viernes, 27 de noviembre de 2020

La modernidad de Lista

 

Son palabras del clérigo sevillano las siguientes: “La Europa tiende a formar una sola familia por las relaciones de comercio e industria, por la semejanza de instituciones civiles y religiosas, por la comunidad de los conocimientos científicos, y aún por las mismas alianzas de los soberanos. No existen ya las diferencias de costumbres, los rencores religiosos, las rivalidades nacionales, ni los demás elementos de repulsión que, por tantos siglos, han separado a los pueblos. Todo conspira a la fraternidad”[i].

Y en otros artículos –dice Claude Morange[ii]- habla de la gran familia europea, de la confederación europea. Lista estaba convencido de que vivía en una época –y no era fácil en España- en la que se generalizaría el sistema constitucional, cuando eran muy pocos los países donde éste existía y la “Santa Alianza” estaba en plena vigencia.

Y son suyas también estas palabras: “¿Tienen derecho los gabinetes reunidos de varios monarcas para intervenir en las formas de gobierno interior de otro Estado?... ¿Tienen derecho los soberanos reunidos para tratar hostilmente al pueblo que varía su forma de gobierno por una revolución, ya en atención a las causas que la han producido, ya a la falta de libertad en el rey que la ha sancionado, ya al peligro de que el ejemplo cunda hasta sus mismos Estados?

Era al calor del Congreso de Troppau cuando hablaba Lista de esta manera, un congreso de la “Cuádruple Alianza” y Francia para combatir la revolución liberal que había triunfado, por poco tiempo, en Nápoles (1820). “Todas las naciones de Europa – recoge Morange- fijan en el día sus ojos sobre la antigua Parténope[iii]; en ella está la vanguardia del ejército de la libertad”, pero “la causa que se discute en Laybach[iv] no es solo la del Mediodía de Italia; es la de todas las naciones independientes”.

El clima durante el “trienio” liberal español era tal que el periódico “Times” publicó lo siguiente: “Después que los aliados hayan concluido su obra en Italia [intervenir en Nápoles para restablecer el absolutismo], ¿estarán dispuestos a intervenir eficazmente en la revolución de la península española? A la verdad, que será incompleta su obra si no colocan a aquel rey en su antiguo poder. Por tanto les invitamos a que acometan esta empresa… Solo cuando quede extinguida la Constitución de España, dejará de ser objeto de imitación en Nápoles y en el Piamonte, y quizá en Prusia y en Olanda” (sic).

En 1820, Alberto Rodríguez de Lista y Aragón –dice Morange-, era ya, desde hacía varios años, una figura bastante conocida en el mundo de las letras, y (bien a pesar suyo) en el de la política, por el papel que había desempeñado durante la guerra de 1808. Natural de Sevilla, se sintió inclinado muy joven hacia el sacerdocio, vocación más sincera que la de su amigo Miñano, quien no vio en la Iglesia sino una manera de medrar. Recibió la tradicional formación clásica que entonces se daba en las universidades.

También dio muestras de inquietud intelectual. En 1789 se graduó de bachiller de Filosofía, e hizo tan rápidos progresos en las Matemáticas que, a los trece años, ya daba clases de dicha disciplina en la Sociedad de Amigos del País de Sevilla y en el Colegio de San Telmo. Al mismo tiempo concluyó sus estudios de Teología, graduándose de bachiller en 1795; su ordenamiento sacerdotal, sin embargo, no se produjo hasta 1804, pues carecía de medios económicos. En 1807 ganó una cátedra de Retórica en la Universidad de Sevilla.

A esas dos vocaciones (la docente y la pastoral) –sigue diciendo Morange-, añadió desde muy joven otra: la de la poesía. Al producirse la invasión napoleónica, igual que Miñano, se adhirió al campo de la resistencia, lo que era menos difícil en Sevilla que en el centro o en Aragón, pero no se comprometió como Miñano con la Junta de Sevilla. Colaboró en varios periódicos y llegó a crear “El Espectador sevillano”[v], que redactó solo durante cuatro meses, hasta la entrada de las tropas francesas en Sevilla. En dicho periódico se explayó Lista sobre los distintos tipos de gobierno, los representativos, la división de poderes, las Cortes –que defendía representativas de toda la nación-, el sistema de elecciones, etc.

Pero no tardó en retractarse: en un artículo suyo aún dice que “sea lícito, pues, a todo buen español, suspirar por el día feliz en que diga: Tengo una patria, que nadie me quitará; unas leyes, que me aseguran para siempre la libertad política. Yo moriré por la patria, pero mis descendientes serán felices y gloriosos”… y pocos días después se expresará en sentido contrario: excluir del sufragio a los no propietarios, se puso al servicio de los franceses, aceptó cargos y prebendas, se le dio media ración de la catedral y, en 1813, tuvo que emprender el camino del exilio. Cuando volvió estuvo al servicio de los marqueses de Vesolla, en Pamplona.

Abjuró a la masonería a la que se había apuntado por influencia francesa, fue de trabajo en trabajo para sobrevivir y, durante el “trienio” liberal es uno de los principales redactores de “El Censor”[vi].


[i] Esto escribía Lista en 1821 en el número 28 de “El Censor”.

[ii] “En los orígenes del moderantismo decimonónico”.

[iii] Antigua ciudad donde ahora se encuentra Nápoles.

[iv] Es la actual Liubliana, capital de Eslovenia. Un congreso reunido allí en 1821 establecieron, entre otras cosas, las fronteras de los estados europeos.

[v] Ver aquí mismo “La corta vida de un periódico”.

[vi] Ver aquí mismo “Palos a la mula negra y palos a la mula blanca”.

La pintura representa a Nápoles en el siglo XIX (https://www.dimanoinmano.it/es/cp136639/arte/ottocento/veduta-di-napoli)

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