jueves, 29 de diciembre de 2022

Pedro de Córdoba, precursor de Las Casas

 

                            Isla de Cubagua (hablemosdeislas.com/c-america/isla-de-cubagua/)

Demetrio Ramos atribuye al dominico Pedro de Córdoba la decisión de que Bartolomé de Las Casas renunciase a su encomienda que tenía en Cuba desde 1513, pero lo cierto es que los sermones de 1511 de Antonio Montesino ya influyeron claramente en las Casas[i], y en 1515 este renunció a su encomienda, por lo tanto se trata de un tiempo muy corto como encomendero. Los historiadores están de acuerdo en que Pedro de Córdoba, junto con otros dominicos en La Española, fueron los iniciadores de la lucha contra el trato que los indios estaban recibiendo por parte de los conquistadores españoles. Junto a Pedro de Córdoba estuvieron en la isla Gutierre de Ampudia, Bernardo de Santo Domingo, Pedro de San Martín y Diego de Alberca, todos dominicos, “enviados a la isla de Cuba por Pedro de Córdoba”[ii], siendo Ampudia el que pidió a las Casas que le acompañase a La Española en 1515, produciéndose entonces la “estrevista trascendental” en la que las Casas fue encomendado para ir a la Corte y plantear la situación que se vivía en las Antillas.

Le acompañó Antonio de Montesino[iii], y desde este momento Pedro de Córdoba está presente en todas las gestiones de Las Casas. Montesino presentó a Las Casas al arzobispo de Sevilla, Diego de Deza, que les entregó una carta para el rey. No se pudo celebrar entrevista alguna con el monarca porque fallecería ese año (1516), pero sí pudieron presentarse a Cisneros y a Adriano de Utrecht. El primero se había estado movimento contra el esclavismo, y Cristóbal Rodríguez[iv], en 1505, había propuesto una serie de soluciones para evitar los abusos sobre los indios, pero la Real Academia de la Historia no recoge este dato.

El asunto era conseguir que se aprobase un plan de comunidades de indios libres que, junto a los españoles, colaborasen en la explotación económica de aquellas tierras y en la cristianización de los indios. Entró en acción Palacios Rubios[v] y planteó la necesidad de concretar un plan de acuerdo con los deseos de Cisneros y Las Casas, lo que este propone se encargue a fray Reginaldo de Montesino, aunque a la postre serían los jerónimos los encargados. Estos, una vez en La Española, vieron cómo fracasaba su plan, aunque por el momento no cesaron en el intento de crear pueblos de indios junto con familias labradoras españolas, en lo que estuvo involucrado fray Bernardo de Santo Domingo.

Cuando Las Casas regresa a España en 1517 para protestar por lo que considera blandura de los jerónimos en las reformas, lleva documentos de dominicos y franciscanos picardos, donde fray Juan Flamenco decía que si no se ponía remedio a la situación del indio lo mejor sería retirarse, y otro documento iba dirigido a los flamencos de los que el rey Carlos I estaba rodeado. Es el comienzo de una relación con las máximas autoridades de la monarquía por parte de Las Casas, que hará a lo largo de su vida diez viajes a España y sus correspondientes regresos a Indias. Demetrio Ramos considera que, siendo utópicos los planteamientos propuestos, una parte del fracaso se debe a la oposición de los jerónimos a “la fogosidad lascasiana”, que como sabemos no cesaría.

El padre Córdoba, que era joven y moríría antes de cumplir los cuarenta años, se ocupó de que las quejas por la situación de los indios en Cuba y La Española llegase a conocimiento del rey, pero pronto se dio cuenta de que el proyecto de recluta de labradores para formar los pueblos mixtos con los indios era inviable. Como sabemos, los que pasan a América son hidalgos, marinos, aventureros, militares, comerciantes y conquistadores que tienen ambición de oro y tierras, además de frailes. Pero lo dicho no se entiende si no se tiene en cuenta que la administración de las Antillas estaba siendo todo lo menos cristiana que se pudiera imaginar, con abusos y matanzas arbitrarias, cuando aún las leyes de 1512 y 1513 no se habían promulgado o no habían empezado a dar sus efectos.

Así estaban las cosas cuando se dio comienzo al ensayo de Cumaná, a la entrada sur de una profunda bahía en la costa venezolana, al tiempo que en la Corte se empezaba a ver la necesidad de un revisionismo de las encomiendas. Por todo ello Pedro de Córdoba de traslada a España e intervino directamente ante el rey para convencerle de la debilidad de lo hecho hasta el momento (leyes de 1512 y 1513). Córdoba explicó al rey que había que establecer una nueva relación entre el español y el indígena, pues había en tierra firme zonas donde todavía no se habían dado los vicios que sí en las islas. Quizá rechazó Córdoba el ofrecimiento que le hizo el rey –dice Demetrio Ramos- sobre la suficiencia de las leyes de Burgos, y le pidió se le concediera actuar con sus frailes en un espacio vacío, “sin estorbo de los españoles”. Estaba pensando Córdoba en la tierra de Cumaná: el área de Paria[vi]-Cumaná, “donde los españoles no trataban ni había”.

Pedro de Córdoba tenía “in mente” los pocos que se habían asentado en Cubagua (isla del Caribe cerca de la costa venezolana) interesados en las perlas, habiendo instalado unas tolderías, pero donde habían fracasado todos los intentos de colonización. En 1513 el rey concedió a los dominicos la costa de tierra firme desde Cariaco hasta el Quivacoa (una extensa zona en el norte de la actual Venezuela). En ese territorio debía llevarse a cabo una experiencia de colonización evangélica, estando vedado el que acudiesen allí hombres armados para capturar indios y esclavizarlos.

En Cumaná empezó Pedro de Córdoba a explicar el estorbo que representaban los españoles para sus objetivos, aunque no dejó de advertir la proximidad a La Española. Cumaná estaba vacía y no parecía tener atractivo para los depredadores, y Las Casas relató más tarde la acogida que esto tuvo en el rey, ordenando se “diesen los despachos a su voluntad” (de Pedro de Córdoba) y desde La Española se dieron navíos y bastimentos, herramientas y aparejos “para edificar casa”. Así mismo los que acompañana Pedro de Córdoba son los comprometidos con la evangelización “sin otra gente ni manera de fuerza ninguna”, y se ordenó a Diego Colón que diese a fray Pedro un navío para llevar a los frailes, que informase de todo y que la cabo de un año se haría balance de lo que había dado de sí la experiencia.

Pero en la época de la salida del Pedro de Córdoba para España aún no se había iniciado el poblacimiento de Cubagua, y sin embargo acudían allí embarcaciones de Santo Domingo para obtener perlas de los indios de la isla, como venía ocurriendo en la isla Margarita, al norte de Cubagua. Cuando en 1513 Córdoba y Montesino presentan a las autoridades de La Española las cédulas dadas por el rey, el impacto fue esperanzador según Las Casas, pues los encomenderos supusieron que los dominicos se centrarían solo en las islas y territorios condedidos en tierra firme. A principios de 1514 se ha conjeturado que Pedro de Córdoba envió a tierra firme a los tres primeros: Antonio Montesino, Francisco de Córdoba y el lego Juan Garcés, pero todo esto está envuelto en una gran confusión por la parquedad de las fuentes. Lo que sí parece cierto es que en el viaje Montesino enfermó y no pudo seguir, mientras que los otros dos fueron recibidos por los indios con alegría y agasajos. Un tiempo después pasó por allí el cacique Alonso y, sin aviso alguno, se llevó a unos indios que consideraba de su familia, lo que alarmó a los demás, pues era prueba de que no existía seguridad alguna. Se les tranquilizó diciéndoles que en cuanto viniese un barco de La Española informarían de lo sucedido y darían captura al cacique.

El tiempo pasó y como los indios no vieron satisfechos sus deseos, dieron muerte a Francisco de Córdoba y al lego Juan Garcés; estaba claro que ni los indios eran tan pacíficos como Pedro de Córdoba había imaginado ni la costa venezolana estaba tan libre de espoliadores como era de desear. Las cosas se complicaron pero Pedro de Córdoba no cejó en su empeño, y entonces envió de nuevo a Montesino y Las Casas a España para hacer comprender al rey que debía autorizar “un plan de vedamiento general” por el que solo los frailes y los indios explotarían las riquezas en el territorio que se les había concedido (Cariaco hasta el Quivacoa). Como dice Demetrio Ramos era una especie de soberanía monástica, y el viaje de Montesino y Las Casas coincidía con la obligación de informar –al cabo de un año- de lo hecho en la nueva situación.

Las gestiones con Cisneros y Adriano de Utrecht debieron ser fáciles –dice al autor a quien sigo- y se llevaron paralelamente al intento de reformación de las islas (Cuba y La Española especialmente), dándose cédula en 1516 por la que se insistía en que nadie debía entrar en los territorios concedidos a los frailes, ni “de enviar armada ni ir persona ni personas algunas a la dicha provincia de Cumaná y costa de las Perlas, que se declara desde Cariaco hasta Caquibacoa”. Se llevaron a cabo entonces fundaciones evangelizadoras: Chiribichi, al que los dominicos denominaron Santa Fe, es solo un ejemplo.

Luego siguieron gestiones de Pedro de Córdoba en España, habiendo empezado los franciscanos una colaboración estrecha con los dominicos, pero no así los jerónimos, que a principios de 1517 escribieron una carta a Cisneros y se envararon en una serie de procedimientos administrativos fuera de lugar –dice Demetrio Ramos-, pidieron a los frailes de Santo Domingo que comprobasen qué estaba ocurriendo en la costa de las Perlas, además de plantear por qué no era compatible evangelizar a los indios y que los conquistadores aprovechasen las perlas y los esclavos, todo lo cual redundaría en beneficio del rey.

En cuanto los indígenas vieron que las cosas no estaban claras entre unos clérigos y otros, y que cabía esperar la aparición de conquistadores para hacer de las suyas; a la altura de 1518 se levantaron cuando vieron aparecer a conquistadores en busca de perlas, indios y esclavos. “Muchas personas han ido y van con navíos e caravelas a rescatar perlas, que so esta color rescatan indios e hacen otras cosas dañosas y de mal enxemplo, a cuya causa la predicación y doctrina de los dichos padres [frailes] no hacen el fruto que sería razón…”. La atracción de la costa de las Perlas empezó a intensificarse poco después de este momento, tal y como muestra una carta de los oficiales reales de Santo Domingo en noviembre de 1520. Mientras tanto Las Casas negociaba en España exigiendo una ordenación, habla de asaltos a los indios, contra los dominicos de Píritu[vii] en 1516, habla de ataques y del sacrificio de dos frailes en Chiribichi. Ataques a los franciscanos de los que también hablan Oviedo y Gómara… Poco después Cubagua estaba despoblada.

Pedro de Córdoba había nacido en la ciudad del mismo nombre en 1482, estudio leyes en Salamanca y entró en contacto con los dominicos de San Esteban, entrando a profesar. Estudio artes y teología, por lo que tenía una formación intelectual superior a la de su cronista, Bartolomé de las Casas, adquiriendo este su formación a base de la experiencia y el batallar continuo a favor de los indios, siendo su precursor Pedro de Córdoba, que murió en Santo Domingo en 1521.



[i] Las Casas no estuvo presente en el momento de los sermones, pero tuvo noticia de sus contenidos. Un compañero de las Casas, Pedro de Rentería, también abandonó la encomienda que regentaba con el dominico.

[ii] Demetrio Ramos, “El P. Córdoba y las Casas en el plan de conquista pacífica de tierra firme”. En este trabajo se basa el presente resumen.

[iii] Demetrio Ramos señala que el hecho de que a Montesino (el de los polémicos sermones) le acompañase un encomendero, haría más creíble el relato sobre la penosa situación de los indios en las Antillas.

[iv] Nacido en torno a 1475, ejerció como intérprete con los taínos.

[v] Fue el autor del “requerimiento”, en 1512, que debía ler leído a los indios antes de empezar cualquier acción conquistadora, haciéndoles ver que la acción de los españoles venía marcada por la voluntad divina y con la aquiescencia del papa…

[vi] Al este de Cumaná, en una península que apunta hacia la isla de Trinidad y Tobago.

[vii] En la costa caribe de Venezuela, al oeste de la actual Barcelona.

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