martes, 24 de noviembre de 2020

Coleccionismo, expolio y pillaje

 

                     James Bruce, conde de Elgin (Fotografía de la Biblioteca y Archivos de Canadá)

Es sabido que Thomas Bruce, conde de Elgin, obtuvo en 1801 autorización de las autoridades turcas para trasladar los relieves del Partenon y de los templos de Egina y Bassae[i] que hoy se encuentran en el Museo Británico. Dice Ignacio Rodríguez Temiño[ii] que los expolios del conde provocaron críticas, entre otras la de Byron.

Rodríguez Temiño ha publicado un trabajo donde señala la conexión entre liberalismo, la falta de profesionalización de la Arqueología y el coleccionismo de antigüedades durante la segunda mitad del siglo XIX en España, a lo que contribuyó el subdesarrollo de la potestad del Estado y el auge del derecho a la propiedad privada.

La idea dominante entonces es que quien encontraba una antigüedad era su propietario, quien excavaba un yacimiento (sin ningún tipo de profesionalidad) era dueño de lo que encontrase, y quien compraba antigüedades se hacía pleno propietario de lo adquirido. La exaltación de la propiedad privada produjo estos efectos en la época, sabiendo que los beneficiarios de ello fueron unos pocos, algunos, gozando de una privilegiada posición política. Dominaron la consideración de la propiedad como prueba de preeminencia social y la defensa de la libertad para favorecer el enriquecimiento individual.

Sin embargo –dice al autor citado- aunque hoy resulte evidente la relación entre coleccionismo de antigüedades y expolio arqueológico, al ser el mercado lícito su principal destino y motor, lo cierto es que los coleccionistas pusieron a salvo muchos objetos que se hubiesen perdido o deteriorado de no haberlos adquirido. El coleccionismo ha sido durante siglos el único valladar que protegió a éste tipo de bienes.

La sociedad y el Estado tuvieron que socavar, con el andar del tiempo, esa mentalidad individualista que permitía cayesen en manos de unos pocos tesoros artísticos y arqueológicos que hoy consideramos de todos. El siglo XIX fue el punto de partida de la conciencia sobre el valor de las antigüedades en España, y la Real Cédula del Consejo de 1803 dio instrucciones sobre el modo de recoger y conservar los monumentos antiguos, aunque quedaba mucho camino por andar.

El coleccionismo existe, por lo menos, desde la Edad Media, y los avatares que caracterizan a la España del siglo XIX explican la rapiña que se llevó a cabo: guerras, el concepto de propiedad privada, las desamortizaciones y el empobrecimiento de ciertas casas nobles y de órdenes religiosas, cuyos bienes dieron origen a un floreciente comercio de obras de arte y antigüedades. La legislación, mientras tanto, fue inoperante, recayendo los nombramientos honoríficos en personas sin interés en el asunto.

El autor toma el hito de la aparición del tesoro de Guarrazar[iii] en 1858 para comenzar su estudio, estimando que existe una clara diferencia entre las fechas posteriores y las anteriores al año citado, pero dominó “una narrativa de tono épico en las biografías de coleccionistas” y una “subliminal justificación del propio coleccionismo”. Se solía exonerar cualquier responsabilidad a los coleccionistas aunque sus acciones estuviesen en contra del ordenamiento jurídico del momento.

Un papel primordial lo jugó el “Semanario Pintoresco Español”[iv] en la difusión de los valores estéticos, haciendo gala de su apoliticidad y reuniendo en él a lo más granado de la arqueología. En otro orden de cosas existieron ventas al extranjero de bienes arqueológicos y artísticos españoles y, en el caso de Itálica se produjo una enajenación de las propiedades del convento de San Isidoro del Campo, lo que permitió nuevas excavaciones.

A partir de un determinado momento se nombraron comisiones cuya labor fue la recopilación de los bienes que habían de ser excluidos de subastas, pero solo tras la reorganización de estas comisiones de monumentos por las reales academias, tuvieron entre sus funciones la realización de excavaciones y la custodia de los bienes aparecidos casualmente.

El coleccionismo público, por su parte, fue impulsado por la Real Academia de la Historia y, desde 1844, con la creación de las Comisiones de Monumentos y los museos arqueológicos provinciales, luego el Museo Arqueológico Nacional, la función recolectora pasó a estas instituciones. El autor al que sigo señala que hallazgos declarados y recuperados por las comisiones provinciales, el producto de excavaciones propiciadas por el Estado, especialmente abundantes en la década de los sesenta, los viajes y expediciones científicas tanto por España como por el extranjero y, en no escasa medida, la adquisición mediante compra o donación de colecciones particulares, fueron labores llevadas a cabo por el Museo Arqueológico Nacional, los provinciales y, anteriormente, por el Gabinete de Antigüedades[v].


[i] Al oeste del Peloponeso.

[ii] “Coleccionismo y expolio arqueológico…”.

[iii] Joyas visigodas (cruces, coronas votivas, etc.) que fueron apareciendo entre el año 1858 y los siguientes en el lugar de Guarrazar, cerca de Toledo.

[iv] Fundado por Ramón de Mesonero Romanos en 1836. Se puede consultar en http://www.cervantesvirtual.com/partes/233848/semanario-pintoresco-espanol

[v] Inició su andadura durante la Ilustración, a mediados del siglo XVIII.

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