viernes, 26 de julio de 2019

Sepúlveda en el siglo XVI

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En el siglo X la villa de Sepúlveda fue repoblada por el conde Fernán González y más tarde recibió fuero de acuerdo con su situación fronteriza, pero el único episodio militar documentado es su toma por Almanzor. El fuero atrajo a pobladores, que toda Extremadura sea tenida de venir a Sepúlveda. En el siglo XIII hubo gentes del lugar en la toma de Sevilla y en su repartimiento, y siglos más tarde, durante el reinado de Carlos I, la villa tenía 501 vecinos, de ellos 28 hidalgos y 30 clérigos, pero la comunidad de Sepúlveda abarcaba 60 lugares.

En 1526 el rey Carlos donó la villa a su esposa, lo que representó que esta se embolsara las rentas de aquella, lo cual no revistió conflictividad alguna, pero en 1532 los vecinos eran 442, veinte años después 278, de ellos 19 forasteros, es decir, avecindados recientemente. En cuanto a las rentas de estos vecinos, el más rico disfrutaba de un millón de maravedíes, y otro entre 300.000 y 400.000; los demás estaban por debajo: 287 vecinos solo tenían entre 5.000 y 20.000 maravedíes, y 100 no llegaban a 5.000[i].

Los pecheros estaban sujetos al pago de los servicios ordinario y extraordinario, las alcabalas, las tercias y otros impuestos. Anteriormente el reparto se hacía en proporción a los ingresos, pero después se sustituyó ese método por la contribución igual independientemente de la renta. Esto motivó la despoblación de muchos, que se fueron a los pueblos de la tierra en los que seguía vigente el sistema antiguo. La queja que plantearon ante el Consejo Real hizo que se volviese al reparto del impuesto según la renta.

Sepúlveda se mantuvo al margen de participar en el movimiento comunero, pero recibió presiones por parte de Segovia y otras instancias. Como a mediados de 1520 muchos de los Guardias Viejos de Castilla, que habían luchado en Gelves, fueron a parar a Sepúlveda, los comuneros tuvieron interés en contar con ellos para la sublevación en la que ya estaba Segovia. Tanto los rebeldes –Pedro Girón[ii] estuvo en la villa con setenta lanzas y otros tantos escopeteros- como las autoridades reales –Ronquillo- trataron de atraerse a aquellas Guardias Viejas, pero estas se encontraban con poco ánimo, pues no habían recibido sus soldadas. También fue requerida Sepúlveda por el conde de Haro[iii],Capitán General del rey, valiéndose de los alcaides de Pedraza y Castilnovo[iv]. La villa contestó a unos y otros que había tenido muchos gastos y que no estaba para pagar a soldados que participasen en el conflicto.

En la villa había un hospital de caridad, en realidad casa de expósitos, siendo sus patronos los regidores de Sepúlveda, existiendo ya a finales del siglo XII. Alfonso VIII había concedido a ese hospital el derecho a percibir una hemina[v] de grano por cada yunta de tierra que se cosechara en la comarca, lo que vino a sustituir al voto de Santiago, y entonces la iglesia compostelana pleiteó.

El hospital recibía limosnas de la villa y de los pueblos de la comunidad de Sepúlveda, siendo mucho más corrientes en especies que en dinero: media fanega de pan, prendas de ropa (camisa, saya, manto, mantellina, jubón, gabán, capote…), dos o tres reales. A veces se daba la materia prima: varias varas de lino para una sábana, pares de zapatos, etc.

El convento franciscano de La Hoz[vi] recibía ayuda del hospital en trigo o dinero, pero en el siglo XVI los frailes eran también repartidores de una parte de las caridades que recibía el hospital. Una contribución regular era el pago del predicador y del confesor por cuaresma y semana santa. En 1532 fueron socorridos 201 pobres: una huérfana para que se cure los lamparones, una viuda con su hijo tullido en la cama, al que se le comía la boca un cancre; al que se le quemó la casa, o se le cayó una pared, una sábana para la mortaja del marido. Al boticario se le dieron 122 maravedises por las medicinas para Juan del Moral, tullido y enfermo de un mal en la cabeza. A las familias que criaban a los expósitos se les daba una fanega al mes, y a ellos ropa.

El sacristán de una iglesia de la villa recibía un ducado de oro por tañer de noche las campanas por las almas del purgatorio; al maestro de primeras letras de los expósitos y los demás niños, 8 fanegas de trigo, y 15 a un lector de Gramática.

En cuanto al clero de la villa –y esto es norma para muchos siglos- era ignorante y de escaso nivel espiritual, según ha demostrado M. Barrio Gozalo: “algunos apenas saben leer y no conocen la lengua latina… y otros no guardan la sobriedad en el vestir y llevan públicamente vestiduras de seda rasa, de damasco o terciopelo, anillos de oro en los dedos de las manos, y zapatos bermejos o blancos, a pesar de estar mandado vestir de forma honesta”. El concilio de Trento intentó corregir esto, pero por lo que sabemos del clero en el siglo XIX, con poco éxito en muchos de los aspectos citados.

En 1523, desde Valladolid, se dio un despacho del Consejo Real, presidido por el arzobispo de Granada, Antonio de Rojas, en el que se decía que “en los lugares y pueblos de la tierra, se hacen muchas molestias y agravios y extracciones, haciendo estar a los sermones que [se hacen] a los labradores y otras personas pobres, durante tres o cuatro días de trabajo, hasta tanto que, por fuerza y a causa de dichas molestias…, les hacen tomar las bulas[vii], y a los que las toman les dejan ir y a los otros les apremian a que no salgan de los dichos sermones hasta que las toman, y algunos las toman contra su voluntad por no perder sus haciendas y labores...”.

Al sacristán se le daba mucha importancia, pues era él quien debía llevar una nota de las misas que una determinada iglesia tenía a su cargo, escrita y firmada bajo juramento renovado cada tres meses. Otro mandato del sacristán lo era como campanero, estando prohibido el repique de campanas “desde septuagésima hasta el domingo de Resurrección”. Y la observancia de las prescripciones litúrgicas se dejaba también a su cuidado; concretamente bajo un real de multa; las misas debían celebrarse “con sus vestimentos”, lo que nos hace pensar que no siempre se cumplía esta norma.

Un visitador, en el ejercicio de su función para la disciplina eclesiástica señaló “que no se guarden las fiestas y vigilias y procesiones que los pueblos guardan y hacen por voz de costumbre e por devoción, e ansí… que nadie sea obligado de guardar las tales fiestas y vigilias ni hacer tales procesiones…”, amenazando con la pena de excomunión a toda autoridad que obligase a la celebración de tales fiestas y vigilias. Parece que el clero, pero no solo, abusaba de estas celebraciones, quizá con la intención de un mayor control sobre la feligresía.

No faltaron en Sepúlveda las cofradías, con función religiosa y de hermandad si agrupaban a miembros de un mismo gremio. Unos y otros, si disponían de recursos, dejaban sus mandas para que se dijesen misas en iglesias concretas y en días precisos…



[i] Antonio Linage, “Significado de un reinado…”.
[ii] Miembro de la nobleza alta, ostentó diversos títulos que le reportaron abundantes rentas en Osuna, Tiedra, Peñafiel, Briones, Frechilla, Morón de la Frontera, Archidona, etc.
[iii] Íñigo Fernández de Velasco era un veterano de las guerras de Granada, militó en el bando anticomunero.
[iv] En la actual provincia de Segovia.
[v] Equivale a medio sextario, siendo este equivalente a 0,5468 litros.
[vi] En Sebúlcor, en las hoces del río Duratón y al oeste de Sepúlveda.
[vii] Para la construcción de la basílica de San Pedro de Roma.

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