martes, 26 de marzo de 2019

Las villas gallegas en el siglo XVIII



A finales del siglo XVIII había en Galicia quince villas o ciudades que superaban los 2.000 habitantes: ocho de ellas costeras (Viveiro, A Graña, Ferrol, A Coruña, Muros, Pontevedra, Vigo y A Garda), cinco interiores (Tui, Allariz, Ourense, Santiago y Lugo) y dos muy próximas a la costa (Betanzos y Padrón).

El profesor Isidro Dubert, en un trabajo sobre el mundo urbano gallego en el siglo XVIII[i], dice que, en 1787, solo un 7% de la población de Galicia vivía en estas villas[ii], lo que permite decir que estamos ante un ámbito débilmente urbanizado, “más aún que el constituido por aquellas otras áreas regionales europeas que en su día obtuvieron una consideración semejante. Y esto se podría decir de todo el norte de España, en donde por las mismas fechas, un 7,6% de habitantes vivía en enclaves con más de 2.000 habitantes. Pero estos enclaves –dice el citado profesor- articularon y formaron uno o más sistemas urbanos, los cuales jugaron un papel capital en el desarrollo socioeconómico de las comarcas más septentrionales de la península.

Esta situación llegará casi intacta hasta el siglo XX, pero Isidro Dubert establece una diferencia: la región vasco-cantábrica estaba aislada de la asturiana por grandes espacios vacíos; en Galicia aparecían las pequeñas villas de Ribadeo, Viveiro y Mondoñedo, además de los puertos de Ferrol y A Coruña. Más al sur se encontraban otras villas que no tuvieron la complejidad de las vasco-cantábricas.

El mundo rural –y las villas que aquí se estudian participaban en buena medida de él- estaba formado por los núcleos situados a más de 500 m. sobre el nivel del mar, estaba muy fragmentado y tenía dificultades de comunicación entre sí y con la costa. La economía, aquí, se basaba en el cultivo del centeno, el aprovechamiento del monte y la ganadería, además de las zonas de viñedo en las riberas orensanas y lucenses de los ríos Miño y Sil: era la Galicia menos urbanizada. Los rendimientos agrarios eran bajos, el poblamiento era disperso y, no obstante, aparecieron “fórmulas protoindustriales” vinculadas al textil tras 1770. Así, la densidad de población no llegaba a 30 habitantes por km2.

Otro era el caso de las villas que estudia Isidro Dubert, dedicadas a actividades comerciales y pesqueras si se encontraban en la costa, pero a finales del siglo XVIII eran de inferior nivel que dos centurias atrás. Estas villas se beneficiaron de la introducción del maíz en el siglo XVII y la agricultura era más evolucionada, apareciendo una temprana ganadería estabulada. La mayor parte de estas villas estaba en la fachada atlántica y la densidad de población de las comarcas donde se encuentran superaba, a mediados del siglo XVIII, los 80 habitantes por km2. Solo A Coruña, Ferrol y Santiago, en 1787, superaban los 5.000 habitantes, aunque por razones distintas: capitalidad, puerto y universidad respectivamente.

Los puertos gallegos, al comenzar el siglo XVIII, habían quedado reducidos a funciones secundarias y a ser descarga de la pesca de bajura. Se ve, por tanto, una acusada dualidad costa-interior, pero la primera era netamente dependiente del su entorno rural, lo que impidió a las villas periféricas desarrollar una diversidad de funciones con respecto a sus alfoces.

En las décadas de 1750-1760, ciertas decisiones políticas favorecieron a las villas de A Coruña, Ferrol y Vigo, que junto con las que no disfrutaron de esas ventajas, siguieron jugando un papel jurídico-administrativo que permitió formar una trama urbana gallega[iii].



[i] “Las dinámicas demográficas de las pequeñas villas gallegas a finales del Antiguo Régimen”.
[ii] Cita al profesor Eiras Roel.
[iii] El presente resumen está hecho a partir de la obra citada en la nota i.

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