
En un momento desesperado para el ejército de Magnencio, este se dio a la fuga, haciendo uso de un ardid para poder abandonar el campo de batalla: colgó las insignias imperiales en la silla de su caballo y se vistió de soldado raso, lanzando a aquel al galope para que se le creyese muerto. No pasó mucho tiempo desde este hecho –de ser cierto- pues se suicidó con su propia espada.



[1] Universidad de Murcia, 2008.
[2] Su situación se ha considerado estratégica, pues ya había sido escenario de otra batalla durante la anarquía militar; concretamente, el emperador Galieno derrotó aquí a Ingenuo (“usurpador”) en 259. Es una zona de vastas planicies.
[3] Historiador griego que vivió entre finales del s. V y principios del VI.
[4] El autor al que sigo cita la obra de B. Enjuto Sánchez, “Las mujeres en la domus constantiniana…”, 2003.
[5] Aurelio Víctor, historiador y político romano del siglo IV.
[6] Sremska-Mitrovica, Serbia.
[7] Obispo sirio.

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