viernes, 18 de diciembre de 2020

El preso de Sant'Angelo

 


Habiendo sido apresado el arzobispo Carranza en 1559, llevaba cinco años en Valladolid cuando el Cabildo de Toledo quiso expresar su sentimiento por dicha situación. Mientras tanto hacía sus gestiones diplomáticas el cardenal Buoncompagni, que con el paso del tiempo sería papa[i] (Gregorio XIII), y el encargado de sentenciar la causa. Una comisión del Cabildo suplicó a Buoncompagni la brevedad de la misma, pero todo esto quedó interrumpido por la muerte del papa Pío IV, siendo elegido entonces Pío V.

Éste ordenó que se trasladase la causa a Roma, lo que implicó el desplazamiento a Cartagena y el embarque de todo un séquito con el arzobispo encausado. No fue un viaje convencional, sino que la Armada del duque de Alba tuvo que escoltar a los viajeros para evitar cualquier ataque turco o berberisco. Los canónigos partidarios de Carranza pudieron entonces verle, pero les fue impuesta una severa incomunicación, por lo que no hablaron con él.

El anónimo personaje que relata estos hechos, y que podría ser clérigo y contemporáneo de los hechos, incluso formar parte de la citada expedición a Roma, compuso una documentación que obra en poder de Tellechea Idígoras, según dice por entrega de Gregorio Marañón, sin que conozca su procedencia. El autor de la fuente que sirve a Tellechea empieza su redacción en 1564, parece evidente que vive en Toledo y que es una persona con acceso a información de primera mano, quizá desarrollando funciones archivísticas.

A la llegada a Roma Carranza fue encarcelado en Sant’Angelo asistido por ocho criados, mientras que algunos de sus acompañantes visitaron al papa, y el embajador de España “nos ha hospedado y banqueteado espléndidamente”, dice el narrador. Se retoma entonces la causa empleándose seis horas diarias con otros tantos intérpretes, asistiendo el papa dos días a la semana con los cuatro cardenales inquisidores, además de cuatro letrados defensores. También otros cardenales que solicitan a Carranza su confesión.

De nuevo actuó el Cabildo toledano, quejándose de que lleva ocho años privado “de Pastor”; los viejos fulgores de Toledo, “como una estrella”, se encuentran apagados, dicen, recordando el breve pontificado del arzobispo y sus intentos de reforma, sobre todo del clero. En 1567 el Cabildo se dirige al papa por carta que es respondida un mes más tarde, lo que animó a aquel a organizar procesiones a favor del arzobispo preso, pero entonces llegó una carta del Consejo Real para que no se celebraran dichas procesiones, siendo sustituidas por otras, aunque no por el arzobispo y su causa, sino por el buen alumbramiento de la reina, que estaba pronta a parir. El autor al que sigo dice que corrieron rumores de que el papa había permitido comulgar a Carranza, lo que no había consentido la Inquisición española en ocho años.

Luego siguieron rumores diversos sobre la suerte de Carranza, pero lo cierto es que la causa que se le había abierto duraría todavía mucho tiempo. La incertidumbre se prolongó a lo largo de 1569 y la larga prisión del arzobispo amenazaba con alargarse durante toda su vida. En dicho año murió el Gobernador del arzobispado, dejando heredero a un hermano suyo: más de trece millones de maravedís, y esta muerte llevó al Cabildo a dirigirse de nuevo al papa, cuya respuesta disgustó a aquel. El “negocio del Arzobispo” estaba “más oscuro que nunca”, pero la muerte de Pío V[ii] reveló que hacía mes y medio que el papa había enviado a España un emisario suyo, favorable a Carranza, para el rey con el deseo de que la sentencia no se dilatase.

Le sucedió Buoncompagni (Gregorio XIII), habiéndose encontrado en el Archivo Vaticano un borrador de la sentencia absolutoria, mientras el Cabildo toledano se dirige al nuevo papa, que contestó con un breve en 1572 donde se lamenta de “la grave carga recibida, la dificultad del trabajo, la maldad de los tiempos y la revolución de todas las cosas”, pidiendo plegarias para que el cielo enderezase las cosas, pero todo se alargó nuevamente (téngase en cuenta que Carranza estaba en prisión desde 1559). Como ya había ocurrido antes, en 1574 y en 1576, surgieron rumores de que la sentencia se había producido y era favorable a Carranza, pero nada resultó cierto.

La sentencia, con presencia de Carranza, se había producido unos días antes, en el último año citado, con presencia de los participantes en la misma y el resultado final del proceso. La fuente que utiliza Tellechea Idígoras habla del confinamiento de Carranza en el convento dominico de Orvieto (en el centro de Italia), que “para mozos es peligroso y más para viejos”. Lástima, admiración y tristeza –dice Tellechea- son tres palabras enjundiosas que definen el clima que sucedió a una tensión mantenida hasta el agotamiento. La sentencia fue escuchada en Toledo por unas ciento veinte personas, pero antes había sido leída en la grandiosa sala llamada Constantina[iii] del Vaticano, por los gigantes frescos de la vida del emperador romano. Carranza escuchó de rodillas la sentencia y leyó la abjuración de las proposiciones incriminadas; lo hizo “en voz muy alta y muy apriesa”, y luego el papa le dijo que se había usado con él de misericordia en orden a su personalidad. Luego Carranza salió hacia el convento de la Minerva[iv].

A los pocos días el arzobispo, moribundo, pronunció las palabras últimas de su vida para “dar al mundo satisfacción de su inocencia”, las que escucharon todos los que pudieron entrar en la celda, y Carranza lo hizo “con grandísima fuerza y ánimo”, recordó sus años en Inglaterra, invocando como testigo al propio rey, rechazó cualquier connivencia con la herejía y lo juró. En cuanto a su suerte, particularmente el proceso espantosamente prolongado, tuvo palabras con respecto a la actitud del papa: “justa según lo alegado y lo que según ello paresció”, otorgando perdón a cuantos arruinaron su vida. Respecto de sus criados dijo no poder premiar su fidelidad, dejándoles muy poco de bienes materiales, que además dependían del papa para su entrega.

Así hasta que llegaron noticias de la muerte de Carranza a Toledo y sobre el testamento que dejó escrito, cuyo cumplimiento dependía de la voluntad del papa. Un miembro del Cabildo notificó el hecho al rey, aunque éste ya lo sabría, empezando luego en Roma el baile sobre la tumba donde habría de ser enterrado el arzobispo. El Cabildo obtuvo licencia para proveer en todo, salvo los castillos y fortalezas, cuya provisión se reservó el rey. El serio programa de reformas –dice Tellechea- se había convertido en pavesas. Por el papa se ordenó cobrar el despojo, aunque el reparto no debió de ser nada fácil.

El Cabildo toledano trató de organizar las honras fúnebres de Carranza y así se celebraron los funerales a los que asistió toda la iglesia, órdenes y cofradías. Era un reconocimiento indirecto de su muerte como católico. Unas semanas antes el arzobispo de Toledo había sido condenado como sospechoso –no convicto ni confeso- de herejía luterana, y el sepelio tuvo lugar en Santa María Minerva, mientras Carranza era enaltecido y su muerte causaba una sobrecogedora conmoción popular. Se había resistido a cualquier sentencia absolutoria y fue víctima de la furia pasional de su época[v].


[i] Entre 1572 y 1585

[ii] Papa entre 1566 y 1572. Mediante una bula decretó el destierro de los judíos de los Estados Pontificios, con excepción de los que vivían en Roma y Ancona, ciudad de la costa italiana del Adriático. Mediante otra bula proclamó la supremacía de la Iglesia y del papa sobre cualquier otro poder político.

[iii] Forma parte de los Museos Vaticanos y estuvo dedicada a recepciones y ceremonias oficiales. El autor de los frescos fue Rafael, pero una vez murió, siguieron sus alumnos y colaboradores.

[iv] Está en la zona del Campo de Marte (donde se encuentra el Panteón romano). El nombre se debe a que está construido sobre un antiguo templo pagano.

[v] Ver aquí mismo: “Carranza, un reformador condenado”, “Quemar a vivos y a muertos”, “Pueblos de inquisidores” y “El Tenebrario”

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