domingo, 30 de diciembre de 2012

Antas de Ulla


En el centro de Galicia y el el alto Ulla, a unos 550 metros de altitud sobre el nivel del mar, se encuentra la villa de Antas, rodeada por sus parroquias: Amoexa, Castro de Amarante, Olveda (donde nace el río), Queixeiro, San Fiz de Amarante, San Martiño, Santa Mariña, Terra Chá, Vilanuñe son algunas de ellas. Si algo hubiera que destacar son sus carballeiras, de una frondosidad extraordinaria. Los troncos de los carballos son gruesos y nudosos, las ramas descienden mansamente hasta formar una cobertera vegetal que casi se confunde con el follaje de la superficie. Los colores verdes y amarillos, ocres y pardos; los musgos en las zonas más húmedas, soutos en las proximidades del río. Y la piedra. En Antas, como en otras muchas villas y ciudades de Galicia abunda la piedra granítica, que ha hecho posible la construcción de iglesias, casonas, pazos, balaustradas, muros y cruceiros.

La iglesia de Amoexa es de planta rectangular, con un atrio cubierto a su derecha, según se dirige la vista hacia la fachada principal. La espadaña barroca se eleva en contraste con la horizontalidad dominante, un solo ábside cierra la cabecera, decorado con motivos jaqueses, canecillos y una ventana románica. En el alero de la iglesia más canecillos, y los capiteles, con motivos vegetales, animales y rostros de personas. La iglesia se encuentra aislada, dominando un extenso territorio, toda ella de piedra bien labrada, con sillares grandes y la única nave ligeramente elevada.

 Entre las edades media y moderna se levantaron las casas fuertes de la nobleza local: los Noguerol mandaron construir una en Amarante durante el siglo XIII, pero ha sufrido modificaciones. En uno de los dinteles el escudo de armas, en una de las esquinas matacanes sostenidos por ménsulas toscas pero originales. Su altura aún se encumbra más por la gran chimenea, símbolo de una buena lareira que garantiza las fiestas gastronómicas de la familia dominante. En uno de sus lados una gran torre de planta circular, con los sillares irregulares, en contraste con la edificación residencial. Las ventanas altas, para huir de la humedad y posibilitar la defensa en siglos pasados. 

Y el pazo de Santa Mariña tiene la balconada más ostentosa que imaginarse pueda, saliente sobre el edificio, sostenida por un haz de ménsulas que envían un mensaje al vecindario: junto con su portada, su chimenea, su escudo de armas, señala el poderío de los moradores (ver arriba). 

El río baja a veces remansado, en otras ocasiones pequeñas cascadas rompen el silencio de los parajes. La altura, la humedad y los suelos crean las condiciones para que las carballeiras salgan al paso de los caminantes, cerca y más lejos del río, permitiendo mantener molinos que ya no muelen, pero dan una nota de humanidad en medio de tanta naturaleza.

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