martes, 22 de diciembre de 2020

Exclaustrar, vender y otros usos

 

                            Edificio de la Diputación provincial de Toledo en 1927 (fotografía de ABC)

Sin tener en cuenta las reformas llevadas a cabo durante la II República española, muy breves en su vigencia, la gran revolución que se dio en España fue la llevada a cabo por los liberales durante un siglo aproximadamente; ello sin perjuicio de que a la palabra revolución se le dé un sentido positivo o no.

La primera fase del proceso desamortizador durante los años treinta del siglo XIX fue la exclaustración, que eliminó de forma radical las comunidades religiosas cuyos bienes fueron incautados y vendidos[i]. Habiendo precedentes, sobre todo durante los reinados de Carlos IV y José Bonaparte, así como durante el trienio liberal, la ruina definitiva de las órdenes religiosas se consuma durante la regencia de María Cristina de Borbón. Los sucesivos gobiernos de Martínez de la Rosa, el conde de Toreno y Mendizábal, son los que han hecho la obra legislativa desamortizadora, una vez se pusieron en venta los bienes de la Iglesia o se les dio otro uso distinto del que tenían.

En 1834 se ordenó la supresión de todos los conventos en los que al menos una sexta parte de sus miembros se hubiese unido a la “facción”, es decir, colaborado con los carlistas, o se hubiesen fabricado armas en ellos, o hubiesen albergado juntas subversivas. En el mismo año se publicó un decreto por el que los novicios serían reclutados para prestar servicio de armas y, poco después, se publicaron dos decretos creando una Real Junta Eclesiástica para la reforma del clero, que tenía carácter consultivo, formada por prelados de tendencias liberales, y se prohibió la admisión de novicios en todos los conventos y monasterios.

En el mismo año se ordenó la supresión de todos los conventos situados en descampado en las provincias de Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra, pues se les consideró amparo de las partidas carlistas. En 1835 se suprimió la compañía de Jesús y se ordenó la supresión de todos los conventos que no tuviesen, al menos, doce religiosos, cuyos individuos debían ser instalados en otros conventos; de esta manera se confeccionó una lista de los monasterios y conventos a suprimir, 892. En el mismo año se ordenó la devolución a sus compradores de los bienes de los conventos desamortizados en el “trienio”, y los conventos que se quedasen sin rentas para sostenerse, los prelados debían instalar a los individuos en otros, quedando los primeros suprimidos.

También en 1835 se fue más allá suprimiendo todos los monasterios, así como los de los canónigos regulares y premonstratenses[ii], legalizando las exclaustraciones llevadas a cabo “de facto” por autoridades subalternas. En 1836 se declararon en estado de venta todos los bienes de las comunidades religiosas suprimidas o que lo fueran en el futuro. También se suprimieron todas las casas de religiosos varones, con la excepción de tres colegios en los que se formaba a los misioneros con destino a Asia (en Valladolid, Ocaña y Monteagudo[iii]), así como las casas de los escolapios[iv] y las de los hospitalarios de San Juan de Dios.

En 1837 las Cortes aprobaron la ley que contenía las disposiciones anteriores: extinción de todas las casas religiosas, quedando autorizados interinamente a seguir prestando beneficencia y enseñanza los no suprimidos, pero ya no como comunidades religiosas, pasando esas casas a depender del Gobierno. En cuanto a las religiosas, aunque suprimidas legalmente, podrían permanecer en su género de vida si lo deseaban, sometidas a la autoridad del obispo correspondiente siempre que cada casa contase con, al menos, doce monjas.

Vizuete Mendoza, que ha estudiado el caso de la provincia de Toledo[v], constata que algunos de los edificios incautados tuvieron distintos destinos: en el claustro de San Juan de los Reyes se estableció una escuela municipal y el templo se convirtió en parroquia; el convento de la merced fue acondicionado como presidio (sería demolido en 1882 para edificar el palacio de la Diputación provincial); la casa de los jesuitas fue destinada a oficinas del Estado; otro convento fue destinado a cuartel y su iglesia convertida en parroquia; un convento fue destinado a Seminario diocesano; el de los franciscanos se convirtió en cuartel de la Guardia Civil; el de los dominicos se destinó a cuartel, mientras que la iglesia y el claustro albergaron los tesoros artísticos dependientes del Estado, pasando en 1846 a manos de la Diputación provincial. El destino más común, dice Vizuete, fue la demolición de los edificios religiosos, bien para reutilización de los materiales de construcción, bien para edificación sobre sus solares.

La misma política se llevó a cabo en Talavera de la Reina y Ocaña, donde algunos edificios religiosos se destinaron a dependencias municipales. En Illescas la casa de los franciscanos se podría haber destinado a cárcel municipal[vi], al igual que el convento de los franciscanos de Madridejos.

Los religiosos se dispersaron pero el Estado les asignó pensiones reducidas, que dejarían de cobrar si obtenían algún empleo, eclesiástico o no, o “si venían a mejor fortuna”. Los coristas y legos fueron también pensionados, pero solo durante dos años como máximo, tiempo que se consideró suficiente para que encontrasen alguna forma de ganarse la vida. La legislación aprobada en 1836 estableció pensiones diarias de cinco reales para los ordenados “in sacris” y tres para los que no lo estaban, lo que obligó a confeccionar un registro de los exclaustrados en cada una de las provincias.

En los períodos de gobiernos conservadores a partir de 1843, con alguna excepción, siguieron con la política desamortizadora, acentuándose durante y tras el “bienio progresista” de 1854-1856. El espíritu ilustrado había calado en los liberales del siglo XIX, más en unos que en otros, además de que se vio una fuente de ingresos para el Estado y la necesidad de dar utilidad a muchos bienes que estaban amortizados. La mentalidad con la que se llevó a cabo todo el proceso es la de propietarios o representantes de esos intereses, pues proyectos como el de Flórez Estrada, por ejemplo, quedaron en el olvido.

Hoy sabemos que nobles con recursos, comerciantes, clérigos, abogados, militares, otro personal urbano e incluso campesinos acomodados, adquirieron bienes desamortizados, pero el drama humano que sufrieron no pocas personas fue evidente. Cabe pensar que muchos de los exclaustrados no vieron con malos ojos su pase a la vida laical, aunque no así otros. El rearme neocatólico de España, durante el régimen de la Restauración monárquica, volvió a poner a la Iglesia en situación ventajosa, a pesar de los conflictos con el poder civil.

De los estudios realizados por diversos historiadores se deduce que no hubo intención antirreligiosa en los gobernantes desamortizadores (eran católicos), sino que estuvieron convencidos de que el clero regular no cumplía función útil que compensase la enorme masa de bienes que poseía. La prueba está en que muchas iglesias conventuales se convirtieron en sedes parroquiales y se crearon centros para la formación del clero.


[i] J. Carlos Vizuete Mendoza.

[ii] La mayoría de los regulares eran agustinos y los premonstratenses deben el nombre a su origen en la abadía de Prémontré, en el norte de Francia.

[iii] Norte de la provincia de Murcia.

[iv] Solían dedicarse a la enseñanza.

[v] El coste humano de la desamortización…”.

[vi] El Ayuntamiento se opuso, pues fue partidario de construir una nueva cárcel sobre el solar de la antigua, por lo que posteriormente el edificio de los religiosos fue vendido.

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