martes, 29 de diciembre de 2020

Los informes de Gomá

Aparte de la carta “pastoral” de los obispos españoles (no todos) a favor de los sublevados de 1936, el arzobispo Gomá, que lo era de Toledo, dirigió con muy poca distancia en el tiempo dos informes al entonces Secretario de Estado del Vaticano, señor Pacelli (futuro papa Pío XII).

A mediados de agosto de 1936, cuando aún no había transcurrido un mes de la guerra española, Gomá dirigió su primer informe en el que hablaba de “la labor desdichada de la República en el orden religioso, civil y económico, durante el bienio 1931-1933”, y en cuanto a las elecciones de febrero de 1936 dijo que dieron una “mayoría artificial”, aliándose el Frente Popular con “las bandas de malhechores” que llevaron a cabo el asesinato del sr. Calvo Sotelo”.

Se refiere a la República antes del levantamiento militar como “de este último quinquenio, que paso a paso llevaron a España al borde del abismo marxista y comunista”, refiriéndose a la guerra para “la defensa de la Religión”. Hace un breve análisis a continuación sobre los militares españoles; algunos “no se hallarían mal con una República laicizante, pero de orden”, mientras que otros “quisieran una Monarquía con unidad católica, como en los mejores tiempos de los Austrias. 

En cuanto al levantamiento militar, informa a Pacelli que goza de “gran simpatía” por parte de “la inmensa mayoría de los españoles”, refiriéndose a que los verdaderos españoles son los católicos. No tiene inconveniente, sin embargo, en considerar la guerra como una lucha “fraticida”.

 

Gomá informó a Pacelli de la declaración de Cataluña como República independiente (que como sabemos no tuvo ninguna plasmación en la realidad) y, en cuanto a las características de la lucha, habla de “ferocidad inaudita por parte del ejército rojo; observación estricta de las leyes de guerra de los insurgentes”. Impresionado por las noticias que le llegan de la persecución del clero en la retaguardia republicana, dice que “será una mancha en la historia de España”. Aunque con menos saña quizá, el anticlericalismo había sido una práctica común en más de un siglo.

También tuvo noticia de los asesinatos de los obispos de Sigüenza, Ciudad Real y Cuenca, pero cometió el error de dar crédito a la muerte del obispo de Vic, que no fue cierta. En cuanto a la violencia de Falange utiliza una expresión ambigua: “tal vez haya que reprochar al Fascio la excesiva dureza en las represalias”. Para Gomá luchaban “España y la anti-España, la religión y el ateísmo, la civilización cristiana y la barbarie”.

Luego expone que el alzamiento se había convertido de militar en nacional, mostrando su certeza de que la guerra no sería breve, pero “si triunfa, como se espera, el movimiento militar, es indudable que en plazo relativamente breve quedaría asegurado el orden [véase la contradicción con sus previsiones de que la guerra sería larga]… y se iniciaría una era de franca libertad para la Iglesia, al tiempo que muestra su opinión de que “no es de esperar una restauración de la monarquía”.

En el segundo informe que Gomá envía a Pacelli pocas semanas después del anterior, se muestra más optimista. Las noticias que tiene –dice- “son todas favorables” porque los sublevados se habían hecho con las zonas mineras de Andalucía y añade que la conquista de Madrid se produciría “probablemente dentro de éste mes” (septiembre de 1936). “Es general el optimismo –dice- “y nadie duda del éxito final de la contienda”. En cuanto a la intervención extranjera, Gomá informa solo de la ayuda recibida por el Gobierno republicano: “el Frente Popular francés…, el organizador de la resistencia comunista en Madrid es el israelita ruso Newman… [y] en Barcelona hay un fuerte núcleo de judíos…”.

Da cuenta Gomá del restablecimiento de la Compañía de Jesús[i] en la zona controlada por los sublevados y, en cuanto a las fuerzas paramilitares, requetés y falangistas, dice que “van animados de sentimiento religioso”[ii], aspirando a que la Iglesia goce, con el nuevo régimen “de favor y protección”. Se queja luego de “la persecución contra la Iglesia y contra Dios”, señalando que el Gobierno de Madrid “apenas tiene control alguno”.

El papa Pío XI, con motivo de la estancia en Roma de cientos de religiosos españoles, entre ellos varios obispos, se dispuso a pronunciar un discurso que Gomá y otros se prometían favorable a sus intereses, pero casi nada de esto ocurrió. El papa, prudente, reclamó perdón, el restablecimiento de la paz, denunció la persecución religiosa y consideró, respecto de los sublevados, que se comportaban con excesos no plenamente justificables, guiados por “intereses no rectos e intenciones egoístas o de partido…”.

Por ello solo en parte fue publicado en España el discurso del papa, que mantuvo su representante en la España republicana. Gomá fue, quizá, el más reaccionario e integrista jerarca religioso que convenía, como ningún otro, a los intereses del general Franco. Quiso olvidar que durante más de dos años la República española estuvo gobernada por conservadores, incluso católicos, y oculta que antes del asesinato de Calvo-Sotelo había caído por el mismo procedimiento el guardia de asalto Castillo, muertes injustas las dos.

El sentido totalitario de Gomá se pone de manifiesto cuando habla de la Religión, con mayúscula, como si no hubiese otras dignas del mismo respeto, incluso cristianas, ignorando a propósito la actitud de Jesús de Nazaret con los gentiles. Aspirar a que España volviese a la época de los Austrias en materia religiosa es carecer del más mínimo sentido histórico, además de que en los siglos XVI y XVII, aparte de católicos, había moriscos y judíos en España.

No es justo Gomá cuando no tiene en cuenta las devastadoras consecuencias de la crisis mundial de 1929, que provocó el regreso de millones de españoles a su patria, engrosando las listas del paro obrero o el número de braceros en el campo. Juzgar que la “inmensa mayoría” de los españoles estaba con sus ideas es ignorar que una exigua mayoría había dado su voto, hacía unos meses, al Frente Popular, que había ganado las elecciones con la misma ley electoral que las había ganado la derecha en noviembre-diciembre de 1933…

Miente Gomá cuando dice que los insurgentes –contrariamente a los “rojos”- cumplen estrictamente la ley, y sobran las investigaciones que demuestran las atrocidades cometidas por militares sublevados, falangistas, carlistas y fascistas de cualquier condición, con la particularidad de que no hacían otra cosa que seguir las órdenes del general Mola en sus “Instrucciones”. El terror rojo no fue querido ni alentado por el Gobierno republicano, fue obra de anarquistas, comunistas, socialistas (parece que fue obra de algunos de ellos el asesinato de Calvo-Sotelo) y delincuentes comunes.

El optimismo de Gomá quizá pretendía acercar la voluntad de Pacelli y del papa a sus intereses[iii] y los de la Iglesia española, pero no habría motivos para el optimismo, en el plano militar, hasta la caída del norte en manos de los sublevados. Entre los leales a la república hubo muchos católicos como Alcalá-Zamora, partidos como el PNV y el clero vasco, Carrasco Formiguera y los demócrata-cristianos catalanes, así como los seguidores de Luis Lucía en Valencia, y se sabe de algunos sacerdotes que expresamente apoyaron a la República.

Mención aparte merecen sus prejuicios contra los judíos, como si de un prelado del siglo XVII se tratase, sin consideración para el colectivo que basa su historia religiosa en las tradiciones bíblicas.


[i] Suprimida por el papa Clemente XIV en el siglo XVIII.

[ii] Salas Larrazábal y Paul Preston, entre otros, han dado cuenta de las atrocidades cometidas en las dos retaguardias.

[iii] Ignorando supinamente la exasperante cautela de la diplomacia vaticana.

Fotografía: milicianos en una de las puertas de la catedral de Toledo: twitter.com/Toledo_GCE/status

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