lunes, 4 de enero de 2021

Contradicciones de Herrera Oria

 

                                                             Fotografía del periódico Sur

La formación polifacética y los esfuerzos de Ángel Herrera Oria no le impidieron incurrir en una elemental contradicción al identificarse con el régimen del general Franco, al que no cuestionó por muchos afanes que demostrase en lo que se ha llamado catolicismo social.

La guerra civil le cogió ya con cincuenta años, después de haber vivido la mayor parte de ellos durante el régimen de la Restauración monárquica. Fundador de la Editorial Católica y de la escuela de Periodismo de “El Debate”, también lo fue de la Asociación Católica de Propagandistas. El historiador José Cepeda Gómez[i] señala que es una de las pocas excepciones de intelectual en el episcopado español, de “mediocre calidad”.

No pocos grupos sociales han considerado que la Iglesia “es de los ricos”, explicándose así el anticlericalismo hispano que tantos adeptos ha tenido desde el siglo XIX. Ángel Herrera –dice el autor citado- fue un obispo “distinto”, destacando como organizador dedicado a la formación de minorías selectivas, a lo que también se dedicaría el “Opus Dei”, desde 1928, fundado por Escrivá de Balaguer. Herrera parece querer romper con el “funesto liberalismo del siglo XIX”, capaz de muchos cambios pero no de mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la población.

Uno de los discípulos de Ángel Herrera fue Alberto Martín Artajo, ministro de Franco desde 1945 y hacedor de los acuerdos con el Vaticano y Estados Unidos para sacar a la dictadura de su aislamiento internacional. Si tenemos en cuenta que la época más “social” del franquismo fue la primera, cuando Falange tuvo clara influencia en él, Herrera Oria no se identificó con dicha organización, sino que prefirió recurrir siempre al propio Franco para sus objetivos. Son los años cuarenta del siglo XX, al final de los cuales la colaboración de Herrera con el franquismo empieza a mostrar sus contradicciones más notables.

Herrera consideró, según Cepeda Gómez, que la “íntima trabazón de la Iglesia y el Estado” sería beneficiosa, pero lo cierto es que tal condición se daba desde hacía siglos y no solamente en España, al tiempo que, como ya había establecido el papa León XIII, los eclesiásticos debían acatar a los “gobiernos de hecho”, buscando una política de “concordia”. Herrera fue partidario de un régimen “mixto”, aquel en el que entran elementos de monarquía, aristocracia y de democracia, combinación ciertamente difícil, si no imposible, de formar. No parece haberle importado a Herrera que con el general Franco la monarquía hubiese sido arrumbada hasta la muerte del mismo.

En definitiva, Herrera aceptó la “democracia orgánica” del franquismo, considerada por él en 1959 como una “fórmula feliz” que, como sabemos, no era democracia ni para los estados democráticos del momento ni para la oposición al régimen. Herrera se refirió con frecuencia al escándalo que representaba el enriquecimiento de unos pocos colaboradores del régimen franquista, mientras la mayoría de la población estaba gravemente empobrecida, pero lo cierto es que uno de los grupos que se enriqueció, más aún de lo que lo estaba, fue la Iglesia católica. No dejó de ver Herrera que entre los que controlaban la economía había claros vínculos con el régimen, criticando a terratenientes, industriales y financieros, pero sin cuestionar la esencia del régimen franquista que, en definitiva, era el caldo de cultivo de aquellos escándalos.

La Iglesia estaba encuadrada perfectamente en el sistema, por mucho que, en el plano teórico, se encuentren algunas islas como la Carta de los obispos andaluces de 1945 (sobre la situación del campesinado), las Semanas Sociales de 1949 y 1950, y algunas homilías de ciertos obispos. La aparición de la Hermandad Obrera de Acción Católica, nacida en 1946, y Juventud Obrera Católica[ii] un año más tarde, no pudieron hacer aquello para lo que habían nacido, de la mano de la jerarquía católica, aunque en su seno se formaron sindicalistas que luego dieron origen a lo que serían la Unión Sindical Obrera y las Comisiones Obreras, estas sí, organizaciones enfrentadas al franquismo y que sufrieron su represión, pero ya sin la tutela de la Iglesia.

Los primeros brotes huelguísticos durante el franquismo se dan en 1951, cogiendo a la Iglesia acomodada y a contra pie, aunque hubiese obispos como Herrera que, desde 1947 en la diócesis de Málaga, quisiesen otra cosa sin darse cuenta (o dándose) de que era imposible reivindicar mejoras para la clase trabajadora si se les negaba el más elemental de sus derechos, que era organizarse libremente y expresar por todos los medios lícitos sus reivindicaciones. El historiador Sánchez Jiménez ha constatado sendas cartas de Carrero Blanco y Martín Artajo dirigidas a Herrera y a Ruiz-Jiménez, en 1951, quejándose de la “tolerancia” de la jerarquía católica con la HOAC y la JOC.

En efecto, como obispo de Málaga pudo ver que en su diócesis los católicos practicantes alcanzaban el número más bajo de España, que la provincia se encontraba atrasada aún teniendo en cuenta el atraso del conjunto de España, que el nivel educativo estaba por los suelos dándose las cifras más elevadas de analfabetismo, solo superada por la provincia de Jaén, y que el pueblo vivía sometido a un régimen casi “señorial” (en palabras del propio Herrera recordadas por Cepeda Gómez). Herrera vio que España era una de las naciones más injustas socialmente hablando, pero ello no le llevó a enfrentarse al franquismo porque hubiese supuesto su eliminación como obispo y, probablemente, su expulsión de España.

Escandalizado por la situación social en el campo andaluz, reivindicó una reforma agraria para la que quiso contar con el apoyo del propio Franco (al que Herrera consideraba poseído de gran preocupación por el problema social, según Cepeda Gómez), así como con los católicos adinerados en Málaga y Madrid, sin tener en cuenta (o teniéndolo) que estos adinerados eran causa principal de los males del campesinado. Para Herrera, Franco debía ser la base de toda reforma, pero lo cierto –como sabemos- los que tenían verdadera conciencia social estaban en las cunetas, en las cárceles, en el exilio o en la clandestinidad.

En una de las facetas que más se han destacado de Ángel Herrera, parece que no se hace justicia: sus preocupaciones sociales, de existir, chocaban con una contradicción manifiesta; no tiene sentido poner una vela a Dios y otra al diablo.  



[i] “El cardenal Herrera Oria”.

[ii] No confundir con la Juventud Obrera Cristiana, originaria de Bélgica y que existía ya incluso antes de 1924. Se extendió luego por no pocos países, pero no fue posible en España.

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