lunes, 15 de julio de 2019

Los primeros estudiantes contra Franco

Universidad Central de Madrid

Para hacerse con el poder tras la guerra, el franquismo contó con unos colaboradores que, en el campo estudiantil, fueron la derecha católica (incluida la Iglesia) y Falange, pues las políticas educativas que imprimieron los ministros del ramo “se encarnaban en la tradición católica integrista de finales del siglo XIX” y las ideologías de extrema derecha de los años veinte y treinta. En la línea de Acción Española, López Ibor publicó en 1938 un “Discurso a los universitarios españoles”, donde denunció la, para él, extranjerización de la universidad española y proponía que la “nueva” universidad se inspirase en la época imperial.

Por su parte, Enrique Herrera Oria escribió en 1940 un libro en el que decía que, “en la España imperial, el Estado se desentendió de la educación confiándola a la Iglesia, y proponía ahora emular aquel tiempo…”[i]. La universidad estuvo en manos del Sindicato Español Universitario[ii]; entre 1940 y 1941, Ruiz-Giménez, católico falangista que luego evolucionó hacia posiciones democráticas, defendió una universidad “rectora” de todo movimiento cultural. El profesorado debía estar sujeto a la “fiscalización sobre su eficacia docente y actualidad científica”, el cual sería vigilado por el SEU.

El “Catecismo” de Ripalda de 1941, a la pregunta de cuáles eran los principales errores condenados por la Iglesia, respondía: el materialismo, el marxismo, el ateísmo, el panteísmo, el racionalismo, el protestantismo, el socialismo, el liberalismo y la francmasonería. Así, un elemento clave –dicen los profesores a los que sigo- para la reordenación educativa fue la depuración del profesorado, considerada esta como “razón de Estado” o “sagrada misión”. Las investigaciones hechas por los historiadores sobre enseñanza primaria, aún parciales, cifran en un 25% los sancionados, de los cuales la mitad fueron “separados definitivamente” de sus puestos. En la enseñanza universitaria, de los 600 catedráticos que había antes de la guerra, en 1940 solo quedaban 380 (un 37% menos), siendo las universidades de Madrid y Barcelona las más afectadas. Cuando Ignacio Bolívar, director del Museo de Ciencias Naturales, se expatrió a sus ochenta y nueve años, fue preguntado que a donde iba, a lo que contestó: “¡A morir con dignidad!”. Los profesores que se exiliaron fueron expulsados del cuerpo y para los que permanecieron y fueron objeto de expedientes depuradores, imperó la arbitrariedad, el sectarismo y la miseria, que afectó también a otros cuerpos de funcionarios.

Los estudiantes universitarios de los años cuarenta del pasado siglo eran, como en el siglo XIX, hijos de profesionales y burgueses, con escasas pinceladas de otros sectores sociales. Antonio Perpiñá, afinando los datos de un estudio hecho por Manuel Fraga y Joaquín Tena, calculó que menos de un 4% de los universitarios españoles eran hijos de pequeños agricultores, y menos de un 2% hijos de obreros. Las estudiantes, en 1940-1941 eran el 13%; en 1945-1946 el 12% y en 1950-1951 el 14%. Desde 1939 hasta 1946 la organización que gobernó y encuadró a los estudiantes fue el SEU de los excombatientes, los rebeldes de 1936, siendo sus jefes José Miguel Guitarte y Rodríguez de Valcárcel, pero el SEU, contrariamente a la época republicana, que era agitador y escuadrista, fue ahora guardián del orden, quedando obligados todos los universitarios a integrarse en el SEU desde 1943.

Al terminar la II guerra mundial, se percibió en las universidades de Madrid y Barcelona el brote de actividades de oposición, pero fueron atajadas de forma expeditiva. En Barcelona, por ejemplo, el SEU tenía un local en la universidad con los retratos de Franco, José Antonio Primo de Rivera, Hitler y Mussolini, donde practicaba interrogatorios, malos tratos y torturas contra estudiantes sospechosos de monárquicos o de otras opciones. El dirigente del SEU Pablo Porta, seleccionó estudiantes por sus antecedentes familiares republicanos o por sospechar de ellos alguna acción subversiva. Las principales tareas del SEU eran, según las revistas que publicaba, la “admiración al Caudillo: somos fanáticos de él y vamos a hacer fanático en él a la juventud”, la “voluntad de imperio” (¡buena estaba España para imperios!), el anticomunismo, el anticapitalismo y el antimonarquismo (se ve que el sindicato estaba en manos de falangistas), “sin faltar algunas gotas de antisemitismo”. Se defendía el catolicismo y el integrismo: “España afirma su personalidad irreductible a toda influencia exterior. El decrépito mundo europeo termina en los Pirineos”.

Los aires bélicos estaban a la orden del día, hasta el extremo de crearse una Milicia Universitaria donde había jefes y oficiales. Nicolás-Sánchez Albornoz, que conoció a fondo esto y sufrió castigo por su rebeldía, ha recordado que “en la España de los primeros años cuarenta había que jugarse el tipo si se quería intercambiar ideas. La cárcel era el único lugar donde se hablaba con plena libertad” (con la discreción debida, claro). La oposición antifranquista de los años cuarenta hubo de hacer frente en España a una eficaz y brutal represión que, más allá de ejecuciones, exilios, encarcelamientos y depuraciones, hubo de resistir y soportar persecución por parte de las fuerzas policiales y el desmantelamiento sistemático de los grupos clandestinos cuantas veces se reorganizaran.

Hasta 1944 la actividad opositora fue reducida, mientras que cuando terminó la II guerra mundial, creyendo que el fin del franquismo podría estar cercano, avivó a algunos estudiantes. Crecientemente, luego, la oposición estudiantil (mayoritaria o no) fue un hecho y “no hay parangón en Europa –aunque sí en América Latina- a esta línea de oposición que perdura hasta la transición democrática”[iii]. La causa última y más determinante de esta continuidad, ha escrito Fernández Buey, fue sin duda “la persistencia de la tiranía franquista”, por más que la protesta no fuese igual en intensidad y contenidos a lo largo de tan dilatado período. En 1946 reaparecieron clandestinamente la FUE y otras organizaciones de estudiantes antifranquistas.



[i] “Estudiantes contra Franco (1939-1975), obra de Elena H. Sandoica, Miguel A. Ruiz Carnicer y Marc Baldó. En un capítulo de esta obra está inspirado es presente resumen.
[ii] Creada por Falange durante la II República española contra la Federación Universitaria Escolar. Durante la mayor parte de la dictadura franquista, el SEU fue el único sindicato estudiantil permitido, pero entre 1956 y 1965 fue perdiendo influencia.
[iii] Autores y obra citados en la nota i.

No hay comentarios:

Publicar un comentario